5.11.19

La Academia Antigua: Jenócrates





















Jenócrates, nacido en el año 396 antes de Cristo, fue el sucesor de Espeusipo como escolarca de la Academia platónica, cargo en el que permaneció 25 años, hasta su muerte.

De él se dice que fue un fiel seguidor y discípulo de las doctrinas de su maestro, Platón. Fue con él durante su viaje a Sicilia, y al amenazar Dioniso con decapitar al gran filósofo ateniense, Jenócrates que deberían decapitarle a él primero.

Llevó una vida sencilla y austera, rayana en la pobreza, y no era tan rápido de mente como otros alumnos de Platón, pero sí muy trabajador. Muchas veces el sudor suple al talento natural, o al menos permite que la carencia de este sea compensada.


Muy apreciado en su época, se dice que incluso el mismo Alejandro Magno le admiraba, y no dudó en brindarle cincuenta talentos por su trabajo. Escribió varias obras de filosofía (política, naturaleza, arte, etc.) y tuvo como discípulos a nada menos que Epicuro, Crantor y Zenón de Citio (no confundir con Zenón de Elea).


Jenócrates gustaba de hacer divisiones tripartitas dentro del mundo del pensamiento. Así, dividió las filosofía en tres ramas: Lógica, Física y Moral. Una de sus grandes apuestas fue dotar de contenido e importancia filosóficas a las doctrinas matemáticas, tratando de ver en ellas el conocimiento de las ideas platónicas. Hay una evidente tentativa de armonizar los números con el idealismo platónico. Como en los números está la esencia de las cosas, recogiendo la idea básica de Pitágoras de Samos, la unidad y la díada son los dioses que dirigen el mundo. El alma constituye un número que se mueve por sí mismo, y los números representan los distintos grados a través de los cuales Dios desciende del cielo a la Tierra.


Aquí se ve una especie de mitología pitagórica. La realidad es para Jenócrates una combinación, también tripartita, de objetos que pueden ser percibidos, otros que pueden ser opinables y finalmente otros que son verdaderamente conocidos. Del mismo modo, el ser humano se divide en tres partes: mente, cuerpo y alma


Si Espeusipo, el escolarca anterior a Jenócrates, no admitía que el Bien pudiera estar en lo Uno, dado que eso hubiera supuesto que el Mal estuviera en lo Múltiple (y algo hecho por Dios no puede poseer el Mal), Jenócrates es mucho más audaz y asume que todos los seres, dado que participan tanto del Uno como de lo Múltiple, deben poseer o relacionarse de algún modo con el Mal.


Distinguía Jenócrates, como no podía ser de otra manera, tres mundos: el sublunar, el celeste y el supraceleste. Y en los tres coexisten criaturas buenas con malas. "Demonios" los hay por todas partes; algunos son buenos, otros malos. De este modo, Jenócrates podía explicar por qué los dioses realizaban malas acciones, así como que hubiera cultos fuera de la moral establecida. De este modo, las acciones perniciosas las llevarían a cabo los demonios malos, y los cultos "inmorales" serían ejecutados y dirigidos a los demonios malos.


Sostuvo Jenócrates que incluso las partes irracionales del alma sobreviven pasada la muerte. Y es de destacar su doctrina vegetariana (sin duda influida por las enseñanzas pitagóricas), según la cual se abstenía de comer carne y condenaba esas prácticas porque pensaba que al comer carne dominaría lo irracional sobre lo racional.


Jenócrates gustaba de analizar y estudiar especialmente el diálogo platónico Timeo, obra a la que apreciaba mucho y comentaba siempre que podía. Según Diógenes Laercio, "como era sumamente modesto y enemigo del fausto, pasaba muchas muchas veces al día meditando, y aun destinaba, según dicen, una hora al silencio". Muestra de su frugalidad fue que, del dinero enviado para él por Alejandro Magno, se quedó con una pequeña parte y devolvió el resto, porque según dijo necesitaba de más reservas económicas aquel que debía mantener a tantas personas. 


Jenócrates murió a la avanzadísima edad, para la época, de 82 años, un día del 314 antes de Cristo.

4.11.19

La filosofía del lenguaje de Bertrand Russell (y III)





















-Los hechos y la verdad

Recordemos que, según la teoría del significado de Russell, el significado de un nombre es la entidad que sustituye; el de un predicado sería la propiedad o la relación que implica y, finalmente, el significado de una oración el hecho que ella misma representa. Por tanto, aquí no hay la dupla sentido/referencia propia de Frege, como vimos en su nota respectiva. Por otro lado, respecto a la epistemología del propio Russell, él creía que el saber de la realidad que poseemos se puede reducir a un conocimiento por familiarización, un saber directo de los componentes que lo integran.


En conjunto, lo que tenemos aquí es una teoría atomista (porque la realidad la configuran elementos últimos, y el lenguaje es susceptible de análisis hasta esos elementos finales) y realista, porque la relación que da su significado al lenguaje es de correspondencia entre este y la realidad, aunque esta última sea independiente del propio lenguaje. Esta relación se vertebra a través del hecho de nombrar y del hecho de representar. "Nombrar es la relación propia de los nombres, mientras que representar es la que acometen los enunciados", como comenta Eduardo de Bustos, cuya obra seguimos aquí (Filosofía del Lenguaje, UNED, 2006, Madrid)


Pero los enunciados no nombran, sólo representan. Cada hecho del mundo está en relación con dos enunciados, uno de los cuales es la pura negación del otro. Los hechos son los que definen la verdad de las proposiciones, pero no son verdaderos ni falsos por sí mismos. Sólo son verdaderas o falsas las creencias, y todo enunciado es el objeto de una creencia, puesto que toda creencia consiste en afirmar que un enunciado es verdadero o falso. ¿Y qué hace verdadero a un enunciado? La existencia de un hecho.

-La crítica de F. J. Strawson a la teoría de las descripciones de Russell

Esta crítica de Strawson puede resumirse en una conclusión devastadora para alguien como Bertrand Russell, que estaba convencido de la estructura lógica del lenguaje natural. Lo que afirmó Strawson fue lo siguiente.

No hay en el lenguaje natural una lógica exacta. En otras palabras, no hay en las expresiones que se utilizan de ordinario nada que logre asignarles una forma lógica que se mantenga inalterable y constante en todo contexto ni en todo uso. Y esto porque hay oraciones en el lenguaje común que son significativas, pero a las cuales no es posible darles un valor de verdad.

Strawson emprende su crítica rechazando que existan nombres lógicamente propios, porque no los hay en el lenguaje natural, no hay categorías lingüísticas que aseguren sin duda la existencia siempre de un referente. Las oraciones no son verdaderas o falsas, sino que se emplean para hacer afirmaciones que sí son, estas últimas, verdaderas o falsas.

Para que en una oración se le asigne un valor veritativo se requieren de unas condiciones, entre las cuales está que el uso realizado de la expresión sea correcto, o sea, que en ese uso a la expresión nominal le corresponda una referencia.

No se trata ya de que las descripciones que cumplen la función de sujeto en algunas oraciones puedan tener una referencia vacía e inexistente, sino de que todas las expresiones que valen como sujetos de las oraciones provocan ese mismo problema.

Strawson insiste en que las oraciones pueden tener significado son que sean enunciados (sin que seas verdaderas o falsas). Una oración tendrá significado con la condición suficiente de si es posible imaginar una circunstancia en la que su uso tendría como resultado un enunciado verdadero o falso. Por tanto, será en esas condiciones, cuando la oración se usa, y se hace un enunciado con ella, cuando puede decirse al fin que la oración adquiere en sí misma una referencia.

24.10.19

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"Los maestros emplean las calificaciones y el miedo al fracaso para moldear el cerebro de los jóvenes hasta que pierden la última gota de la imaginación que podrían haber poseído"

Paul K. Feyerabend (1924-1994)

La Academia Antigua: Espeusipo



Ya vimos tiempo atrás algunas características generales y los miembros principales de la Academia platónica, en sus distintas etapas. En esta nota vamos a conocer un poco mejor a uno de los más importantes miembros de la Academia Antigua.

-Espeusipo:

Fue el primer escolarca, que entró a dirigir la Academia justo tras la muerte de Platón, acaecida en -348. Se dice que Aristóteles, al conocer este hecho, abandonó Atenas, puede que molesto por no haber sido nombrado él mismo el sucesor del gran ateniense. Sin embargo, Aristóteles era macedonio; y los no atenienses tenían vedados cargos de ese calibre, por lo que de todos modos no hubiera podido dirigir la Academia de su maestro.

Espeusipo era sobrino de Platón, hijo de una de sus hermanas. Apenas tenemos de él más que unas breves referencias de Aristóteles, y en general las obras de los escolarcas en ningún caso nos han llegado completas.

Uno de los objetivos de Espeusipo fue desarrollar y aplicar las enseñanzas dadas por su tío en los años finales de su vida. Pero Espeusipo modificó el dualismo platónico, el relativo al conocimiento-percepción, de modo que para él la realidad consistía en números matemáticos. De hecho revitalizó, por así decir, la teoría de los números pitagórica, haciéndola equiparable en relevancia a la teoría platónica de las ideas.

Hay varios tipos de sustancias y las esencias "proceden de la Unidad y la Multiplicidad absolutas, y ponía el Bien al final del proceso del devenir y no al inicio" (F. Copleston, Historia de la Filosofía, vol. 1). Y esto es así porque el Bien estará en aquellos seres que han alcanzado cierto desarrollo.


La Razón o Dios es uno de los seres animados o substancias que proceden del Uno, a quien seguramente Espeusipo identificaba con el Alma del mundo. Las almas humanas, por su parte, son igualmente inmortales. Fue este autor crítico con ciertos diálogos platónicos, y en especial con el Timeo, del que decía que no recogía el relato de la creación tal cual sucedió, sino sólo como una forma de exponerlo, para que se pueda comprender, porque en realidad el mundo no ha tenido un comienzo en el tiempo. En armonía con otros pensadores de la época, o incluso algunos anteriores (como Anaxágoras de Clazómenas, por ejemplo), identificó o asimiló a los dioses con fuerzas físicas, opinión que le valió la acusación, tan frecuente, de ateísmo.


Según Diógemes Laercio, Espeusipo escribió algunos diálogos propios. Era macedonio (como su compañero en la Academia, Aristóteles), de corte aristocrático y al parecer seguidor y defensor de Dión. En la época de este escolarca fueron importantes las discusiones y estudios acerca de las figuras discursivas empleadas, de tal modo que en tiempos de Espeusipo se dio construcción y forma a estas figuras, las cuales son muy conocidas actualmente (sinonimia, homonimia, paronimia, etc.).


Se cuenta que en vida le propuso a un rico, que amaba a una mujer fea, que si le daba diez talentos le conseguiría otra más hermosa para que fuera más feliz. Según Plutarco, Espeusipo murió de piojos, pero según otras fuente se suicidó. En todo caso, murió a los 47 años, en el 339 antes de Cristo.

15.10.19

Michel de Montaigne

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Si hay un hombre que encarna el retorno del hombre a sí mismo, dejando atrás la esencia medieval para iniciar el cambio renacentista, ese es Michel de Montaigne (1533-1592).

Nacido en el castillo de Montaigne, un pueblecito francés cercano a Burdeos, Michel fue educado por su padre con un método pedagógico en el que se excluía toda coacción y rigor. Siendo muy pequeño fue enviado a vivir con gente pobre para que supiera y conociera lo que era la dura vida campesina. No aprendió el francés hasta los ocho años, siendo el latín su lengua materna; incluso los empleados del castillo tenían prohibido dirigirse al niño en francés porque su padre deseaba que su hijo hablase el latín con toda naturalidad. Gracias a la buena posición social y económica de su padre, Michel pudo estudiar en el Collège de Guyenne de la ciudad francesa mencionada arriba. Obtuvo el grado en Derecho y fue consejero del Parlamento de Burdeos (1557). Sus trabajos como magistrado se prolongaron hasta 1566. Finalmente, a los 38 años, decidió retirarse a su castillo para dedicarse al estudio.

Naturalmente, el fruto de ese estudio y el análisis de sí mismo, que es el auténtico interés de Montaigne (la "pintura del yo"), cristaliza en sus monumentales Ensayos, título con el que se menciona por vez primera este tipo de textos, y de los que Michel fue su creador. Su idea es desnudarse, describirse sin máscaras ni artificios sino tal y como es. Sin embargo, los primeros ensayos de su obra son simples recopilaciones de sentencias y hechos procedentes de otros escritores, antiguos y modernos. Sería con el avance de sus propias reflexiones y con el andar de las páginas con las que la personalidad de Montaigne y su estilo irían  poco a poco apareciendo. Cuando en 1580 publicó los dos primeros libros de su obra inició un viaje por Suiza, Alemania e Italia, permaneciendo en la capital de este país todo el invierno. Al ser nombrado alcalde de Burdeos tuvo que regresar a su país. En 1582 y 1588 se publicaron sendas ampliaciones de los Ensayos, y Montaigne aún preparaba una cuarta cuando le sobrevino la muerte, en septiembre de 1592.

Los Ensayos deben ser vistos no como pruebas o tentativas sino como experiencias. La intención de su autor es recoger, en palabras de Nicola Abbagnano, "las experiencias humanas expresadas en los escritos de los autores antiguos y modernos y ponerlas a prueba en relación con sus propias experiencias". La obra de Montaigne no es una filosofía sistemática desarrollada en un cuerpo de doctrinas, sino un ejercicio de verdadero filosofar: la meditación personal, dirigida a tratar todos los asuntos humanos, y ese constante dialogar con los demás y la comparativa entre sus vivencias y las propias del pensador francés forman el esqueleto de su proceder filosófico.

Siempre se ha dicho que Montaigne sigue el estoicismo y el escepticismo, pasando del primero al segundo. Bien, es cierto, pero lo hace con un ánimo de síntesis, de seleccionar lo mejor de ambas posturas para acabar perfilando una orientación socrática, donde logra su equilibrio. Es decir, del estoicismo comprende el estado de dependencia del hombre respecto a las cosas; del escepticismo aprehende el modo para liberarse de esa dependencia, para que a las cosas les demos su valor justo, pero no más que eso. En la torre de su castilla se advertía el lema "¿qué sé yo?", en clara referencia a las enseñanzas socráticas.

Hay que valorar el conocimiento sensible, el obtenido por medio de los sentidos, en igual justa medida. Es importante, porque sin él no seríamos más que una piedra. Pero el conocimiento sensible "carece de cualquier criterio seguro para discernir las apariencias verdaderas de las falsas".

En sus últimos Ensayos Montaigne se vuelve cada vez más hacia sí mismo. El filosofar es ya un continuo experimentarse, como señala en el tercer libro de su obra. La existencia en sí misma es un problema, un problema abierto siempre y para siempre, que nunca concluye y que, por ello mismo, debe estar siempre en autoanálisis constante. Este modo de filosofar, que trata de dirigirse a la humanidad del yo, y que desde él comprende su singularidad (y, por otro lado, la universalidad de la condición humana, para todo ser humano, por sencilla y humilde que sea su vida), es el germen de la filosofía moderna y, a juicio de Abbagnano, "el fruto más maduro del Humanismo". Y es un proceder que seguirá, no mucho después, René Descartes en su Discurso del Método.

Montaigne acepta el hombre como es, con sus vilezas y grandezas. No puede uno elevase por encima de la humanidad, pues "no puede ver más que con sus ojos ni sujetar nada que huya de ser su presa". El hombre, en fin, debe tratar de ser, sin más, hombre. No tiene sentido plantearse y fantasear acerca de una condición mejor y más alta de la que el hombre realmente ya posee. Hay que aceptarnos, aunque ello no excluye el mejorarnos. 

También hay que aceptar la muerte. "Quien teme sufrir, sufre ya por lo que teme", nos dice Montaigne, de modo que quien enseñe a los hombres a morir, les está enseñando igualmente a vivir. Llegará nuestra hora, para todos, y si somos conscientes y lo aceptamos, llegado ese momento, aceptaremos perder la vida sin queja. Y ese pensamiento y consciencia acerca de la muerte no vuelve la vida más triste, sino más apreciable y gozosa: "A medida que la posesión de la vida se hace más breve, hace falta que yo la haga más profunda y plena". Aceptar la muerte supone y cataliza un impulso por vivir, y para vivir mejor.

No hay mejor forma de terminar esta nota que por medio de las palabras de Nicola Abbagnano, cuyas páginas dedicadas a Montaigne en su Historia de la Filosofía (Volumen 2) hemos seguido aquí: "Si la primera llamada a la conciencia de su subjetividad individual e histórica lleva al hombre, en el Renacimiento, a la exaltación de su estado privilegiado, el profundizar esta conciencia en su continuo experimentarse y ponerse a prueba, lo conduce al reconocimiento de sus límites y a la lúcida aceptación de sí mismo. Montaigne representa precisamente esta segunda fase del Humanismo renacentista; y a través de esta segunda fase el Humanismo desemboca en la filosofía moderna y abre camino a Descartes y a Pascal".

6.10.19

La filosofía del lenguaje de Bertrand Russell (II)



Prosiguiendo la descripción de la Filosofía del Lenguaje de nuestro autor, Bertrand Russell, hoy analizaremos cómo son sus teoría acerca de los Nombres y las Descripciones.



-Nombres

Aquí Russell parte de dos tesis: la tesis semántica nos dice que los nombres 'auténticos' (los propios) refieren a entidades particulares. Esto parece bastante obvio. La tesis epistemológica, por su parte, asegura que si queremos conocer a estas entidades particulares referidas por los nombres hay que hacerlo por familiarización. Esto también es fácil de comprender: un nombre. cuyo significado es en efecto un particular, sólo podrá aplicarse a otro que sea conocido por el sujeto que habla. Rusell lo resume así: "No es posible nombrar nada de lo que no se tenga un conocimiento directo" (La filosofía del atomismo lógico).

Entendamos antes qué es un particular. Un particular es una entidad simple de la cual no sabemos nada realmente. La gran mayoría de los objetos de la vida diaria no son entidades simples, sino complejas. Russell sostiene que estos objetos son colecciones de datos sensoriales, los cuales a su vez son los objetos últimos de nuestra experiencia. Así, pues, conocer un objeto ordinario será describirlo, porque partimos de los datos sensoriales para constituirlo como parte o proceso de su conocimiento. Para aprehender un libro, no se nos es dado un estado mental que permita lograrlo directamente; al contrario, el conocimiento del libro es producto del conocimiento de verdades. Pero el libro en sí, la cosa real que es el libro, "no nos es, en sentido estricto, conocida en absoluto".

Por tanto, las expresiones que hacen referencia o denominan objetos no llegan a ser  verdaderos nombres propios, puesto que no están referidas a entidades simples, sino a complejas. Así, pues, es necesario diferenciar entre nombres propios ordinarios (que denominan entidades complejas) y los nombres lógicamente propios (que refieren entidades directamente conocidas). 

Russell sostenía que las expresiones de este segundo tipo sólo pueden ser empleadas por el hablarte si se refiere a sus propios datos sensoriales, en presencia de lo que sea que los provoca. Pero esos datos son, para otro individuo, innaccesibles por completo (él tendrá sus propios datos sensoriales), de modo que parece que la conclusión a la que se llega es que las expresiones de un hablante sólo él las puede conocer realmente, distinguiéndose del significado que las mismas expresiones tengan para otro hablante.

-Descripciones

Según Russell, la mayor parte de las expresiones que empleamos son incompletas (es decir, no tienen significación por ellas mismas). Para Frege, antes que Russell, como ya vimos, el sentido y la referencia de un enunciado son independientes (en cierto modo); pero, para Russell, si un enunciado es significativo entonces ello es suficiente para que podamos saber su es un enunciado verdadero o falso. No existen los enunciados con sentido que no posean referencia. También difiere Russell respecto a Frege en que la mayor parte de las veces la estructura gramatical y la lógica no coinciden.

Russell sostenía que si afirmamos que cualquier expresión descriptiva funciona como nombre y siempre denota algo provoca dos inconvenientes fastidiosos: no permite diferenciar entre enunciados como "el autor del Lobo estepario es Hesse" y "Hesse es Hesse", ya que como el enunciado remite a un individuo, se puede sustituir ese sujeto por otro que posea una correferencia. Y, también, se está violando el principio de tercio excluso (es decir, el que afirma que o bien una oración es verdadera, o lo es su negación) en el caso de aceptar que haya expresiones nominales que no posean referencia

Como señala Eduardo de Bustos (Filosofía del Lenguaje, UNED, 2006, a quien seguimos aquí), "una consecuencia interesante de la teoría de las descripciones de Russell es que las oraciones afirmativas... implican la existencia de lo referido por sus expresiones nominales sujeto"; por tanto, cuando un hablante afirma un enunciado ("hoy hace sol y es miércoles") se compromete con la existencia de lo referido por la expresión que ha empleado. Los "supuestos existenciales", en el caso de Russell, forman parte del significado de las oraciones y deben ser reflejados explícitamente si se quiere describir la estructura lógica o semántica de las mismas.

La teoría de las descripciones russelliana tiene dos consecuencias: por un lado, todo sintagma determinado está fuera del grupo de las expresiones nominales: ni designan componentes auténticos ni tienen una referencia directa; por otro, se prescinde de entidades arbitrarias; así, lo único que es fundamental aceptar como existente son, no categorías ontológicas extrañas, sino únicamente los componentes auténticos de lo que el enunciado refiere. 

Por tanto, ya tenemos los elementos y las entidades que configuran los hechos y el mundo: los datos de los sentidos y las propiedades y las relaciones.

En la última nota de esta serie dedicada a la filosofía del lenguaje de Russell comentaremos unas líneas acerca de los Hechos y la Verdad y mencionaremos las críticas a las que se sometió su teoría de las descripciones.

5.10.19

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"Quien tiene un por qué para vivir puede soportar cualquier cómo"

Friedrich Nietzsche (1844-1900)

Diálogos de Platón (VI): "Gorgias"

Gorgias es el cuarto diálogo más extenso de toda la obra platónica. Con Gorgias se inicia el grupo de diálogos que se consideran " de ...