5.1.15

Alcmeón de Crotona (I)


A Alcmeón se le había adscrito dentro de la escuela pitagórica desde la antigüedad tardía, en una conclusión a la que llegaron muchos autores de esa época. No es una afiliación descabellada, dado que Alcmeón nació en Crotona, ciudad en la que Pitágoras había fundado una escuela o comunidad de seguidores, y dado también que en las teorías que conservamos de aquél hay una clara influencia de las del filósofo de Samos, o de su escuela, mejor dicho, si bien hay quien afirma que recibió también influencias de los jonios. Así pues Crotona, ciudad de la Magna Grecia, dentro de la península italiana, vio nacer a finales del siglo VI antes de Cristo a nuestro personaje, que moriría probablemente a mediados del siglo siguiente. Como en tantos otros casos, hemos perdido su obra original, que la tradición posterior tituló, para no variar, como Sobre la naturaleza, por lo que no cabe más alternativa que recurrir a la doxografía.

Alcmeón fue contemporáneo de Empédocles y Anaxágoras. En Crotona hubo una famosa escuela de medicina, de la que fue miembro, y que ya había visto aparecer a un gran especialista: Demécedes, pero, como señala Jesús Mosterín (La Hélade, Alianza, 2006, Madrid), Alcmeón “es el primer investigador y escritor médico griego del que tengamos noticia, el único precedente serio del gran Hipócrates de Cos y el primer autor de un libro de fisiología”. Parece que Alcmeón conoció a Pitágoras, ya muy mayor, y es bastante evidente que mantuvo contacto con la cofradía de éste (no en vano, en uno de sus fragmentos conservados menciona a algunos de ellos), pero hoy en día, como afirma Alberto Bernabé (De Tales a Demócrito, fragmentos presocráticos, Alianza, Madrid, 2006, obra que nos sirve de base para la presente nota), “nos damos cuenta de su poderosa originalidad y coherencia de pensamiento, que hacen de él una personalidad aparte en la historia de la filosofía griega”. El mismo Aristóteles (que refutó algunas de las opiniones de Alcmeón en un tratado hoy perdido) era partícipe en cierto modo de esta postura, pues lo distinguió claramente de los pitagóricos.

Alcmeón fue médico y filósofo, o, si se prefiere, médico-filósofo, en tanto que se interesaba por el ser humano fisiológico pero dentro siempre de una concepción pitagórica del mundo, nunca como ente aislado. Entendía como falible y limitado el saber humano, tanto por lo que respecta al saber del mundo o de las cosas como al de la enfermedad, porque el hombre alcanza únicamente “indicios” sobre la realidad. La sabiduría absoluta y perfecta, aquella que logra la certeza, sólo es de procedencia divina, a la que el hombre jamás llegará, una postura bastante diferente a la de la mayoría de los presocráticos, que veían en sí mismos la figura del sabio o poeta inspirado.

No parece que Alcmeón siguiera la costumbre milesia de atribuir a un único principio el origen de las cosas, si bien sí considera la existencia de contrarios, como los pitagóricos, pero sin limitarlos a un número concreto. Conservamos un fragmento recogido posteriormente en el que aplica esta filosofía de raíz pitagórica a la medicina. “Alcmeón solía decir que lo conserva la salud es la igualdad de poder de las fuerzas; de lo húmedo, lo seco, lo frío, lo caliente, lo dulce y lo demás. El reinado de una sola entre ellas es lo que provoca la enfermedad. Ésta sobreviene, bien por exceso de calor o de frío, bien por la abundancia o la falta de alimento; puede darse en la sangre, la médula o el cerebro. También puede producirse en esos sitios por motivos externos: aguas de cierto tipo o un lugar o agotamiento o violencia o cosas similares. La salud, según él, es la mezcla proporcionada de las cualidades”. Así pues, el cuerpo humano es un microcosmos en el que, si hay salud, domina siempre la armonía y el equilibrio entre diversos factores y tendencias (lo húmedo y lo seco, etc.), un estado llamado isonomía, y es la preponderancia de alguno lo que causa la enfermedad (monarquía, gobierno de un solo factor). El tratamiento de las enfermedades debe llevarse a cabo por la acción de las fuerzas contrapuestas a las que generan la enfermedad, es decir, frío contra calor, sequedad contra humedad, etc.

Fue muy influyente, Alcmeón, como médico, y combinó el espíritu empírico y crítico procedentes de la escuela jonia, que pudo haber recibido de Jenófanes, con las especulaciones propias de los pitagóricos que vivían en Crotona. Quizá por ello parece ser que fue de los primeros, sino el primero, que diseccionó un cadáver en Grecia. Ello le permitió contemplar la constitución de los órganos sensoriales. Particularmente, está claro que tuvo la primicia de diseccionar un ojo humano, observando los nervios que lo unen con el cerebro. Fue capaz de determinar la función correcta a dichos nervios ópticos, cuya misión era llevar al cerebro las “impresiones dejadas por el fuego exterior en el fuego interior de los ojos”.


Supo diferenciar entre las arterias y las venas, llamando a las primeras “venas sin sangre” dado que se hallan vacías en los cuerpos inertes. La posteriormente llamada “Trompa de Eustaquio”, la trompa auditiva, un conducto que enlaza el oído medio con la cavidad faríngea, también fue un descubrimiento de Alcmeón.

29.12.14

La palabra 'Dios', según el positivismo lógico


La palabra «Dios» es otro ejemplo. Haciendo caso omiso de la variedad de empleos que ha tenido en tanto órdenes, podemos distinguir sus usos lingüísticos a través de tres contextos distintos, de tres situaciones históricas que incluso llegan a coexistir parcialmente en el orden temporal. En su  uso mitológico la palabra tiene un significado claro. En ocasiones ella misma -o los términos equivalentes de otros lenguajes- es utilizada para designar a seres corpóreos que están entronizados en el Olimpo, en el Cielo o en los Infiernos y que se hallan dotados en mayor o menor grado de poder, sabiduría, bondad y felicidad.

En ocasiones se la utiliza también para designar a seres espirituales que, a pesar de no tener cuerpo semejantes a los humanos, se manifiestan en alguna forma en cosas o procesos del mundo visible y resultan, por consiguiente empíricamente comprobables.

Por el contrario, en su uso metafísico  la palabra «Dios» designa algo que está más allá de la experiencia. El vocablo es deliberadamente despojado de cualquier significado relativo a un ser corpóreo o a un ser espiritual que se halle inmanente en lo corpóreo, y como no se le otorga un nuevo significado deviene asignificativo. A menudo puede parecer que la palabra «Dios» también posee significado en el orden metafísico, pero ante una cuidadosa inspección las definiciones establecidas al respecto han demostrado ser pseudodefiniciones. Ellas conducen o a secuencias de palabras lógicamente ilegítimas [...] o a otras expresiones metafísicas (por ejemplo: «la base primordial», «lo absoluto», «lo incondicionado», «lo independiente», «lo autónomo», y así sucesivamente), pero jamás a las condiciones de verdad de su proposición elemental. En el caso particular de este vocablo ni siquiera se ha satisfecho la primera exigencia de la lógica, o sea la de la especificación de su sintaxis, es decir, de la forma como aparece en su proposición elemental. En este caso la proposición elemental debería tener la forma «X es un Dios»; sin embargo, el metafísico rechaza completamente esta forma sin sustituirla por otra o, si llega a aceptarla, no indica las categorías sintácticas de la variable X. (Son categorías, por ejemplo: cuerpos, propiedades de cuerpos. Relaciones entre cuerpos, números, etc.)

El uso teológíco de la palabra «Dios» se sitúa entre el uso mitológico y el metafísico. No hay aquí un empleo propio, sino una oscilación del uno al otro de los usos mencionados. Algunos teólogos tienen un concepto de Dios claramente empírico (esto es, mitológico, de acuerdo con nuestra terminología). En este caso no nos hallamos ante pseudoproposiciones, pero la desventaja para el teólogo consiste en que, de acuerdo con esta interpretación, las proposiciones de la teología son empíricas y, por lo tanto, quedan sujetas a las decisiones de la ciencia empírica.

El empleo lingüístico que otros teólogos hacen de este término es claramente metafísico. [...]

Tal y como los ejemplos ya examinados de «principio» y de «Dios», la mayor parte de los otros términos específicamente metafísicos se halla desposeída de significado, por ejemplo, «la Idea», «el Absoluto», «lo Incondicionado», «lo Infinito», [...].

Las pretendidas proposiciones de la metafísica que contienen estas palabras no tienen sentido, no declaran nada, son meras pseudoproposiciones”.

Rudolf Carnap, La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, en A. J. Ayer (dir.), El positivismo lógico, Fondo de Cultura Económica, México 1965.

La Institución Libre de Enseñanza (II): Principios


La Institución de Libre Enseñanza (ILE) no tuvo su vida como una mera academia en donde se impartían clases. Su innovadora pedagogía y su espíritu librepensador y crítico se difundieron mucho más lejos de sus puertas y enriquecieron no sólo a sus alumnos, sino a la sociedad general. En esta nota vamos a recoger algunas de las orientaciones y principios básicos que guiaron a Francisco Giner de los Ríos, como dijimos, su principal valedor y corazón de la Institución.

Como nos dice Antonio Jiménez García (El Krausismo y la Institución Libre de Enseñanza, Cincel, Madrid, 1985; todas las citas corresponden a esta obra, excepto donde se señala), la idea básica era “educar al hombre por el hombre, a partir del desarrollo integral de las propias aptitudes y capacidades”. Si se quería cambiar la sociedad era imprescindible educar a los hombres y hacerlos libres y espontáneos; no era posible alcanzar aquel ideal recurriendo a revoluciones desde el poder. Todo debía comenzar en la base, desde abajo. España tenía que remodelarse, hacerse de nuevo, hacer de ella lo que nunca había sido, esto es, una sociedad abierta y tolerante, receptiva a los cambios e innovaciones procedentes de Europa. Sólo la educación podrá permitir este objetivo.

Giner aplica los principios pedagógicos procedentes de algunos ilustrados europeos, como Comenio (siglo XVII), sin olvidar a Rousseau (s. XVIII) o Pestalozzi (finales del XVIII comienzos del XIX). Estas influencias las aglutinará y solidificará en torno a los ideales del krausismo, y que partirán del método pedagógico de Friedrich Fröebel (1782-1852), quien fue discípulo ferviente de Krause.

Un adulto es, se pensaba en la Institución, lo que de niño hubiese aprendido. Y, en buena parte, ello parece ser así, de modo que muchas de sus energías se encaminaron a las enseñanzas de párvulos. Seguiremos aquí los puntos que enlista Jiménez García a propósito de los principios educativos de la Institución, a saber:

1)     Educación e instrucción

Muy importante fue esta distinción en toda la vida de la ILE y en todos sus miembros. En efecto, eran muy conscientes, tanto que dedicaron sus más vivas críticas al sistema de la enseñanza tradicional, el cual veía al niño como un “recipiente vacío al que, desde pequeñito, hay que convertir en un almacén de conocimientos y saberes”. Un almacén, como algo pasivo, como algo (el niño y la niña) que reciben la información fríamente. Giner de los Ríos definía a ese sistema (en su obra de 1886 Estudios sobre Educación [EE]) como “memorista, mecánico, dedicado a nuestras facultades inferiores, para las cuales se digna promulgar… la verdad, oficialmente averiguada y definida, librándonos de aquel trabajo de buscarla por nosotros mismos, que Lessing reputaba al más característico de los seres racionales”.

La idea básica no es introducir en el alumno ese saber cuantitativo, acumulativo, sino ayudarle para que se forme como persona libre gracias a la educación adecuada, que le permita moverse ágilmente en la sociedad.

2)     Educación activa

Como hemos dicho, la metodología de enseñanza tradicional convertía el proceso de aprender en algo pasivo; la actitud misma del alumno es pasiva, puramente receptiva. El alumno recibe el conocimiento… no va a su encuentro. Giner de los Ríos defenderá, por el contrario, alcanzar el saber por un medio activo, motivando al niño siguiendo el método socrático y la intuición, una intuición clave en la enseñanza, pues ella estimula el genio creativo e innovador del alumno. En efecto, como nos dice Giner de los Ríos en EE, el método intuitivo “rompiendo los moldes del espíritu sectario, exige del discípulo que piense y reflexione por sí mismo… que investigue, que arguya, que cuestione, que intente, que dude...”.

3)     Educación integral

¿En qué consistiría el ideal de educación integral, base del pensamiento antropológico krausista? Sobretodo en “formar un hombre armónico, que desarrolla en plenitud el espíritu y el cuerpo, la razón, el sentimiento, la voluntad, el carácter, el sentido estético y moral de la vida, el adiestramiento manual, el cultivo de los oficios…”. Dado que el objetivo es esa educación holista, nada puede quedar fuera. Así, por ejemplo, el “desarrollo de la personalidad individual, nunca más necesario que cuando ha llegado a su apogeo la idolatría de la nivelación y de las grandes masas” (De los Ríos, EE).

4)     Educación en libertad

Es parte integrante de la educación activa; el alumno debe poder disfrutar de esa libertad, la que le permite no recibir imposiciones dañinas por parte del profesorado ni, por supuesto, cualquier tipo de actitudes coercitivas que lleven al castigo físico o emocional. Pero, desde luego, ser libre en el sentido descrito también conlleva ser responsable de sus actos, independientemente de la edad del alumno.

5)     Educación neutra

Una educación es neutra cuando es secular, cuando no se adscribe a un particularismo religioso, filosófico o político. “La tolerancia religiosa… tiene que ser una condición esencial de la enseñanza. La enseñanza laica es la que puede hacer posible el espíritu de tolerancia, que debe ser la base de la convivencia social española. La enseñanza confesional o dogmática debe ser erradicada del Estado, tanto en los centros públicos como en los privados.

Sin embargo, Giner de los Ríos es muy consciente que los profesores aconfesionales pueden terminar incurriendo en el mismo defecto de sectarismo que quieren erradicar, incluso con mayor gravedad.

6)     Escuela unificada

No hay separación estanca entre un niño, un muchacho y un adolescente. Se trata de un proceso gradual que permanentemente va aconteciendo por lo que, en el ámbito educativo, no cabe separar tampoco entre la edad de párvulos y la primera y segunda enseñanza. No hay etapas, no hay contenidos distintos o propios que aplicar a cada una de ellas (excepto aquellos en función de la dificultad, naturalmente), sino que es un proceso gradual de aprendizaje.

7)     Co-educación

Era habitual en la enseñanza tradicional sentir rechazo y repulsa ante la noción de co-educación. La calificaban como “anti-moral, anti-higiénica y contra natura”. Sin embargo, Francisco Giner de los Ríos veía en la presencia combinada de niños y niñas en el aula una circunstancia perfectamente normal y deseable. A fin de cuentas, ambos conviven en las casas, en las calles en los juegos, etc. No había, sostenía, razón ninguna para separarlos en clase. Además, De los Ríos era muy “partidario de la educación de la mujer y de su elevación social, y esto sólo se podía conseguir de la co-educación”.

8)     Educación y familia

No tenía la ILE la pretensión de suplantar la educación que el alumno pudiera recibir en su casa y en la familia. Por este motivo, era contrario al internado del mismo. El entorno familiar y casero representaba para el niño lo que la esfera profesional y las complejas relaciones sociales para el hombre. La vida familiar era esa esfera insustituible, un lugar sagrado de las intimidades personales…

Además de todo esto, es preciso mencionar unas pocas directrices metodológicas. Se quiso limitar el número de alumnos por aula a los menores posibles, promoviendo así una mayor cercanía del profesor con sus alumnos, un trato más personal y directo. Por otro lado, había un rechazo total a los exámenes, puesto que ellos estimulaban precisamente lo que ILE pretendía suprimir, esto es, el conocimiento puramente acumulativo y memorístico, pasivo, además de crear una falsa competitividad. También los libros de texto fueron eliminados, dado que su contenido forzaban al alumno a seguir un esquema de intereses predeterminado, así como una orientación concreta en su aprendizaje, contrario al espíritu de libre indagación de la ILE.

Para terminar esta nota resumamos, como hace Antonio Jiménez García, el espíritu pedagógico de la Institución bajo la figura de Giner de los Ríos, en un breve texto de Manuel Bartolomé Cossío en su trabajo De su jornada: “trabajo intelectual sobrio e intenso; juego corporal al aire libre; larga y frecuente intimidad con la naturaleza y con el arte; absoluta protesta, en cuanto a disciplina moral y vigilancia, contra el sistema corruptor de exámenes, de emulación, de premios y castigos, y de espionaje, y de toda clase de garantías exteriores; vida de relaciones familiares, de mutuo abandono y confianza entre maestros y alumnos; íntima y constante acción personal de los espíritus, son las aspiraciones ideales y prácticas a que la Institución encomienda su obra”.

''Ser y Tiempo'', de Martin Heidegger, por Jorge Eduardo Rivera



Una clarificadora y muy amena presentación del pensamiento que el alemán Martin Heidegger, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, sino el mayor, vertió en su obra cumbre, "Ser y Tiempo". Jorge Eduardo Rivera, traductor y comentador de dicha magna obra, nos habla con frescura y familiaridad de un pensamiento tan complejo como el del gran Heidegger, haciéndolo accesible y comprensible.

28.12.14

La Institución Libre de Enseñanza (I): Orígenes


En la serie de cuatro notas que con ésta empieza, vamos a describir el origen, los principios, principales miembros y algunos de los centros educativos inspirados en ella y, finalmente, el ataque que la Institución Libre de Enseñanza (ILE) iba a sufrir por medio de los conservadores. Esta primera entrega la dedicaremos a los orígenes. En la serie seguiremos la obra de Antonio Jiménez García El Krausismo y la Institución Libre de Enseñanza (Cincel, Madrid, 1985), que por su sencillez y claridad didáctica recomendamos sin dudarlo.

      A)    Antecedentes. La “Primera Cuestión Universitaria”. El Colegio Internacional.

Una idea magistral puede aparecer por un golpe de ingenio o talento, pero lo más habitual es que sea producto de nociones o intuiciones previas, que se funden y acrisolan en una misma. La ILE, hija en buena parte por la aportación y el trabajo incansable de Francisco Giner de los Ríos (a quien conoceremos en breve), no nació de la nada. En efecto, fue inseminada, por así decir, gracias al Colegio Internacional, fundado por José Calderón y Nicolás Salmerón.  El  por qué de su aparición debe buscarse en la llamada “Primera Cuestión Universitaria”. En los años finales del reinado de Isabel II aumentó, hasta niveles bastante lamentables, la represión ante pensamientos no anclados en la ortodoxia. Manuel de Orovio, ministro de Enseñanza a la sazón, no toleraba la apertura intelectual del krausismo, sino que quería mantener el arraigo católico tradicional a toda costa (recordemos que el krausismo español adoptaba un “catolicismo liberal”, en nada opuesto a la religiosidad católica; de hecho, lo veían como la mayor expresión religiosa del racionalismo armónico aunque, eso sí, sujeto al cambio y a la perfectibilidad). Por ello, para evitar la difusión de las ideas krausistas y progresistas, de Orovio decidió expulsar de sus respectivas cátedras de enseñanza a Giner de los Ríos, Salmerón y Fernando de Castro. La respuesta de Salmerón, a la que se unieron sus compañeros destituidos, fue crear en 1866 el Colegio Internacional, naturalmente de ámbito privado, que ofrecía enseñanza primaria y secundaria brindando los medios y pedagogías más avanzadas del momento, y que serviría de base y sustrato educativo a la Institución.

En el Colegio convivían internos los alumnos y el matrimonio Salmerón así como sus numerosos hijos, por lo que tenía un evidente ambiente familiar. R. Castrovido describe así dicho ambiente: “En aquel Colegio no se usaban palmetas, ni otras disciplinas que las científicas, ni se injuriaba los niños llamándoles brutos cuando no se sabían la lección, ni se les obligaba a repetir de memoria rezos, la tabla de multiplicar, los ríos de España, las capitales de Europa, la historia de los reyes godos y las fábulas de Samaniego. Era un colegio que no hacía odioso al profesor ni cargante el estudio”. En efecto, un profesor, como nos dice V. Cacho Viu, “modesto, sin brillo ni nombre exterior, dedicado por entero a la enseñanza”.

En 1874, tras un corto tiempo en el que Salmerón dejó la dirección, el Colegio finalmente desapareció legalmente, pero en absoluto en espíritu.

      B)     Origen de la ILE. “Segunda Cuestión Universitaria”.

Una palabra puede muchas veces definir toda la idiosincrasia de un ideal. Si hubiera que elegir una que describiera el espíritu que anima a los krausistas, sin duda alguna ese vocablo sería libertad. Libertad social e individual, libertad de cátedra, de pensamiento… Los krausistas veían en la ausencia de libertad en nuestro país la la servidumbre y la sumisión a la tradición palpable en la sociedad. El efecto de esto era el atraso, la carencia de progresismo, el apego a las imposiciones, su debilidad. Salmerón escribiría en 1869, inmerso en el Sexenio Revolucionario, unas agrias palabras lamentando… “la servil educación teocrática […] ha entronizado especialmente en la sociedad española el imperio de una fe ciega, intolerante e inmóvil, trayendo […] la enajenación del propio pensamiento, el miedo a la libre indagación, la desconfianza en la salud del alma…”.

Esta pasión por la libertad se plasmaría incluso físicamente, al sustituirse el retrato de la reina Isabel II, que presidía el testero del Paraninfo de la Universidad Central, por la inscripción Libertad de la ciencia, y justo debajo la frase bíblica La verdad os hará libres, en latín (veritas liberabit vos).

Sin embargo, el sexenio revolucionario no fructificó, y la monarquía borbónica consiguió de nuevo el poder. Y, con él, la represión: a principios de 1875 veía la luz un real decreto que instaba a los rectores universitarios a que controlaran y evitaran la difusión y la enseñanza de cualquier contenido ajeno o “contrario al dogma católico… [y] a la sana moral”. Las protestas que efectuaron Salmerón, Giner de los Ríos, de Azcárate y otros catedráticos les valieron ser expedientados y suspendidos; pero, no contentos con ello, los conservadores tuvieron a bien expulsarlos del cuerpo docente, primero, para después aumentar el agravio, hasta cotas absurdas e incomprensibles, cuando decidieron deportarlos y encarcelarlos… El único delito que cometieron estos catedráticos fue negarse a seguir los preceptos y mandatos establecidos en el decreto; hubo compañeros de cátedra que renunciaron a su puesto ante semejante barbaridad, en un gesto de solidaridad que les ennoblece.

     C)    Nace la ILE

Francisco Giner de los Ríos fue encarcelado durante unos meses en el castillo de Santa Catalina, en Cádiz, y allí fue donde rumió la idea de fundar un centro educativo privado. Escribía en una carta, más tarde, ya en libertad: “… tal vez organicemos modestamente una pequeña institución de enseñanza superior libre, con una escuela de Derecho”. En 1876, Giner, en colaboración con Salmerón, Azcárate y otros ayudantes, confeccionan una primeriza idea general de lo que sería la Institución. Algunos medios de comunicación, como El Imparcial, recogía el espíritu de libertad de esta emergente escuela superior, criticando las Universidades estatales como centros muy alejados del deseo de conocer la verdad sin reservas. En su edición del 29 de mayo de 1876, señalaba esta publicación que dicha verdad sólo se intentará alcanzar “en establecimientos como el que va a crearse [la Institución], donde los desenvolvimientos de las ideas, las creaciones del espíritu no están sujetas a las trabas y a las ligaduras que disposiciones recientes [el mencionado real Decreto de 1875] sujetan al profesor, matando su independencia”.

La Institución Libre de Enseñanza queda definitivamente establecida el 31 de mayor de 1876, aprobándose los estatutos correspondientes. Un somero vistazo a las actividades de la Institución da idea de los valores que le caracterizaron. En el artículo 16 leemos que desea realizar “estudios de cultura general, estudios superiores científicos, conferencias y cursos breves de carácter científico y/o popular”, así como fundar una biblioteca y un gabinete, editar un boletín que recoja trabajos científicos y promover la cultura general por medio de concursos y premios.

Francisco Giner de los Ríos sostuvo siempre que el estado paupérrimo de la enseñanza española en su tiempo obedeció al sistema obsoleto y fallido de las oposiciones; por el contrario, en la ILE debía prevalecer un profesorado que mostrara fundamental su vocación para la docencia, su conducta recta y su destreza como oradores e investigadores. Por motivos económicos pronto tuvo la ILE que renunciar a proporcionar clases universitarias, centrándose en la enseñanza primaria y secundaria.

Como recoge el artículo 15 de la ILE, su ideario es el siguiente: “es completamente ajena a todo espíritu e interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido política; proclamando tan sólo el principio de la libertad e inviolabilidad de la ciencia y de la consiguiente independencia de su indagación y exposición”.


El 29 de septiembre de 1876 arranca la aventura intelectual y pedagógica que será la ILE, y que tendrá un desarrollo de seis décadas, de las cuales casi cuatro serán lideradas por Francisco Giner de los Ríos.

1.000.000 de visitas... Muchísimas gracias!!


A finales de 2011 agradecía a todos los visitantes que el contador del blog hubiera llegado a la bonita cifra de 150.000 visitas. Hace unos pocos días, esta sencilla y nada ambiciosa página de Filosofía en clave divulgativa ha superado el millón (1.000.000) de visitas. Eso significa que en esos tres años han sido más de 800.000. Teniendo en cuenta su temática, y lo poco que se ha actualizado en los últimos tiempos, es casi un milagro.

Me complace mucho que tantas personas lo visiten y pido perdón a todos aquellos que han preguntado cuestiones y no les han sido respondidas, o no en la medida adecuada. Es una falta que intentaré corregir en lo sucesivo, y dentro de mis posibilidades y conocimientos, que no son muchos, dicho honestamente.

Es estimulante saber que, por término medio, cada mes hay treinta mil personas que deciden entrar en estas páginas a intentar conocer algo más de la Historia del pensamiento, una figura particular, un concepto... o lo que sea. Movidos por la curiosidad o (desgraciadamente, en el caso académico) por la obligación, tratan de encontrar alguna respuesta aquí.

Ha sido muy escasa mi dedicación en los últimos tiempos a este blog. Se merece más esfuerzo, más trabajo, un contenido más rico y variado. Aunque nunca sabe uno qué puede suceder, hay en perspectiva muchas notas, que espero poder llevar a cabo. Además de las temáticas que están en desarrollo (como la de la Filosofía Española Contemporánea), hay en mente iniciar muchas otras, en efecto.

Entre ellas, una reelaboración de las notas dedicadas a los Presocráticos, iniciar una serie larga dedicada a los Diálogos platónicos, así como al Estoicismo romano. Para más adelante, hay previsto otra serie monográfica centrada en Aristóteles...

También está en mente, seguramente a más largo plazo, desarrollar una breve Historia de la Ética, así como una serie sobre el Existencialismo, y muy probablemente otra centrada en Friedrich Nieztsche. La figura de Immanuel Kant también será tema de un monográfico especial, y muy seguramente alguna obra específica será analizada de manera pormenorizada, como por ejemplo el Discurso del Método, de René Descartes.

***

Todo ello será posible si los hados son propicios, y si los amables visitantes de esta página nos siguen honrando con su presencia. Pese a que hay otros blogs mucho mejores, tanto por la profundidad de los temas expuestos como por la riqueza conceptual y expresiva de sus autores, el hecho de que haya tantas amigas y amigos que también hacen del nuestro un recurso para aclarar sus dudas o satisfacer su curiosidad, es muy satisfactorio y anima a intentar mejorar en lo sucesivo.

A todos aquellos que, con sus visitas, comentarios y sugerencias enriquecéis estas sencillas páginas, ¡¡¡un millón de gracias!!! :)

7.12.14

Anaxágoras de Clazómenas, un pionero de las estrellas (Segunda Parte)


(Disponible en formato PDF en: Boletín Huygens, de la Agrupación Astronómica de la Safor, Valencia, España)

En la primera parte de este artículo, vimos las nociones primitivas que las antiguas culturas poseían acerca de los astros. Vimos, asimismo, cómo el mundo griego inauguró una concepción racional en la comprensión de los mismos, y cómo nuestro personaje, Anaxágoras de Clazómenas, ya dio muestras de heterodoxia y de disensión en el ámbito de las ideas puras. En esta segunda y última parte describiremos sus ideas astronómicas y las consecuencias que las mismas tuvieron para su propia vida.

Anaxágoras de Clazómenas, un pionero de las estrellas (Segunda Parte)


Como decíamos en la primera parte, si las meras afirmaciones filosóficas importunaron a grandes pensadores ulteriores a Anaxágoras, como Platón y Aristóteles por igual, sus tesis astronómicas y cosmológicas aún iban a producirles una indignación mayor. Como los textos propios de aquel acerca de estos temas son bastante escasos, para conocerlos cabe acudir a la doxografía —esto es, los textos de escritores posteriores que recogieron las opiniones de filósofos más antiguos, como en este caso Simplicio, Hipólito, Teofrasto y Diógenes Laercio, entre otros.

Recordemos, como punto de partida, que en las concepciones míticas las grandes fuerzas de la naturaleza se identificaban con dioses: así, por ejemplo, el Sol era uno de los más poderosos, dada su facultad de generar luz y proporcionar energía, permitiendo el crecimiento de las plantas y la maduración de alimentos.

Nadie dudaba (ni en Grecia ni en ningún otra cultura similar, por aquel entonces) que el Sol era un dios; sin embargo, Anaxágoras tenía una visión completamente distinta: para él, el Sol era, meramente, una roca ardiendo, un enorme globo de fuego en la distancia. Nada de divinidades celestiales a las que rendir tributo; nada de entelequias humanas para dotar de familiaridad al cosmos; nada de complejas relaciones entre dioses, ni de personificaciones vanas: el Sol era sólo una piedra al rojo vivo, que brillaba con luz propia por su gran calor. La naturaleza solar era, pues, material, no divina.

Anaxágoras se atrevió, incluso, a conjeturar las dimensiones de nuestra estrella (es difícil imaginar el impacto en su época de algo así: tratar de medir cuán grande era lo que hasta entonces se consideraba una divinidad...): dedujo que debía ser mayor que la península del Peloponeso, un tamaño considerable —tenía más de doscientos kilómetros en su segmento mayor durante la época del clazomenio—, aunque no mencionó ningún cálculo concreto[1]. Como en los casos de Tales y Anaximandro mencionados en la primer parte del artículo, lo que conviene destacar no es la corrección del dato, sino la revolución conceptual que suponía reemplazar el carácter mítico y divino de nuestra estrella en una simple sustancia material, así como su declaración de que poseía un tamaño similar a la distancia usualmente recorrida a caballo en dos días.

Si el Sol era, para Anaxágoras, sólo una roca caliente, la Luna debía ser, dado que no producía tanta luz como la estrella, una roca más fría. Más fría y opaca, además, ya que, al contrario que el Sol, su luz no podía ser propia; su luminosidad debía ser resultado del reflejo de la luz emanada por la estrella (para afirmar esto quizá percibió que la parte iluminada del satélite estaba siempre de frente al Sol), y que rebotaba desde su superficie hasta la Tierra, desde donde podíamos contemplarla. Tal superficie lunar, continuaba Anaxágoras, debía estar hecha de tierra, como nuestro mundo, y en ella habría planicies y simas. Hoy nos parece lógico hablar de “superficie lunar”, pero en tiempos del filósofo jonio la idea de que la Luna fuese tan sólo un cuerpo celeste propio, con sus accidentes singulares, montañas y valles, careciendo de cualquier tipo de esencia divina, era muy provocadora.

Persiste cierta inseguridad acerca de si, después de todo, Anaxágoras fue o no el primero en afirmar el carácter de la Luna como astro sin luz propia. Esto se debe a que en un fragmento conservado de Parménides puede leerse: “Fulgor de la noche en torno a la tierra, errante luz ajena”. Con “errante luz ajena” parece ser que Parménides se refería a la Luna y que trataba de señalar, si bien algo crípticamente, como solía ser habitual en él, que nuestro satélite carecía de luz propia, y que era el Sol el que la iluminaba. También hay otra referencia muy similar de Empédocles (483-424 antes de Cristo): “Redonda, gira en torno de la tierra, luz ajena” (fragmento 39). Pero como Empédocles fue coetáneo de Anaxágoras no sabemos muy bien quién sostuvo primero la idea.


 Figura 2: El Sol asoma por encima de la Tierra, con la Luna en primer plano. Anaxágoras tuvo la audacia (aunque erró en la forma de nuestro mundo, pues lo creyó plano) de concebir a los astros como cuerpos materiales desprovistos de cualidades divinas.

En cualquier caso, “la astronomía de Anaxágoras es, sin duda, mucho más racional que la de la mayoría de sus predecesores, sobre todo en lo referente a su opinión de que el sol, la luna y las estrellas son enormes piedras incandescentes[2]. Lo que motivó a Anaxágoras a sostener nociones tan novedosas en el siglo V antes de Cristo fue, posiblemente, la caída de un meteorito en Egospótamos, cerca de donde vivía antes de trasladarse a Atenas. Aunque la insinuación hecha por la tradición y recogida por Diógenes Laercio de que Anaxágoras fue capaz de predecir tal caída es a todas luces incorrecta, resulta más probable suponer que dicha caída sí le indujo a considerar la naturaleza y posición de los cuerpos celestes. Estos, siguiendo su propia noción del caso lunar, estarían compuestos por material pétreo, constituyendo rocas desprendidas de la propia Tierra, que arderían como focos inflamados a causa de la alta velocidad de su movimiento alrededor de nuestro planeta. Tal celeridad solía mantenerles en lo alto de ordinario, pero en ocasiones serían lanzados en dirección a la Tierra por su tendencia natural, como objetos pesados, a aproximársele y caer hacia ella, dando origen entonces a estrellas fugaces (meteoros) o meteoritos, caso de alcanzar la superficie.

En otro orden de cosas, recordemos que Tales de Mileto, como dijimos en la primera parte del artículo, pronosticó eclipses solares y los entendió como un fenómeno debido sólo a los movimientos de los astros. Esto constituyó un gran avance, pero fue Anaxágoras el primero que los explicó clara y concisamente, como recoge Hipólito con estas palabras: “La Luna está debajo del Sol y más próxima a nosotros. [...] Los eclipses de Luna se deben a que la oculta la Tierra o, a veces, los cuerpos que están debajo de aquella; los eclipses solares se deben a que lo oculta la Luna en sus novilunios. En otras palabras, que los primeros se deben a la interposición de nuestro planeta entre el Sol y la Luna, que transita entonces en el cono de sombra de la Tierra y el Sol, mientras los segundos ocurren por la interposición de la Luna entre la Tierra y el Sol.


Figura 3: esquema con la explicación de los eclipses solares y lunares, explicación que Anaxágoras, hace 2.500 años, ya dio en los mismos términos.

Anaxágoras advirtió que como el Sol, pero no la Luna, brindaba luz y calor, cabía concluir que no todos los astros eran iguales, aunque todos fueran astros, sosteniendo igualmente que si no sentíamos su calor (excepto el del Sol, desde luego) era a causa de que estaban a enormes distancias de nosotros y porque ocupaban además una región del espacio más fría. Por lo tanto cabía considerar al Sol, la Luna y las estrellas como un mismo tipo de cuerpos (nunca reiteraremos bastante la importancia de definirlos así, como cuerpos, y no como dioses...), aunque sus características físicas u orbitales pudieran ser muy distintas.

Esta innovadora apreciación del Sol, la Luna y las estrellas como piedras incandescentes, como sustancias materiales desprovistas de fundamentos míticos o divinos, suponía, asimismo, un nuevo juicio acerca de las mismas: porque si se trataba, en efecto, de astros que se elevaban y caían a nuestro mundo, ¿no podían ser ellos, pues, otros mundos? Si la Luna presentaba sus fases y, como la Tierra, poseía accidentes geográficos, ¿por qué considerar como mundo únicamente a ésta?

También aquí persiste cierta incertidumbre respecto a si Anaxágoras creyó o no en una pluralidad de mundos (es lo que tiene buscar sentido a escritos con una antigüedad de dos mil quinientos años...). Un texto de Simplicio recoge dos interpretaciones distintas: o bien que se refiera, en efecto, a mundos lejanos allende la Tierra, o bien, por el contrario, que su intención fuera la de especular con otras civilizaciones y pueblos desconocidos aún pero que se hallaban en aquella. Simplicio defiende la primera de las interpretaciones, pero reconoce sin embargo que la cuestión no está cerrada (tampoco lo está hoy, todavía).

No obstante, si seguimos la interpretación de Simplicio favorable a una multitud de mundos existentes, de este último fragmento (el número 4) se deriva, igualmente, otra notable afirmación: que tales mundos pueden estar habitados, poseer vida, animales y seres inteligentes —otros “hombres”, puede que dijera Anaxágoras...—, y que son semejantes a nosotros en cuanto poseen facultades similares y tratan de subsistir en su propio planeta. Postula Anaxágoras, pues, que no estamos solos en el universo, que, como en la Tierra, deben existir los seres pensantes, las ideas, y la conciencia en los desconocidos mundos del espacio. Así nos habla el clazomenio: “(Suponemos que) los hombres y los demás animales que tienen vida han sido formados como nosotros, y que los hombres tienen ciudades habitadas y campos cultivados como entre nosotros; que tienen sol, luna y todo lo demás como nosotros; y que la tierra les produce toda clase de variados productos, de los cuales se llevan a sus casas lo mejor y de ellos se sirven”. En febrero de 1600, unos dos mil años después, Giordano Bruno será quemado vivo en la hoguera por sostener ideas similares (y, también, por sus conflictivas nociones teológicas), y hasta el siglo pasado no fue considerada tal idea como plausible dentro de la comunidad científica. Esto señala (siempre que su intención en el fragmento 4 fuese la que sugiere Simplicio) la originalidad del planteamiento de Anaxágoras, capaz de imaginar la presencia, no de entidades divinas identificables con los astros, sino de seres semejantes a la especie humana, habitantes de planetas distantes que se interrogan acerca del cosmos y de sí mismos. Y recordemos que el clazomenio vivió en el siglo V antes de Cristo...


 Figura 4: si cierta interpretación de sus palabras es correcta, la pluralidad de los mundos habitados ya fue imaginada por Anaxágoras como una posibilidad en el siglo V antes de Cristo.

Anaxágoras también trató de explicar racionalmente la razón de que veamos la Vía Láctea, nuestra galaxia. Para la mitología griega la Vía Láctea era la leche que Hera, diosa del firmamento y esposa de Zeus, había derramado de sus pechos accidentalmente mientras daba de mamar a unos de sus hijos. Según Anaxágoras, sin embargo, y dado que el Sol era un astro de dimensiones inferiores a las de la Tierra, cuando la estrella se ocultaba por debajo de nuestro planeta, provocando la oscuridad nocturna, la Tierra generaba una sombra que se desplegaba sobre el fondo del firmamento, alcanzado una respetable extensión. Según esto, la Vía Láctea sería la “huella” de dicha sombra, una especie de fantasma del cuerpo terrestre que obstruye la luz solar y permite la contemplación de los astros que hay hacia esa dirección del espacio. Una propuesta sin duda imaginativa y sugerente pero, como sabemos ahora, completamente equivocada.

    En la actualidad todos admiraríamos a quienes tratasen de ampliar el horizonte intelectual de nuestra ciudad, que intentaran promocionar la investigación, la exploración, el interés por la cultura, y que tendiera puentes entre el cosmos y nosotros. Ello también sucedió en la Jonia, de donde procedía Anaxágoras, y en la propia Atenas durante un tiempo, pero sus innovaciones radicales, los cambios en la instrucción y orientación educativa que el propio Anaxágoras reclamaba, el paso de una mentalidad religiosa a una filosófica en tan poco tiempo, era demasiado difícil de aceptar para los grandes poderes de la polis.


Figura 5: el cráter lunar que lleva por nombre Anaxágoras, en una imagen de alta resolución obtenida por la sonda japonesa Selene-1 (Kayuga), en 2009 (JAXA/NHK/SELENE)

     Pericles gobernaba Atenas con esta visión de futuro, e iba ganando enemigos poco a poco. Anaxágoras, que, recordemos, era su maestro, había hecho una serie de afirmaciones de carácter excesivamente materialista, alejando los dioses del panorama de la ciudad y de la explicación del universo. Aunque en Atenas había aún libertad y tolerancia religiosas, los detractores de Pericles vieron en la figura del clazomenio la oportunidad de atacarle, de difamarle, y de hacerle perder el favor de la ciudadanía, ya que directamente no podían imputarle a aquel nada en su contra. Cuando Pericles envejeció, sus enemigos empezaron a censurar a todo el que recibía la simpatía del gobernante, a criticar aquellas opiniones y posturas que iban en contra de las costumbres y tradiciones de la polis, de modo que aprovecharon lo afirmado por Anaxágoras para acusarle de impiedad y ateísmo por enseñar que el Sol era sólo una piedra caliente y la Luna una aglomeración de tierra.

Según informa Diógenes Laercio, hay varias versiones de su proceso: unos cuentan que fue Cleón quien le acusó de impío y le condenó a pagar cinco talentos, además de ser desterrado; otros afirman que fue Tucídides, quien elaboró una campaña política contra Pericles, el que acusó además a Anaxágoras de partidismo persa —es decir, traición—, por lo que fue condenado a muerte. En todo caso, una vez sancionado por la asamblea fue arrestado y encarcelado, pero gracias a las mediaciones de Pericles pudo salir de la prisión y huir posteriormente de Atenas.


Figura 6: Anaxágoras de Clazómenas, según una singular representación de José de Ribera.

Anaxágoras puso rumbo entonces a su tierra, Jonia, donde fundó en Lámpsaco, una colonia milesia, su propia escuela de enseñanza, libre ya de los prejuicios y dogmas religiosos y sociales y de las hostilidades políticas a que fue tan adverso. Allí siguió el clazomenio dando clases hasta que murió, en el año 428 antes de Cristo, y siempre fue estimado y respetado por sus paisanos. Fue enterrado con todos los honores y, como deseo explícito de Anaxágoras, los niños de su escuela tuvieron fiesta en el día del aniversario de su muerte. Los habitantes de Lámpsaco, nos sigue contando Diógenes Laercio, rubricaron en su sepulcro este epitafio para despedir a su distinguido conciudadano:

aquí yace Anaxágoras ilustre,
que junto al fin de su vital carrera,
entendió plenamente los arcanos,
que en sí contiene la celeste esfera”.

Ciertamente no hubo otro presocrático tan capaz de comprender qué eran el Sol, la Luna y los puntos luminosos que colmaban el cielo nocturno. La visión del universo de este pionero fue el soporte en el que descansaría parte de la astronomía y cosmología griega posterior (exceptuando la figura plana de la Tierra), y el punto de partida de las concepciones modernas acerca de los astros que pueblan el cosmos.


- Bibliografía:

- ABBAGNANO, N., Historia de la filosofía, Vol. 1 y 2, Editorial Hora, Barcelona, 1994.
- GRIBBIN, J., Diccionario del Cosmos, Crítica, Barcelona, 1996.
- KIRK, C. S., y RAVEN, J. E., Los filósofos presocráticos, Gredos, Madrid, 1969.
- MOSTERÍN, J., El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
- La Hélade, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
- NORTH, J., Historia Fontana de la Astronomía y la Cosmología, FCE, México, 2001.


[1] John Gribbin, no obstante, afirma (Diccionario del Cosmos, Crítica, Barcelona, 1996) que partiendo de la suposición de que la Tierra era plana (Pitágoras había sugerido la esfericidad del planeta un tiempo antes del nacimiento de Anaxágoras, pero como lo hizo basándose en motivos místicos y geométricos éste acabó por rechazarla), éste calculó la altura del Sol —es decir, la distancia entre el Sol y la Tierra— en 6.400 kilómetros, y, a partir de tal dato, halló igualmente que el diámetro del Sol era de unos 56 kilómetros. Pero no parece que eso sea lo que se menciona en los fragmentos conservados escritos por Anaxágoras ni en la doxografía posterior (y, si así fuera, el tamaño asignado al Sol sería incoherente con que la estrella era mayor que el Peloponeso).
[2] Kirk, C. S., y Raven, J. E., Los filósofos presocráticos, Gredos, Madrid, 1969.

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