21.5.20

Aristóteles (III): Obras

Aristóteles, el pensador polifacético


De las obras de Aristóteles suele hablarse de dos grandes grupos: las que realmente hizo públicas, de las que apenas sabemos nada actualmente; y aquellas otras que no publicó y cuyo fin tampoco era ser publicadas, pero que sin embargo sí pudieron ser recopiladas y conservadas hasta hoy.

-Obras publicadas originariamente.

Las obras escritas por Aristóteles y publicadas en vida de éste comprenden lo que se suele denominar escritos "exotéricos". Por desgracia, estas obras se han perdido irremediablemente, al igual que les ha sucedido a otras muchas, en el transcurso de los primeros siglos de la era cristiana. Por fortuna, sabemos sus nombres y algunos pequeños detalles, gracias a las listas de las obras del Estagirita que se realizaron y a los escritos de escritores posteriores, que "copiaron" su estilo o su contenido.

En un primer momento se pensó que, en su mayor parte, eran diálogos similares a los platónicos, en los que se desarrollaban, exponiéndolos y exagerando a veces, los puntos de vista del maestro de Aristóteles, como mencionamos en la nota anterior de esta serie. Sin embargo, como en el otro grupo de otras nuestro autor sí realiza una potente crítica al platonismo, hubo quien consideró que en realidad Aristóteles mostraba una especie de "doble rasero", en el que, de cara al exterior, profesaba admiración por las tesis de su maestro pero que, cuando ejercía él de maestro, a sus alumnos les hablaba con mucho mayor espíritu crítico al respecto. Lo que se acepta en realidad es que estos textos hoy perdidos fueron escritos durante la juventud de Aristóteles, cuando aún era miembro de la Academia, por lo que tiene sentido que hiciera una especie de alabanza platónica.

Principales obras exotéricas de Aristóteles:

Eudemo o Del Alma (en parte basado en el Fedón, de Platón).
Sobre la filosofía (como un manifiesto filosófico)
Protréptico (exhortación a filosofar, que será imitado por Jámblico, cuyo texto homónimo recogerá pasajes enteros del escrito por Aristóteles)
De la retórica (escrito contra la escuela rival del Liceo, la de Isócrates)
Sobre la Justicia (donde se apuntan temas que más tarde ampliará la Política)
Etc. 

-Obras NO Publicadas por Aristóteles pero que son las que conocemos hoy.

Este tipo de obras lo comprenden manuscritos de Aristóteles, que son en su gran mayoría notas, apuntes, que solía utilizar para dictar los cursos de filosofía en su escuela del Liceo. Hay que aclarar que no se trata, como se pensó, de los apuntes tomados por sus propios alumnos. Estas obras, en contraposición con las anteriores, se denominan "esotéricas", pues estaban destinadas a un uso propio, interno, y no para el
"exterior". También se les llama acroamáticas (es decir, pensadas para la enseñanza oral).

Es de sobra conocido que Andrónico de Rodas, el último escolarca del Liceo, realizó la primera edición de las "obras completas" de Aristóteles, al menos de ésas que se han conservado, es decir, las esotéricas. Hay una curiosa historia de los vericuetos que siguieron esos textos hasta ir a parar a Andrónico, pero en su mayor parte es fantasiosa y peca de exagerada, así que no la vamos a mencionar. Pero lo que es indudable es que, gracias a Andrónico, hoy podemos disfrutar de, al menos, esas obras esotéricas del gran Estagirita. Tras la labor editorial de Andrónico, estas obras serían leídas, estudiadas y comentadas en innumerables ocasiones. Hoy, de hecho, las leemos en la forma y, a grandes rasgos, bajo los títulos que el mismo Andrónico les brindó hace 2.000 años.

Hay que tener muy presente, por tanto, que lo que leemos nosotros cuando abrimos las obras aristotélicas no son textos que nuestro filósofo pensara publicar y que llegaran al público. Andrónico recogió esos apuntes y esas notas, desordenados y un tanto caóticas, repetitivas e incluso a veces contradictorias, y tomó la decisión de darles una cohesión y un orden, dentro de lo posible.

Lo que tenía enfrente eran multitud de pequeños tratados que habían sido inicial y precariamente ordenados por discípulos del maestro macedonio (seguramente Eudemo y quizá Teofrasto). Así pues, los agrupó y los tituló según sus propios criterios, de modo que los libros aristotélicos jamás fueron editados así por su autor. Es imprescindible tener esto presente.

Por lo tanto, en la Metafísica, por ejemplo, lo que hacemos es leer no un único volumen unitario, monobloque, que sigue una evolución hasta una conclusión contundente, sino un conjunto de 14 tratados que tratan de temas diversos, escritos por Aristóteles con el ánimo de que le sirvieran de guía para sus clases, y cuyo contenido la labor editorial de Andrónico agrupó así. Por ello, las obras de este tipo no dan sensación de progresión, de ir dejando atrás argumentaciones o razonamientos ligados hasta alcanzar una síntesis final, sino de ser pedacitos independientes de reflexiones filosóficas, que contienen las inevitables repeticiones (así, por ejemplo, hay desarrollos paralelos sobre un mismo tema en varios libros dentro de una misma obra, como en temas éticos o metafísicos). Tengamos muy en cuenta que, de haber sido prevista su publicación, Aristóteles jamás hubiera compuesto así sus obras esotéricas.

Andrónico no sólo era editor. También era filósofo, y tenía una idea de cómo quería enseñar filosofía, de cuál debía ser el plan didáctico filosófico. Y, con las obras de Aristóteles, tuvo una buena ocasión para aplicar este deseo. La primera parte de la filosofía debe ser la Lógica. Siguió en esto al mismo Estagirita, cuya sugerencia era que ésta no era un conocimiento realmente, sino una propedéutica, es decir, una especie de preparación para el estudio de la propia Filosofía. Al estudio del funcionamiento de la Naturaleza, la Física, debe seguirle la Metafísica, es decir, el análisis de todo aquello que está después-de la Física. Luego vendrían los textos de Ética, Política, Retórica, Poética, etc. 

Resulta curioso que, de Platón, tengamos sus obras publicadas y no los cursos que dictó en la Academia (los cuales, según todos los indicios, eran tan escolásticos como los de su mayor discípulo), mientras que ocurre lo contrario en el caso del Estagirita. No hay, por tanto, que contraponer el "bello, literario y sugestivo" Platón al "oscuro, complicado y seco" Aristóteles. Es un juicio muy injusto y productos del desconocimiento de lo que nos ha legado la historia de ambos titanes de la Filosofía.

Además, en Platón el diálogo es entre el maestro y sus discípulos, pero en Aristóteles lo que dialogan son las tesis mismas, procedentes de filósofos anteriores. Por ello, no hay una exposición clara y coherente, sino más bien un devenir complejo hacia una verdad a la que se llega a través de caminos llenos de dificultades, parones y hasta giros hacia atrás.

Tampoco es que Aristóteles carezca de calidad expresiva. Hay pasajes introductorios o finales de los distintos tratados (por ejemplo, la conclusión de la Ética a Nicómaco, o el Prooemium de la Metafísica) en los que se advierte un estilo elaborado y casi "literario", como si tuviese una finalidad estética o de retórica, más allá de ser meras notas o apuntes para las clases.

Algunas Obras esotéricas de Aristóteles conservadas:

Organon (el conjunto de escritos sobre Lógica).

Categorías
De la Interpretación
Primeros y Segundos Analíticos (2+2 libros)
Tópicos (8 libros)
Física (8 libros)
Del Cielo (4 libros)
De la generación y corrupción
Meteorológicos
Del alma

Hay una serie de pequeños tratados de Biología, con títulos y contenidos diversos (Del sueño y la vigilia, De la vida y de la muerte, De la respiración, etc.), así como de temática zoológica, de la que Aristóteles fue un pionero y un gran investigador (Historia de los animales, 10 libros; Del movimiento de los animales, De la generación de los animales, 5 libros; etc.).

Metafísica (14 libros)
Ética a Nicómaco (10 libros)
Gran Moral (2 libros)
Ética a Eudemo (4 libros)
Política (8 libros)
Económica (2 libros)
Retórica (3 libros)
Política

Aquí desechamos algunas otras obras apócrifas, y cuya redacción no se circunscriba realmente a la vida de Aristóteles. A todo ello, habría que sumar las innumerables (158) versiones que redactó nuestro autor de la Constitución de Atenas, en una paciente y agotadora labor.

17.5.20

¿Dios existe verdaderamente? El argumento ontológico de San Anselmo


San Anselmo de Canterbury – 21 de abril – Primeros Cristianos













"Que Dios existe verdaderamente.
Luego, Señor, tú que das el entendimiento a la fe, dame de entender, tanto como consideres bueno, que tú eres como creemos y lo que creemos. 
Y bien, creemos que tú eres algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna. Ahora, ¿acaso no existe esta naturaleza porque dijo el necio en su corazón: no hay Dios? (Salmos XIII, 1). 
Pero por cierto ese mismo necio, cuando oye lo que estoy diciendo, es decir algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, entiende lo que oye y lo que entiende está en su entendimiento, aun cuando no entienda que ese algo existe.
En efecto, una cosa es la presencia de algo en el entendimiento, otra cosa es entender que ese algo existe. Así, cuando el pintor piensa con anticipación el objeto que está por hacer, ya lo tiene en su entendimiento, pero no entiende todavía como existente algo que no ha sido hecho aún. En cambio, cuando ya lo ha pintado, primero lo tiene en su entendimiento y, además, entiende como existente la cosa que hizo. Luego el mismo necio ha de convencerse de que existe en el entendimiento algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, porque oyéndolo lo entiende, y todo lo entendido está en el entendimiento. Y por cierto, aquello mayor que lo cual es imposible pensar nada no puede estar en el entendimiento sólo. En efecto, si estuviera en el entendimiento sólo, podría pensarse que existe además en realidad, lo que sería algo mayor. 
Luego si aquello mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna está en el entendimiento sólo, aquello mismo mayor que lo cual nada puede ser pensado viene a ser algo mayor que lo cual es posible pensar algo: y esto, evidentemente, no puede ser. Luego, a todas luces, existe algo mayor que lo cual no se puede pensar cosa alguna, tanto en el entendimiento como en la realidad."

San Anselmo, texto recogido en La razón y la fe, Buenos Aires, Yerba Buena, 1945, pp. 18-19.


11.4.20

Aristóteles (II): Vida

Aristóteles - Revista Esfinge

A finales del verano del año 384 antes de Cristo vino al mundo Aristóteles, en la pequeña ciudad de Estágira, en Tracia. Hijo de Nicómaco, un afamado médico que trabajaba para el rey Amintas III de Macedonia, y de su madre Faistis, que procedía de Eubea (lugar donde poseía una casa, y a la que su famoso hijo volvería al final de su vida), descendía de una familia de Asclepíades, es decir, médicos que pretendían descender de Asclepios, el dios de la medicina. La enseñanzas médicas pasaban de padres a hijos y el pequeño Aristóteles con seguridad recibiría una formación en este campo, lo que muy probablemente está ligado a su aprecio por las ciencias naturales, y particularmente la biología.

El futuro gran filósofo se mudaría pronto de Estagira a Pela, y puede que allí conociera a Filipo, niño al igual que él, hijo de Amintas III y que en el futuro sería rey (como Filipo II). Aristóteles perdió pronto a sus padres, antes del año 367 a. de C. Próxenos, el marido de la hermana del pequeño, fue quien recibió de Nicómaco el encargo de educarlo, de modo que Próxenos y su hermana fueron sus tutores y padres adoptivos, a quienes Aristóteles siempre tuvo en gran estima y les fue muy agradecido.

Tras la muerte de Amintas III y el asesinato de su sucesor (Alejandro II), Ptolemaios de Alaros se hizo cargo de la monarquía macedonia. No sólo había matado a su antecesor, sino que perseguía a los seguidores de Amintas, por lo que Aristóteles decidió marcharse con sus padres adoptivos a su casa de Estagira. Allí completó su educación básica, seguramente, y puede que le cayera alguna obra de Platón. En todo caso, hacia el 367 antes de Cristo se mudó nuevamente, esta vez a Atenas.

En Atenas, y a los diecisiete años de edad, nuestro personaje entra a formar parte de la Academia, donde permanecerá dos décadas, hasta la muerte de su maestro, el insigne Platón. De la relación de Aristóteles con Platón y el pensamiento de éste, los puntos en común y las evidentes diferencias, hablaremos en una próxima nota.

En la Academia Aristóteles destacó, siendo uno de los miembros más brillantes. Apasionado por la lectura (leí a él mismo los libros, algo infrecuente en la época, ya que solía ser un criado especial quien los leía en voz alta), parece que ser que fue uno de los primeros griegos que se dedicaba a leer de forma personal todo lo que podía. Platón le llamó, de hecho, "el Lector", seguramente con algo de mofa.

En el momento en que llega a la Academia, Platón está de viaje en Sicilia, y Aristóteles trata estrechamente con el director de la escuela (escolarca), el astrónomo, matemático y filósofo de gran reputación Eudoxo de Cnido, del que luego recogería su sistema astronómico para su propia Física.

Durante estos años Aristóteles ya escribe y publica diálogos propios, aunque a la manera platónica, como el que dirige a la escuela rival de Isocrátes, y en otros desarrolla tesis de su maestro.

Cuando falleció Platón y escogió como sucesor a Espeusipo,  su sobrino, parece que Aristóteles no se lo tomó de buen grado. El hecho es que no volvió ya nunca más a la Academia, pero aunque ciertamente tuvo una enemistad con Espeusipo, su negativa se debió más a un enfoque distinto del estudio, no por odio o rencor ni al escolarca de entonces ni, mucho menos, a su maestro Platón.

Salió entonces Aristóteles de Atenas en compañía de Jenócrates, quienes fueron a Assos y allí fundaron una rama de la Academia. Allí fue consejero político y amigo del tirano Hermias (recordemos que el vocablo "tirano" actualmente tiene connotaciones peyorativas, pero entonces muchos tiranos gozaban de las simpatías y el aprecio de los ciudadanos). También se casó con Pitia, la sobrina del tirano, que murió siendo aún bastante joven, y con la que nuestro filósofo parece que fue muy feliz. Tres años después Aristóteles pasó a Metilene, donde probablemente conoció a Teofrasto, que iba a ser el discípulo más importante del estagirita. 

Hermias y Filipo II de Macedonia (antiguo amigo de Aristóteles, y que había accedido al trono en 359 a. de C.) empezaron a entablar negociaciones para llevar a cabo una victoria helénica sobre Persia, pero el general persa Mentor capturó a traición a Hermias y, tras una trágica tortura, asesinó al tirano. La ejecución causó una profunda conmoción en Aristóteles. Para honrarle, escribió un himno cuasi religioso que, más tarde, le traería bastantes problemas.

Estos cinco años repartidos entre Assos y Metilene fueron muy productivos, en los que el estagirita llevó a cabo numerosos estudios naturalistas y de búsqueda de los principios básicos de la Física, y en los que pudo vivir alejado de las intrigas y tensiones propias de la corte macedona y las agitaciones propias de Atenas.

Pero en 342 antes de Cristo esta vida relajada terminó, ya que su amigo Filipo II le invitó a la corte de Pela para que se encargara de la educación y formación de su hijo, Alejandro Magno, que entonces tenía trece años de edad. Aristóteles no podía negarse, ni tampoco lo deseaba; antes al contrario, era una oportunidad fascinante. En la Academia, uno de los máximos objetivos era que los filósofos pudieran influir en la conducta y decisiones de un monarca o príncipe, inculcándole los valores y principios de la filosofía política adecuada. Platón había tratado de lograr algo así con Dionisos II, el tirano de Siracusa, pero sus dos viajes con tal propósito habían terminado en catástrofe. Aristóteles, por tanto, tenía una nueva oportunidad ante sí, y nada menos que la de formar al futuro líder de todos los griegos. 

Curiosamente, de esta etapa, que abarca ocho años en la vida del estagirita, no se sabe prácticamente nada. Cuando muere Filipo (335 a. de C.), Alejandro Magno sube al trono, y Aristóteles abandona Pela (se supone que ya está concluida su labor docente con el joven rey) para dirigirse nuevamente a Estagira durante un corto tiempo. Si bien nuestro pensador mantenía cierto vínculo con su discípulo, lentamente se va agrietando, en parte debido a la distinta forma de entender los pueblos griegos y "bárbaros" (Alejandro los veía como iguales, algo inaceptable para Aristóteles, que siempre denigró a los segundos [propuso cuidar de ellos como uno cuida a "sus animales"]). Pero, también, a consecuencia de la ejecución de su sobrino Calístenes, que había ido a servir a Alejandro, pero contra el que cayeron sospechas de conjura contra el rey y fue ajusticiado.

En 334 antes de Cristo Aristóteles vuelve a Atenas. Tal vez lo "normal" hubiera sido que se reintegrase a la Academia (en ese momento dirigida por su buen amigo Jenócrates), pero dados los 17 años transcurridos desde su partida, así como sobretodo el hecho de que allí se trataba más los temas de dialéctica y la matemática, mientras que Aristóteles estaba más interesado en la investigación empírica de la naturaleza, le hicieron decidir formar su propia institución.

El santuario del Liceo disponía de gimnasios (como también sucedía con la misma Academia), así como amplios jardines y pórticos, los cuales eran lugar de reunión en los que se paseaba, charlaba y discutía temas de actualidad mientras se caminaba. Aristóteles decidió entonces dar sus clases en el gimnasio del Liceo, terrenos con árboles y abundantes fuentes. El gimnasio, gigantesco, construido en la época de Pericles, poseía un perípatos, o sea, un paseo porticado, razón por la cual a la escuela aristotélica también se le conoce con el nombre de peripatética.

Aristóteles era entonces muy célebre, y su amistad con el rey debió permitirle acceder a métodos de investigación y estudio excepcionales. Por las mañanas nuestro filósofo se dedicaba a los cursos más complejos y difíciles de filosofía, digamos, "universitaria" (sus alumnos tomaban apuntes que, como veremos en la siguiente nota de la serie, resultarían fundamentales), llamados "esotéricos". Por la tarde se dirigía a un auditorio más amplio y popular, y allí les daba lecciones de retórica y dialéctica ("exotéricas"). Tanto en el Liceo como en la Academia había miembros jóvenes y avanzados, y cada uno vivía por su cuenta, y en ningún caso se pagaba ni recibía nadie remuneración ninguna. El escolarca, en ambas escuelas, no imponía ninguna doctrina ni postura, sino que espoleaba a los miembros a pensar críticamente y con originalidad.

Al morir Alejandro Magno en 323 antes de Cristo (muerte cuya causa sigue siendo un misterio), se desató inmediatamente en Atenas una exacerbada agitación antimacedona liderada por Demóstenes. Aristóteles había tramado amistad con Antípatros, un general macedonio de Filipo II, que había sido escogido por Alejandro cuando marchó a conquistar Asia en 334 a. de C. Pero aquel tuvo que marchar también poco después a Babilonia, y cuando se conoció la muerte del rey, Atenas quedó desguarnecida y en peligro de levantamiento. Ahora que Alejandro había muerto y Antípatros estaba lejos, Aristóteles era la principal cabeza visible de la simpatía macedonia. Acusado de impiedad (por el himno a Hermias mencionado), acusación que no era sino un pretexto para descargar sobre el estagirita todo el odio de los nacionalistas atenienses contra lo macedonio, nuestro pensador tuvo que partir apresuradamente de Atenas para salvar su vida. Como dijo, al parecer, lo hizo para "evitar que los atenienses cometieran un segundo crimen contra la filosofía", en evidente referencia a Sócrates y su juicio.

Llegó entonces a Eubea, donde poseía una finca con una casa herencia de su madre. Aquí permaneció Aristóteles unos meses, hasta el día de su muerte, a principios de otoño del año 322 antes de Cristo, a los 62 años de edad y aún en plena madurez mental. Parece ser que una enfermedad del estómago (cáncer o úlcera) fue la causa.

En su testamento cita a su hija menor, Pitia, llamada como su primera mujer; Herpilis, que había trabajado con el servicio de Aristóteles y con la que éste se casó al morir Pitia; y su hijo Nicómaco, fruto de su unión con Herpilis. Y especifica que sus restos mortales no se separen de Pitia, como ella misma había deseado.

Según parece, Aristóteles fue feliz en ambos matrimonios, y en esto también se separa de su maestro Platón (quien, probablemente, era homosexual), o el estoico Zenón o Epicuro, ambos solteros. Por no mencionar a los misóginos Teofrastro (que escribió un libro contra el matrimonio) o el mismo Sócrates, que despreciaba a la mujer. El mismo Teofrasto sería el encargado de seguir las enseñanzas de su maestro en el Liceo.

5.4.20

Heráclito (Fragmentos)

Heráclito de Éfeso: su entierro en estiércol | Chispa

1: Aunque este logos (fundamento o razón) existe siempre, los hombres se vuelven incapaces
de comprenderlo tanto antes de oírlo como cuando lo han oído por primera vez; en efecto, aun cuando todo/todas las cosas suceden según este logos, parecen inexpertos al experimentar palabras y hechos como los que yo describo siempre que distingo cada cosa según la naturaleza y muestro cómo es. Pero a los demás seres humanos se les ocultan cuántas cosas hacen despiertos, como se les ocultan cuántas hacen mientras duermen.

2: Por lo cual es necesario seguir lo común; pero aunque el logos (pensar) es común [a todo/s], la mayoría vive como si tuviera un pensamiento particular.

10: Conexiones: entero y no entero, convergente-divergente, consonante-disonante: de todo/todas las cosas, unidad y de uno/la unidad, todo/todas las cosas.

12: Para quienes están bañándose en los mismos ríos fluyen aguas distintas y distintas.

26: El ser humano enciende a sí mismo una luz en la noche cuando su vista se apaga; y mientras vive, al dormir está en contacto con quien está muerto y cuando está despierto con el que duerme.

30: Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre era, es y será fuego siempre vivo, que se enciende con medidas y se apaga con medidas.

32: Lo uno, el único sabio, quiere y no quiere llamarse con el nombre de Zeus.

51: No comprenden cómo lo diferente concuerda consigo mismo; armonía de tensiones opuestas como la del arco y la lira.

52: El tiempo vital es un niño que juega a las damas; su reino es el de un niño.

62: Inmortales-mortales, mortales-inmortales: éstos viven la muerte de aquéllos, aquéllos mueren la vida de éstos.

80: Conviene saber que la guerra es común, que la justicia [es] disputa y que todo/todas las cosas sucede/n según disputa y necesidad.

88: Lo mismo [en nosotros] lo que vive y muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo viejo; estos se cambian en aquellas y a su vez aquellas se cambian en estas.

103: Común, el principio y el fin para la circunferencia de un círculo.

123: La naturaleza ama ocultarse.

126: Las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo reseco se humedece.


Fragmentos”, en Los filósofos presocráticos, Madrid, Planeta-Agostini, 1998, pp. 23-97.

30.3.20

'Diálogos' de Platón (V): Laques



Diálogos de Platón: Primera Etapa: Socrática o de juventud (393-388 antes de Cristo)
-Apología de Sócrates: una defensa del maestro de Platón, condenado a muerte por la democracia ateniense.
-Critón, o del deber, en el que Sócrates rechaza escapar de la cárcel
-Ion, mención a un rapsoda homérica, que canta sobre la Ilíada y reflexiona sobre la inspiración poética.
-Lisis, diálogo referido a la amistad.
-Protágoras, que discute sobre los sofistas y su forma de dialogar y metodología.
-Laques, cuyo título hace mención a un general, en el que se trata del valor.
-Cármides, que trata sobre la sabiduría moral.
-Eutifrón, diálogo que estudia la piedad y si es adecuada o no la acusación.


Ubicado, como otros diálogos de la misma índole y características (como la Apología, Protágoras, etc.), dentro de los llamados Diálogos iniciales (o socráticos), Laques tiene una naturaleza bastante breve y se centra básicamente en la idea de poder definir una virtud, la del valor, y ello conduce otra cuestión no menos relevante, la a educación de los niños.

Este diálogo es un modelo de los de juventud, en el que en efecto, domina la breve extensión (sólo hay que compararlo con la República), la discusión de un tema ético, una estructura bastante sencilla y, finalmente, la conclusión aporética, es decir, aquella en la que se alcanza un callejón sin salida, y no se puede ofrecer una respuesta definitiva y preciosa. Con ello, la certeza inicial de la que hacen gala muchos de los interlocutores de Sócrates queda destruida.

Siguiendo el análisis que hace Carlos García Gual en su Introducción al diálogo en la edición de Gredos (Platón, Diálogos, Madrid, 1981, vol. 1, pág. 445), en efecto "resulta claro que la única conclusión válida de este coloquio es el rechazo de las opiniones admitidas sin previo análisis y el reconocimiento de la ignorancia de los interlocutores"

En cuanto a la fecha de su composición, parece ser que lo más razonable es suponer que tuvo lugar hacia el 420 antes de Cristo; ayuda a esta opinión el que posea un planteamiento sencillo y no introduzca casi ningún término filosófico complejo, de modo que cabe pensar que es anterior al Eutifrón. Temáticamente, el Laques se relaciona con el Protágoras, el cual analizará con más detalle algunos de los aspectos esbozados aquí. 

Platón contrapone, como expertos en el tema que va a tratar (recordemos, el valor), a dos personajes de carácter bastante distinto. En primer lugar, el fogoso Laques, que da título al diálogo y que combatió realmente con Sócrates en la retirada de Delión, el año 424 antes de Cristo. Laques elogia el comportamiento que tuvo el maestro de Platón en el campo de batalla y él mismo moriría en la batalla de Mantinea en 418 a. C.  Laques exhibe el temperamento ardiente, valiente y noble, pero algo simple, poco elegante o sutil. En segundo lugar tenemos a Nicias, que es educado, culto, un general ateniense respetado y probo ciudadano. Nicias moriría, a su vez, en la expedición ateniense contra Sicilia, descrita por Tucídides. La forma en que Platón perfila la personalidad de ambos es fina y elegante, y el diálogo presenta una gran vivacidad.

Además, a los dos generales les acompañan Lisímaco, que es hijo de Arístides y que ansía que sus hijos destaquen en Atenas gracias a la buena educación; Melesias, hijo a su vez de un jefe del partido aristocrático, rival de Pericles.

El encuentro acontece en algún gimnasio público de Atenas, tras asistir los participantes a la representación de una hoplomachía, esto es, un simulacro de combate con armas propias de los hoplitas, especialistas en este tipo de actos. 

Lisímaco y Melesias son ciudadanos atenienses respetados, pero cuyas vidas no han aportado nada a la sociedad. Por ello tratan de que sus hijos adquieran una formación que les eleve y brillen por encima de la mediocridad. Esto está relacionado con la presencia en la capital ateniense de sofistas que se "venden" como maestros de virtud para los jóvenes de las clases distinguidas.


Nicias hace ver en el diálogo que, en su opinión y recogiendo el estímulo de Sócrates, que la andreía, el valor, debe ser un cierto saber, una epistéme. ¿Por qué? Porque permite conocer lo que es y qué acción se halla entre lo temible y lo reconfortante: actuamos con más o menos valor en función de nuestra distancia a de esos dos extremos. Esta es una postura, digamos, "intelectual", a la cuestión. La definición que ofrece Nicias, sin embargo, será rechazada por Sócrates, dado que es inespecífica. 

El ardoroso Laques no está de acuerdo con lo dicho por Nicias. Previamente ya había propuesto que el valor forma parte de la virtud del temperamento. Por tanto, se halla como fuera de lo racional, pero éste es un extremo que refuta Sócrates igualmente. Y además, la andreía no se puede analizar específicamente, pues es parte integral de la areté (de la virtud, en genérico).

Y así llegamos a la "conclusión" del diálogo, que obviamente no existe, puesto que es aporético, como hemos mencionado. Ninguno de los dos generales es capaz de ofrecer una definición apurada, una explicación, de qué es aquello que les hace destacar (su valor). 

Sócrates se despide de Lisímaco, a quien promete volver a visitar en el futuro para poder hablar más acerca del importante tema de la educación de los jóvenes. La cuestión de la andreía será tratada, más adelante, por Platón en diálogos de madurez (como la República, 430b, y en las Leyes, 963c-e).

27.3.20

El culmen del racionalismo



"Arquímedes, para trasladar la tierra de lugar, sólo pedía un punto de apoyo firme e inmóvil; así yo también tendré derecho a concebir grandes esperanzas, si por ventura hallo tan sólo una cosa que sea cierta e indubitable. Así pues, supongo que todo lo que veo es falso; estoy persuadido de que nada de cuanto mi mendaz memoria me representa ha existido jamás; pienso que carezco de sentidos; creo que cuerpo, figura, extensión, momento, lugar no son sino quimeras de mi espíritu. ¿Qué podré, entonces, tener por verdadero? Acaso esto solo: que nada cierto hay en el mundo. Pero, ¿qué sé yo si no habrá otra cosa, distinta de las que acabo de reputar inciertas, y que sea absolutamente indudable? ¿No habrá un Dios, o algún otro poder, que me ponga en el espíritu estos pensamientos? Ello no es necesario: tal vez soy capaz de producirlos por mí mismo. Y yo mismo, al menos, ¿no soy algo? Ya he negado que yo tenga sentidos ni cuerpo. Con todo, titubeo, pues, ¿qué se sigue de eso? ¿Soy tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no puedo ser? Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra, ni espíritus ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo? Pues no: si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: "yo soy", "yo existo", es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu".

René Descartes, Meditaciones Metafísicas, Meditación Segunda.

24.3.20

Aristóteles (I): Introducción




















Durante todos los años de vida de este blog (vida que, en algunos momentos, ha estado a punto de apagarse para siempre...), hemos hablado, y seguimos haciéndolo, de pensadores y escuelas de la época clásica. Sin ir más lejos, de Platón hemos realizado dos series: una en la que hemos analizado aspectos concretos de su pensamiento; y otra, que mantenemos en la actualidad, en la que estudiamos sus Diálogos, uno por uno.

Pero, hasta el momento, apenas habíamos mencionado al otro "grande" de la época antigua: Aristóteles. Teniendo en cuenta que el blog posee ya una existencia de más de una década, no haberle dedicado ni una sola nota al que, quizá, es el más grande de los filósofos (no sólo en el tiempo clásico, sino de todos los tiempos), es una carencia injustificable. De modo que, con esta nota, iniciamos una nueva serie, dedicada al gran Estagirita. Recorreremos su vida, sus obras, su relación con el platonismo, la ciencia, la física, la metafísica, la psicología, la epistemología, la ética, la política y la estética según las vio el gran filósofo macedonio.

Las obras que empleamos para poder escribir esta serie de notas se recogen al final de la presente, pero en casi todas ellas vamos a emplear la totalidad de las fuentes. Hay, naturalmente, una cantidad ingente de manuales, textos y versiones más o menos fidedignas de las obras aristotélicas, pero nosotros nos vamos a ceñir a las citadas.

Aristóteles, sobretodo a lo largo de todo el periodo medieval, fue visto por muchos como el más grande y genuino pensador. Su prestigio era tal que todo lo que se relacionaba con la "razón humana" (así, en genérico) estaba directa o indirectamente ligado a las tesis y opiniones aristotélicas. Casi toda la filosofía propia de los pensadores cristianos, musulmanes o judíos está conectada con nuestro filósofo, y las cuestiones, disputaciones y comentarios que hicieron no son sino interpretaciones, hipóstasis y reelaboraciones de ideas, nociones y conceptos que brindó el gran estagirita.

Sin embargo, hay que ir con cuidado, porque precisamente toda esta sarta de reinterpretaciones y acomodaciones posteriores pueden (y, de hecho, así ha sido) ensombrecer y emborronar al Aristóteles original, dado que muchos (encadenados como estaban a sus respectivas religiones del Libro) quisieron encajarle como mejor se pudiera a sus propias creencias.

Es imposible (además de absurdo) separar a Aristóteles de su tiempo, de los valores imperantes tanto como de los prejuicios, pero hay que aceptar que, como señala Jesús Mosterín, "más allá de la inevitable caducidad de sus tesis, es esa aura de sentido común, inteligencia y serenidad lo que todavía sigue interesándonos y atrayéndonos" de Aristóteles.

El sabio de Estagira no hacía la típica distinción, como ahora, entre Ciencia y Filosofía; a él no se le podía etiquetar como científico o como filósofo, pues era ambas cosas. Es más, fue el fundador de la mayoría de las disciplinas filosóficas, y de otras que no tenían relación con ellas. Era tanto un astrónomo como un lógico, un crítico literario que un biólogo, un físico que un historiador... "Las dos culturas" no tendrían ninguno sentido para él, como tampoco para los renacentistas, como espíritu humano deberíamos recuperar en la actualidad, aprendiendo por igual (al menos en sus aspectos básicos) todas las ramas del saber y la cultura humanas.

Podríamos decir que Platón, el maestro de Aristóteles en la Academia, fue quien planteó todos los grandes problemas y cuestiones filósoficas que, con el transcurrir de los siglos y los milenios, los posteriores filósofos irían abordando cada una según sus propias nociones. Pero Aristóteles, el más creativo y el más sistemático de todos sus discípulos, fue quien ordenó, estructuró y organizó esos mismos problemas, y quien, además, elaboró todo un catálogo de conceptos para poder tratarlos y enunciarlos del mejor modo.

Es decir, en Platón lo que tenemos son extensos diálogos en los que la sistematización brilla por su ausencia, y en cambio domina una forma más dispersa, más literaria, sin seguir un orden, en la que los conceptos y las ideas a veces pueden quedar inconclusas, como sin llegar a ningún puerto al terminarlo. O puede ser difícil, por la misma naturaleza del diálogo, llegar a un concepto concreto. Aristóteles, por su parte, analiza todo de un modo parcelado, sistemático, y clarifica mucho la exposición, pese a que su prosa, cuyo motivo veremos, es ardua y nada agradable, al contrario que la forma dialogada tan bella de Platón.

Podríamos decir que la obra de Aristóteles es como un fresco de su tiempo, una especie de enciclopedia que recoge, sintetiza y resume los saberes de la época.

Hay una serie de conceptos fundamentales que recorren la obra filosófica de nuestro personaje. "Ser", "sustancia" y "propiedades", por ejemplo, son expresiones fundamentales para poder comprender su Metafísica. Todos estos conceptos los iremos tratando a su tiempo en esta serie.

La Física aristotélica, por su parte, es el estudio de la naturaleza, que comprende su teoría del mundo y, dentro de la cual, también encontramos la noción de hombre. Para el sabio macedonio, el hombre no es más que un tipo especial de animal, el "zoon politikón" (en griego, o animal político), que además de poseer vida y facultades perceptivas de su entorno, posee entendimiento, que le permite conocer las causas de lo que sucede. Y su mismo comportamiento puede seguir unas pautas que constituyen el "saber práctico" (o Ética), el cual se relaciona en último término con ese otro tipo de saber que permite al hombre vivir en sociedad, en comunidad, y que debe regir su comportamiento social (Política).

Éstas son algunas de las temáticas que iremos viendo a lo largo de esta serie. Os invitamos a descubrir al gran filósofo macedonio con nosotros.


-Bibliografía empleada en la presente serie:

-Historia de la Filosofía, F. Copleston, Volumen 1 (Grecia y Roma), Ariel, Barcelona, 2004.
-Aristóteles, J. Mosterín, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
-Aristóteles, Obras (con estudio introductorio de Miguel Candel), Gredos, Barcelona, 2011.
-Historia de la Filosofía, Nicolás Abbagnano, Volumen 1 (Filosofía antigua - Filosofía patrística - Filosofía escolástica), Hora, Barcelona, 1994.
-La filosofía griega, B. Parain (dir.), Siglo XXI, Madrid, 2002.
-Historia de la Filosofía, J.R. Ayllón, M. Izquierdo y C. Díaz, Ariel, Barcelona, 2005.

21.3.20

'Diálogos' de Platón (IV): Critón

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Diálogos de Platón: Primera Etapa: Socrática o de juventud (393-388 antes de Cristo)
-Apología de Sócrates: una defensa del maestro de Platón, condenado a muerte por la democracia ateniense.
-Critón, o del deber, en el que Sócrates rechaza escapar de la cárcel
-Ion, mención a un rapsoda homérica, que canta sobre la Ilíada y reflexiona sobre la inspiración poética.
-Lisis, diálogo referido a la amistad.
-Protágoras, que discute sobre los sofistas y su forma de dialogar y metodología.
-Laques, cuyo título hace mención a un general, en el que se trata del valor.
-Cármides, que trata sobre la sabiduría moral.
-Eutifrón, diálogo que estudia la piedad y si es adecuada o no la acusación.

El Critón es el diálogo más breve de entre los escritos por Platón en su primera época. Su nombre hace referencia a un amigo de Sócrates, Critón, acaudalado y con cierta capacidad de manejar a personas a través de su fortuna. Y que se presta a ayudar del mismo modo al maestro de Platón para que huya de Atenas y pueda salvar la vida.

Por su contenido, este diálogo se enlaza con la Apología de Sócrates, que ya analizamos, aunque no está claro si realmente "sigue" a este; su redacción podría ser algo posterior, pero también casi simultánea. Hay quien aporta la fecha del 396 antes de Cristo como fecha probable de composición (María Rico Gómez, en su edición del Critón: Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 1986). La idea discutida aquí es la de tomar decisiones que puedan salvar a uno de la muerte (o, en su defecto, de algo que nos resulte pernicioso) violando las leyes que determinan lo contrario. En el caso de Sócrates, la prisión y su inminente ejecución representan la sentencia, el dictamen de la Ley.

El Critón, seguramente a causa de su carácter primerizo y tan escueto, no pretende dar una definición general de un concepto ni de rechazar un argumento porque tiene algún defecto de razonamiento; es más, a lo largo del diálogo da la impresión de que estamos analizando conceptos, pero incluso así todo está supeditado a la idea básica del texto: la decisión que se toma y por qué.

Cuando uno decide seguir las leyes debe hacerlo hasta el último momento, hasta la última consecuencia. No tiene sentido que, cuando la circunstancia sea adversa a nuestros propios intereses, la rechacemos o intentemos saltárnosla. Esto se relaciona con el "acto heroico", acto que es en principio motivo de admiración para todo hombre. Pero si uno decide llevarlo a cabo no puede retirarse cuando está en condiciones ya de lograrlo; ello supondría una vergüenza para dicho sujeto. Actuar heroicamente es hacerlo, a través de una decisión personal y única, adecuadamente a una idea o un deber moral. Incluso aunque ello suponga dificultad o contraprestación para quien la ejecuta.

Entre la condena de Sócrates y su ejecución debió transcurrir un mes, aproximadamente. Este tiempo exageradamente largo, y angustioso para el común de los mortales, fue consecuencia de la procesión que, anualmente, enviaba Atenas a Delos en recuerdo de la victoria de Teseo sobre el Minotauro. Durante el trayecto de ida y vuelta estaba prohibido ejecutar cualquier sentencia de muerte.

Durante ese tiempo, Sócrates fue invitado (no cabe duda al respecto) a huir de la prisión, por parte de Critón y de otros amigos del sabio ateniense. La causa de esta petición estribaba en la irritación que aquellos sentían por la sentencia, a todas luces injusta. El diálogo nace precisamente de esa petición, y a lo largo de las pocas páginas de que consta Sócrates nos muestra su posición.

La razón es lo que debe prevalecer siempre. Esto significa que si los razonamientos son correctos hay que seguirla; y no tiene valor hacerlo cuando no nos afectan o no tiene implicaciones en nosotros directamente. Es precisamente al afectarnos cuando hemos de seguirlos aún más firmemente. Que haya un peligro para nosotros no obsta de ser rectos y seguir la Ley; en eso consiste el heroísmo. 

Por tanto, si Sócrates aceptase el ofrecimiento de sus amigos, salvaría la vida, sí, pero incumpliría la ley, la violaría. Si consideramos que la ley es injusta lo que hay que hacer es tratar de convencer al pueblo de que lo es, para que con el consenso se pueda modificar; pero no tiene sentido es vulnerarla y huir. Con ello sólo se logra que el pueblo considere falso, hipócrita y cobarde a aquel que antes promulgaba el seguimiento recto de las leyes y la democracia.

Platón emplea el genial recurso de la prosopopeya (es decir, personificar o atribuir a los seres inanimados facultades propia de los seres humanos; en este caso las leyes hablan en boca del propio Sócrates) para explicar por qué hay que acatar las leyes:

“Dime, Sócrates, ¿qué tienes proyectado hacer? ¿No es cierto que, con esta acción que intentas, proyectas destruirnos a nosotras las leyes y a toda la ciudad, en lo que de ti depende? ¿Te parece a ti posible que pueda aún existir sin arruinarse una ciudad en la que los juicios que se producen no tienen ningún poder, sino que son destruidos por particulares y resultan nulos?” (50b)

Los individuos no deben poseer la facultad de escoger la decisión, de elegir cuál es su castigo o su responsabilidad; eso atañe a las leyes. Hay, pues, que obedecerlas. Uno puede acatarlas aun sabiendo que ha sido injustamente condenado, pero no por las leyes, sino por la errónea aplicación de ellas que hacen los hombres. Pero, al huir, al renegar de las leyes y de la decisión que se ha tomado en base a ellas, se genera un mal como producto de otro mal.

"En fin, Sócrates, obedécenos a nosotras, que te hemos criado, y ni a tus hijos ni a tu vida ni a ninguna otra cosa estimes en más que a la justicia, para que, al llegar al Hades, puedas alegar en tu defensa esto ante los que allí gobiernan. Pues aquí, es evidente que obrar de tal modo ni para ti ni para ninguno de los tuyos es mejor, ni más justo ni más piadoso, ni tampoco será mejor cuando llegues allí. Si te marchas ahora, te vas habiendo sido condenado injustamente no por nosotras, las leyes, sino por los hombres. En cambio, si huyes de forma tan vergonzosa, devolviendo injuria por injuria, mal por mal, habiendo quebrantado tus acuerdos y tus pactos con nosotras, y habiendo hecho daño a los que menos conviene, a ti mismo, a tus amigos, a la patria y a nosotras, entonces nosotras, mientras vivas, estaremos irritadas contigo, y allí, en el Hades, nuestras hermanas las leyes no te recibirán bien, sabiendo que intentaste destruirnos en la medida de tus fuerzas. Vamos, que no te convenza Critón a hacer lo que dice más que nosotras" (54b)

Por consiguiente, lo que tenemos con este diálogo es la defensa de las leyes de la pólis por parte de Sócrates, que acepta su propio destino marcado por ellas aun a costa de su misma integridad y para su fatal final; pero la ciudad sale ganando, porque triunfan las leyes (aunque su aplicación sea equivocada). Podemos ver aquí una cierta crítica política, en tanto que parece que la Atenas de Pericles va lentamente sucumbiendo ante otra forma de gobernar y de hacer política. 

Así pues, podríamos concluir diciendo que el Critón expone dos aspectos del hombre en relación con la pólis: por un lado, el ideal de perseguir la virtud en toda circunstancia, tratando de ser incorruptible, y por otro, y relacionado con el anterior, asumir las leyes de la ciudad como propias, obedecerlas y rechazar cualquier tentación (como la propuesta por Critón) de abandonar y huir para salvar la vida.

Algunas ediciones on-line de "Critón":


Juan Escoto Erígena





















El Imperio de Bizancio fue organizado y dirigido por Carlomagno a partir del año 768, quien se mostró tan excelso en labores de gobierno como en tareas guerreras. A la muerte del emperador, en 814, le sucedió Luis el Piadoso, el heredero del Imperio. Una vez disuelto este, y muerto asimismo Luis, en 840, el reino de Francia pasó a estar bajo mano de Carlos el Calvo, con quien se logró una importante recuperación cultural.

Hacia esos años llegaron a la corte carolingia algunas obras de "San Dionisio Areopagita" (hoy, Pseudo-Dionisio), y el profesor de la escuela palatina Juan Escoto Erígena, monje irlandés, las tradujo al latín por petición del emperador. Había emigrado a Francia en 1840, a los treinta años.

Erígena compuso otras obras: Sobre la predestinación, por la que casi fue acusado de herejía; un comentario a la Jerarquía celeste, del Pseudo-Dionisio, otro más acerca del Evangelio de san Juan y los cinco libros de De divisione naturae, su obra más relevante. 

El medievalista Étienne Gilson afirma acerca de Erígena que el sentido de su doctrina es íntimamente dependiente de la relación entre la fe y la razón. La naturaleza humana tiene, por deseo innato, el ansia de conocer la verdad. Tras el pecado original, que ensombreció la razón, sólo quedó para el hombre una "física" que únicamente le permitió conocer aspectos naturales del mundo y le hizo ver la necesidad de una causa creadora. Pero desde Cristo la razón ya no estaba huérfana, y debió acatar la verdad que le es revelada por Dios. Por tanto, para comprender la verdad es preciso creerla, como había afirmado Isaías (y que San Agustin retomó). Ahora bien, el mismo Dios desea que ejercitemos la razón, porque la fe debe generar en nosotros el deseo de que también la exploremos racionalmente.

Dios ha brindando la fe al hombre, sí, pero no para que se limite a ella, sino para que sea la fuerza que sirva para desarrollar en "la criatura racional el conocimiento de su Creador". Algunos pasajes de las Escrituras cabe interpretarlos, simbólicamente, ya que para el Erígena la teología es "un tipo de poesía".

En una muy famosa cita de nuestro pensador, "la verdadera filosofía es verdadera religión, y a la inversa, la verdadera religión es verdadera filosofía". Esta expresión debe comprenderse con arreglo a lo que se acaba de decir. Y por ello mismo puede vérsele, a Erígena, tanto como un cristiano ortodoxo que como un racionalista.

La razón debe entender lo que cree. Bien. Pero, ¿cuál debe ser el método para ello? Erígena nos dice que la dialéctica platónica. Emplearemos la doble operación de división y análisis: por la primera iremos pasando géneros universales hasta los particulares, hasta alcanzar finalmente a los individuos; por el segundo, recompondremos en unidad los géneros supremos, los cuales no son conceptos lógicos sino  los propios individuos.

Escoto Erígena analiza el término Naturaleza y sus implicaciones en una famosa descripción. En su conjunto, la naturaleza se presenta en cuatro ramificaciones, como recoge en De divisione naturae, una obra de genuina raíz platónica, y en la que sigue a San Agustin.

1-Naturaleza que crea y no es creada.
2-Naturaleza que crea y es creada.
3-Naturaleza que no crea y es creada, y
4-Naturaleza que no crea ni es creada.

En palabras de Nicolas Abbagnano: "La primera naturaleza crea y no es creada; y es la causa de todo lo que existe y no existe. La segunda es creada y crea; y es el conjunto de las causas primordiales. La tercera es creada y no crea y es el conjunto de todo lo que se engendra en el espacio y en el tiempo. La cuarta no crea ν no es creada, y es Dios mismo como fin último de la creación".

La primera (1) de estas naturalezas es Dios, obviamente. Es naturaleza que crea pero no es creada, y por ello es el principio de todas las cosas. La cuarta (4) es igualmente Dios, pero en su estadio final, de reposo, como fin de su propia actividad y de los productos que ha generado. La segunda naturaleza (2), que crea y es creada, corresponde a las Ideas, al Verbo. O, más bien, son creadas porque emanan del Verbo, pero nunca existió un Verbo sin las ideas. Finalmente, la Naturaleza que es creada y no crea (3) son las criaturas, formadas a partir de las ideas, de las que participan, del mismo como las ideas participan de Dios.

Pero esta división de la Naturaleza (según el Erígena, ésta es el "acto por medio del cual Dios se expresa a sí mismo") no tiene por qué implicar el panteísmo, pero lo cierto es que subyace una cierta identificación en este sentido. El mundo sensible sería una teofanía, de modo que Dios se "revela en su obra".

Ahora bien, en la Naturaleza no todo es ser. También se incluye, de algún modo, el no ser. Bien mirado, todo "ser algo" es a la vez el "no-ser" de algo (porque, siendo lo que es, no puede ser otras cosas). Y, también, si "ser" es lo que podemos comprender y percibir, todo aquello que no lo sea formará parte del no-ser. 

Como comenta Abbagnano, "circula por toda la obra de Juan Escoto el sentido del valor superior y divino del hombre. El pesimismo propio de los escritores cristianos y del mismo Agustín sobre la naturaleza y los destinos del hombre, se atenúa en él hasta transformarse en exaltación del hombre, de sus capacidades y de su éxito final". El hombre participa de todo: comprende como el ángel, razona como hombre, siente como, vive como gusano, posee alma y cuerpo... De hecho, se podría ver al hombre como superior al ángel, pues posee cuerpo, sensibilidad y movimiento. 

El pecado es lo que aleja al hombre de Dios; si no pecase, nada le apartaría de él... y podría participar en la perfección. El hombre es su entendimiento, y la perfección del hombre es tan grande que ni siquiera el pecado original pudo destruirla. El hombre, con él, perdió no su naturaleza, sino su felicidad. 

La misma muerte del hombre es el inicio de un ascenso que le llevará a identificarse con Dios. Lo que hará será retornar al estado previo al pecado. El hombre se disolverá en sus cuatro elementos constitutivos; luego resucitará en un nuevo cuerpo; después el cuerpo será transformado en espíritu. En la última fase, la naturaleza humana volverá a sus causas primeras, que se hayan en Dios, y se moverá con él. 

Pero esto no será una pérdida del hombre en Dios, sino permanecer en su verdadera sustancia, integrada en las causas primeras y subsistiendo en la perfección divina.

El mal no es una realidad, sino una negación de ella. Dios no puede conocer el mal, su conocimiento debe ser creador. Todo lo que es, es pensamiento divino. Si conociera Dios el mal, el mal sería una realidad en el mundo. Pero no es nada real, ni sustancial. Lo que hace pecar no es la apariencia bella, sino la disposición del que la ve así. La pena que recaerá, tarde o temprano, en aquel que peca no es una decisión predestinada de Dios, pues ella es igualmente dolor y carencia, no realidad positiva. La pena y el pecado no se hallan en la mente divina, que sólo posee el bien y el ser. 

Por tanto, el mal es el pecado, la carencia o ausencia de voluntad. La voluntad libre es el libre albedrío, en Erígena, al contrario que para san Agustín, quien la entendía como voluntad de bien. En nuestro autor, la voluntad libre tiene la opción de decantarse por el bien o por el mal. Sin esa capacidad el hombre no sería plenamente libre.

Con sagacidad, Erígena observa que la justicia es dar a cada uno lo suyo y que Dios reconozca a cada hombre el mérito de haber seguido sus mandatos. Pero si el hombre no pudiese hacer más que el bien, ¿qué valor y sentido tendrían esos mandatos? Dios otorgó el libre albedrío para que el hombre pudiera pecar o no pecar. 

La idea de un "infierno material" adonde llevar a los "condenados" no tiene cabida en un universo cuya materia ha vuelto a sus principios inteligibles. Es, dice Erígena, un residuo de superstición pagada que el cristianismo debe superar. La beatificación o condenación de cada uno tendrá lugar en su conciencia, porque la auténtica muerte es la "ignorancia de la verdad".

Juan Escoto Erígena es una isla maravillosamente fresca y genuina en el pensamiento medieval, que aparece de improviso en el siglo IX, precedida de una pobreza cultural y de investigación tristemente evidentes. Fue un espíritu libre, de gran capacidad especulativa. Resulta casi, como señala Abbagnano, "un milagro" en el árido panorama filosófico de este periodo. El mismo autor italiano nos indica su relevancia: "La obra de Juan Escoto ha tenido una importancia decisiva para la ulterior evolución de la escolástica [...] En la especulación posterior no hay filósofo de la escolástica que no se relacione con él directa o polémicamente".

Sus análisis tratarán todos los aspectos y problemas fundamentales de la escolástica. Erígena representa, pues, una mente valiente y crítica, asombrosamente lúcida en un tiempo en el que, tras su muerte, la cultura cristiana occidental iba a entrar, nuevamente, en un periodo de aislamiento y mediocridad.

(Nota: Para la realización de esta entrada nos hemos basado en la Historia de la Filosofía, de Juan Carlos García-Borrón, Volumen II)

Diálogos de Platón (VI): "Gorgias"

Gorgias es el cuarto diálogo más extenso de toda la obra platónica. Con Gorgias se inicia el grupo de diálogos que se consideran " de ...