10.3.15

Francisco Giner de los Ríos (II): Antropología


-Antropología.

Una buena manera de captar la idea de antropología que animaba a Francisco Giner de los Ríos es sintetizarla mediante una sola palabra: optimismo. Su optimismo impactó de lleno con el ánimo contrario, el pesimismo, que llenaba la tradición católica. En efecto, ésta había hecho de la naturaleza humana, corrompida y plagada de maldad a partir del pecado original, algo ante lo que cabía luchar, reprimiendo los deseos y las pasiones. La única forma de conseguir esto, se decía, era promoviendo una pedagogía que tuviera el rigor necesario (es decir, que se caracterizara por amenazas, castigos y falta de libertad, lo que traducía en escasa creatividad, en uniformidad de pensamiento, etc.). Casi se podría decir que era una pedagogía hecha para cohibir, para reprimir. Y aunque tuvo, como es lógico, su parte positiva, estaba muy lejos del espíritu krausista, y mucho más del de Francisco Giner de los Ríos.

En efecto, leamos a Manual Sances (de quien, nuevamente, nos valemos para estas notas, gracias a su Historia de la Filosofía Española Contemporánea, Síntesis, Madrid, 2010), quien nos dice que…: “Giner concibió al hombre como un ser racional y libre, como una persona integral que busca el amor y la expansión y no tanto el placer o la gratificación, y como un ser radicalmente ético que busca realizar un proyecto de vida”. La razón y la libertad son dos de las virtudes básicas que construyen el espíritu humano, un espíritu abierto a otros hombres y a Dios; pero, no hay que olvidar la indudable individualidad de la persona que, no obstante, sólo en comunidad logra desarrollarse plenamente.

Ahora bien, no porque todos los hombres alcancen la madurez de su espíritu en contacto con los demás significa ello que todos seamos iguales. Por supuesto, todos poseemos una misma naturaleza, pero cada uno de nosotros es diferente. Así, Giner de los Ríos plantea que en esa doble perspectiva individual/colectiva que nos configura, si bien hay que aceptar la parte común como notable característica de todos (el hombre es especie, género, grupo…), es la otra parte, la individual, la que recoge la auténtica esencia. Serán la racionalidad, la libertad y la armonía del cuerpo y espíritu los tres elementos básicos que configurarán al hombre.

A)    Racionalidad.

Es muy obvia la influencia ilustrada en la fe en la razón que nutre el optimismo de Giner de los Ríos. La razón es imprescindible para llegar a la verdad, es decir, llegar a Dios, y lo logra a través del mundo y del comportamiento ético, y esto es posible porque ambas son manifestaciones de la esencia divina. El mal no existe, no tiene entidad ninguna; el mal es únicamente des-conocimiento, error. Toda acción inteligente es buena. Si no hay mal, si las acciones llamadas ‘malas’ son realmente un producto del desconocimiento, entonces no hay pecado y la maldad moral es inexistente. Por tanto, no hay que sentirse culpable. La ciencia y la bondad moral, que se pueden descubrir o despertar, mejoran el conocimiento y nuestro comportamiento ético.

B)    Libertad.

Totalmente básica y fundamental, la libertad en el hombre le permite crear, en ciencia, religión, etc. Sin esa libertad, el ser espiritual no sería posible; gracias a ella, nos parecemos a Dios. Cuando obramos libremente, sin coacciones, sin impedimentos, sin dejarnos arrastrar por influencias externas, realizamos plenamente nuestro ser.

C)    Armonía corporal y espiritual.

El hombre es visto como unión armónica entre cuerpo y espíritu. En cada una de las acciones, de los actos que emprendemos, a veces domina uno u otro, cuerpo y espíritu, y las propiedades de ambos nunca se dan puras. En el arte, según Giner de los Ríos, se da la plena actividad del espíritu. El arte no existe sólo allá donde hay algo bello, sino que toda forma de actividad espiritual está preñada de él, si ésta es armónica, completa, si se consigue aglutinar el ser, pensar y obrar en ella misma, en una misma actividad del ser. Dicha unidad es la clave del arte: hay que entender que todo está en todo, que todo dice relación a todo.


Por otro lado, Giner, consciente de los avances que la ciencia estaba proporcionando, admite que necesita incorporarlos a su antropología. Pero lo hará, como no podía ser menos, no abrazando simplemente la psicología científica, de corte positivista, de un modo insensato o incongruente con los postulados y la base del krausismo. Así es, en efecto, la metafísica no se debe desechar; al contrario, hay que seguir dándole la entrada necesaria en nuestra comprensión de la persona, pero combinándola con los nuevos saberes con que se iban nutriendo sus tiempos. Ello dará sus frutos, o cristalizará, en una nueva sociología con ropajes científico-positivistas. En este sentido Giner expone su concepto de “persona social”, que retoma lo que ya hemos visto: Giner “distingue entre individuo y persona, en cuanto, en todo hombre hay una doble referencia: la humanidad, en cuanto todo hombre es expresión de la naturaleza humana total y el individuo, en cuanto esa misma naturaleza se desarrolla de modo particular en cada uno de los hombres”. Habla, ahora Giner de los Ríos: “Tan cierto es que soy igual a todos como que de todos son distinto, sin que pueda confundir un término con otro. Sólo que es la dualidad en la unidad, siendo yo mismo singular y general, todo y parte, ser y sujeto”.

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