Si hubo un cauce abierto, aunque unidireccional, entre la
filosofía alemana y la española, fue gracias al krausismo. Hegel, tan presente
en el resto del continente, no impregnó nuestro país, precisamente por la
influencia de aquella escuela de pensamiento. Con ella, España atravesó una
“renovación profunda, en sentido liberal y moderno, que afecta(ba) a la visión
del hombre, del mundo, de la vida y de la sociedad…” (Á. Del Río, Historia de la literatura española,
1963). El krausismo llegó a ser la máxima expresión política y filosófica del
liberalismo, inspirando la reforma, esa renovación de la sociedad española.
Uno de los motivos de que triunfara el krausismo en España
se debió a que existía un paralelismo, una correspondencia y afinidad entre su contenido filosófico y espiritual, así como las implicaciones ético-sociales
del krausismo, con la cultura española, empapada de sensibilidad religiosa y
dispuesta a la reforma política que abrigaban los liberales.
En particular, hubo una conexión evidente entre el krausismo
y la mística española. R. Llopis nos dice, en este sentido, que el “krausismo
es una filosofía mística con una moral estoica… y ambas cosas tienen una
espléndida tradición española”. Esto anda muy lejos de la dialéctica hegeliana,
constituyendo otro motivo por el que no agradó Hegel en nuestro territorio.
Por otro lado, el propio Hegel promovía una disolución del
individuo en el absoluto; pero los krausistas ponían énfasis en el individuo,
en su libertad. Buscaban lo opuesto, pues, que el intervencionalismo estatal
promulgado por el filósofo alemán.
De este modo, Hegel permanecía alejado de la corriente
española filosófica de la época y el krausismo tomaba las riendas, precisamente
por esa afinidad entre sus postulados y la tradición cultural española y las
ansias político-sociales del liberalismo.
Etapas, difusión e
influencia.
Si bien hay quien discute que los krausistas formaran,
propiamente, una escuela, sí hay rasgos comunes entre sus miembros (por otro
lado, bastante elitistas, pues siempre estuvieron ligados a las universidades,
sin contacto directo con el pueblo llano), que permiten reconocer un núcleo de
ideas compartidas. Aunque el foco de irradiación estuvo en la capital española,
también hubo miembros en Sevilla, Valladolid, Salamanca, Valencia o Santiago de
Compostela.
Suelen diferenciarse dos etapas del krausismo: una primera,
en la que descollaron las figuras de Julián Sanz del Río (el introductor del
krausismo en nuestro país, a quien dedicaremos unas notas futuras) y Fernando
de Castro, y una segunda, que fue la más relevante para la expansión del
krausismo, que tuvo a los más destacados pensadores Francisco Giner de los Ríos
(que también analizaremos), Nicolás Salmerón, Gumersindo de Azcárate, además de
muchos otros que seguirían luego sus pasos.
Tras la muerte de Sanz del Río, Nicolás Salmerón pasó a
erigirse como su sucesor, pero sus contactos con la filosofía de corte
positivista le animaron a adscribirse a ella, lo cual, unido con otra deserción
(la de Francisco Paula de Canalejas, que tendió a abrazar un misticismo más de
corte alemán, como el de Scheleimacher), dispersaron y diluyeron las raíces y
la idiosincrasia del krausismo, abocándola a la pérdida de unidad y de
liderazgo espiritual.
El krausismo quiso, aun dentro de su marcado carácter
liberal, mantener y dotar a su sistema de pensamiento de una relevante carga
religiosa, que ellos siempre sintieron como compatible. El personaje que quiso
aunar estos dos elementos dentro del krausismo fue Fernando de Castro
(1814-1874), y fue el máximo exponente de ese intento por conciliar los
principios liberales con su religiosidad católica, religiosidad de la que
acabaría apartándose finalmente. De Castro criticará al catolicismo porque ve
en él una carencia de universalidad y espíritu cerrado, y aspira a una
aplicación nueva de la religión más acorde con la idea proporcionada por la
ciencia del hombre y de Dios. El “catolicismo liberal” proponía, pues, una
confluencia de religiosidad, culto y moral pero sin renegar de los avances científicos
y sujeta al cambio y a la mejora, como pedía el krausismo.
Sin embargo, como señala Manuel Sances (y de cuya obra, Historia de la filosofía española
contemporánea, nos nutrimos amplia, casi literalmente), “todas las
esperanzas se vinieron abajo. La condenación del liberalismo y, por tanto, de
la libertad religiosa por la Syllabus
y la encíclica Quanta Cura dio un golpe al espíritu de ese
cristianismo liberal”. La Iglesia, en efecto, hizo cuanto estuvo en su mano
para detener la conciliación con la modernidad, y una consecuencia fue que
muchos intelectuales españolas terminaron convirtiéndose en escépticos o en
heterodoxos. El catolicismo tradicional, temeroso de que ciertos valores de su
identidad religiosa se vieran mermados u olvidados, acusó al krausismo en tres
frentes: 1) por su panteísmo, al
confundir “lo absoluto con lo uno y lo infinito con lo total”; 2) por su idealismo, ya que otorgan al ser divino
la universalidad, para ellos (los tradicionalistas) una mera abstracción
mental; y 3) por su ontologismo, pues
pretenden captar “directa e inmediatamente la esencia divina, por delante de
todo conocimiento discursivo de Dios”.
Por lo que respecta al pensamiento político, ya hemos
comentado que el krausismo fue “la expresión ideológica del liberalismo de la
burguesía progresista”. El krausismo presenta una concepción organicista del
liberalismo, “según la cual la nación es un organismo vivo, una comunidad
orgánica, [que] tiene una connotación romántica que postula un alma o espíritu
que anima el organismo nacional”. Un representante distinguido de esta noción
fue Gumersindo de Azcárate (1840-1917). Consciente de la imposibilidad real de
armonizar catolicismo y liberalismo, finalmente se decantará por el progresismo
liberal como único modo de reforma y mejora de la sociedad. Dio igualmente
apoyo, en su día, a la Revolución del 68: “La insurrección es un derecho cuando
un pueblo apela a este medio, perdida toda esperanza de poder utilizar los
pacíficos, para recabar su soberanía y ser dueño de sus propios destinos”.
Azcárate, aplicando su noción organicista del estado, abogó, por otro lado, por
la defensa de la pluralidad de partidos políticos, de sus ideologías distintas,
en una época en la que sólo estaba bien visto el apoyo a la unidad nacional.
La educación fue fundamental para el krausismo, pues era el
motor de cambio social y de mejora moral auspiciado y promovido por esta
escuela. Por descontado, si hubo una plasmación práctica del ideal educativo
krausista ésa fue la Institución Libre de
Enseñanza (ILE), de la que hablaremos en una próxima nota. Pero, además de
ella, hay tres logros notables que merecen ser señalados en este ámbito:
1)
“Libertad de conciencia, como fuente de inspiración y
creatividad (libertad de ciencia, inviolabilidad del magisterio y
descentralización administrativa)”. La Universidad debía poseer total autonomía
e independencia del Estado y la Iglesia, con lo cual se convertiría en la
maestra y depositaria de la conciencia nacional.
2)
Igualdad de género e importancia de la familia. Ambos sexos
tienen la misma dignidad, y son iguales en derechos; sin embargo, por su propia
“naturaleza, la mujer tiene señalada una función específica: ser madre del
hogar y de la sociedad”". A tal efecto se dieron cursos y conferencias,
que se plasmarían más tarde en la Asociación
para la Enseñanza de la Mujer, de gran éxito. Su finalidad era dotar a las
mujeres de conocimientos culturales, sociales y morales, no sólo para su propio
beneficio, sino también para su eventual papel de maestras y educadoras.
3) La Sociedad Abolicionista de España, tuvo en el
krausismo un gran aliado, pues coincidía con sus postulados la supresión de la
esclavitud. El krausismo promulgó leyes y proyectos antiesclavistas en
territorios americanos y en las Antillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario