Julián
Sanz del Río, a quien conoceremos en esta nota en dos partes, fue el más destacado difusor y divulgador del krausismo español, y
se convirtió en el líder del librepensamiento de nuestro país.
Su
filosofía no es un sistema intelectual cerrado y acabado, sino más bien una
especie de “religión”, que comprende una norma de vida y una conducta moral
regidas desde una filosofía abierta. Francisco Giner de los Ríos, su más
allegado discípulo, dijo que lo que su maestro se proponía, sin más, era “hacer
hombres”, mediante un estímulo intelectual constante. Por tanto, el krausismo
de Sanz del Río fue más que una filosofía: fue una religión, una ética y un
modo de vida. Notables fueron las influencias que ejerció en la política y la
sociedad de finales del siglo XX en España, y cómo incentivó y renovó el
pensamiento.
Examinaremos
dos apartados básicos de la filosofía de Julián Sanz del Río: su metafísica,
primero, y su filosofía de la historia, en segundo y último lugar.
METAFÍSICA
Sanz
del Río sigue muy de cerca a Krause en su pensamiento. Lo adapta, básicamente,
pero comparte el grueso de sus nociones fundamentales. Es, pues, muy fiel a
aquel.
El
sistema filosófico de Sanz del Río es el llamado “realismo racional”. Como su
nombre puede sugerir fácilmente, supone un realismo donde lo real, los “hechos
como son”, los descubre la razón, siguiendo un modo y una metodologías
científicas. El fin es conseguir, integrando todas las vistas parciales de un
objeto o hecho, las relaciones y consecuencias que posee. El propósito último,
pues, consiste en revelar la realidad, que tomará la forma de un Absoluto y que
se identificará con Dios (no olvidemos el carácter metafísico de la filosofía
krausista). La razón es la herramienta que Dios ha brindado al ser humano para
que éste descubra a aquel; por lo tanto, el krausismo dará prioridad a las
facultades humanas antes que a la fe para llegar a Dios. La razón no tiene que
separarse de Dios, no hay que absolutizar a la razón (como hicieron el
racionalismo y el idealismo absoluto); la razón humana trata de enlazar con la
razón divina, por lo que la razón nos encauza a Dios.
Dos
son las vías que conforman el sistema filosófico de Julián Sanz del Río: la
analítica y la sintética.
Vía Analítica
Aunque Sanz del Río busque,
como Hegel, el Absoluto, lo hará iniciando dicha búsqueda desde un “análisis
subjetivo de los contenidos de conciencia a través del cual el mundo se revela
como un sistema” (Manuel Suances Marcos, Historia
de la Filosofía Española Contemporánea). Conociendo el “yo”, por tanto, que
es conciencia y autoconciencia, conocemos el cuerpo y el espíritu. Analizándolo
iremos viendo, nos dice Sanz del Río, lo que se presenta en cada percepción,
hasta ir componiendo paulatinamente todo ese gran organismo de verdades que
conforma la ciencia.
Pero el yo se refiere al
yo genuino, individual; no al género humano. Y el yo individual no es mero
pensamiento, sino un compuesto de cuerpo y de espíritu, el “yo-hombre”. En el
yo-hombre lo que cambia –el cuerpo– es algo que le sucede a algo que no cambia
–el espíritu–. Ese sujeto que sostiene el cambio fluye en él, pero sin diluirse
en el mismo cambiar. Permanece, pues, aún cambiando.
El yo es un organismo,
un todo cuyas partes están armónicamente entrelazadas y ordenadas entre sí. El
yo, por tanto, lo comprenden distintos elementos: pensamiento, sentimiento y
voluntad. Todo ello está orientado desde la realidad interior. Este compuesto
de cuerpo y espíritu que es el yo es, a su vez, un reflejo microcósmico de lo
que ocurre en el cosmos macroscópico. Cuerpo y espíritu poseen, ciertamente, distintas
naturalezas, pero se hallan relacionados. Es más, ambos reinos, que por
separado no representan nuestra esencia verdadera, acabarán conjugándose en otro
reino, superior: el reino de la Humanidad.
Y, ¿cuál es el
fundamento de estas tres esencias parciales? Dado que todas ellas son finitas y
no se sostienen por sí mismas, nos dice Sanz del Río, debe haber un fundamento
infinito, subsistente por sí y que posibilite todas esas subsistencias finitas
e incompletas. Las cosas, pues, serán “del fundamento, en el fundamento y según
el fundamento”. Todo lo finito, por tanto, hallan en el Absoluto su razón y su
explicación.
Aquí aparece la base
panenteísta del krausismo español. El panenteísmo, tal y como lo defendió
Krause, “afirma que la realidad del mundo como mundo-en-Dios. La comunidad
entre Dios y el mundo es la comunidad de las esencias, las cuales no se reducen
por ello a una esencia única; de lo que se trata no es de reducir, sino de integrar”
(José Ferrater Mora, Diccionario de
Filosofía).
Sanz del Río, como
Krause, quiso evitar a toda costa identificar el ser de Dios y el de las
criaturas. Así, las cosas no podían ser Dios; pero, tampoco, podían estar al
margen de Él, excluidas de Él. La solución del panenteísmo es, finalmente, que
las cosas son en el Absoluto.
El Ser Supremo, Dios, es
justo y uno. No hay que hacer cábalas ni razonamientos abstractos acerca de su
existencia, ni mucho menos hacer un problema de ello. Es absurdo porque, como
señala Sanz del Río, “la existencia es su ser mismo”, y este Ser es causa y
razón de todo lo demás. Todo nace de Él, ciertamente, pero no todo se
identifica con Él (nuevo inciso en el rechazo del panteísmo).
Ahora bien, Dios, el
Absoluto, no es sólo fundamento de nuestro ser, sino que también lo es de
nuestro conocimiento. Nos dice Sanz del Río: “pensando, pienso el ser absoluto y
bajo el absoluto, pienso racionalmente lo finito opuesto a mí y lo conozco”.
Así pues, no solamente estamos en una relación de dependencia óntica con Él,
con Dios (existimos en Él, recuérdese), sino también en otra de carácter gnoseológica.
Es decir, Dios nos permite y facilita que Lo conozcamos y, por consiguiente,
nos podamos conocer a nosotros mismos.
En el krausismo español se
valora positivamente la razón, pero no como herramienta o remedio que todo lo
puede gracias a la arrogancia o suficiencia del hombre, por una confianza
desmedida en ella; antes al contrario, si el hombre se siente fuerte y confiado
en el poder de la razón es porque, sencillamente, ésta procede de Dios. La
razón permite Su conocimiento, el magno y supremo conocimiento. Y será a partir
de este saber, desde esta ‘vista real suprema’, por el que nos será permitido el
conocimiento, a través de su expansión y aplicación, de las demás cosas. Conocer
a Dios se convierte, pues, en el punto focal. Como señala Manuel Suances
Marcos, “el intento filosófico-teológico del krausismo consiste en cargar la
mirada racional del hombre de esta luz divina para, desde ella, ver las cosas
como fundadas en Dios”.
Vía Sintética
Dado
que el saber de Dios supone la base, el cimiento de todos los demás, el krausismo
tratará de alcanzar una sistematización científica que desvele la presencia de Dios
en todo momento y en cualquier esfera del saber. Ese intento estará configurado
por dos directrices principales: una teológica y la otra racional, porque siempre
debe partir de Dios y siempre debe guiarse por medio de la razón, “mediante un
proceso deductivo a partir del ‘principio objetivo’ que es el saber racional de
Dios”.
Puesto
que el orden lógico se corresponde con el ontológico, si nos ponemos a describir
los grados de conocimiento lo que estaremos haciendo es reproducir los grados
de realidad. De la ciencia básica y fundamental cuyo objeto es la esencia
divina se deducirán, pues, todas las ciencias particulares. Hay cuatro primeras
que se derivan de la fundamental, y son: 1)-Teoría
de la esencia original (Filosofía); 2-La
ciencia de la razón o del Espiritu; 3-La ciencia
de la Naturaleza; y 4-La teoría de la
esencia integral (Antropología).
***
Por
tanto, lo que tenemos es una doble vía de saber: “en la Vía Analítica, la
investigación se remonta inductivamente desde la intuición del yo, a través del
cuerpo y del intelecto, hasta la intuición racional de dios. En la Metafísica Sintética,
la investigación comienza deductivamente desde la intuición de Dios, a través
de la Naturaleza y el Espíritu, hasta el Yo, el Hombre” (Suances Marcos, op. cit). El hombre es, en síntesis, la
combinación de las dos esencias finitas del universo, una esencia que también
es finita en su resultado, pero que es la más elevada que ha salido de las
manos divinas.
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