27.1.07

Culturas distintas; mundos diferentes

Uno de los mayores privilegios que uno siente cuando aprende (y sobretodo, si es algo que te gusta y motiva)es que, de una u otra forma, ese aprendizaje va cambiando poco a poco tu perspectiva; a medida que profundizas, te das cuenta de aquello que antes ignorabas, o lo que creías obvio o intrascendente pero que luego se revela capital. En fin, tu visión del mundo se transforma. Captas matices, descubres uniones ocultas, y confirmas (o desmientes) tus ideas preconcebidas.

En Antropología, el estudio de la cultura y diversidad humanas en el tiempo y el espacio, se menciona muchas veces un evento festivo que algunas tribus del Pacífico Oriental emplean como medida de intercambio de recursos. Es el potlach. Pues bien, un potlach consiste fundamentalmente en la distribución, por parte de los miembros de una comunidad, de alimentos, utensilios, mantas, etc. A cambio, esa tribu aumenta su prestigio, su reputación. Claro que es una costumbre india, por lo que quizá nos resultará extraño eso de regalar alimentos y otros objetos de valor a gente desconocida (o a miembros de otras familias). ¿Por qué harían algo así los tlingit, los salish y otras tribus similares?

Según la teoría económica clásica, el motivo del lucro es universal, pues está presente en toda sociedad y en todo tiempo. Sin embargo, el comportamiento de los indios norteamericanos revela una actitud completamente opuesta. A ojos de ciertos investigadores occidentales, esto se interpretaba como un comportamiento derrochador: las tribus ofrecen regalos para ser más prestigiosas, incluso si ello supone una disminución de su bienestar material. Pero esta forma de ver las cosas parte desde la perspectiva occidental; y cualquiera debería saber que analizar el mundo y la humanidad a partir de ella tiene como resultado una visión miope de la realidad.

Ahora bien, ¿cómo entonces debemos percibir el potlach? Según la perspectiva actual, el potlach y costumbres semejantes son adaptaciones culturales a los periodos alternativos de abundancia y escasez locales. Es decir, las tribus que han tenido un buen año y se convierten, durante un tiempo, en ricos ofrecen la parte sobrante de su subsistencia a quienes son pobres. Quizá al año siguiente cambien las tornas, y los ricos sean pobres y los pobres ricos: se trata de un mecanismo de compensación social, por decirlo así. Lo extraordinario de todo ello es que las tribus indias adquieren prestigio al compartir con los demás, pero no por afán de lucro o para ser bien vistas por otras, sino sobretodo para evitar la estratificación social (o sea, que haya ricos y pobres estables).

Aquí es donde entra en juego la comparación con occidente, con nuestra sociedad capitalista. ¿Qué hacemos nosotros cuando tenemos "excedente" de recursos económicos? No es que se deseable que los compartamos, los distribuyamos entre la gente pobre, etc., porque ello es inviable en un mundo como el nuestro, tan arraigado y necesitado a los valores materiales; más bien, lo horrible es que tendemos a hacer ostentación de nuestra riqueza, a restreguar a nuestro vecino el coche nuevo que acabamos de comprarnos, los trajes y halajas de nuestra mujer, el colegio caro al que acuden nuestros hijos y, en general, todo aquello que nos impulsa por encima de los demás.

En resumen, las tribus que emplean el potlach no lo hacen con ánimo de arrogancia o suficiencia ante los necesitados, sino que prefieren renunciar a sus excedentes antes de servirse de ellos para agrandar la distancia social que media entre ellos y sus vecinos.

Es esa mentalidad la que ofrece un buen ejemplo de lo que significa vivir en armonía con tu alrededor. La verdadera solidaridad, lo que mueve hacia la alianza entre personas. Más allá de la ingenuidad que supone creer que ello es viable y posible en occidente, porque nuestros esquemas mentales se hallan arraigados a la idea de que lo nuestro es nuestro y de nadie más, lo pasmoso es la sensación de distancia mental que media entre las costumbres de esas tribus (que algunos, graciosamente, interpretan como primitivas), y nuestra forma de vivir.

Nos consideramos progresistas y evolucionados cuando, más bien, aún estamos en la primera casilla del juego de la vida: pasmoso es también lo que aún nos resta por aprender de un puñado de gentes con tocados de colores y plumas en la cabeza, que sienten la existencia no como competición, no como una jungla llena de fieras dispuestas a destrozarte, sino como un paraje que, si bien no lo es, puede ser más idílico y grato por poco que hagamos nosotros. Gentes de tradiciones casi milenarias, que aportan sabiduría y humanidad en un mundo de sangre, locura y avaricia. El mundo en el que vivimos y donde, al parecer, queremos vivir.

21.12.06

Pitágoras: números y música de las esferas

(Pitágoras merece mucho más espacio y dedicación del que le ofrezco a continuación. Esto es sólo un breve esquema a vuelapluma de algunas ideas y concepciones de su filosofía que me parecen atractivas; en un futuro volveré a él con mayor profundidad y analizaré, dentro de mis posibilidades, su pensamiento filosófico)

Todos sabemos algo de Pitágoras: la mayoría de nosotros lo reconoce por su famoso teorema, que nos hacían aprender en clase de primaria como método para mejorar (o iniciar, y en algunos casos, para aborrecer) nuestras matemáticas. Pitágoras no forma parte de los milesios, como Tales o Anaximadro, sino que vivió en Italia gran parte de su vida; tras la destrucción de Mileto, Italia fue la cuna de grandes pensadores, de casi todos los presocráticos posteriores a los milesios, de hecho. Pitágoras vivió en el siglo VI antes de Cristo.

Una visión de la filosofía de Pitágoras comienza y acaba en los números: "los números son la medida de todas las cosas", decía él. El orden cósmico, es decir, la totalidad, estaba basado en ciertas relaciones numéricas. A algunos números les atribuían un significado especial, una particular relevancia dentro de esas relaciones. Por ejemplo, el tetrakto, el número 10: era llamado el número divino, porque consistía en la suma de los cuatro primeros enteros (1+2+3+4). El 4 era símbolo de justicia, y el 6 y 28, iguales a la suma de sus divisores (6=1+2+3, por ejemplo), eran considerados números "perfectos".

Esto puede parecer pura charlatanería numerológica (aunque sea charlatanería de hace 2.500 años y vislumbrada por uno de los genios más importantes de la antigüedad), pero tuvo un gran apoyo gracias a su relación con la música; en efecto, el propio Pitágoras halló que la música está basada en los números. En síntesis, descubrió que las longitudes de las cuerdas que producen tonos armónicos guardan entre ellas razones numéricas simples: la octava, por ejemplo, corresponde a la razón 2:1 (que quiere decir que una nota aguda da dos vibraciones en el tiempo en que una grave da una sola).

Lo que Pitágoras y, posteriormente sus seguidores, los pitagóricos, hicieron fue crear, edificar toda una cosmología basada en los números y en la música. Idearon que el Cosmos estaba compuesto de nueve capas o esferas cada una de las cuales correspondía a un astro (Tierra, Luna, Sol, los cinco planetas hasta entonces conocidos y la esfera de las estrellas fijas), más otra esfera añadida, la "anti-Tierra", necesaria para cuadrar las cuentas y dar sentido al 'tetrakto', aunque esta esfera era puramente inventada. Además, cada una de las esferas emitía su propia música, su particular tonalidad (de ahí parte la idea de la "música de las esferas"), a medida que giraban alrededor de la Tierra.

Es un hecho a destacar que, pese a todas las carencias y los errores conceptuales que tienen las ideas pitagóricas, al menos guardan una singular conexión con el saber en nuestro tiempo: y es que Pitágoras y sus seguidores creían que el mundo físico era una manifestación del orden matemático que subyace en él; los números juegan un papel en el Cosmos, un papel quizá fundamental. Hoy en día, la moderna física matemática opina lo mismo. Debe haber, en efecto, al menos algún tipo de orden racional, describible en números, en la urdimbre del espacio para que nuestras teorías físicas, en ese mismo plano físico, funcionen tan bien.

Así pues, Pitágoras abrió el camino a una interpretación, al alimón, tanto racional como mística (entendiendo aquí por místico una relación inefable y compleja de ciertos números con la realidad de nuestro mundo) del Cosmos. Cierto que su concepción de esferas y la música adherida a ellas no responde a lo que sabemos hoy sobre los movimientos planetarios y su propia existencia (por ejemplo, hay muchos más astros en el sistema solar de lo que él creía, y por tanto el 'tetrakto' no se puede aplicar en absoluto), pero parece ser que algún poso residual permanece en nuestra visión moderna del mundo, más allá de esferas y notas armónicas: nos sentimos atraídos por esa idea, esa conexión espacio-musical del universo, hay algo en ello que nos agrada
(personalmente, el viaje final en la película '2001, una odisea en el espacio' me recuerda vagamente a Pitágoras... no sé si porque estoy saturado de filosofía, o porque intuyo que algo debía saber la pareja Kubrick-Clarke al respecto).

Quien sabe si Pitágoras, que floreció en Italia hacia el 523 antes de Cristo, intuyó tal vez más acerca del Cosmos de lo que estamos hoy dispuestos a aceptar.

19.12.06

Leyes naturales y existencia

Todos tenemos una idea de lo que es una ley de la naturaleza. Observando a nuestro alrdedor, vemos una serie de regularidades que se repiten: movimientos planetarios, comportamiento de los átomos y sus consituyentes, e incluso algo más banal como una carretera o un edificio también sigue cierta regularidad en su, por llamarlo así, 'comportamiento'. Por ejemplo, una carretera se llena con el paso del tiempo de baches y grietas producto de ciertas fuerzas que tienen lugar en su superficie; un edificio puede derrumbarse si somos tan tontos de construirlo sin seguir ciertas conocimientos básicos de ingeniería. A partir de estas experiencias en el mundo real, los científicos aplican racionamiento inductivo para afirmar que tales comportamientos y regularidades siguen una ley.

Ya dijimos en otro post que el razonamiento inductivo no es infalible: aunque el Sol salga hoy por el este, cabe la posibilidad (muy muy pequeña, eso sí) de que mañana lo haga por el oeste. Este razonamiento, pues, sólo sirve para facilitar nuestra comprensión general del mundo, para darle un sentido de familiaridad, de regularidad, para hacernos ver que en el Cosmos hay un orden predecible, al menos a gran escala.

Pero, respecto a las leyes naturales, ¿realmente existen o son un "invento" de nuestra mente dirigido a hacernos comprensible el Universo? Supongamos que somos habitantes de la Tierra 5.000 años atrás: miramos al cielo y vemos extrañas figuras formadas por puntos de luz; nuestra mente imagina animales y dioses allá arriba, dotamos a esas figuras y puntos de luz de vida propia. Para nosotros, actualmente, no se trata más que de estrellas unidas de forma completamente arbitraria, y por tanto es un fenómeno de la imaginación, pero no real (no hay unicornios u osas en el cielo, busquemos donde busquemos). Sin embargo, para las gentes de antaño, sí era real, al menos en el sentido de que tenía sentido (redundancia voluntaria) porque significaba algo en sus vidas, daba, en efecto, familiaridad al cielo.

Claro que las leyes naturales son otra cosa. Cuando se obtiene una ley natural, a partir de ella pueden hacerse descubrimientos físicos nuevos, y además la estructura matemática de la propia ley parece sugerir que, en efecto, ésta existe, es real. Algunas de las cualidades de las leyes naturales son curiosamente parecidas a las que se le suponen a Dios (universales, absolutas y eternas). Casi nadie duda de que las leyes naturales existen (de lo contrario, no entenderíamos prácticamente nada del Universo, y nuestro propio cuerpo nos resultaría extraño y desconocido), pero lo que la pregunta hecha un poco más arriba cuestiona sigue estando presente: aunque existan, ¿esas leyes son descripciones últimas de la realidad, o se trata de un modelo matemático que es útil para describir cierto esquema de la misma (pero no es ella en sí)?

Hay quienes consideran las leyes naturales como trascendentales, es decir, como independientes del mundo real, más allá de él, si se quiere. Pero dado que las leyes sólo se manifiestan en el mundo físico, es imposible llegar hasta donde quiera que estén éstas, porque, al menos con el método científico, es imposible ir más allá de la materia y el mundo físico. Vemos cómo las cosas se comportan de acuerdo a unas leyes, pero no vemos las propias leyes. Entonces, si no podremos jamás verlas directamente, ¿porqué dotarlas de una vida desligada del mundo físico?

Hay cosas que tienen una existencia concreta: una piedra, el Sol, las personas, todo existe de una forma 'real', detectable por los sentidos; sin embargo, hay otras cosas que también existen, aunque sea en otros planos, y no tienen conexión alguna con los sentidos: átomos, campos gravitatorios, etc., que aunque revelados por la ciencia, son abstractos, impalpables, semiexistentes, por decirlo de alguna forma. ¿Qué tipo de existencia tienen, pues, las leyes naturales? Aunque concedan que las leyes observadas hoy en día son sólo una aproximación de las leyes verdaderas, las últimas, lo cierto es que la mayoría de científicos opina que las leyes son trascendentales. Tras un tiempo indefinido, llegará el momento en que veremos el rostro de esas leyes últimas, y entonces la física teórica estará completada.

En mi opinión, las leyes no son trascendentales. Creo que los científicos yerran cuando sostienen que el Cosmos sigue un grupo de leyes, situadas "en una realidad aparte del mundo al cual gobiernan" (J. Hartle). Las leyes, pese a existir, están ligadas al tapiz físico, a la sustancia material en que basa lo que vemos a lo largo del Universo. En el pasado ha habido muchos ejemplos de verdades que se consideraban fundamentales y que hoy sabemos no son más que interpretaciones erróneas de la realidad porque nuestra perspectiva era demasiado estrecha o parcial. ¿Quién nos dice que ello no esté sucediendo en la actualidad, respecto a las leyes que hoy sí consideramos fundamentales? Cierto que hay diferencias de grado entre unas y otras, pero el caso es que nuestras leyes (y las teorías que las engloban) siguen estando confinadas a nuestra propia circunstancia cultural, histórica y a los conocimientos científicos.

Es bien cierto, por ejemplo, que una civilización extraterrestre más adelantada que la nuestra podría perfectamente poseer unas leyes naturales completamente distintas, e interpretarlas a su vez dentro de su propio marco histórico-científico-cultural. Siendo esto así, ¿cómo podríamos considerar que nuestras leyes naturales son un reflejo fiel, exacto y concreto de la realidad?

(Nota: muchas de las ideas contenidas en este post están más desarrolladas, y sin duda mucho mejor expresadas, en el libro de Paul Davies "La mente de Dios", obra verdaderamente excepcional y cuya lectura recomiendo a todos)

12.12.06

Anaximadro: 'kosmos' y 'apeiron'

Anaximadro es otro de los tres principales milesios, junto a Tales y Anaxímenes. Vivió en el siglo VI antes de Cristo. Si para Tales la tierra tiene su origen en el agua, Anaximandro va mucho más allá y se cuestiona no ya por el origen de la tierra, sino por el origen de ese agua que Tales propone como explicación. Es decir, eleva la pregunta hasta el fin mismo: ¿cuál es el origen sin más, el origen de todo, tierra, agua, estrellas y materia? ¿De dónde procede todo?

Dado que Anaximandro no cuestiona el origen de una u otra cosa, sino el principio absoluto de todo, que no requiere a su vez un origen, debe buscarse algo alejado de la experiencia cotidiana, la cual siempre está definida tanto espacial como temporalmente. Este nuevo concepto es, pues, indefinido, carece de límites, y aunque exista realmente, es algo que está más allá de la experiencia y, también, del mundo de los dioses. Anaximandro llama a esto apeiron, algo inmortal e indestructible. Ésto último corresponde a algunas de las características de los dioses, pero el apeiron se halla "por encima de ellos" en un aspecto fundamental, y es que los dioses, pese a ser inmortales e indestructibles, tienen un origen en el tiempo, porque nacieron en un momento dado; el apeiron, por el contrario, es además de todo ello, eterno, no está limitado temporalmente.

Del apeiron están derivados los cielos y todos los mundos, y él es la causa de nacimientos y destrucción. Esto puede sonar un poco al concepto de Dios, pero Anaximandro trató de no incorporar ningún elemento mítico o deidad en sus reflexiones. Aun así, resulta bastante complicado no hacerlo, y se nota aún cierto aire mítico en las características que le presupone al apeiron. Es normal, no obstante, porque por aquel entonces aún coexistía el pensamiento mítico con la naciente racionalidad.

Tuvo también Anaximandro interés en relación a la génesis del kosmos. Según él, el kosmos nace por un doble proceso de resecamiento y calentamiento. Ese proceso es constante, no se detiene jamás, y será el responsable de que en el futuro lejano los elementos que ahora forman el kosmos se unan de nuevo en apeiron, del que surgieron al principio de los tiempos. Encontramos aquí algunas ideas vagamente relacionadas con ciertos conocimientos cosmológicos actuales: Big Bang, evolución del Universo, unión de todo lo existente en un punto central (tanto al principio como al final del Cosmos, si resulta que tras la expansión deviene la contracción...), etc. Y, también, se relaciona de alguna manera con la concepción cíclica del Cosmos según la cosmogonía hindú (pero esto es más interesante analizarlo con mayor detalle en el futuro).

La generación del kosmos según Anaximandro no parte de ningún elemento transformado en otro, sino "en base a la segregación de contrarios", como comenta Simplicio: "los contrarios son: caliente-frío, seco-húmedo, etc". Estas fuerzas en tensión tienen un alcance limitado, ya que de lo contrario alguna de ellas se impondría, reinaría en el kosmos, y entonces el proceso de resecamiento y calentamiento se detendría, con lo que el kosmos quedaría reducido a un ente muerto y sin actividad. En palabras de B. Russell, "los elementos conocidos estaban en lucha unos con otros. El aire es frío, el agua húmeda y el fuego caliente. La sustancia primaria de la que parte todo debe ser, en consecuencia, neutral en esta lucha".

Anaximandro, y para ir terminando con este apunte, también sentía curiosidad por hechos más 'científicos'. Por ejemplo, creía que la Tierra era un cilindro, fue uno de los primeros (o, tal vez, simplemente el primero) en hacer un mapa, y asimismo creía que el Sol era 27 o 28 veces mayor que la Tierra. La respuesta correcta es que el Sol es casi 110 veces mayor que nuestro mundo, pero no importa conocer la verdad de este hecho. Lo que importa es que fue un cálculo extraordinariamente preciso si tenemos en cuenta que Anaximandro fue uno de los pioneros en el pensar racional, que empleó tan sólo su ingenio, sin ayuda auxiliar alguna, y que vivió, en las costas del mar Egeo, hace más de 2.500 años, miles de años antes de que el hombre occidental llegase a saber, en realidad, qué era el propio Sol.

Resulta curioso que ideas formuladas hace tanto tiempo sigan teniendo su sentido, su lógica, su adecuación, y que pese a los años transcurridos, aún sintamos que Anaximandro, pese a todo, estuvo en algunos aspectos más cerca de la verdad acerca del nacimiento y destino del 'kosmos' de lo que seguramente ni él mismo hubiese podido imaginar.

30.11.06

Parménides; el ser-Uno y el alcance de las palabras

Parménides de Elea (540/450 antes de Cristo) fue un importante filósofo griego, uno de los primeros en emplear el pensamiento lógico para acercarse a la verdad, aunque Bertrand Russell califica su lógica como "lógica metafísica"... .Parménides sugiere que para llegar a ella hay que alejarse de la vía de la opinión de los mortales, los cuales "nada saben y andan errantes". Es decir, es menester abandonar lo que los sentidos nos revelan y acudir al pensamiento, pero no cualquier pensamiento, sino aquel que se basa en las premisas correctas, ya que sólo a partir de éstas es posible una aproximación a la verdad. En otras palabras, empleando la deducción podremos por fin asirla de una forma fiable. De esto se desprende que verdad y error son deducidos; el resultado al que lleguemos dependerá del punto de partida que escogamos.

Un aspecto importante de la teoría de Parménides es que proviene de analizar el sentido y significado de ciertos conceptos relacionados lógicamente. Al ser su teoría consecuencia del pensamiento racional, puede ser demostrada por cualquiera que haga valer tal razonamiento. Esto es relevante porque aunque los presocráticos anteriores (Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito... ) siguieron un procedimiento racional, sus conclusiones se basaban en la experiencia. Parménides, por su parte, establece que el mundo sensitivo es "pura ilusión", que los sentidos nos engañana, y que sólo mediante el razonamiento (lógico) y no la experiencia, es posible llegar a la verdad de las cosas.

Para Parménides, existe una identidad entre ser y pensar, porque no hay conocimiento autónomo al margen del ser). El ser es y no es posible que deje de ser. El ser se define como oposición a "no-ser". El único ser verdadero es el Único, el Uno. Pero este uno no es un Dios como el actual, sino más bien un ente material y extenso, semejante a una esfera. Pareménides enumera las determinaciones conceptuales del contenido del Ser:

- La imposibilidad de que nazca a partir de un "no-ser" u otro "Ser", pues esto es irreconciliable con la disyuntiva "Ser/no-Ser".

- Ese 'nacimiento' o surgimiento implicaría un antes y un después, que son incompatibles con el Ser, ya que este es, sin evolución, historia ni desarrollo. Desde el punto de vista temporal, el Ser no ha surgido, y es indestructible.

- Espacialmente, el Ser es un todo unitario cerrado sobre sí, o sea, no tiene partes, ni huecos. Es, por tanto, indivisible.

- El ser no carece de nada. Al ser un ente inmóvil, no se modifica; si no, sería posible modificarlo para llegar a la perfección. El Ser es, pues, perfecto.

La conclusión a la que llega Parménides es que el Ser es una esfera perfectamente simétrica, homogénea y cerrada sobre sí misma.

Según Parménides, las apariencias engañan. Para llegar a la verdad, necesitamos la revelación de una 'diosa', aunque una diosa no en un sentido mítico. Sus revelaciones son comprensibles racionalmente. Es imprescindible situarse en el marco del saber de la verdad (marco siempre racional y lógico) para entender que las apariencias no son más que eso. El "llegar a ser y perecer, cambiar y variar" todo ello no es más que lo que no es. Y esto es así porque, en efecto, sólo lo que es es Ser, y el Ser se caracteriza, como he comentado, por su inmovilidad.

Esta es, quizá, la idea más crucial que aporta Parménides. Él concibe que un nombre no dice "nada real", o sea, que la palabra se concibe sólo como un nombre que se da a la cosa; la cosa no es su nombre, sino que tan sólo 'recibe' "un" nombre. Tal pensamiento aboca a la idea revolucionaria de disociación entre nombre y cosa, algo que hasta entonces siempre había permanecido inseparable.

La palabra nombra y al nombrar una cosa ésta aparece. Pero si la palabra es solo nombre, entonces no llega a respresentar el verdadero ser de la cosa. De aquí deriva una idea bastante inquietante, y que me gustaría que cerrase este breve esquema sobre Parménides: si los nombres no representan el verdadero ser de las cosas que enuncian, y si la Filosofía no es más que un conjunto de palabras, ¿supone esto que, en el caso de que Parménides estuviese en lo cierto, la corrección y el alcance de la misma debería cuestionarse? En otras palabras, ¿no debería el filósofo guardar silencio ante la verdad, porque la desconoce por completo, habida cuenta que él no es capaz de comunicar el ser de las cosas, sino tan sólo el nombre, el cual quizá emmascare y difume completamente el verdadero significado de todas las cosas en cuestión?

23.11.06

Razonamientos y método científico

Según Alfredo Deaño, los razonamientos son "un tipo de pensamientos cuyo rasgo característico es que en él se produce siempre el paso de una o más afirmaciones que tomamos como el punto de partida a una afirmación que se sigue de aquellas". O sea, la idea es derivar una conclusión de unas premisas. Éso es un razonamiento. De ahí que imaginar, recordar o inventar no sean razonamientos. Son sólo otras formas de pensamiento.

Generalmente empleamos dos tipos de razonamientos: la deducción y la inducción. Según el DRAE, y para empezar:

Deducción es el método por el cual se procede lógicamente de lo universal a lo particular.

Inducción es extraer, a partir de determinadas observaciones o experiencias particulares, el principio general que en ellas está implícito.

Las premisas de que parte un razonamiento deductivo se consideran ciertas desde el principio, como axiomas. Son enunciados que se toman como ciertos sin más, porque la lógica, el sentido común, la experiencia o los sentidos nos sugieren que así debemos hacerlo. Un razonamiento de este tipo, según dice Paul Davies, "no pasa de ser un método para procesar hechos o conceptos para presentarlos de una forma más útil o interesante". En realidad, tales argumentos no sirven para aportar algo "nuevo", porque todo está ya contenido de una forma u otra en las premisas. Por ejemplo, Euclides, un famoso geómetra griego del siglo III antes de Cristo, enunció cinco axiomas sobre los que se basaba la geometría. Eran axiomas fundamentales, pero avances posteriores dieron al traste con algunos de ellos. En el Universo, la geometría de Euclides no es del todo correcta; han fallado sus axiomas porque los sentidos o la experiencia a veces no sirven a mayores niveles de conocimiento. Deducir es pura lógica: a partir de unas premisas se obtiene una conclusión. En realidad no importa lo que se diga: si el esquema lógico es correcto, la conclusión será verdadera. Una conclusión deducida es válida si no hay manera de plantearse el asunto desde una óptica en que las premisas sean verdaderas y la conclusión falsa.

El razonamiento inductivo es más comprensivo; parte también de una serie de hechos o hipótesis, y a partir de ellos llega a la conclusión, pero lo hace de forma generalizada. Yo puedo afirmar que mañana el Sol saldrá más o menos por el este y se pondrá por el oeste, y puedo estar razonablemente seguro de ello, porque se trata de un razonamiento inductivo basado en una generalización: el Sol siempre se comporta de esta manera (al menos, hasta ahora). Pero ello no implica que estas "leyes" sean ciertas, sólo que lo son muy probablemente, pero nunca con una certeza absoluta. El que veamos cien cuervos negros nos sugiere que el próximo que observemos también lo será, pero no es imposible que sea blanco (aunque sí muy muy improbable...).

Cuando hay un número limitado de observaciones o experiencias y no hay forma de razonar deductivamente, los científicos emplean la inducción. La física es casi toda ella puro razonamiento inductivo. Pero a veces, y según Karl Popper las más de ellas, los científicos ni siquiera hacen uso de este procedimiento. Cuando se realiza un descubrimiento, los científicos, por el contrario, retroceden para elaborar hipótesis compatibles con él, y a partir de esa hipótesis deducen ciertas consecuencias que se pueden comprobar experimentalmente.

De esto se deduce, siguiendo un poco a Paul Feyerabend, que hay cierta "anarquía" en el proceder de la ciencia, la cual no avanza siempre por métodos deductivos o inductivos. En ocasiones, entra en juego la imaginación o la inspiración, y mediante ellas un investigador o un pensador resuelven problemas, analizan situaciones o describen hechos de una forma que hubiese sido imposible en caso de emplear la deducción o la inducción.

Por lo tanto, hay que evitar glorificar el método científico, porque aunque mediante él hemos descubierto enormes maravillas y hemos acercado a la Humanidad a un saber profundo y útil, lo cierto es que en muchas ocasiones ese método, este procedimiento empírico, está basado en más vaguedades y simplezas intelectuales de las que imaginamos. Los razonamientos sirven para aprender, para saber más acerca del mundo, pero a veces, en efecto, se llega al conocimiento científico sin seguir para nada el método científico.

17.11.06

Dejando atrás al mito... o intentándolo (Mito, logos y algo sobre Tales)

Es muy habitual en los textos de Filosofía mencionar que uno de los mayores frutos conseguidos por los presocráticos era, sin duda, haber facilitado el paso del “mito al logos”, o lo que es lo mismo, el tránsito desde el pensamiento mítico, identificado con los dioses, al pensamiento racional, basado en la observación y la experiencia, en definitiva, en la razón.

No obstante, también es cierto que en los albores de la filosofía occidental, el mito y el logos tenían una relación bastante próxima, en el sentido de haber aún ciertos rasgos míticos en las concepciones de algunos de aquellos pensadores presocráticos.

El tránsito de una forma de pensamiento a otra es, también sin duda alguna, uno de los momentos más importantes de la civilización occidental (y, por ende, de la especie humana), porque representa el instante en que la inteligencia separa, aún tímidamente, las maneras típicas de enfocar los problemas existentes. Para explicar el origen del mundo, por ejemplo, Hesiodo, poeta griego del siglo VIII antes de Cristo, menciona un sinfín de dioses y diosas los cuales son los responsables directos de todo lo existente. En cambio, presocráticos como Tales o Anaxímenes hablan de hechos, accesibles para todos aquellos que dispongan de razón y estén dispuestos a utilizarla. El mundo se vuelve entonces comprensible, racional, ya no se trata de la voluntad divina la que maneja los entresijos del cosmos (o, mejor, del kosmos), sino que los procesos naturales pueden bastar por sí mismos para dar cuenta del mundo.

Ahora bien, el mito permanece en los presocráticos aún, y pese a que lo haga de una forma impersonal e intentando no ser vista, queda patente en las reflexiones de Tales, por ejemplo. Tales trata de “desmitologizar” a la naturaleza, pensando racionalmente de qué modo pudieron, elementos naturales, ser los responsables de la formación del universo. En su búsqueda de la respuesta, Tales halla que todo deriva del agua. A ese respecto escribe Aristóteles: “Concibió [Tales] tal suposición tal vez por ver que el alimento de todas las cosas es húmedo, y porque de lo húmedo nace el propio calor y por él vive [...]. Además las semillas de todas las cosas tienen naturaleza húmeda y el agua es el principio de la naturaleza para las cosas húmedas”. Puede parecer un razonamiento un poco tosco, aun lejano de los tiempos científicos (‘el alimento de todas las cosas es húmedo’, ‘las semillas tienen naturaleza húmeda’, etc... .), pero ahí reside precisamente el logro presocrático: ser capaz de razonar por sí mismos una explicación del mundo sin la participación directa de los dioses. No interesa tanto la respuesta que dieron los presocráticos a las preguntas que se hacían, sino esas mismas preguntas y la forma, el procedimiento que emplearon para intentar resolverlas.

Sobre Tales vale la pena mencionar también una frase a él atribuida: “todo está lleno de dioses”. La materia, para los presocráticos, está viva, y tiene su movimiento precisamente a causa de ello. El alma es principio de movimiento; todo lo que tiene movimiento tiene alma; la materia tiene movimiento; luego la materia tiene alma (esto es, por cierto, un ejemplo perfecto de inferencia formalmente válida, algo que estudia la Lógica, parte importante [aunque un tanto adusta] de la Filosofía). De modo que Tales habla en el sentido, no necesariamente de que los dioses aún duermen en la estructura profunda del universo, sino quizá que, en la materia, persiste algo divino, algo que aún está más allá de la razón, del entendimiento común... pero que no son las acciones de los dioses. Es como si admitiera que aún queda mucho por aprender en cuanto a la materia y al mundo, como si la esencia propia de las cosas (vivas, según ellos) no fuera aún comprensible.
Estas breves notas apuntan a que, de un modo u otro, el mito permanece vivo en la raíz de las concepciones e ideas de los presocráticos. Y tampoco cabe extrañarse por ello, habida cuenta de que el mito ha estado ligado al pensamiento humano desde los albores del mismo. Además, el mito no es sólo una ingenua y vacía forma de ver el mundo, no es en absoluto una expresión literaria de él sin más intención que la de cautivar a las gentes, es mucho más que una representación banal y simple del universo. En efecto, hay que desterrar la idea de que el mito supone la ignorancia antigua y, en cambio, el logos es el responsable del saber moderno. Puede que el mito tuviese carencias conceptuales muy importantes, pero aspira, al igual que el logos, a revelar cuál es la condición humana, de modo que muchos de los mitos pueden tener una base, unos cimientos verdaderos. El propio Platón, cuando parecía que el mito había pasado a un segundo plano, los presenta como una forma literaria de expresar las verdades que escapan de la experiencia y el entendimiento racional.

El mismo Tales pudo basarse en concepciones míticas a la hora de reflexionar en profundidad sobre el agua como principio creador. Es sabido que Homero llamó al “Océano” ‘padre de todas las cosas’, y que en ciertas cosmologías orientales, que Tales posiblemente conocía, el agua jugaba un papel bastante importante. Aunque Tales huya de emplear conceptos míticos, lo cierto es que estos parecen sobrevolar de alguna forma en el cielo de su pensamiento.

De todo esto, lo que me gustaría destacar es que el tránsito del mito al logos no supone el paso desde el error hasta la verdad. Claro está que el uso de la razón fue determinante para nuestra posterior evolución como civilización, y que a ella le debemos mucho, pero el mito no debe permanecer como sinónimo de desconocimiento, de saber oscurantista y lejano. Guarda en su esencia la razón de la existencia humana, y es un método tan bueno como cualquier otro de intentar hacer nuestro y comprensible, humano, a un universo hostil, complejo e indiferente para con nosotros. Es cierto que no es válido para describir los procesos naturales, y que la formación de un rayo puede explicarse mucho mejor entendiéndolo como fenómeno eléctrico que como consecuencia de la ira de Zeus. Sin embargo, si abandonamos completa y absolutamente la visión mítica del mundo, quizá estemos perdiendo también parte de nuestro propio ser, y por supuesto parte de nuestra cultura común. Es, creo, mucho mejor abrazar a ambas, la forma racional y la mítica, para así dar cuenta y entender de una forma más plena (aunque no necesariamente más verdadera) todo lo que nos rodea.

El mito es humano, es un intento por hacer nuestro lo ajeno, lo lejano, lo extraño. Aunque ganemos algo de ingenuidad al empaparnos de él, tal vez también así conozcamos y empecemos a valorar esas formas rudimentarias, pero humanas, que los antiguos emplearon para ver al mundo, quizá, como en realidad es, como parte de nosotros mismos.

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