6.7.07

¿Qué nos impulsa a filosofar?

A todos nos gusta filosofar, aunque lo hagamos de forma ocasional y poco intensa. De hecho, filosofamos a diario, casi sin darnos cuenta; la filosofía, pese a que a veces no la percibamos, o no percibamos que la empleamos, está presente en nuestras vidas de manera muy real. No en vano, es una de las llaves más preciadas que tenemos, si sabemos cómo utilizarla, para abrir puertas a soluciones que nos hacen más humanos y felices (sea esto último, la felicidad, lo que cada cual quiera), si bien esas soluciones no las aporta la propia filosofía, sino nuestro propio recorrer a lo largo de la vida. Ella sólo muestra, si acaso, el camino, la dirección, y nada más.

Todo esto es de sobra conocido: sabemos que la filosofía es importante (o, en caso contrario, debería serlo), que dota de sentido a nuestras búsquedas intelectuales y proporciona pautas útiles para entender y afrontar, casi a la manera de una psicología muy especial, los grandes problemas que hemos padecido y las grandes preguntas que nos hemos hecho desde siempre. Ahora bien, ¿por qué filosofamos, cuál es la razón de que la especie humana sienta la necesidad de filosofar, de dónde procede el estímulo que nos lleva hasta ella?

En las próximas líneas me ayudaré de las extraordinarias palabras de Karl Jaspers, vertidas en su obra (absolutamente ineludible y de una enorme relevancia intelectual) "La filosofía, desde el punto de vista de la existencia", para intentar responder, de alguna forma, a estas cuestiones.

Al preguntarnos de dónde nace el ansia o la necesidad de filosofar, los diferentes pensadores, aquellos que sintieron en ellos mismos dicha necesidad, han llegado a distintas conclusiones a lo largo de los siglos. Esto nos indica que puede haber un origen no unitario en el deseo de filosofar, es decir, que filosofamos por varios motivos. ¿Cuáles son?

Uno de ellos podría ser el asombro, como pensaba Platón: "El espectáculo de la bóveda celeste nos ha dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para nosotros la filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los mortales". Igualmente, Aristóteles sostenía que "la admiración es la que mueve a los hombres a filosofar". El hecho de asombrarse se relaciona en cierto modo, aunque no siempre, con la ignorancia: si bien podemos admirar algo comprendiéndolo a fondo, el sustrato del asombro parte del no saber. Sin embargo, ese asombro impele a conocer, a adquirir un conocimiento que sea satisfactorio en sí mismo, no emplado para otros fines. Las respuestas que obtenemos del conocimiento de qué es el mundo y de dónde surge no son útiles, pero sí valiosas en sí mismas, puesto que constituyen el puro saber.

Otro de los motivos por los que puede surgir la filosofía es la duda. Una vez conocemos lo existente, o quizá seguramente como consecuencia de ello, llega la situación de incertidumbre, el momento en que se reflexiona hasta dónde penetra en la realidad nuestro saber. En palabras de Jaspers, "las percepciones sensibles están condicionadas por nuestros órganos sensoriales y son [posiblemente, añado yo] engañosas o, en todo caso, no concordantes con lo que existe fuera de mí, independientemente de que sea percibido o en sí. Nuestras formas mentales son las de nuestro humano intelecto". Al iniciar la reflexión filosófica aprehendemos la duda, y forma ya parte de nosotros mismos. Esa duda, que debe ser radical, puesto que es la "fuente del exámen crítico de todo pensamiento", constituye el cimiento a partir del cual logramos "conquistar el terreno de la certeza".

Podemos considerar, asimismo, que el origen de la filosofía radica en el cerciorarse de "la propia debilidad e impotencia" (Epicuro). Es decir, nuestro filosofar arranca cuando experimentamos el fracaso, identificado como nuestra ineptitud ante las situaciones límites, a las que nos enfrentamos con escaso o nulo éxito (por ejemplo, la muerte, el padecimiento, la pena, la desconfianza ante el mundo, etc.). Nuestra sociedad actual, en bastantes aspectos deshumanizada y carente de valores, podría ser considerada, para algunos, como una de esas situaciones límite: es en este ambiente de desazón y desespero, en el que parece flotar una arraigada insatisfacción, donde brota la necesidad de una reflexión intelectual, un intento racional por "salir del estado de turbación en que parece estar sumida nuestra civilización". Estas últimas palabras de Jaspers, con más de medio siglo de vida, siguen hoy vigentes, quizá más que nunca.

Para Jaspers, estos tres motivos o causas del impulso por el filosofar se hallan integradas en una razón aún mayor, la de la necesidad humana de comunicación. Podríamos vivir en soledad completa, sin precisar de otros, si cada uno de nosotros tuviese la absoluta seguridad en nuestras convicciones y nuestro ser; ello, sin embargo, obviamente, no es posible, de modo que necesitamos una comunicación "de existencia a existencia", porque sólo en la comunicación se "realiza cualquier otra verdad, en ella sólo soy yo mismo, no limitándome a vivir, sino henchiendo de plenitud la vida".

De esta forma, podemos encontrar en el asombro, la duda y la conciencia de nuestra limitación humana ante el mundo una razón para filosofar, a la vez que puede surgir por la voluntad de comunicación, de compartir nuestras verdades o buscar otras nuevas. En último término, por lo tanto, y siguiendo a Jaspers, "toda filosofía impulsa la comunicación, se expresa, quisiera ser oída, porque su esencia está en la coparticipación, y ésa es indisoluble del ser verdad".

Esto nos lleva, para ir finalizando, a que la filosofía no es más que una búsqueda de la comunicación, un intento por abrir vías de conexión entre personas, desafiando la comunicación vacía y afanándose por encontrar la auténtica, la que sin duda experimentamos cuando nos lanzamos al intercambio de verdades personales, al ofrecimiento recíproco de sabiduría y a la manifestación de nuestro ser, haciendo partícipes de él a los demás.

En síntesis, al filosofar estamos penetrando en nuestra propia sustancia intelectual, haciendo uso de un don que pocas (o ninguna, en realidad) especies biológicas disponen, y lo que es aún más relevante, cuando damos salida a nuestra vena filosófica (pese a que sea, quizá, peripatética) estamos comunicando con la mayor hondura posible lo que somos, lo que nos importa y qué esperamos del prójimo. En una palabra, es filosofando cuando, también, nos convertimos en verdaderos seres humanos.

26.6.07

Máquinas y hombres

En uno de los ensayos que componen el volumen "Los próximos cincuenta años" (J. Brockman, editor, Kairós, 2004), Rodney Brooks, director del Laboratorio de Inteligencia Artificial en el MIT (EE.UU.), ofrece una pincelada futurista acerca de cómo influirá en nosotros, los seres humanos, la aplicación de cierta y novedosa tecnología a la biología. Esta tecnología es, por supuesto, la ingeniería genética. Hay algunas frases que me gustaría comentar, porque no tienen desperdicio y suponen, quizá, la antesala de lo que está por llegar, si se confirman los augurios del desarrollo tecnológico.

Brooks inicia su ensayo repasando algunas revoluciones en el pensamiento moderno (Galileo, Darwin, etc.), y sostiene que estamos a punto de enfrentarnos a otra, fundamentalmente por el hecho de que nos hallamos en un punto en el que empezamos a reconocernos como máquinas biológicas, como sistemas vivos producto de un sinfín de interacciones moleculares, susceptibles de ser 'mejorados' tecnológicamente, como lo hemos hecho hasta ahora con las máquinas convencionales. Para Brooks, "la tecnología de nuestros cuerpos y de nuestra industria se generalizará como si ambas fueran la misma cosa", porque, en efecto, lo serán. El fin, ya iniciado, es convertir a la biología molecular en una ingeniería aplicable a nuestro cuerpo, de modo que el saber acumulado acerca de su funcionamiento pueda ser utilizado para eliminar partes dañadas o ineficientes o insertar otras nuevas o útiles.

Ejemplos de éxitos en este sentido son muchos y variados, algunos ya los tenemos entre nosotros y otros están al llegar: marcapasos o caderas protésicas, corazones artificiales, dispositivos para mejorar la escucha (insertados en el caracol del oído, que estimulan las neuronas y permiten 'oir'), implantes visuales de próxima aplicación (los cuales facilitarán la visión para quienes sufran degeneración macular de la retina), prótesis de acero y silicio para ejercitar la musculatura, proyectos para redirigir señales neuronales en pacientes de Parkinson, etc.

Otros avances, relacionados con la ingeniería genética, podrán ser útiles en la industria del petróleo, en la construcción de plásticos o baterías, en las fuentes de energías renovables o el reciclado, etc. Brooks aborda ahora un punto más peliagudo: "para el año 2025", dice, "también habremos adquirido suficiente control para poder aplicar estas tecnologías con confianza en nuestros propios cuerpos", es decir, no como simples añadidos, sino como elementos que formen parte integral de nuestra constitución. Quizás "seamos capaces de añadir capas de neuronas a nuestros cerebros adultos, elevando en algunos puntos nuestro coeficiente intelectual", augura Brooks.

La pregunta que debemos hacernos ahora es sencilla: ¿para qué diantres querrémos hacer eso?. Aunque ello mejore nuestra capacidad cerebral ayudándonos a recordar dónde están las llaves del coche cuando estemos seniles, o los rostros de personas queridas, no puedo entender cómo alguien tendrá deseo de ser más inteligente, sobretodo porque aún hoy no se dispone de un procedimiento que estime de forma precisa cuán inteligentes somos (los tests y similares son muy poco fiables, porque tienden a valorar sólo una parte muy concreta de nuestra inteligencia). Si la inteligencia es sólo una cuestión cuantitativa, si podemos hacerla mayor con sólo una adicción de neuronas (a modo del copiar-pegar de los ordenadores), ¿no estamos ridiculizando el mismo sentido de la inteligencia, no banalizamos su naturaleza?

Brooks continúa: "parece razonable asumir que para el año 2050 seremos capaces de seleccionar e intervenir no sólo el sexo del bebé en el momento de la concepción, sino también muchas de sus características físicas, mentales o de personalidad". O sea, que tener un bebé será lo mismo que ir a un restaurante: "Moreno, ojos azules, estatura media, inteligente, sumiso, y si pueden, de postre, que sea rico". Es sonrojante, la verdad. Comprendo que si se detectan anomalías graves o trastornos en el feto se pueda acudir a la genética para tratar de paliarlas o eliminarlas, pero decidir toda una serie de rasgos de tu progenie de forma tan frívola (tu hijo será lo que tú hayas querido que sea..., ¿no es esto una manera ridículamente barata de eliminar de un plumazo parte de su inherente libertad?) es, cuando menos, preocupante. No puedo ni imaginar los dilemas éticos (y hasta traumas metafísicos si se quiere) que esto podría ocasionar en un futuro.

Brooks afirma que "muchas de estas manipulaciones irán destinadas, a buen seguro, a prolongar la duración de la vida, pero muchas otras serán de carácter recreativo y relacionadas con el estilo de vida. La colección de tipos humanos se dilatará por caminos que hoy nos resultan inimaginables". Si se trata de cambiar de color de pelo como quien cambia de pintalabios no me parece mal. Pero si de lo que estamos hablando es de una criatura humana dotada de conciencia y sabedora de que ha sido creada al gusto de sus padres, por un motivo puramente "recreativo" (término espantoso), nos encontramos a las puertas de una sociedad que tiene visos de convertir la vida humana en una atracción de feria, en un concurso de "a ver quién crea el individuo más original". En un ambiente así, el valor de la vida de una persona, modulada por gustos y fruslerías mentales de unos bobos ricos y acomplejados, se vería seriamente amenazado.

De las aplicaciones prácticas que la ingeniería genética sea capaz de realizar para beneficio de nuestro sistema biológico no creo que quepa motivo de queja alguna: es la consecuencia de la evolución científica y técnica, y bien empleada, es valiosísima y debe potenciarse para que llegue a todas los países del planeta. Este es el lado bueno; el malo ya lo hemos comentado. Brooks concluye su ensayo con estas palabras: "se producirá una modificación de la visión que tenemos de nosotros mismos en cuanto especie; empezaremos a concebirnos como una parte más de la infraestructura de la industria".

Si los vaticinios de Brooks se cumplen no cabe duda que habrá una importante transformación en la forma en que nos vemos a nosotros mismos; de lo que no estoy tan seguro es si esa metamorfosis será el vehículo que nos llevará hacia una concepción de la vida humana más acorde a su valor intrínseco, como algo único y extraordinario valioso en sí mismo, un puto milagro, en palabras llanas; o si, por el contrario, entraremos en una fase de ocio reproductivo en la que la gestación de un ser humano tendrá más que ver con un programa televisivo que con la sensación, gozada desde tiempos inmemoriales, de ver a tu hijo nacer, crecer y hacerse por sí mismo a lo largo del tiempo.

13.6.07

Budismo; Primera Noble Verdad (I)

Hace unas semanas hicimos una pequeña introducción a la filosofía budista. Dijimos allí que el corpus de su saber descansaba en las Cuatro Nobles Verdades y apuntamos muy someramente cuáles eran. En lo que sigue haremos una inmersión más profunda en la Primera de ellas.

La Primera Noble Verdad contiene y condensa el carácter de la realidad, del mundo y del propio ser humano bajo la perspectiva budista, es decir, nos ofrece una pincelada de lo que piensa el budismo acerca de cómo es y en qué consiste lo existente. Según esto, la realidad posee tres características fundamentales (Trilaksana):

1) Primero, la naturaleza (o la realidad) es perecedera, fugaz, inconsistente. En una palabra, no hay nada eterno. Nosotros mismos, a cada instante de tiempo, dejamos de ser lo que éramos; a medida que el tiempo transcurre, los seres humanos cambiamos completamente, de forma que lo que somos ahora, emocional, física y mentalmente, desaparece a cada instante. En resumen, todo es Impermanencia (anitya).

2) Segundo, si efectivamente no existe nada eterno, si todo muda y cambia, si nada permanece siendo sí mismo, entonces debemos concluir que ni fuera ni dentro de nosotros hay algo que sea inmutable, algo que exista para siempre. Podría definirse como Insustancialidad (anātman).
Es un concepto algo dificil de entender, pero resulta fundamental porque es la principal enseñanza de todo el budismo: nuestro 'yo', según el budismo, no es más que una colección temporal de fenómenos pasajeros y dinámicos que se suceden ligados estrechamente los unos con los otros. Es de estos procesos de los que brota la consciencia y la idea posterior de individualidad. El alma o el espíritu, conceptos tan habituales y preclaros en occidente, no tienen ningún sentido para el budismo.
Nosotros existimos, sin duda, pero no hay nada en nosotros que perdure; hablamos de nuestro 'yo' para movernos en el mundo y operar en él de forma comprensible, pero es sólo una convención, una expresión, que en realidad no describe nada.

3) La última de las características es Dukkha, Insatisfactoriedad (o sufrimiento). Se entiende por Dukkha ser consciente de que si, en efecto, no hay nada que perdure y no existe ninguna entidad inmutable, entonces no hay cosa alguna que pueda satisfacernos plenamente. Es decir, tarde o temprano todo aquello que nos dé placer, felicidad o nos satisfaga dejará de hacerlo. El ser humano, en su condición de tal, ansía la felicidad o el placer completos (que supone, desde luego, el hecho de ser duraderos), pero como ello no puede darse en un mundo cambiante como este, entonces todo es insatisfactorio, todo es, en una palabra, sufrimiento.

La doctrina de las Cuatro Nobles Verdades se asienta todo ella en esta última idea, la del sufrimiento; este pesimismo inherente al budismo no deja al margen, sin embargo, que al mismo tiempo que se reconoce la presencia de un gran desencanto ante el mundo se inste a valorar enormemente la vida que nos es dada: porque el objetivo del budismo es, precisamente, evitar dicha insatisfactoriedad, dicho sufrimiento, alcanzado la liberación. Y si podemos llegar al estado de liberación es, de hecho, gracias a que nuestra forma de vida, nuestra existencia particular, es la ideal para conseguirlo. La vida, pues, es motivo de alegría: es viable la liberación, es factible abandonar la Rueda del Dharma, y lo podemos conseguir ahora y aquí.

El sufrimiento tiene varias caras, según el budismo: puede mostrarse como un sufrimiento doméstico, es decir, aquel que padecemos en nuestra vida diaria, y que se relaciona con el hecho de nacer, morir, sufrir enfermedades, hacerse viejo, sufrir amores y desdichas, etc. Quizá, por otra parte, esté unido al sufrimiento que es consecuencia del cambio constante, de la transformación que padecemos de continuo, porque todos aquellos sentimientos y sensaciones que gozamos se desvanecen y diluyen en el tiempo. O bien, por último, cabe entender el sufrimiento como la insatisfacción que producen los diferentes estados condicionados, es decir, la conciencia de ser nosotros una pluralidad de componentes de variada naturaleza y sustancia.

Estos estados condicionados son cinco, y constituyen la vertiente más filosófica y estimulante, desde el punto de vista racional, de esta Primera Noble Verdad del budismo. No obstante, será mejor detenernos y digerir lo dicho. Paso a paso conoceremos más acerca del budismo, quizá la no-religión más apasionante y coherente de cuantas han hechizado a la especie humana.

12.6.07

Budismo; Primera Noble Verdad (II)

Hemos dicho que, en el budismo, el sufrimiento procede de varios frentes: el, por así decir, doméstico, el que resulta de la constante transformación vital y el sufrimiento producto de esa sensación de desasosiego que producen los estados condicionados.

En efecto, como no existe un yo, una esencia personal que distinguir, un ātman, el budismo contempla al individuo tal un complejo cuerpo-mente compuesto por elementos psicofísicos interdependientes. Estos elementos son cinco, los cinco agregados y se denominan dharmas. Corresponden a la forma material, la sensación, la percepción, las composiciones mentales y la conciencia.

1º Agregado (forma y cuerpo): referido a toda la materia que forma lo existente, tanto lo que compone nuestro cuerpo como el mismo universo. Está constituido por los cuatro elementos (tierra, agua, viento y fuego), a partir de los cuales nuestro cuerpo toma su forma. De esos cuatro elementos parten veinticuatro cualidades materiales, entre las que cabe hallar los órganos sensitivos y los objetos sensoriales (que son, por ejemplo, el ojo y las formas visibles, el oído y los sonidos, la nariz y el olor, etc.). En consecuencia, este primer agregado comprende tanto el cuerpo material en sí como los medios de que disponemos para formarnos una imagen de él.

2º Agregado (sensaciones y sentimientos): puede entenderse como los datos que recibimos del mundo por medio de nuestro sentidos y de la mente. Consitutuyen las sensaciones, y son de seis clases: la visual, la auditiva, la olfativa, la gustativa, la táctil y la mental. Como tales, pueden resultarnos agradables, dolorosas o neutras.

3º Agregado (percepción y memoria): es el responsable del reconocimiento de los objetos psico-físicos y el archivado que realizamos de los datos recibidos. Se fundamenta, al igual que el agregado anterior, en la conexión con las seis facultades del mundo externo, que posteriormente transformamos en objetos reconocibles. Pero no sólo se trata de objetos físicos, porque también las ideas, los pensamientos son considerados como tales.

4º Agregado (estados mentales): son las actividades propiamente mentales, diferenciadas en unas cincuenta categorías que incluyen todo tipo de pensamientos, pero sólo los volitivos, es decir, los que forman parte de nuestra voluntad (así, las sensaciones y las percepciones no están dentro de esta categoría). Son la fabricación de la experiencia subjetiva que tenemos del objeto percibido.

5º Agregado (consciencia): supone la respuesta de la mente ante un saber del objeto que se torna consciente en nuestro ser. La conciencia muda a cada instante porque ante lo existente responde de diferente forma (rechazando lo doloroso, deseando lo agradable y manteniéndose indiferente ante lo neutro) y causa insatisfacción en el individuo al carecer de control frente a cómo serán percibidos los objetos.

Todos estos cinco agregados son altamente inestables, de modo que el corazón del ser no será ninguno de ellos ni podrá encontrarse allí; de hecho, el ser, el yo, no es más que una etiqueta con la que familiarizar la combinación de los cinco agregados del ser. Cuando estos cinco agregados psicofísicos actúan de forma interrelacionada surge la idea del yo. Pero también ellos son sufrimiento, porque son impermanentes y se modifican de continuo.

Sabemos ya en qué circunstancias aparece el sufrimiento (los tres frentes que comentábamos al inicio), pero ¿cuál es su origen, de dónde procede, cuál es la fuente de la que brota y que invade nuestras vidas? Con ello se relaciona la Segunda Noble Verdad... de la que hablaremos en un futuro apunte.

9.6.07

La historia de la filósofa enamorada: Hiparchia de Tebas

De los cínicos me propongo hablar más adelante, porque se trata de una escuela muy interesante (además, sería una marginación incomprensible después de tratar, por ejemplo, el epicureísmo, la escuela megárica, el estocismo, el escepticismo o Séneca). Pero hoy es mejor comentar algo de una muchacha llamada Hiparchia de Tebas (no confudir con Hipatia, mujer extraordinaria que hizo importantes avances en Astronomía y Matemáticas en la Alejandría del siglo IV de nuestra era).

Crates de Tebas fue el discípulo más relevante de Diógenes de Sínope, el filosófo más prestigioso de la escuela cínica, que tuvo como fundador a Antístenes. Crates (quien posteriormente sería maestro de Zenón, el creador del estoicismo) era un filósofo encariñado con la soledad, la pobreza y la oscuridad. Solía decir que la filosofía podía ser útil para hacernos ver que los generales, y en general los dirigentes militares, no eran más que pastores de asnos. Según parece Crates era, en origen, de familia noble, pero las ideas de Antístenes (de las que hablaremos en un futuro próximo) le sedujeron tanto que llegó a vender todos sus bienes, distribuyéndolos entre su familia y amigos. Quizá fue esto lo que causó en Hiparchia, una bella joven, tan honda impresión que llevó a enamorarse de él.

Hiparchia, que pertenecía, a su vez, a una familia de elevado rango, sentía gran admiración por Crates. Su amor y respeto por él crecían cada día, pese a que éste era algo deforme y carecía de cualquier recurso económico. Llegó el momento en que Hiparchia estaba tan perdida por Crates que le pidió matrimonio. Los padres de ella, al conocer la noticia, pidieron al joven que la alejara de ella (es de suponer que querían un esposo guapo, rico y con buenos modales). Crates lo intentó, pero la muchacha era perseverante, y se obcecaba en seguirlo a todas partes. Cuando comprobó que sería inútil, Crates se situó, completamente desnudo, frente a ella, y le dijo estas palabras: "he aquí tu novio y cuánto posee; elige en consecuencia porque no serás mi compañera si no compartes mi modo de vivir".

Hiparchia, como todo enamorado, no dudó un instante. No le importaba cómo vivir, no le importaba si podrían o no tener suficiente comida, no le importaba lo que dirían los demás, no le importaba si morirían pronto: todo lo que era relevante en su vida lo simbolizaba Crates. La pareja, una vez casada, hacía el amor en plena calle, desnudos ambos, a los ojos de todo el mundo. Poco interesaba a Crates e Hiparchia que las gentes les observaran, porque el verdadero sabio, según ellos, puede vivir en una casa de vidrio; de esto pueden sacar algunas conclusiones quienes tienen aversión a las miradas ajenas... .

Hiparchia sabía que su actitud, que su forma de vida y su decisión eran revolucionarias; su nombre es de los pocos femeninos que se conserva en la historia de la filosofía. Mujer valiente, que rompió los esquemas a mucha gente de su tiempo (y a bastante otra, aún muchos siglos después), Hiparchia contestó esto (todo una premonoción de ideas feministas) a Teodoro el Ateo, que solía reírse de ella: "¿Crees que he hecho mal en consagrar al estudio el tiempo que, por mi sexo, debería haber perdido como tejedora?"

No, por supuesto que no. Lo que, tal vez, necesitaría una sociedad como la actual serían más Hiparchias, más mujeres dedicadas al saber, que estimen la vida de conocimiento (de su búsqueda, no de su superficial hallazgo por medio de títulos y saberes convencionales y sobados). Si cambiamos la tarea de Hiparchia de labradora por los cotilleos, ir de compras, tener la imagen exterior como su propia alma y realzar su figura de objeto sexual (que, paradójicamente, ellas mismas pretenden evitar), tenemos el destino y la valoración de las vidas de una buena parte de las féminas de hoy.

Hiparchia rechazó su propio destino, el que le estaba encomendado, porque nacía de su espíritu la voluntad de elegir por ella misma, de seguir su instinto. No diría yo que sea lo que hacen las mujeres de hoy (sobre los hombres ya no hay remedio...). Veo demasiada trampa, demasiado cartón, en ellas. En sus perfectos cuerpos, en sus figuras de increíble femenidad y sensualidad infinita, noto algo extraño: una intelectualidad oprimida, que sale muy de tanto en tanto, como para mostrarse, pero no por gusto. Hay honrosas y estimulantes excepciones, qué duda hay. Quizá la mayoría prefieran las revistas rosas y las conversaciones de marujonas. Quizá la mayoría, como en tiempos de Hiparchia, prefieran tejer a vivir una vida de libertad. Ellas se lo pierden.

26.5.07

Thoreau y la desobedencia civil

Si hay una figura intelectual (a nivel filosófico/social, me refiero) especialmente interesante que naciera en Estados Unidos durante el siglo XIX ésa es, a mi juicio, la de Henry David Thoreau (con el permiso de su buen amigo Raplh Wardo Emerson. Hay algunos interesantes apuntes sobre su obra aquí, y en este otro enlace tenemos una de sus obras, quizá la más importante (junto con Walden), La desobedencia civil.

Es acerca de esta obra de la que quiero extraer algunas ideas de Thoreau. La desobedencia civil consiste en una negativa a prestar obedencia y acatar las leyes y códigos establecidos por un gobierno. Pero esta negativa no es caprichosa; no se trata de negarse a cumplir las leyes porque hay que llevar la contraria, o porque hacer frente al gobierno es excitante y hace sentirnos más hombre, más elevados. Hay quien cree que la rebeldía hacia un gobierno o un sistema de normas y leyes debe suponer un acto humano per se. Pero la rebeldía gratuita es tan fútil como la sumisión total, tan absurda aquella como ésta.

Hay una frase genial de Thoreau al respecto: "Cualquier hombre que esté más en lo justo que sus vecinos constituye ya una mayoría de uno". Y es genial no porque Thoreau pretenda que el individuo imponga su ley particular a la mayoría, pues no faltaría más, sino porque propone que un hombre, uno sólo, puede y debe ser capaz, y debe ser ello un derecho, a desafiar la ley de la mayoría. En el siguiente párrafo Thoreau especifica un poco más:

Toda votación es una especie de juego, como el ajedrez o las cartas, con un débil matiz moral; un juego con lo justo y lo injusto, con las cuestiones morales... Incluso votar a favor de lo justo no es todavía hacer nada porque triunfe... Hay leyes injustas: ¿nos resignaremos a obedecerlas, intentaremos modificarlas y las obedeceremos hasta que lo consigamos, o las incumpliremos inmediatamente?...

La síntesis de esa ética individualista de Thoreau está elegantemente resumida en estas frases: "Creo que deberíamos ser primero hombres y después súbditos. No es tan deseable que se cultive el respeto a la ley como el respeto a lo justo. La única obligación que tengo que asumir es la de hacer en todo momento lo que considere justo".

La mayor traba para llevar a cabo esta actitud en la vida ante los gobiernos es la de determinar con el menor margen de error qué es lo que yo considero justo, y si nuestra justicia particular puede formar parte, sin incompatibilidades, con la justicia general. Pero esto casi nunca se da. Parece existir un cisma, un claro anatgonismo entre la justicia personal y la que propugna el gobierno de turno.

No obstante, si nuestra ética individual nos dirige hacia una justicia en la que no hacemos daño a nuestros semejantes, si esta justicia es capaz de respetar a los hombres y mujeres con quienes nos topamos a diario, aunque sea una justicia un tanto radical, será justa, valga la redundancia. Podemos hacer frente al gobierno blandiendo nuestra justicia si creemos que la general nos está impediendo ser hombres, si está mancillando y desgarrando la particular. En esto radica la desobedencia civil y el poso de toda acción, porque la acción más revolucionaria, es para Thoreau "actuar a cualquier precio por principios".

Por mucho que leyes, normas, preceptos, reglamentos o legislaciones nos dirijan hacia qué hacer y qué no, en realidad tenemos el poder (cabría decir quizá, también, el deber) de hacer caso omiso de ellas. No son más que abstracciones, la mayoría no sirve más que como medida de control y de coacción, son imposiciones más que necesidades, y si entran en conflicto con nuestra vida de una u otra forma, si nos entorpecen el camino o son obstáculos incómodos, no tengamos miedo a pasar por encima de ellas, siempre que seamos leales a nuestros principios y respetemos otras vidas y personas.

Y así, siguiendo la idea de Thoreau, empezaremos a ser un poco más libres.

16.5.07

Ondas y partículas: un saber incompleto

Releo últimamente uno de los libros divulgativos del maestro Isaac Asimov, de ésos que pueden hacer de ti un sabio en la materia si los lees con paciencia y esmero: prácticamente cada línea es un pedazo de conocimiento, sin desperdicio alguno.

El libro en cuestión es "Átomo, viaje a través del Cosmos subatómico" (el número 58 en la colección de divulgación que RBA publicó entre 1993-1994). Uno de los apartados que me ha llamado la atención, no porque desconociera lo que en él se describe, sino porque había pasado por alto algunas de sus implicaciones, es en el que Asimov nos recuerda el descubrimiento, que debió dejar perplejo a más de uno, de que la luz, la energía que circula por el Cosmos y que permite verlo, es un fenómeno que tanto puede ser considerado una onda, como una partícula.

¿Y qué tiene esto de importante? La luz es información, sin las radiaciones electromagnéticas no conoceríamos nada del Universo, el mundo sería un espacio estéril de percepciones y carecería de toda profundidad mental. Hace más de doscientos cincuenta años hubo un intenso debate científico acerca de quién tenía razón, si el astrónomo Huygens o el famoso físico Newton, cuando decían, el primero, que la luz eran ondas, o en el caso del segundo, partículas. Ahora sabemos que los dos acertaron... en parte, porque la luz consiste, a la vez, en ondas y partículas.

Pero esto es extraño: en el mundo doméstico no hay tal dualidad; por ejemplo, la arena que forma las playas pueden considerarse partículas, mientras que cuando lanzamos una piedra al agua se generan allí una serie de ondas. No hay nada, ningún fenómeno perceptible, que se muestre a la vez como ondas y partículas. Y, sin embargo, la luz lo hace.

El que la luz presente cualidades y sea detectable y analizable bajo el prisma de las partículas o las ondas se debe, sobretodo, a que la luz no es como los objetos corrientes que encontramos a nuestro lado. En palabras de Asimov, la luz, "estudiada en ciertos aspectos, muestra fenómenos de interferencia, como hacen las ondas del agua. Estudiada en otros aspectos, sin embargo, muestra transferencia de energía, como hacen las bolas de billar al chocar entre sí".

Por lo tanto, todo se reduce a la perspectiva bajo la cual investigamos: si analizamos la realidad (o parte de ella) empleando ciertos procedimientos y otorgamos a esa realidad (ahora, en particular a la luz) unas características, podremos extraer de ella conocimiento. Si, por el contrario, la analizamos empleando otro enfoque, la información que se nos ofrecerá será distinta. Lo que me llama la atención no es tanto que esto pueda hacerse con utilidad y provecho científico, sino que combinando dichas perspectivas es cuando obtenemos una imagen mejor y más completa de la realidad. La investigación científica es incapaz, de una vez, de dar una imagen total de la naturaleza y cualidades de la luz: necesita, por así decirlo, hacerlo en dos turnos... .

Éste es un matiz o una reflexión (ignoro si inexacta o falsa porque carezco de mayores conocimientos de física...) que no percibo en el libro de Asimov, y me parece muy importante. Claro que se trata de una apreciación personal. ¿Podría la realidad de la luz, incompleta por sí misma, extenderse a la realidad del propio Cosmos, y percibirlo también de una forma incompleta? ¿Y si el universo espaciotemporal que observamos, estudiamos y descubrimos, no sea más que una porción (quizá fundamental, quizá superflua) de la totalidad?

¿Y si, en definitiva, percibimos nuestra realidad sólo como una parte de la misma, y nos mantenemos ignorantes sobre la otra (u otras)? ¿Podría suceder que la realidad nos estuviera ocultando su rostro complementario, que no pudiéramos (de momento) comprender su otra faz porque desconocemos cómo llegar a ella?

Y, entonces, ¿qué conocemos, en realidad?

Diálogos de Platón (VI): "Gorgias"

Gorgias es el cuarto diálogo más extenso de toda la obra platónica. Con Gorgias se inicia el grupo de diálogos que se consideran " de ...