FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
La
preocupación por todo lo humano es la base de la filosofía de Sanz del Río,
puesto que es en él, en el hombre, donde se verifica la unidad entre la
Naturaleza y el Espíritu que toma cuerpo en la idea de la Humanidad. Ésta, en
sus distintas culturas y periodos, constituye los grados de ascensión hacia
Dios, cuya culminación es la “Humanidad racional”. En El ideal de la Humanidad se pretendía hacer frente a la noción de
Estado mundial de raíces napoleónicas, sustituyéndolo por una alianza o
hermandad universal de los hombres, una idea que Krause ya había madurado
originalmente y que Julián Sanz del Río recogió y divulgó (como muchas otras de
aquél). En esta obra se procura reformar y renovar la vieja y alejada de la
modernidad sociedad española a través del ímpetu, del impulso del ideal
utópico, que es el motor del cambio. Pero, para alcanzar esa renovación, hay
que reflexionar y, sobretodo, hacerlo acerca del lugar que tiene (o debe tener)
el hombre en el mundo. Por tanto, lo que se podría concebir como una obra de
carácter meramente práctico se convierte, además, en una filosofía de la
historia.
Un
filósofo de la historia no tiene como misión, como tarea, la mera descripción
de los sucesos históricos, sino que debe sacar a la luz, revelando bajo la
multitud de éstos, todas aquellas autodeterminaciones propias de la esencia
divina. La filosofía de la historia debe descubrir la idea de Dios en las
diversas etapas evolutivas de la humanidad. Aquí Sanz del Río, siguiendo nuevamente
a Krause, propondrá la fórmula “idea frente a ideal”. La idea es idea de Dios
y, por tanto, a priori algo inalcanzable; el ideal de la Humanidad, en cambio,
es la aspiración constante de llevar a plenitud la existencia humana. Y eso sí
es asequible a nuestras facultades y, por tanto, algo que estamos destinados a
tratar de alcanzar.
Todo
saber se inicia siempre desde una unidad simple, sea ésta bien la del yo (en la
parte Analítica de la Metafísica), o bien sea la de la intención racional de
Dios (en la parte Sintética). Ambas concluyen en una síntesis armoniosa
superior de los contrarios. Cada uno de los tres momentos de la dialéctica
corresponden a las otras tantas edades por las que trascurre y se manifiesta
todo lo finito: infancia, juventud y madurez (o, en otras palabras: indiferenciación,
oposición, armonía). Veamos estas tres edades o estadios.
-Primer estadio: infancia o indiferenciación
En esta edad inicial el
hombre primitivo no se diferencia de lo que le rodea; se halla, en efecto, instalado
en el mundo como identificado con la naturaleza, y depende e ella en todo. Por
lo tanto, no hay ninguna distinción entre el hombre y la naturaleza o, si se
quiere, entre Dios y él. Así, hay una plena fusión e indiferenciación, entre
Dio, mundo y hombre. Esta etapa la conforma una vida sencilla, modesta e
inocente, un tipo de vida que posteriormente será añorada bajo el concepto de Paraíso Terrenal.
-Segundo estadio: juventud u oposición
En la siguiente etapa, el
hombre poco a poco va tomando conciencia de las cosas y de su situación en el
mundo. Ahora actúa sobre ellas, las investiga, trata de comprenderlas para
dominarlas; de este modo, va lentamente desvinculándose de su primitiva unidad,
de su fusión con ellas. Sin embargo, en esta etapa no hay, pese a que pueda
parecerlo, una desunión o rotura radical con Dios; todo lo más hay un cambio
entre lo que antaño era ciega sumisión y lo que ahora constituye un motivo de
fantasía e imaginación. ¿Por qué? Porque aunque puede entenderse que el hombre
ha perdido a Dios, en el sentido de
desvincularse de Él, hay la esperanza, el deseo de reencontrarlo en la naturaleza,
en todas las cosas admirables y asombrosas que existen en torno suyo. De este
modo aparece el politeísmo, la creencia humana en una multitud de divinidades.
En este estado, nos dice Sanz del Río, si bien aún no se aprecian las
facultades morales del hombre que le son características, sí es propio de este
tiempo o edad la oposición sin unidad, fragmentándose la realidad en distintos
componentes y aconteciendo conflictos entre ellos, como el alma y el cuerpo, el
individuo y la sociedad, etc.
-Tercer estadio: madurez o armonía
El último estadio o
época da inicio cuando el hombre vuelve sobre sí mismo y descubre (o
re-descubre) su conciencia, que se le revela como imagen de Dios, del Dios
único (unidad de la propia conciencia). En este intervalo la actividad humana ya
no está centrada y dirigida hacia el dominio exterior, en todo lo que le rodea,
ya no es, se puede decir, una etapa centrífuga, sino que se convierte ahora en centrípeta,
volcada al interior. Y es a través de ésa interiorización como el hombre ve y
toma conciencia, se convence de su propia valía, lo cual le permite adquirir,
finalmente, una nueva perspectiva: la
de su dignidad, su esencial integridad como ser. Es entonces cuando el hombre
da un paso más allá y se pregunta por la conciencia divina superior, conciencia
divina que es lazo de unión de todos los seres finitos. Es la unidad de la
conciencia del yo la que posibilita, pues, entender la unidad de Dios. Y así es
como se reinserta el monoteísmo, por la dinámica de la propia maduración humana.
El hombre se pone en contacto con Dios y Su conocimiento provoca un renacimiento
en todo el ser del hombre y sus facultades, ejemplificadas en la imaginación,
el entendimiento y la razón.
El monoteísmo cristiano
proclama la igualdad radical de todos los hombres, dado que todos ellos son
hijos del mismo y único Dios. Desde esta perspectiva, nos dice Julián Sanz del
Río, el cristianismo ha sido el elemento más trascendental en la historia de la
civilización humana. Entendida como doctrina, el cristianismo es irreprochable
y fuente de los valores humanos perennes, pero los cristianos devaluaron su
pureza y autenticidad al tomar una actitud similar a la de los judíos: rechazaron
el mensaje original y se enfrascaron en la persecución de los no cristianos. El
cristianismo es prosigue Sanz del Río, “la flecha de la evolución de la
historia que apunta al espíritu universal, al respeto y amor a todos los
hombres a la vez que el respeto, también, a la naturaleza y a la ciencia. La
unión de estos dos amores forman la armonía del mundo y de la historia, la
unión de naturaleza y espíritu. Cuando los hombres vivan vinculados por el amor
de Dios y refiriéndose a Él como causa primera y última, ésa será la vida
bienaventurada” (Manuel Suances Marcos, Historia de la Filosofía Española Contemporánea, Síntesis, Madrid, 2010).
A
esta tercera y definitiva etapa de la historia humana Sanz del Río la llama “Reino de la unitaria Humanidad en la tierra”,
y es ella la que cumple ‘‘el Ideal de la Humanidad’’. Ésta edad, que aún no ha
llegado, será la de la realización de la ‘ciudad universal’, una alianza común
de los pueblos con Dios. Gracias a la unión íntima entre naturaleza y espíritu
que lleva a cabo el hombre puede éste lograr su plenitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario