27.2.13

Jaime Balmes (y II)

2. Otros temas

-Extensión

Gracias a la extensión, que percibimos por los sentidos, conocemos el mundo externo. Balmes, sin embargo, sostiene que, de hecho, podría ser la única forma de percepción de los objetos que constituyen aquel, toda vez que “las cualidades sensibles de éstos son percibidas como fenómenos internos producidos por agentes exteriores según la teoría de la causalidad”. Privados de este modo de captar su extensión, lo que queda es un fenómeno interno y una idea del ser externo responsable de aquel. O sea, si de un objeto prescindimos de su extensión, nada sabremos acerca de su esencia o principios.

-Ideas y su conocimiento

El pensamiento racional, nos dice Balmes, no procede de las sensaciones, sino de la facultad inmaterial del alma. Los datos sensibles, sin embargo, dotan a las ideas de su “material cognoscitivo”. Los conceptos construidos después a partir de ese material son, simplemente, la actividad del entendimiento. Nuestras ideas, que son “el puro percibir intelectivo de las relaciones generales existentes entre los objetos de la representación sensible”, se clasifican bajo dos tipos: primeras intuiciones (es decir, ideas intuitivas) o representaciones de intuiciones (o sea, ideas generales como las de ser, sustancia, etc.).

-El ser

La idea del ser no se forma por abstracción, sino que es innata, obteniéndose por separación de todas las otras. Pero la posibilidad de ser no implica o supone la posibilidad de la cosa, sino que sólo se equipara a la idea de existencia.

-Alma

La psicología balmesiana se inserta en la metafísica, y se limita al análisis del alma humana. El alma es una sustancia simple e inmaterial. La unión de esta con el cuerpo no es más que la de dos sustancias, y dicho cuerpo tiene una finalidad instrumental: es únicamente un medio del que se sirve el alma para llevar a cabo sus procedimientos. Sin embargo, cómo se unen y comunican cuerpo y alma es, para Balmes, un profundo misterio.

-Moral

La moralidad es el corazón de las relaciones humanas, pues controla y regula los impulsos agresivos y antisociales. Cabe atender siempre, nos dice Balmes, a que la moral no es un medio para conseguir otra cosa. Tampoco es la moral un juego de eudemonía: no se pueden calcular las ventajas de actuar de un modo u otro con finalidad egoísta. Un sujeto no es moral si así se comporta; sólo lo será, afirma, si mide la moral basándose únicamente en un cumplimiento del deber, cumplimiento que deberá ser desinteresado para ser auténticamente moral. No es posible “supeditar el bien y el mal moral a la voluntad humana”, pues “equivaldría a relativizar la propia moralidad”, cuando ésta posee un carácter absoluto y necesario. De hecho, es una proyección del orden creador por Dios, por lo que su fundamento reside en Dios, en el amor a Dios.

-Sociedad

Balmes reclamará, para el verdadero progreso de un país, “la necesidad de un reparto equitativo de los bienes”, pues progreso e injusticia son realidades incompatibles. También señalará la desmedida codicia de las clases pudientes, y tratará de precisar sus causas: según Balmes, serían la acumulación de riqueza (y, por consiguiente, una deficiente y desigual distribución de las mismas), por un lado, y la explosión demográfica, por otro. Criticará a la burguesía porque, lejos de resolver el problema, lo ha empeorado. Balmes no rechazará el capitalismo sin más, sino sus desmanes, el hecho de considerar al hombre como simple capital; en relación con la economía política inglesa, dirá: “haciendo abstracción de las relaciones morales, no es sólo enemigo de la humanidad, sino de la misma industria: es un elemento de revoluciones políticas, es un germen de hondos trastornos sociales”. Recordemos que estamos a mediados del siglo XIX. Balmes, por ello, puede verse como un pionero de los excesos capitalistas, de la posible revolución social por su causa, y de un cambio en las relaciones de producción, temas que trataría posteriormente el marxismo.
Balmes dirá que, para solucionar el trecho que media entre el derecho a una propiedad privada (que él veía natural) y el desigual reparto de bienes materiales, cabe recurrir a la caridad, que posibilitará adjudicar dichos bienes para que ellos redunden en un beneficio común.

-Religión

Como el lógico, atendiendo a la adscripción de Balmes a la filosofía cristiana, la religión es un elemento fundamental para él en la concepción del progreso humano. La religión (y, en particular, el catolicismo) será vista como “la instancia que revela el sentido de la existencia”. La religión tiene un alcance básico en la vida, pues es un “valor trascendente abierto a una vida futura” y “una misión de vivificar, potenciar y dar sentido a cualquier proyecto de la vida humana”. Nos dice Balmes: “[en el hombre completo] la razón da luz, la imaginación pinta, el corazón vivifica, la religión diviniza”.

El hombre está en este mundo pero su último destino no se halla en él. Ahora bien, la trascendencia de nuestra vida, el hecho de que su sentido esté allende nuestro mundo, no implica tratar de erradicar al ser humano de esta tierra, sino impregnar sus actividades de una savia que las dignifica como ninguna otra cosa. La existencia de Dios será principio básico para dar sentido a la obligación moral. Porque, si dios falta, nada hay superior al hombre; siendo así, “desaparecen todos los deberes, se rompen todos los vínculos domésticos y sociales”. Dios, pues, es el garante de la gobernabilidad y la convivencia pacífica. La obligación moral es, pues, “un participado del ser absoluto”.

Balmes, incluso, sostendrá que la evolución material e intelectual de un ser humano se debilita si queda fuera del entorno e influencia religiosas. Porque ese desarrollo, sin Dios, sin fe, se convierte en ideología.

Tampoco cabe argüir, en contra de ella y su necesidad, que la religión huye o se olvida del mundo doméstico, el de aquí y ahora, y en cambio presta toda su atención al otro mundo. Esto es falso, dice Balmes, pues una religiosidad bien entendida comprende, tanto como una vida trascendente, los compromisos y la dedicación adquiridos en la vida temporal: “cuidar de lo uno sin atender en nada a lo otro es obrar prescindiendo de la realidad de las cosas [...] es impropio de una institución que haya de producir a la humanidad bienes sólidos y verdaderos”.

De igual modo, el fanatismo religioso es tan pernicioso como el fanatismo ateo: el verdadero espíritu religioso es la caridad; pero, en el fanatismo, la caridad (el amor) es inexistente. La religión es amor y búsqueda de verdad; el fanatismo, una visión falsa y exagerada de la realidad. Los fanáticos religiosos son sólo lo primero. Quien es religioso en espíritu huirá de las exaltaciones y enardecimientos.

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En resumen, Jaime Balmes, pese a su formación escolástica y tendencia cristianas, estuvo abierto a las modernas corrientes de pensamiento que circularon en la primera mitad del siglo XIX en España. Lejos de ser un apologista radical, tendió “puentes entre la fe y la mordernidad”. Se comprometió, igualmente, en política, adoptando una postura liberal moderada, y fue el primer católico de ese siglo que puso sobre el tapete la inadecuada distribución de los recursos y las riquezas. Teniendo en cuenta su vinculación eclesiástica y su actividad como sacerdote, no podemos por menos que elogiar su figura.

[Fuente principal: Historia de la filosofía española contemporánea, Manuel Sánchez Marcos, Síntesis, Madrid, 2010 (las citas sin mención corresponden a este texto)]

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