16.5.09

Introducción al pensamiento de Karl Marx (VI)



(Partes 1, 2, 3, 4 y 5)

6) El “materialismo histórico”. Caída del capitalismo e implantación del comunismo.

Puesto que la realidad que viven los seres humanos es, para Marx igual que para Hegel, un producto de la acción de las leyes dialécticas, la historia trata siempre de lograr un objetivo, superando las contradicciones propias de las etapas anteriores. De este modo, el curso histórico acontece de forma necesaria, por lo que todo sufrimiento y malestar actual es inevitable e inexcusable, con el fin de que el futuro nos aporte la solución a nuestros problemas. Esta solución sólo será posible, como ya se ha dicho, cuando tenga lugar la sustitución del actual sistema capitalista por un modo de producción comunista en el que desaparezcan las desigualdades entre clases sociales (o, mejor dicho, la desaparición de las mismas clases sociales), lo que comportará, aseguraba Marx, la superación de todas las alienaciones a que están en la raíz de nuestros males y desdichas.

Marx sostenía que la revolución social acaba siendo una realidad e imponiéndose cuando se producen conflictos, inherentes al mismo sistema capitalista, entre las fuerzas de producción, es decir, la masa trabajadora, y las relaciones de producción (la relación entre trabajadores y propietarios). Dada la desigualdad que estas relaciones provocan, se genera un trastorno en la infraestructura, al existir una disparidad económica profunda entre ambas facciones, lo que con el tiempo determinará a su vez modificaciones en la superestructura y sus elementos constitutivos (sistema ideológico, político y social).

Ha habido distintas relaciones de producción a lo largo de la historia. De hecho, para Marx es precisamente que difieran dichos sistemas de producción lo que ha provocado las etapas históricas (y no a la inversa). En cualquiera de las existentes hasta los tiempos de Marx reinaban las clases sociales, pero gracias al comunismo esta segregación será erradicada. Los tres modos de producción previos han sido:

a) Esclavismo (sociedad esclavista): regida por los amos, que dominan a los esclavos, quienes no son más sus medios o instrumentos.

b) Feudalismo (sociedad feudal): regida por los señores, y a quienes sus siervos y vasallos rinden pleitesía. La tierra la trabaja el siervo, pero es propiedad del señor feudal.

c) Capitalismo (sociedad capitalista): la actual (tanto en tiempos de Marx como en la actualidad, aunque con matices). La clase dominante es la burguesía (o los propietarios de los medios de producción), y la clase dominada el proletariado.

Por último, Marx augura la irrupción del comunismo, tras la caída del capitalismo, en donde no habrá clases sociales y los medios de producción pertenecerán al Estado. La caída del capitalismo es inevitable, sostiene Marx, porque en primer lugar un sistema que sólo pretende lograr el beneficio económico del empresario no puede mantenerse durante mucho tiempo. Esto es así porque para maximizar dicho beneficio se requiere producir al mínimo coste posible, lo que supone emplear cada vez mayor cantidad de maquinaria y cuantos menos trabajadores mejor, algo que sólo es posible en grandes compañías y corporaciones. En consecuencia, tanto los proletariados (porque pasarán a engrosar las listas de parados, o tendrán que trabajar gran cantidad de tiempo) como los pequeños empresarios, absorbidos y neutralizados por las compañías mayores, verán con descontento su situación de inferioridad económica y de posibilidades de trabajo. Para erradicar tal situación será imprescindible la unión del proletariado, exigiendo a la burguesía mayores salarios y horarios menos exigentes, o, en hipotético caso final, su misma derrota social.

Así, es el mismo sistema capitalista quien se autodestruirá, producto de las injusticias sociales que ocasiona entre las distintas clases y de un conjunto de leyes inherentes a tal sistema, entre ellas, por ejemplo, la ley de la tendencia a la baja del beneficio. Si el capitalismo pretende maximizar los beneficios, será necesario bajar los salarios e incrementar todo lo posible la producción. Pero ofrecer menos dinero a los productores y a la mano de obra supone menos ingresos para ellos, con lo que la demanda bajará dado que cada vez sus recursos económicos serán menores. Por lo tanto, los beneficios disminuyen y la empresa puede endeudarse, o incluso llegar a la quiebra, destruyéndose el capitalismo a sí mismo.

Por otro lado encontramos la ley de la depauperización creciente o, en otras palabras, la creciente implantación de grandes monopolios o grupos de empresas dominantes que ofrecen precios cada vez más bajos y ahogan los medianos y pequeños comercios, donde sus propietarios se verán obligados al cierre por no poder competir con ellos en igualdad de condiciones, convirtiéndose ellos mismos en proletarios u ofreciendo sueldos todavía más bajos a sus escasos trabajadores, con el consiguiente descontento general.

Ante esta situación preconizaba Marx que la clase proletaria empezaría a tomar conciencia de su situación e iniciaría un proceso de revolución ante las injusticias de la burguesía. Pese a que ésta posea los medios de represión y de poder para evitar dicha revolución, toda clase social que está por encima de las demás depende de éstas para su supervivencia, porque es su trabajo, el del proletariado en este caso, lo que la sustenta. Por lo tanto, la unión de las clases trabajadores acabará por desbancar a la burguesía de su posición privilegiada, y será entonces cuando dará comienzo una temporal “dictadura del proletariado”. Esta fase consistirá en un dominio absoluto de la clase trabajadora, adquiriendo todo el poder de la sociedad para reestablecer un orden político y económico en el que la propiedad privada será definitivamente abolido, las clases sociales acabarán siendo neutralizadas y los medios de producción pertenecerán íntegramente al Estado, que poseerá recursos y procedimientos para instaurar un orden comunista.

Tras esta etapa, una vez desaparezcan los distintos grados de clase entre trabajadores tendrán que organizarse en grandes cooperativas en donde todo lo producido será de todos. Cada persona aportará su trabajo y su acción en función de sus aptitudes, y recibirá del grupo en función de lo que precise. Así reza la máxima marxista: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. La colectivización de los medios de producción, la abolición de la propiedad privada y las diferencias de clase, la erradicación completa de todas las alienaciones que atenazan la vida humana, la identificación entre productor y producto, y la realidad de una igualdad entre trabajadores permitirá la desaparición del estado prehistórico en el que estaba sumido el ser humano y nos adentraremos en la etapa verdaderamente histórica de la Humanidad.

13.5.09

Libertad y determinismo

"Se puede decir que, si el postulado del determinismo es válido, entonces el futuro se podrá explicar en términos del pasado; y esto significa que, si uno conociese lo suficiente del pasado, sería capaz de predecir el futuro. Pero en ese caso, lo que acontecerá en el futuro, ya está decidido. ¿Y cómo se puede decir entonces que yo soy libre? Lo que va a pasar va a pasar, y nada de lo que yo haga podrá impedirlo. Si el determinismo está en lo cierto, yo soy el prisionero sin remedio del hado.

Pero, ¿qué se quiere decir al decir que el curso futuro de los acontecimientos está ya decidido? Si lo que se quiere decir es que alguna persona lo ha ordenado, entonces la proposición es falsa. Pero si lo único que se quiere decir es que, en principio, es posible deducirlo de una serie de hechos particulares del pasado, juntamente con las adecuadas leyes generales, entonces, aunque esto sea verdad, ello no implica, en último término, que yo sea el prisionero del hado, sin remedio. Ni siquiera implica que mis acciones no introduzcan ninguna diferencia respecto del futuro, porque ellas son causas, tanto como efectos; de manera que, si fuesen distintas, sus consecuencias serían también distintas. Lo que implica es que mi comportamiento puede ser predicho; pero decir que mi comportamiento puede ser predicho no es decir que yo esté actuando bajo constricción. En realidad es verdad que yo no puedo escapar a mi destino si se entiende que esto no significa sino que haré lo que haré. Pero esto es una tautología, exactamente lo mismo que es una tautología que va a pasar lo que va pasar. Y tautologías como éstas no prueban absolutamente nada acerca de la libertad de la voluntad
".

Alfred J. Ayer, "Ensayos filosóficos", Planeta-Agostini, Barcelona, 1986.

1.5.09

Introducción al pensamiento de Karl Marx (V)




5) Infraestructura y superestructura.

Para Marx la liberación del hombre, su emancipación definitiva y la erradicación de las distintas alienaciones que le atenazan son sólo posibles, como ya se ha dicho, si remodelamos las circunstancias sociales y económicas en las que vive. Modificando dichas situaciones podrá emerger un hombre nuevo, pero para ello cabe transformar de raíz la estructura que conforma a la misma sociedad. Ésta, a ojos de Marx, se divide en dos grandes apartados: la infraestructura y la superestructura.



A) INFRAESTRUCTURA

Corresponde a la estructura económica de la sociedad, esto es, la manera en cómo se ordenan los distintos medios para satisfacer la vida material de los individuos. Está determinada por:

-Fuerzas productivas: aquellos elementos que se precisan para procurar los productos de una sociedad en una época específica. Son obvias fuerzas productivas los recursos naturales a los que se tiene acceso (y que, en distintos tiempos, son diferentes, debido a nuevas técnicas para obtenerlos [p. ej: carbón, petróleo]), así como todos los instrumentos, maquinaria, el saber acumulado, las técnicas, la mano de obra, etc.

- Relaciones de producción: las que se configuran entre los distintos individuos con arreglo a la posición jerárquica de cada uno dentro del sistema de producción. Pueden dar lugar a relaciones de subordinación o dominación, por ejemplo, y atañe a los responsables de los medios de producción (empresarios, mandatarios, directores, etc.) y a los que prestan su fuerza productiva (proletariado).

Basándonos en cómo se armonizan estos dos elementos de la infraestructura de todo sistema productivo podemos observar la creación de diferentes tipos de sociedad, que cambia a lo largo del tiempo. Hasta Marx eran tres tipos, principalmente (“esclavista”, “feudal” y “capitalista”, que analizaremos en la siguiente entrega de esta serie), a los que se sumaría el comunismo

B) SUPERESTRUCTURA

Por su parte, la superestructura designa, dentro del marxismo, el conjunto de instituciones y sistemas de organización social, jurídica y política, así como las formas de conciencia (sean religiosas, artísticas o filosóficas) específicas de cada sistema productivo y que se hallan condicionadas por él. Examinémoslas.

- Superestructura ideológica: la conforman el cúmulo de creencias, modos de pensamiento e ideas propias de cada sociedad. Son las expresiones religiosas, científicas, filosóficas y artísticas.

- Superestructura social: corresponde a la clásica “división de clases”, un sistema de organización social cuyas facciones están en relación con el lugar que ocupan en el sistema productivo que, como ya sabemos, se seccionan en dominantes y dominadas (o propietarios y fuerzas productivas).

- Superestructura jurídica y política: es el modo en como se organiza el poder político y
se dispone la legislación de una sociedad. Como vimos, Marx creía, no que cada tipo de sociedad generaba un poder político y legislativo específico, sino que eran éstos elementos los que determinaban la aparición de una forma de sociedad, todo lo cual derivaba finalmente en una estructura económica singular, acomodada precisamente con aquel poder político y legislativo. En otras palabras, que éstos se hallan, desde siempre, bajo las riendas de las clases dominantes (propietarios, empresarios, etc.), los cuales acaban encauzando y amoldando todo el sistema de leyes y políticas para su propia protección y expansión.

Menciono, a continuación, un texto de Jordi Cortés Morató (“Diccionario de filosofía Herder”) en referencia a la relación entre infraestructura y superestructura: “En la medida en que la superestructura es dependiente de la base económica real, es decir, de las relaciones productivas, la superestructura se constituye como la ideología dominante, es decir, como la ideología de la clase dominante en el modo de producción que la engendra. Este término es usado por Marx en la “Contribución a la crítica de la economía política”, en el contexto de una formulación general y abreviada de su concepción del materialismo histórico. Por tanto, debe entenderse también como una formulación general y abreviada, de ahí que las polémicas que se han suscitado relativas a si la base económica determina por completo, o sólo «en última instancia», a la superestructura, o hasta qué punto cambios en la superestructura pueden condicionar cambios en la estructura económica, deben relativizarse, y se debe considerar la teoría marxista en su conjunto. No obstante, Engels afirma que «en última instancia» debe explicarse todo el conjunto de instituciones jurídicas y políticas, y las representaciones religiosas, filosóficas e ideológicas propias de cada época, a partir de la infraestructura. Pero en una carta a J.Bloch, Engels mismo matiza esta determinación «en última instancia», que no es un mero determinismo economicista, y señala el aspecto de acción recíproca entre ambas instancias: la infraestructura y la superestructura”.

Pero Marx es más taxativo: “el modelo de producción de la vida material determina el carácter general de los procesos de la vida social, política y espiritual”. Parece, pues, que aunque tanto la infraestructura como la superestructura puedan oponerse dialécticamente, para así llegar a una nueva situación de cambio social (esto es lo que el mismo Marx admite), la dirección a seguir siempre parte del mismo punto (el sistema económico) y se dirige a la misma meta (el sistema ideológico, social y político). Sin un cambio en aquel, pues, es imposible concebir una trasformación radical de éstos.

(continuará)

24.4.09

Introducción al pensamiento de Karl Marx (IV)



(Primera, Segunda y Tercera Parte)

4) Las alineaciones.

Todo ser humano, siendo material y natural, debe lograr su supervivencia, obteniendo de la naturaleza todo cuanto precisa para sobrevivir. Para ello trabajamos, modificando nuestro entorno, y con ello, establecemos relaciones con otros hombres y mujeres, socializándonos. El cómo somos será consecuencia, pues, de las condiciones sociales y económicas imperantes; de ahí la famosa frase de Marx, según la cual: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia”. Esto significa que nuestra acción y pensamiento no están aisladas del devenir económico-social (regido, a su vez, por el modo de producción).

Si no nos sentimos realizados en nuestro trabajo o en nuestra vida diaria tal vez sea debido, inquiría Marx, a una situación de alienación, producto del sistema capitalista, que tiende a sustraer la plena culminación de nuestros deseos humanos. Así, por ejemplo, en su época, las industrias empleaban a asalariados a costa de salarios miserables, produciendo un fruto de su trabajo que no le pertenecía y apenas disponiendo de tiempo libre (esto lo vio Marx en primera persona dado que su colega Engels dirigía una fábrica); el resultado son trabajadores alienados, ya sea económica, social, política o ideológicamente. Por suerte, aseguraba Marx, esta precaria circunstancia puede cambiar, si modificamos el sistema de producción, es decir, si reemplazamos los procedimientos capitalistas.

A) Alienación económica.

Para dilucidar la alienación económica Marx recrea las condiciones de trabajo de un empleado industrial típico, hacia finales del siglo XX, y establece una diferencia fundamental entre el individuo productivo y el objeto producido, o mejor dicho, una relación íntima entre ambos. Aquel, el sujeto, se “abandona a sí mismo”, por así decir, al realizar su tarea, tratando con la materia que empleará y con otros sujetos, con quienes trabará distintos contactos y tratos. Al mismo tiempo, la elaboración del producto supone un consumo energético, un agotamiento del mismo sujeto durante el proceso. Sin embargo, tanto uno como otro aspecto son esenciales para su tarea, por lo que no los ve Marx como perjudiciales; ahora bien, es justo una vez el producto está finalizado cuando se generan las causas de su alienación económica: en primer lugar, porque como hemos dicho semejante producto no le pertenece, siendo imposible identificarse con él. El producto es, y ha sido siempre, posesión del empresario. Y, en segundo lugar, el papel del sujeto productivo en el proceso de producción es secundario, un peón indistinto de muchos otros, un engranaje más de la maquinaria industrial. El trabajador no se ve a sí mismo como un sujeto creador, sino como un objeto del sistema. Esta situación del empleado la define Marx como reificación, o cosificación del sujeto.

Como consecuencia, este último se ve abstraído de su creación, no alcanza la realización, se percibe como siervo del señor empresario y está en situación de explotación. Eliminar tal desdichada relación entre el sujeto y su trabajo es viable si trasformamos, insistía Marx, los fundamentos capitalistas por otros más razonables, humanos y beneficio para los trabajadores.

B) Alienación social.

Trasladando la disposición típica de los sistemas industriales (esto es, la división entre empresarios, directivos y demás, quienes dirigen las instalaciones, y los empleados, quienes realizan el proceso productivo) a la sociedad, nos encontramos con una similar diferenciación, en cuanto dentro de aquella se distinguen, en efecto, las clases dominantes de las dominadas. Desde luego, la evidencia de esta escisión social, con la partición escasamente equitativa de los recursos y los bienes, conduce a un aumento en el descontento de las clases dominadas, que exigen mayor calidad de vida y servicios, mientras las dominantes tratan de asegurar su poderío e influencia para conservar su situación de supremacía. Esto genera, nuevamente, alienación en el trabajador. En tales casos, el resultado es el enfrentamiento. Una solución es hallar la manera en la que ambas facciones se anulen, prescindiendo de clases sociales e instaurando un orden en el que predomine la igualdad; pero para lograrlo es imprescindible, primero, erradicar la división empresarios-empleados, propia del sistema capitalista. Sin este paso fundamental, todo intento de equilibrio social está destinado al fracaso.

C) Alienación política.

El sujeto productor, empleado en el ámbito industrial, no está protegido, amparado o defendido por el Estado. Antes al contrario, como elementos propios del sistema capitalista, el Estado y las leyes por éste legisladas no poseen más intención que la de proteger, amparar y defender el sistema económico prevaleciente, y con él, a la clase burguesa dominante. Así, el pueblo llano percibe en el Estado a un organismo destinado a servir exclusivamente a los grupos poderosos, económicamente influyentes, con lo que pierde toda función para sus intereses. La política liberal de no intervención brinda amplias posibilidades a las clases dominantes, pero ahoga al proletariado, que se siente desatendido e incapaz de crecer ante el imperio burgués. Naturalmente, dicha situación provoca una nueva alienación, fruto del capitalismo y el Estado que lo permite y expande.

D) Alienación ideológica.

Apuntamos ya que Marx sostenía que la acción y el pensamiento humano estaban, más que a cualquier otra causa, ligados a las condiciones de vida. La alienación ideológica parte, una vez más, de la opresión producto de la ideología dominante, burguesa, amparada en nociones y sistemas tanto filosóficos como religiosos, que les asiste para apuntalar intelectual y doctrinariamente su predominio.

La filosofía, en primer lugar, nunca ha percibido la realidad como algo que cabía mejorar, revolucionar o modificar, para bien de todos, sino que siempre ha permanecido en los márgenes, burgueses por definición, en los que sólo cuenta la explicación, la elucidación del funcionamiento y estructura del mundo, mas no su crítica. La filosofía, auspiciada desde sectores conservadores, trata de hacer ver a los trabajadores alienados que es ésa, su posición, un lugar inevitable dentro del estamento social, para su posterior evolución. No se trata, por supuesto, más que una justificación, arguye Marx, para mantener su estatus privilegiado.

Por su parte, la religión, al prometer la existencia de un mundo mejor allende este, en donde no habrá problemas ni dificultades, intenta acallar las voces revolucionarias imbuyendo en el proletariado un espíritu de sumisión y de aceptación de los padecimientos actuales, dada la recompensa de otra vida mejor futura. Marx califica la religión como el “opio (o adormidera) del pueblo”, en el sentido de que cumple una función de abotargamiento al reprimir impulsos de cambio e instigar la resignación ante el mundo que nos ha tocado vivir.

(Continuará)

13.4.09

Introducción al pensamiento de Karl Marx (III)



(Primera y Segunda Parte)

3) El materialismo dialéctico.

Una teoría como el marxismo necesitaba sustentarse en una visión armónica de la naturaleza y el ser humano, unir una y otro en una matriz común que excluyera cualquier idea o noción espiritual de ambos. Pero Marx tan sólo esbozó algunas reflexiones primerizas acerca de una explicación sobre la realidad natural; como dijimos, el trabajo grueso fue obra de Engels. Su producción (que recoge su libro “Dialéctica de la naturaleza”) suele caracterizarse como “materialismo dialéctico”, y para distinguirlo del materialismo dialéctico (propiamente marxista) se usa la abreviatura “Diamat” (que designa, además, la doctrina oficial marxista en la desaparecida URSS a lo largo del periodo estalinista).

En algunos aspectos el marxismo engeliano es un tanto “infiel”, como señala Ferrater Mora, a ciertas nociones básicas de Marx. Por ejemplo, porque éste sostenía que las leyes históricas no podían conjugarse en modo alguno con las físicas. Este vio en el hombre un ser creador, natural y libre desde un primer momento, pero aquel lo definió mejor como un ser "solamente natural". No obstante, en muchos otros puntos el materialismo dialéctico "completa" al histórico.

Engels se enfrentó al idealismo de Hegel. No obstante, gracias a las ideas de éste pudo elaborar una “filosofía de la naturaleza” capaz, creyó, de descartar y sobresalir por encima de las cumbres del materialismo mecanicista, que era típico en las ciencias (así, la mecánica moderna) y en algunas interpretaciones de la filosofía de la ciencia hacia finales del siglo XIX. Para Engels se trata de un materialismo vulgar, y carece de los avances en áreas de la química y la biología (la teoría de la evolución de las especies). Tampoco cuenta para este materialismo mecanicista que las ciencias no son instrumentos o métodos al margen de las condiciones sociales.

Como no podía ser de otra forma, el materialismo dialéctico se sustenta partiendo de los supuestos básicos a todo materialismo. La única realidad que existe es la materia y el movimiento (o, en otras palabras, la materia y sus procesos y cambios, su evolución). La presunción hegeliana de suponer un Espíritu o Absoluto es innecesaria y vacua, dado que todo lo real es material. Hegel acertó cuando insistió en el carácter global y dialéctico de los cambios en la naturaleza, aunque se equivocó crasamente al creer que estos cambios eran expresiones del Espíritu. Lo que cabe hacer es, afirma Engels, “invertir” la idea hegeliana y colocar en el principio a la materia. Lo que cuenta no son las cosas, ni las partículas que las forman, sino los procesos que dan forma a la realidad natural.

La materia conforma el germen del que partirá la vida y, posteriormente, el ser humano. Pero para que pueda haber la trasformación de uno en otro se necesita una evolución de tipo dialéctico; en la naturaleza los procesos no acontecen de forma aleatoria o azarosa. Muy al contrario, siguen leyes, leyes “dialécticas”, de las cuales destacan tres (algunos sostienen que son sólo tres). Según palabras del propio Engels:

“Las leyes de la dialéctica se abstraen, por tanto, de la historia de la naturaleza y de la historia de la sociedad humana. Dichas leyes no son, en efecto, otra que las leyes más generales de estas fases de desarrollo histórico y del mismo pensamiento. Y se reducen, en lo fundamental, tres: -a) ley del trueque de la cantidad en cualidad, y viceversa; -b) ley de la penetración de los contrarios; -c) ley de la negación de la negación.” (“Dialéctica de la naturaleza”, Grijalbo, Barcelona, 1979)

A) La ley del paso de la cantidad a la cualidad supone que el cambio, el proceso natural, no consiste en una simple agregación de elementos, sino que, dados en una cierta cantidad, se accede a una nueva configuración un todo superior (a una cualidad), dependiente de la naturaleza propia a cada fenómeno material. Por ejemplo, las oscilaciones de temperatura exigen una especie de reconstrucción (un cambio de estado), una nueva forma de organización material. Igualmente, todo incremento de complejidad en un sistema nervioso puede llevar a una realidad psíquica superior (la cualidad de la conciencia y el pensamiento).

2) La ley de la unión y la lucha de contrarios implica que todo movimiento y desarrollo, todo proceso y su evolución, no obedece a causas externas más allá de las mismas cosas, ni a la acción de un hipotético primer motor, sino que parte de las mismas contradicciones de la naturaleza, una especie de tendencias opuestas en el devenir de la naturaleza y de la sociedad.

3) La ley de la negación de la negación, por su parte, explica la noción de evolución, de progreso, caracterizando a cualquier acontecimiento o suceso como contradicción de un primer estado, que es a su vez es negado o eliminado. Así, se regresa a una situación similar a la original, pero encontrándonos en una realidad superior. Por ejemplo, una planta sería la negación de la semilla a partir de la que creció, pero su posterior evolución conlleva una negación de la planta, que acabará convertida en un cúmulo de nuevas semillas. Engels sostiene, de esta forma, que el movimiento mismo está lleno de contradicciones, pero que se trata de contradicciones “objetivas”, puesto que permiten explicar los cambios naturales.

Puestas estas tres leyes en perspectiva, podríamos concluir afirmando que el ser humano es un ser material, y natural, que evoluciona y crece a medida que transforma la misma naturaleza que le da forma. En este contexto, la idea de Dios es fútil, y de hecho, no hay realidad espiritual alguna que pueda insertarse en esta noción del ser humano. Todo lo humano, en consecuencia, es producto de la materia, por lo que no hay nada más allá de esta vida presente, debiéndose buscar la felicidad, afanosamente, en el mundo que nos rodea, dado que no existe ningún otro que nos espere a nuestro fin.

(Continuará)

3.4.09

Introducción al pensamiento de Karl Marx (II)



(Primera Parte)

1) Antecedentes a la filosofía de Marx (continuación).

c) El activismo revolucionario de Karl Marx le llevó a abandonar su Alemania natal, pasando por Francia antes de llegar a Inglaterra, en donde conocería las teorías económicas de Adam Smith (considerándolo como líder teórico del capitalismo) así como las de Robert T. Malthus, entre otros como David Ricardo. Smith analizó en sus estudios las condiciones económicas y sociales que propiciaban el equilibrio y el crecimiento de las economías industriales, y concluyó que el Estado debía limitarse a ejercer de árbitro en todas las operaciones económicas, sin participar ni controlarlas más allá de lo estrictamente necesario. Malthus, por su parte, había afirmado que “el poder de crecimiento de la población es infinitamente más elevado que el poder de la tierra para producir los medios de subsistencia necesarios para el hombre: en efecto, si no se frena la población, ésta aumenta en progresión geométrica, mientras que los recursos aumentan en progresión aritmética”. Lo que significaba que la pobreza del mundo era debido a razones puramente demográficas, esto es, a problemas de exceso de población.

Marx rechazó las tesis capitalistas de Smith y las demográficas de Malthus; de las primeras hizo hincapié en la necesidad de una regulación estatal para el correcto funcionamiento del sistema económico, dado que el libre mercado puede dar lugar a excesos y a perversiones. Respecto a las segundas criticó a Malthus que hubiese relegado a un segundo plano (o a la práctica omisión) las condiciones sociales y económicas (el reparto de la riqueza y la lucha de clases) que, según Marx, son las fundamentales en la propagación de la pobreza y de las desigualdades, mientras que dilata la responsabilidad en la situación de las causas demográficas.

d) Respecto a las corrientes políticas, Marx analizó igualmente los sistemas dominantes en su época. Un vistazo a las principales nos dará una visión general del tipo de ideologías reinantes y del cambio que quiso introducir el filósofo alemán.

El más antiguo, el conservadurismo, abogaba por mantener los valores, procedimientos y normas tradicionales, típicas del Antiguo Régimen que precedieron a la Revolución, a saber: el dominio de la monarquía, el papel influyente de la Iglesia Católica, la fórmula estamental de privilegios, etc. Otro sistema imperante era el liberalismo, en lo económico “dirigido” por las ideas de Adam Smith y en lo político representado por J.S. Mill, basándose a su vez en nociones ya propuestas por John Locke en el siglo XVII. El liberalismo aboga por una clara división de poderes, que avalen todo tipo de libertades del sujeto (la propiedad privada, por ejemplo), que permitan la elección (o revocación), por parte del pueblo, del gobierno representativo. El liberalismo, desde luego, sustenta el capitalismo, sistema al que ve como garante de la riqueza de los pueblos y estados.

A estas dos ideologías se unen otras que, en tiempos de Marx, se mantenían en la oposición. Por ejemplo, el democratismo del francés Alexis de Tocqueville, que defendía la conveniencia de un sufragio universal y de una mejor distribución de los bienes, aunque salvaguardando las propiedades privadas y el sistema capitalista. La idea era lograr la igualdad (si no de riqueza, sí de acceso a las condiciones que permiten obtenerla) conservando hasta cierto punto los valores liberales. El anarquismo, por su parte, patrocinaba la abolición del Estado, evadiendo todo poder estatal sobre el proletariado y los demás estamentos sociales. Además, sostiene que para conseguir la igualdad social y económica es imprescindible instaurar un sistema socialista de la propiedad, tesis que recoge el sistema político de dicho nombre, el socialismo, que insta a eliminar toda forma de desigualdad de clase o económica. Rechaza la propiedad privada y los procedimientos habituales del libre mercado, exigiendo una intervención estatal en la economía con el fin de una mejor distribución de los recursos y la riqueza. A partir de este socialismo nacerán, desde luego, las tesis de Marx, pero será el suyo un socialismo “científico”, dado que brinda las causas (o leyes) del desplome final del capitalismo, así como una teoría de la evolución histórica en términos materialistas.

2) Estructura de la filosofía de Marx.

Los filósofos se han dedicado hasta ahora a interpretar la realidad; hora es ya de cambiarla”. Esta frase de Marx encierra la intención de su filosofía. Sabedor de las precarias situaciones laborales y económicas de los trabajadores, Marx quiso que su sistema filosófico tuviera un evidente corte práctico, aplicable, desde su misma concepción intelectual, a la sociedad imperante. Su ánimo es que la filosofía sirva, no sólo para comprender el mundo, sino para trasformarlo en uno mejor que el actual.

Hubo dos motivaciones básicas en la filosofía marxiana. Por un lado, dado que se trataba de un socialismo científico, tenía el ansia de ofrecer una explicación científica de la realidad. En este sentido, científico se refiere a un procedimiento racional que revele la creación del Universo, del ser humano, de sus sociedades y de la historia que genera. Esta motivación era de carácter teórico, y estaba complementada con otra, más práctica (y propagandística...), que aseguraba la inevitabilidad de una sociedad futura comunista y la caída del capitalismo. La intención de esta proclama marxiana era conseguir una mayor unión proletaria, para que se rebelara por sus circunstancias e hiciera fuerza en común en pro del establecimiento de un sociedad socialista.

Pero toda acción social sería vana, y Marx lo sabía bien, si previamente no existía un sistema filosófico coherente que diera firmeza teórica a la acción práctica. Marx no ignoraba que toda fraseología estaba destinada al fracaso desnuda intelectualmente, y para ello edificó un monumental edificio filosófico, que se abre en dos partes fundamentales: 1) la explicación materialista acerca del mundo, el hombre, la sociedad, etc. que hemos mencionado, que tuvo al colega de Marx, Friedrich Engels, a su principal autor, sintetizada en el rótulo materialismo dialéctico (que analizaremos en la siguiente entrega de esta serie), y 2) el materialismo histórico, que explica, a su vez, toda la problemática social y económica en tiempos de Marx y la fuerza e importancia final de la historia, así como el hundimiento del sistema capitalista y la formación de una sociedad comunista.

30.3.09

Jenófanes: crítica religiosa y cautela epistemológica



De Jenófanes, coetáneo de Pitágoras y algo mayor que Heráclito y Parménides, sabemos bastante acerca de su biografía y se conservan numerosos fragmentos de sus obras. Debió nacer hacia el 570 antes de Cristo, en la ciudad jonia de Colofón, y su muerte acaeció casi una centuria después. Parece que pasó parte de esta larga vida viajando y cantando sus composiciones en verso (era un poeta y rapsoda consumado), a la manera de un Sócrates lírico, aunque con la particularidad de que sus cantinelas eran, a menudo, críticas a las formas y creencias de la sociedad griega, no tanto una dialéctica de preguntas y respuestas, y recitadas en ámbitos aristocráticos, no en las polvorientas calles de las ciudades.

Jenófanes se halla dentro de los confines, aún difusos, que separan la filosofía presocrática de la mera poesía. Hay quienes le otorgan un papel intelectual primordial en la discusión de la teología tradicional; otros le ven como un antecesor, o incluso fundador, de la escuela eleática (como Platón y Aristóteles), mientras que otros le niegan cualquier relevancia filosófica y lo reducen a una especie de mero "poeta racional". Los motivos son varios: puede que molesten sus escritos en verso (mas Parménides también los produjo, y nunca se ha discutido su carácter filosófico), pero sobretodo incordia que casi todos los textos procedan de elegías o poemas redactados en distintos momentos y, seguramente, bajo diferentes estados de ánimo, lo que impide formar un sistema intelectual coherente y unitario.

Dicho pensamiento está orientado, más que a las grandes cuestiones cosmológicas acerca del mundo y su génesis (particularidad característica de la escuela de Mileto), hacia la crítica de las nociones y creencias comunes de la sociedad griega, tal y como se derivaban de la influencia de los grandes poetas (Homero y Hesíodo). También reprocha algunas costumbres bien establecidas, como por ejemplo, que se le otorgue tanta relevancia y valor a las capacidades físicas y al éxito en el deporte, y no se estime en igual valía al saber y a la destreza intelectual (como, análogamente, sucede en nuestra sociedad de hoy...). Pese a su condición aristocrática, Jenófanes rechaza el lujo excesivo (“presumidos, ufanos de sus elegantes peinados/ derramando la fragancia de elaborados ungüentos”, fragmento B3) y las conversaciones sobre temas míticos o de guerras ancestrales (“no ocuparte de las luchas de los titanes, gigantes/ y centauros, invenciones de la gente del pasado/, ni de violentas refriegas, temas en los que nada hay de provecho”, fragmento B1).

Pero la crítica más mordaz de todas las que lleva a cabo Jenófanes es la de la tradición teológica. Ahora bien, lo que juzga improcedente Jenófanes no son las mismas creencias religiosas, sus fundamentos, sino las representaciones en exceso humanas que de los dioses, o sus acciones, hemos realizado los seres humanos. En primer lugar, la reprende porque los poetas antiguos habían vertido en los actos divinos ciertas conductas que, para el hombre, son consideradas deleznables, como “robar, adulterar y engañarse unos a otros” (fragmentos B11 y B12). Pero, si lo son en nuestro caso, ¿no deberían serlo también para los dioses, que en última instancia son, o deben ser, un modelo a seguir por nosotros? ¿Cómo podemos aceptar dichas conductas como adecuadas o convenientes para unos pero como nefastas o deplorables para otros? En segundo lugar, amonesta Jenófanes la visión torpemente antropomórfica que los humanos poseemos de la divinidad, e unos fragmentos, ya clásicos, que citamos a continuación:

Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido/ y que tienen vestidos, voz y figura humana como ellos” (fragmento B14); “los Etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros/ y los tracios que tienen los ojos azules y el pelo rubio” (fragmento B16); “si los bueyes, los caballos o los leones tuvieran manos/ y fueran capaces de pintar con ellas y de hacer figuras como los hombres/, los caballos dibujarían las imágenes de los dioses semejantes a las de los caballos/ y los bueyes semejantes a las de los bueyes y harían sus cuerpos/ tal como cada uno tiene el suyo” (fragmento B15)

También critica Jenófanes que, de fenómenos puramente naturales, tendamos a ver la huella divina; así en el caso del arco iris, por ejemplo: “Y esa a la que llaman Iris resulta ser también una nube/, púrpura, escarlata y verdosa a la vista” (fragmento B32)

La moraleja evidente de estas críticas es que el sistema de creencias de la divinidad basadas en los textos homéricos y hesiódicos son incorrectas, y deben ser sustituidas. Sin embargo, la propuesta alternativa de Jenófanes es, cuando menos, insuficiente, y no parece que se deba a carencias de información o de textos por nuestra parte, sino a que, en realidad, el poeta de Colofón no elaboró una imagen propia y sólida de la divinidad.

Aún así, la concepción del Dios de Jenófanes es la de prevalecer uno de ellos (monoteísmo), que posee como atributos principales la omnipotencia, la omnisciencia y su unidad absoluta (de ahí el supuesto paralelismo con la escuela eleática), además de no ser físicamente similar a los humanos: “(Existe) un solo dios, el mayor entre los dioses y los hombres, no semejante a los mortales ni en su cuerpo ni en su pensamiento” (fragmento B23). En ocasiones se le suele definir como esférico, pero en todo caso es, según Jenófanes, inmóvil (le es inadecuado e innecesario el movimiento): “Siempre permanece en el mismo lugar, sin moverse para nada, ni le es adecuado el cambiar de un sitio a otro, sino que, sin trabajo, mueve todas las cosas con el solo pensamiento de su mente” (fragmentos B26 y B25). Dado que la unidad es lo mayor, a la vez es lo más real; por lo tanto, sólo aquello que sea uno es real (otro punto de conexión eléata). Sin embargo, esa unidad podría entenderse como que Dios y el mundo conforman dicha unidad, en cuyo caso no se trataría tanto de un monoteísmo por parte de Jenófanes como de un claro panteísmo, si bien esta posibilidad es muy discutible.

El hombre, por su parte, se halla lejos de estas facultades divinas: es un ser débil e imperfecto, e incapaz de lograr un conocimiento verdadero. De hecho, nuestro saber es, como máximo, pura conjetura; “ningún hombre conoció ni conocerá nunca la verdad sobre los dioses y sobre cuantas cosas digo; pues, aun cuando por azar resultara que dice la verdad completa, sin embargo, no lo sabe. Sobre todas las cosas [o sobre los hombres] no hay más que opinión” (fragmento B34). No estamos en condiciones de conocer la verdad, por lo que Jenófanes se deja llevar por una ignorancia humana natural que, no obstante, no deber ser óbice para tratar de conseguir la cultura y el saber. Más que un escepticismo radical, lo que este poeta quiere transmitir es la idea de que valoremos cautelosamente aquello que sostenemos como realidad o verdad, porque nunca podremos saber si nuestras nociones u opiniones son categóricamente ciertas o no. Como señalan Kirk y Raven, “su renovación de la doctrina tradicional sobre las limitaciones humanas, esta vez en un contexto parcialmente filosófico, contribuyó, poco más de lo que podemos rastrear, a moderar la tendencia ultradogmática por naturaleza de la filosofía griega en sus primeros estadios vivaces”. Tras el dogmatismo propio de los milesios y de su coetáneo Pitágoras (Jenófanes llegó a burlarse de su doctrina de la metempsicosis...) Jenófanes atemperó, y tal vez atenuó, el excesivo optimismo en la revelación de la verdadera realidad en que la filosofía previa se había instalado. Un conveniente aviso acerca de las limitaciones epistemológicas de la reflexión filosófica...

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