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26.5.07

Thoreau y la desobedencia civil

Si hay una figura intelectual (a nivel filosófico/social, me refiero) especialmente interesante que naciera en Estados Unidos durante el siglo XIX ésa es, a mi juicio, la de Henry David Thoreau (con el permiso de su buen amigo Raplh Wardo Emerson. Hay algunos interesantes apuntes sobre su obra aquí, y en este otro enlace tenemos una de sus obras, quizá la más importante (junto con Walden), La desobedencia civil.

Es acerca de esta obra de la que quiero extraer algunas ideas de Thoreau. La desobedencia civil consiste en una negativa a prestar obedencia y acatar las leyes y códigos establecidos por un gobierno. Pero esta negativa no es caprichosa; no se trata de negarse a cumplir las leyes porque hay que llevar la contraria, o porque hacer frente al gobierno es excitante y hace sentirnos más hombre, más elevados. Hay quien cree que la rebeldía hacia un gobierno o un sistema de normas y leyes debe suponer un acto humano per se. Pero la rebeldía gratuita es tan fútil como la sumisión total, tan absurda aquella como ésta.

Hay una frase genial de Thoreau al respecto: "Cualquier hombre que esté más en lo justo que sus vecinos constituye ya una mayoría de uno". Y es genial no porque Thoreau pretenda que el individuo imponga su ley particular a la mayoría, pues no faltaría más, sino porque propone que un hombre, uno sólo, puede y debe ser capaz, y debe ser ello un derecho, a desafiar la ley de la mayoría. En el siguiente párrafo Thoreau especifica un poco más:

Toda votación es una especie de juego, como el ajedrez o las cartas, con un débil matiz moral; un juego con lo justo y lo injusto, con las cuestiones morales... Incluso votar a favor de lo justo no es todavía hacer nada porque triunfe... Hay leyes injustas: ¿nos resignaremos a obedecerlas, intentaremos modificarlas y las obedeceremos hasta que lo consigamos, o las incumpliremos inmediatamente?...

La síntesis de esa ética individualista de Thoreau está elegantemente resumida en estas frases: "Creo que deberíamos ser primero hombres y después súbditos. No es tan deseable que se cultive el respeto a la ley como el respeto a lo justo. La única obligación que tengo que asumir es la de hacer en todo momento lo que considere justo".

La mayor traba para llevar a cabo esta actitud en la vida ante los gobiernos es la de determinar con el menor margen de error qué es lo que yo considero justo, y si nuestra justicia particular puede formar parte, sin incompatibilidades, con la justicia general. Pero esto casi nunca se da. Parece existir un cisma, un claro anatgonismo entre la justicia personal y la que propugna el gobierno de turno.

No obstante, si nuestra ética individual nos dirige hacia una justicia en la que no hacemos daño a nuestros semejantes, si esta justicia es capaz de respetar a los hombres y mujeres con quienes nos topamos a diario, aunque sea una justicia un tanto radical, será justa, valga la redundancia. Podemos hacer frente al gobierno blandiendo nuestra justicia si creemos que la general nos está impediendo ser hombres, si está mancillando y desgarrando la particular. En esto radica la desobedencia civil y el poso de toda acción, porque la acción más revolucionaria, es para Thoreau "actuar a cualquier precio por principios".

Por mucho que leyes, normas, preceptos, reglamentos o legislaciones nos dirijan hacia qué hacer y qué no, en realidad tenemos el poder (cabría decir quizá, también, el deber) de hacer caso omiso de ellas. No son más que abstracciones, la mayoría no sirve más que como medida de control y de coacción, son imposiciones más que necesidades, y si entran en conflicto con nuestra vida de una u otra forma, si nos entorpecen el camino o son obstáculos incómodos, no tengamos miedo a pasar por encima de ellas, siempre que seamos leales a nuestros principios y respetemos otras vidas y personas.

Y así, siguiendo la idea de Thoreau, empezaremos a ser un poco más libres.

10.3.07

La maldad humana y su origen

Todos sabemos que el ser humano se comporta, en ocasiones, con maldad. Dejaremos para otra ocasión qué se entiende por maldad y cómo puede diferenciarse, sin duda, de la bondad: cualquiera de nosotros sabría hacerlo, por supuesto, aunque seguramente no sabríamos explicar cómo lo hacemos.

Bien, el caso es que los hombres tienden a la maldad. Entonces, el problema radica en saber de dónde proviene ese mal, es decir, cuál es su origen. Si llegamos a conocerlo quizá podamos actuar en consecuencia y erradicarlo, al menos en parte, de nuestras vidas, porque toda maldad es perniciosa, aunque esto lo matizaremos al final del presente apunte.

Ha habido, históricamente, dos posturas ante este problema, radicalmente diferentes. Una se relaciona con la posición teológica occidental, la cual ve al hombre como inherentemente malo. Dado que su maldad le es propia y nace en su seno, hay que coartarlo continuamente para evitar que la muestre y le dé salida. La solución para ello es el "contrato social", mediante el que los hombres se ponen de acuerdo en reprimir sus impulsos malvados, actuando todos juntos en pos del beneficio común de la civilización. De esto se deriva que todo aquel que se sitúe fuera de una sociedad, en un "estado de naturaleza", al no reprimir tales impulsos representaría el más puro salvajismo, como Thomas Hobbes describió a los indios americanos.

Podríamos resumir esta postura de la forma siguiente: la sociedad, y en concreto, la sociedad occidental, humaniza al hombre, y los sistemas políticos que de ella se derivan son los idóneos para mantener a raya la maldad. De ahí que otras sociedades, en las que las relaciones entre las personas tenían un carácter distinto y había otras formas de neutralizar el mal, fueran consideradas como deleznables, porque "estorbaban una existencia humana, adecuada e ilustrada". Y de ahí se comprende igualmente que no sintieran vergüenza los occidentales cuando, junto por otros motivos, decidieron reprimir, supuestamente "civilizándolas", otras culturas y sociedades. En algunos casos, hubo que recurrir al asesinato, pero ello no pareció demasiado importante ante la trascendencia de su gesta por el bien de la Humanidad.

Por otra parte, la postura opuesta en este tema, minoritaria y escasamente representada, sostiene que el hombre en la naturaleza, es decir, que carece de la cultura occidental, es el verdaderamente puro y bueno. Sería precisamente el hecho de estar incivilizado lo que provocaría la bondad, porque su contraria, la maldad, tan sólo aparece cuando existen estrechas relaciones entre los hombres y se les obliga a seguir unos compromisos para mantener a aquella, la maldad, precisamente entre barrotes. En definitiva, según esta visión "son la sociedad en sí misma o el contrato social, vistos como una degeneración, quienes se convierten en fuerza corruptora que desmoraliza al hombre".

Habría, por lo tanto, que suponer que debido a las condiciones en las que el hombre se ha visto forzado a existir, es decir, en sociedad y en contacto con otros semejantes, ha perdido su bondad, la cual existía, y existe aún, en ciertas sociedades "primitivas".

Es una cuestión personal abrazar una u otra postura, tanto da considerar que la sociedad humaniza y evita el mal como que corrompe y da salida a dicho mal. Y es indiferente porque seguramente el mal, sea cual sea su origen, late en nosotros vivamos en sociedad, en la naturaleza, rodeado de hombres y comprometidos con las leyes, o libres de toda imposición, entre las bestias y con la luz del Sol como único guía moral.

Recuerdo ahora muy especialmente unas reflexiones recogidas en una serie de televisión, 'Doctor en Alaska', referidas precisamente a este tema. Hacia el final del capítulo, el locutor radiofónico Chris Stevens medita acerca del bien y del mal: "En cada ser humano hay un lado oscuro; todos queremos ser Obi Wan Kenobi y en gran medida lo somos, pero también hay un Darth Vader dentro de nosotros. No se trata de que tengamos que elegir entre una cosa u otra porque estamos hablando de dialéctica, del bien y del mal que coexisten en nuestro interior. Podemos huir pero no escondernos. Seguid mi consejo, enfrentaos a la oscuridad, cara a cara y hacendarla. Como dice nuestro amigo Nietzsche, ser un ser humano ya es bastante complicado así que darle un buen abrazo a la oscuridad del alma y gritad el eterno sí".

Y, aún en otro capítulo, el locutor filósofo vuelve a la cuestión: "He hecho algo malo por lo salvaje, para recordar a la gente que ahí fuera existe el mal, en todos los rincones, y que podemos perderlo todo en un instante. Por eso, y porque, a veces, amigo, a veces, es necesario hacer algo malo para sentir que estás vivo".

Diálogos de Platón (VI): "Gorgias"

Gorgias es el cuarto diálogo más extenso de toda la obra platónica. Con Gorgias se inicia el grupo de diálogos que se consideran " de ...