16.9.09

Filosofía china antigua: Moísmo



Llamado también Mo zi o Mo Tzu, Mo Di encarna el primer pensador importante después de Kong Qui (conocido como Confucio, del que hablaremos en breve). Vivió en pleno siglo V antes de Cristo, y tuvo un papel relevante en la sociedad de su tiempo dado que era experto en temas económicos y de guerra, además de sus conocimientos y consejos de corte moral que prodigaba allá donde trabajó. El Mozi es el libro que recoge las enseñanzas de Mo Di y sus discípulos.

Aunque parece que, en primera instancia, Mo Di aprendió algunas directrices y planteamientos confucianos, bien pronto se le reveló la inadecuación de éstos para resolver los problemas sociales y políticos que reinaban a la sazón. Por ejemplo, Mo Di consideraba inútil la excesiva preocupación de Confucio y su escuela (la de los letrados) por los ritos, los actos ceremoniales e incluso los cultos funerarios, dado que suponían un gasto superfluo, una función puramente estética y muy perjudicial para el bienestar económico y social, y, además, una gran hipocresía por parte de los letrados, quienes cuidaban la preparación de ritos en honor de los espíritus sin creer realmente en ellos.

Mo Di creó una escuela, la Mójia, cuyos miembros seguían una severa disciplina y en donde aprendían todo lo relativo a la defensa de ciudades, fortificaciones, etc. La escuela, que solía recibir gente de clases populares (al contrario que la de Confucio, que sólo aceptaba a los nobles), tenía carácter casi militar, en organización y obediencia a un superior (el propio Mo Di, que fue el primer maestre), y vivían de forma muy sencilla y austera. Su propósito era formar funcionarios útiles al Estado, pero basándose siempre en las ideas de Mo Di, cuyo objetivo último era "racionalizar la sociedad, eliminando las tradiciones inútiles e introduciendo prácticas diseñadas para el mayor provecho de la colectividad" (Mosterín, 2007).

La doctrina de Mo Di parte de la idea del "amor universal". Mo Di sostenía que, para distinguir entre las acciones buenas y malas, lo correcto e incorrecto, y entre una dirección política adecuada o nefasta, se necesita un criterio o un método que nos permita dilucidarlas (de aquí nacería un interés por la lógica y sus principios): este criterio lo resume Mo Di en hacer o realizar aquello que el Cielo desea. Y lo que el Cielo desea (entendido éste como una entidad divina y personal, ordenadora de los acontecimientos) no es más que, como puede suponerse, un amor universal e incondicional entre todos los ciudadanos del mundo. No trata el Cielo de forma distinta a unos y otros, sino que les brinda por igual su luz, su oscuridad, y a todos ellos les envía lluvias, tempestades, beneficios y desgracias. Si esta es la forma en que el Cielo nos atiende, entonces nosotros también debemos hacer lo mismo. El "amor universal", el que ofrece amor a todos los seres humanos sin consideración particular alguna, es el vehículo mediante el cual la sociedad puede ganar en confianza, en respeto y ayuda y prosperidad. Si los mandatarios y soberanos aplicaran este principio la evolución y mejora de los pueblos, la calidad de vida y el progreso serían evidentes, y los beneficios (enriquecimiento de la población pobre, incremento de la estabilidad y los tiempos de paz, aumento de población, etc.) lograrían impulsar una nueva edad de oro.

El principio del "amor universal" es una réplica directa a otro, el de la "gradación del amor", propio de la escuela confuciana, que abogaba por una escala distintiva en la aplicación del amor; según ésta había que amar y tratar de manera muy diferente a las personas desconocidas o extranjeras que a las de la propia familia. El amor hacia un vecino o alguien a quien vemos poco debe ser mucho menor y menos intenso que el que brindamos a nuestros padres o hermanos. Mo Di creía que esta segregación y discriminación amorosa, habitual en los ambientes cortesanos afines a los seguidores de Cofucio, era un trato humano que tan sólo provocaba enemistades, conflictos y egoísmos familiares, y del que era necesario prescindir para ordenar y pacificar el mundo.

Las personas inteligentes y racionales, pensaba Mo Di, únicamente precisaban de su misma razón para entender y aplicar el principio del amor universal, porque comprenden que hacer el bien repercute y amplía el bien a nuestro alrededor, mientras que hacer el mal es incrementar el dolor y la perversidad, hechos que no benefician a nadie. Pero, a aquellos otros que no llegan al convencimiento del amor universal se les debe persuadir recurriendo a miedos religiosos. Así, era vital reimplantar la creencia en los espíritus para hacer ver que toda acción humana conlleva consecuencias sancionables, es decir, que todo lo que hagamos será premiado o castigado en función de si lo hecho está en consonancia con los preceptos de aquellos. La creencia de Mo Di en el Cielo y los espíritus era más bien interesada que sincera: aunque los guerreros, de los que formaba parte, mantenían dicha creencia por pertenecer al pueblo llano, al contrario que los letrados, que hacía ya tiempo eran escépticos (pese a mantener los ritos, como hemos dicho), a Mo Di lo que le motivaba era seducir a los incrédulos con la sanción de sus actos para que los orientaran hacia el amor universal.

Por último, dejaremos constancia de la peculiar relación de Mo Di con la guerra. Mo Di fue un antibelicista convencido, sabedor de que la violencia y los enfrentamientos llevan a la guerra, el mayor desastre posible del que son capaces los hombres. La guerra es condenable moralmente, desde luego, pero además afirma Mo Di que toda guerra no proporciona ningún bien a ninguno de los dos bandos; en efecto, lo que se pierde en una contienda tal (en vidas humanas, esfuerzo, tiempo, dinero, riquezas) siempre es mucho más que lo obtenido, por grande que sea. Lo explica Mo Di con estas palabras:

"Considera un país a punto de entrar en guerra. En invierno el frío es terrible, en verano el calor. Esto implica que ni en invierno ni en verano se puede hacer guerra. Pero si se hace en primavera, los campos no estarán sembrados; si en otoño, no se recogerán las cosechas. Y si se pierde sólo una estanción, el número de gente que morirá de frío y hambre es incalculable. Considera el equipo, las armas, las flechas que se perderán, los carros destruidos, los bueyes y caballos que caerán, las bajas militares, el número inabarcable de personas que perecerán. El Estado habrá robado al pueblo sus ingresos y disminuida su fuente de beneficios. Y todo esto, ¿por qué? Porque codiciamos la fama y el botín de ganar la guerra. Lo que ganamos no sirve para nada y es mucho menos de lo que perdemos".

¿Cuántos seres humanos, bienes y fortunas culturales permanecerían en pie y dignas de ser admiradas si, desde que Mo Di pronunciara estas palabras, los mandatarios y jefes de Estado, Emperadores y presidentes de Repúblicas y Gobiernos las hubieran tenido en cuenta antes de ordenar la entrada en guerra con sus hermanos?

15.7.09

Introducción al pensamiento de Karl Marx (Epílogo)



Serie "Introducción al pensamiento de Karl Marx (6 partes)

-Epílogo: Repercusión del pensamiento marxiano.

Tras examinar las raíces, las características y algunas de las aplicaciones prácticas que reclamaba el pensamiento de Karl Mark y Frederick Engels en la sociedad de finales del siglo XIX, ahora concluiremos la serie con las influencias y la relevancia de dicho pensamiento en la centuria posterior, así como las críticas que suscitó en ciertos filósofos.

Una de las peculiaridades más notables de la filosofía marxiana es que, además de poseer una importancia capital en la historia de las ideas y el pensamiento, sus tesis cristalizaron en una praxis aplicable al ámbito de la "vida ordinaria"; es decir, el marxismo logró superar el marco intelectual para abrazar la acción social y política. Fue la primera ocasión en que ello sucedió (sobretodo a tan gran escala, prácticamente planetaria, y con un profundo arraigo allá donde se realizó).

Lenin y Stalin, artífices de la Revolución Comunista en la Unión Soviética, implantaron la ideología marxista a grandes rasgos, si bien entendieron que cabía cambiar ciertas partes o nociones que, en la práctica, resultaban de difícil aplicación. Uno de los postulados sustraídos fue el del periodo conocido como "dictadura del proletariado", fase que según Marx era temporal, mientras que para Lenin debía forzosamente prolongarse en el tiempo de forma indefinida. Para éste el Estado era imprescindible, mientras que aquel, recordemos, creía que debía constitir en un mero trámite.

A partir de 1917 el marxismo comenzó su expansión y llegó a fronteras lejanas, no sólo a lo largo de todo el dominio soviético, sino también a los países próximos, como la antigua Checoslovaquia, Hungría, Polonia, y China, entre otros. Pero esta corriente de pensamiento también ha dejado su huella en países en donde no tuvo aplicación directa, gracias a la formación de partidos de corte socialista o comunista. Sin embargo, si el comunismo tuvo una vida más bien breve, ya que apenas unas décadas después de su implantación, y sobretodo en la década de los noventa del siglo pasado, los sistemas comunistas terminaron ahogándose y derrumbándose, fundamentalmente en la antigua URSS y en los países del Este europeo.

Esto ha servido para comprobar que no siempre la adopción de las ideas marxistas ha sido todo lo fiel que el propio Marx hubiese deseado, o bien que tales ideas no son aplicables dentro del curso histórico actual, o que carecen de la suficiente fuerza o interés para serlo. Además, los regímenes comunistas, lejos de liberar al pueblo trabajador, fue un acicate para la opresión y la violación de derechos humanos fundamentales, hasta el punto de generar una serie de horribles e inaceptables genocidios tanto en la URSS como en China y otros países con talante comunista (se cree que fueron cerca de cien millones las muertes generadas). Campos de concentración, hambrunas dramáticas y purgas legendarias, así como privación de libertad y corrupción, etc., etc, señalan el posible giro copernicano que unos líderes depravados pueden llegar a realizar en su propio beneficio de las tesis marxistas.

Intelectualmente, el marximo ha tenido tanto a grandes defensores como a detractores ilustres. Georges Politzer, por ejemplo, representa el filósofo marxista entusiasta, a veces hasta límites insostenibles (alababa la política leninista, y ya hemos comentado algunas de sus depravaciones); Karl Popper, por su parte, supone la vertiente opuesta, la crítica contundente. Una de las mayores censuras que Popper hace a la filosofía comunista es la de haberse presentado como una teoría presuntamente científica (basada en los conocimientos científicos de la época, y seguidora de sus mismos métodos) y, en cambio, haber errado completamente en sus previsiones: preconizó la caída del capitalismo y la eclosión del comunismo, la liberación del pueblo, la desaparición del Estado, etc. Sin embargo, como es obvio, todo ello no se ha cumplido; es más, ha sido el comunismo el sistema que ha sucumbido a sus propios fallos, y el capitalismo ha terminado por prevalecer. Los hechos demuestran que la filosofía marxista estaba equivocada. Popper termina su crítica afirmando, muy probablemente con razón, que no hay forma de predecir científicamente los acontecimientos futuros, sino que, tan sólo, es posible revelar tendencias generales.

Un crítico más sereno es L. Stevenson, quien señala el inadecuado planteamiento de las tesis marxistas y su más que compleja aplicación a la sociedad actual. Remarca, además, que muchos de los problemas que el comunismo decía solucionar no tuvieron remedio alguno, y que en algunos casos se agravaron todavía más. Sin embargo, concede que el marxismo fue capaz de mejorar las condiciones de trabajo del proletariado: aumentando la cantidad de tiempo libre, aumentando los salarios, permitiendo que los mismos trabajadores participaran del porvenir y funcionamiento de la empresa, mayor igualdad entre los asalariados, más seguiridad a las pequeñas empresas, etc. Todas estas propuestas, en principio marcadas para el comunismo, han sido adoptadas y potenciadas por el capitalismo actual, generando una mejora sustancial de las condiciones del empleado y su bienestar, a la vez que aumentaba el rendimiento de las empresas y la producción.

Por lo tanto, no fue tanto un error conceptual como de aplicación lo que truncó la vida de la filosofía marxista, lo que condenó al comunismo al ostracismo y a la oscuridad. Murió porque no vio que sus mismos postulados podían ser envenenados y contaminados por la avaricia y la obnubilación de los grandes profetas y predicadores, profetas que, en nombre del comunismo, se cegaron ante el poder. Por suerte, su muerte no ha sido definitiva; como todo en el Universo, ha resurgido de sus cenizas para acabar enriqueciendo, y hasta cierto punto ennobleciendo, el sistema enemigo, el capitalismo, que pese a sus incontables desmadres, corrupciones y vilezas, ha crecido y madurado hasta convertirse en el modelo a seguir para un crecimiento económico y social realmente notable.

No obstante, hay mucho que pulir dentro del neoliberalismo, demasiado que corregir y casi todo por innovar. Aguarda el medio ambiente, aguarda el propio ser humano, aguarda la idiosincrasia misma del trabajo, todos ellos esperando un respeto, o una reforma. Aguarda una revolución en el concepto mismo de trabajar, en percibir y entenderlo no como una obligación impuesta, sino un deseo diario. Algo que insufle vida, sentimiento y gozo, no meros recursos económicos o calidad de vida material.

El camino que nos queda por recorrer para lograrlo es casi infinito. Empecemos, pues, a caminar.

(Bibliografía fundamental:

- Historia de la Filosofía, J.R. Ayllón, M. Izquierdo, C. Díaz, Ariel, 2005
- Diccionario de Filosofía, Ferrater Mora, Ariel, 1994
- Diccionario de Filosofía Herder, Cd-Rom, 1997)

7.7.09

Los 'idola' de Francis Bacon



Entre muchas otras facetas intelectuales, a Francis Bacon se le recuerda principalmente como promotor del método inductivo, alejándose del proceder tradicional aristotélico, y reorientador del saber de su época hacia la naturaleza científica de la realidad. Su obra más relevante es "Novum Organum", y contiene una lógica que comprende las reglas del nuevo método, aquel que interpreta la naturaleza (Lógica constructiva), además de una sección crítica (Lógica destructiva) en cuyas páginas se recoge la teoría de los "ídolos" (idola), que es la que hoy tratamos aquí.

Los ídolos son como prejuicios o errores que los hombres cometen al interpretar la naturaleza y de los que cabe librarse si se desea lograr una comprensión de ésta más amplia, concisa y exacta. Estas "falsas nociones" generan una equivocada perspectiva de lo existente, obstaculizando el conocimiento de las leyes naturales y lastrando nuestra visión definitiva de la realidad. Los ídolos bloquean, o alteran, el entendimiento de lo que sucede a nuestro alrededor, pero por fortuna hay posibilidad de desembarazarse de ellos. Para ello es necesario saber dónde aparece, en qué contextos y situaciones de nuestra vida diaria. Una vez hecho esto, será necesario suplantarlos con los conceptos y axiomas propios del método inductivo baconiano, pero en todo caso, y aunque no se llegue a este último extremo, de lo que se trata en esencia es de vaciar nuestra mente de todo rasgo de conocimiento, prejuicio o errores a priori.

Bacon sostiene que hay hasta cuatro géneros distintos de ídolos:

-Ídolos de la tribu, que están conectados a la misma naturaleza humana y a nuestra forma de entender el mundo. Se deben a que nuestro intelecto imagina una serie de paralelismos, conexiones, analogías y correspondencias que en realidad no existen (o sólo en la mente de las personas...). Es el intelecto el responsable de relacionar hechos y nociones, advirtiendo después una concatenación legítima entre ellos, por la única razón de que le resulta, a él, razonable o convincente. Así, por ejemplo, la creencia de que todo movimiento planetario debía ser circular y perfecto es un ídolo de la tribu porque supone creer, tan sólo, por el mero hecho de que preferíamos esa forma geométrica particular, no por las evidencias, sustituyendo "por supersticiones las supremas verdades de la naturaleza; la luz de la experiencia, por la soberbia y la vanagloria", en palabras de Bacon.

- Los Ídolos de la Caverna son los propios del hombre individual. Cada uno de nosotros vive en su propia cueva, una caverna en donde la luz de la naturaleza es refractada y alterada. Nuestra noción de la realidad está alterada y moldeada, "ya sea por la naturaleza propia y singular de cada uno, o por la educación y trato con los demás, o por la lectura de libros y la autoridad de aquellos que cada cual cultiva y admira". Casi cada hombre particular construye sus propios ídolos cavernarios, por lo que su diversidad es inmensa

- Los Ídolos del Foro (o del Comercio, o Mercado) "surgen del acuerdo y de la asociación del género humano entre sí". Los hombres suelen desginar, erróneamente, significados particulares a ciertos términos o expresiones del lenguaje. Hay palabras que poseen significado y, sin embargo, no denotan realidad alguna, mientras que otras algunas cosas reales están definidas de manera inadecuada o se usan confusamente. Este tipo de ídolos son los que Bacon considera como más peligrosos, por ser causa de disputas verbales y porque "se insinúan ante el intelecto mediante el acuerdo de las palabras; pero también sucede que las palabras se retuercen y reflejan su fuerza sobre el intelecto, lo cual convierte en sofísticas la filosofía y las ciencias".

- Por último, los Ídolos del Teatro son aquellos que penetraton en el intelecto del hombre a partir "de los diferentes dogmas de las filosofías y también a partir de las perversas leyes de las demostraciones". Toda filosofía anterior es, para Bacon, "una fábula compuesta y representada en la cual se forjaron mundos ficticios y teatrales". Asimismo, algo similar cabe decir, según Bacon, de "muchos principios y axiomas de las ciencias, los cuales se impusieron por tradición, por credulidad y por negligencia". Bacon afirma que la única autoridad que poseen dichas escuelas, teorías o axiomas científicos o filosóficos es la de ser construcciones verbales producto de un elevado talento, pero cuyo contenido es escasamente ilustrativo para descubrir las leyes naturales. Bacon clasifica en tres grupos a los Ídolos del Teatro: sofísticos (basados en falsos razonamientos, como los de Aristóteles), empíricos (basados en generalizaciones erróneas, como las de los alquismistas), y los supersticiosos (que se sustentan en la reverencia y el respeto a la mera autoridad, como el platonismo y el pitagorismo).

[A estos cuatro tipos de ídolos Max Scheler añade un quinto, los Ídolos del Conocimiento Interno, que producen aquellos que sostienen que toda percepción de uno mismo (no del conocimiento externo, como los anteriores) es acertada y exacta con la realidad, reflejando el ser humano tal como es en verdad.]

Una vez eliminemos los ídolos, sean del tipo que sean, nuestra mente estará en condiciones de adquirir un conocimiento genuino, conocimiento basado en la leyes de la naturaleza y a las que, sin bagaje apriorístico alguno, podemos tener finalmente acceso y alcanzar un entendimiento y elaborar una descripción del mundo y su funcionamiento según es éste en realidad.

2.7.09

“El surco del tiempo”, de Emilio Lledó



La filosofía es el arte de alcanzar la sublime expresión de lo que se precipita desde la realidad hasta nosotros mismos. Un puente tendido entre el tapiz de lo reinante y nuestra percepción de lo que somos y nos rodea. Muchas veces los filósofos han tratado de hacer explícita esa relación, dotarla de vida y entregársela al resto de los mortales para un mejor entendimiento de tal conexión; en ocasiones no han dicho nada no oído ya realmente, sino que se han limitado a recomponer el modo en que se engarza el imperio de lo pensado y lo existente, facilitando su unión y abriendo nuevas vías de comprensión.

Quizá Emilio Lledó (y muy particularmente en su obra “El surco del tiempo”) sea uno de dichos escribas cuyas palabras sirvan para reintroducirnos en conceptos y temas ya conocidos, pero a los que se da la pertinente vuelta de tuerca para ofrecer una innovadora visión de los mismos, innovación que seduce y asombra. Lledó abre su texto con un fragmento del Fedro platónico, en donde se narra el mito de Theuth y Thamus, un diálogo acerca del lenguaje, su poder, el embrujo de las palabras, el mutismo de su autor, las semillas que suponen para otros creadores, etc. Toda la obra de Lledó penetra y divaga por entre los intersticios de estos contenidos, adobándolos y enriqueciéndolos con una batería de imágenes, metáforas y símbolos que dotan al texto de una belleza y un encanto singulares.

Una de las cuestiones principales que recorre sin cesar el libro de Lledó es la de la palabra vista como semilla, no aceptándola como tal es, resignando su significado a lo que nos llega de ella, sino como germen de propios pensamientos, vida y movimiento personales. “Pensar es, pues, hacer germinar lo que está en el alma”, comenta el autor. “Las palabras escritas sólo crecen en aquel que... traza con esas palabras nuevos senderos, que engarza nuevas ideas, que las siembra en otros”. Aquí, continúa Lledó: “Pero la palabra como semilla, debido a la ambigüedad que por su propia historia se asienta en ella, permite ir cultivando una inesperada siembra. Las palabras de un lenguaje y la sintaxis que la organiza... recobran en el mundo interior resonancias que no están en ellas originariamente”. Sembrar es fácil, pero la maduración requiere trabajo. El lenguaje no transmite únicamente un sentido referencial de las palabras sino que, para ser provechoso y fructífero, es necesario que la voz del texto transmita parte de su mismo ser y sentido. Para ello se requiere del pasado, del tiempo en que fue escrita la palabra, y del presente en cuyo instante se lee, se paladea y deleita, el jugo de las letras.

Tiempo, palabra, pasado, comunicación, escritura, lenguaje, diálogo, belleza, memoria, metáfora, imagen, figuración, sentido, consciencia, experiencia, discurso, espacio, ser, olvido, y sus homólogas latinas lógos, psyché, philía, démos, aletheia, entre muchas otras, son las voces que llenan el fascinante y prometedor universo lledoniano, que abraza orillas distantes de pensamiento y las hace cercanas, que asciende hasta los límites de la comprensión para bajar de nuevo a la tierra con prosa filosófica ágil y admirable; casi poética, diríamos, casi una oda al poder evocador de las palabras, del texto vivo que genera nuevas formas de ver y sentir.

Una apología del discurso, de la comunicación dignificante, del intercambio, ya sea en directo o a través del tiempo, de la letra que toma cuerpo en el habla, o del habla que puede llegar a plasmarse en letra, para ser vista, revista y revivida por siempre jamás. Un sí al habla, al discurso generoso, abierto y fecundo, que brinda, a quienes ven en él el fruto, y a la vez la semilla, un inagotable futuro.

(Ver Reseña en CríticaDeLibros)

29.5.09

Hombre y libertad

"Libertad, o independencia, significa (propiamente hablando) la falta de oposición (por oposición quiero decir impedimentos externos al movimiento); y puede aplicarse a las criaturas irracionales e inanimadas no menos que a las racionales. Pues de cualquier cosa atada o circundada como para no poder moverse sino dentro de un cierto espacio determinado por la oposición de algún cuerpo externo, decimos que no tiene libertad para ir más allá. Y lo mismo acontece con todas las criaturas vivientes mientras están aprisionadas o en cautividad, limitadas por muros o cadenas; y con el agua mientras está contenida por diques o canales, cuando en otro caso se desparramaría sobre una extensión mayor. Solemos entonces decir que tales cosas no están en libertad para moverse como lo harían sin estos impedimentos externos. Pero cuando el obstáculo al movimiento está en la constitución de la cosa misma no solemos decir que le falta la libertad, sino el poder para moverse; como cuando una piedra yace quieta, o un hombre es atado a su cama por enfermedad.

Y con arreglo a este sentido adecuado y generalmente reconocido de la palabra, un HOMBRE LIBRE es quien en las cosas que por su fuerza o ingenio puede hacer no se ve estorbado en realizar su voluntad. Pero cuando las palabras libre y libertad se aplican a cosas distintas de cuerpos se comete un abuso, pues lo no sujeto a movimiento no está sujeto a impedimento. Y, por tanto, cuando se dice (por ejemplo) que la vía está libre no se indica libertad alguna en ese camino, sino en quienes allí andan sin detenerse. [...] Por último, por el uso de la palabra libre albedrío no pude inferirse ninguna libertad de la voluntad, del deseo o de la inclinación, sino la libertad del hombre, que consiste en no encontrar alto alguno a la hora de llevar a cabo lo que tiene la voluntad, el deseo o la inclinación de hacer [...]

Libertad y necesidad son compatibles. Como sucede con el agua, que no sólo tiene libertad sino necesidad de descender por el canal, así acontece en las acciones realizadas voluntariamente por los hombres, que por proceder de su voluntad proceden de la libertad y, no obstante, proceden de la necesidad, porque todo acto de la libertad humana y todo deseo e inclinación proceden de alguna causa, y ésta de otra en una cadena continua (cuyo primer eslabón está en manos de Dios, primera de todas las causas). Con lo cual, para quien pudiese ver la conexión de sus causas, resultaría manifiesta la necesidad de todas las acciones voluntarias de los hombres
".

Thomas Hobbes, "Leviatán".

16.5.09

Introducción al pensamiento de Karl Marx (VI)



(Partes 1, 2, 3, 4 y 5)

6) El “materialismo histórico”. Caída del capitalismo e implantación del comunismo.

Puesto que la realidad que viven los seres humanos es, para Marx igual que para Hegel, un producto de la acción de las leyes dialécticas, la historia trata siempre de lograr un objetivo, superando las contradicciones propias de las etapas anteriores. De este modo, el curso histórico acontece de forma necesaria, por lo que todo sufrimiento y malestar actual es inevitable e inexcusable, con el fin de que el futuro nos aporte la solución a nuestros problemas. Esta solución sólo será posible, como ya se ha dicho, cuando tenga lugar la sustitución del actual sistema capitalista por un modo de producción comunista en el que desaparezcan las desigualdades entre clases sociales (o, mejor dicho, la desaparición de las mismas clases sociales), lo que comportará, aseguraba Marx, la superación de todas las alienaciones a que están en la raíz de nuestros males y desdichas.

Marx sostenía que la revolución social acaba siendo una realidad e imponiéndose cuando se producen conflictos, inherentes al mismo sistema capitalista, entre las fuerzas de producción, es decir, la masa trabajadora, y las relaciones de producción (la relación entre trabajadores y propietarios). Dada la desigualdad que estas relaciones provocan, se genera un trastorno en la infraestructura, al existir una disparidad económica profunda entre ambas facciones, lo que con el tiempo determinará a su vez modificaciones en la superestructura y sus elementos constitutivos (sistema ideológico, político y social).

Ha habido distintas relaciones de producción a lo largo de la historia. De hecho, para Marx es precisamente que difieran dichos sistemas de producción lo que ha provocado las etapas históricas (y no a la inversa). En cualquiera de las existentes hasta los tiempos de Marx reinaban las clases sociales, pero gracias al comunismo esta segregación será erradicada. Los tres modos de producción previos han sido:

a) Esclavismo (sociedad esclavista): regida por los amos, que dominan a los esclavos, quienes no son más sus medios o instrumentos.

b) Feudalismo (sociedad feudal): regida por los señores, y a quienes sus siervos y vasallos rinden pleitesía. La tierra la trabaja el siervo, pero es propiedad del señor feudal.

c) Capitalismo (sociedad capitalista): la actual (tanto en tiempos de Marx como en la actualidad, aunque con matices). La clase dominante es la burguesía (o los propietarios de los medios de producción), y la clase dominada el proletariado.

Por último, Marx augura la irrupción del comunismo, tras la caída del capitalismo, en donde no habrá clases sociales y los medios de producción pertenecerán al Estado. La caída del capitalismo es inevitable, sostiene Marx, porque en primer lugar un sistema que sólo pretende lograr el beneficio económico del empresario no puede mantenerse durante mucho tiempo. Esto es así porque para maximizar dicho beneficio se requiere producir al mínimo coste posible, lo que supone emplear cada vez mayor cantidad de maquinaria y cuantos menos trabajadores mejor, algo que sólo es posible en grandes compañías y corporaciones. En consecuencia, tanto los proletariados (porque pasarán a engrosar las listas de parados, o tendrán que trabajar gran cantidad de tiempo) como los pequeños empresarios, absorbidos y neutralizados por las compañías mayores, verán con descontento su situación de inferioridad económica y de posibilidades de trabajo. Para erradicar tal situación será imprescindible la unión del proletariado, exigiendo a la burguesía mayores salarios y horarios menos exigentes, o, en hipotético caso final, su misma derrota social.

Así, es el mismo sistema capitalista quien se autodestruirá, producto de las injusticias sociales que ocasiona entre las distintas clases y de un conjunto de leyes inherentes a tal sistema, entre ellas, por ejemplo, la ley de la tendencia a la baja del beneficio. Si el capitalismo pretende maximizar los beneficios, será necesario bajar los salarios e incrementar todo lo posible la producción. Pero ofrecer menos dinero a los productores y a la mano de obra supone menos ingresos para ellos, con lo que la demanda bajará dado que cada vez sus recursos económicos serán menores. Por lo tanto, los beneficios disminuyen y la empresa puede endeudarse, o incluso llegar a la quiebra, destruyéndose el capitalismo a sí mismo.

Por otro lado encontramos la ley de la depauperización creciente o, en otras palabras, la creciente implantación de grandes monopolios o grupos de empresas dominantes que ofrecen precios cada vez más bajos y ahogan los medianos y pequeños comercios, donde sus propietarios se verán obligados al cierre por no poder competir con ellos en igualdad de condiciones, convirtiéndose ellos mismos en proletarios u ofreciendo sueldos todavía más bajos a sus escasos trabajadores, con el consiguiente descontento general.

Ante esta situación preconizaba Marx que la clase proletaria empezaría a tomar conciencia de su situación e iniciaría un proceso de revolución ante las injusticias de la burguesía. Pese a que ésta posea los medios de represión y de poder para evitar dicha revolución, toda clase social que está por encima de las demás depende de éstas para su supervivencia, porque es su trabajo, el del proletariado en este caso, lo que la sustenta. Por lo tanto, la unión de las clases trabajadores acabará por desbancar a la burguesía de su posición privilegiada, y será entonces cuando dará comienzo una temporal “dictadura del proletariado”. Esta fase consistirá en un dominio absoluto de la clase trabajadora, adquiriendo todo el poder de la sociedad para reestablecer un orden político y económico en el que la propiedad privada será definitivamente abolido, las clases sociales acabarán siendo neutralizadas y los medios de producción pertenecerán íntegramente al Estado, que poseerá recursos y procedimientos para instaurar un orden comunista.

Tras esta etapa, una vez desaparezcan los distintos grados de clase entre trabajadores tendrán que organizarse en grandes cooperativas en donde todo lo producido será de todos. Cada persona aportará su trabajo y su acción en función de sus aptitudes, y recibirá del grupo en función de lo que precise. Así reza la máxima marxista: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. La colectivización de los medios de producción, la abolición de la propiedad privada y las diferencias de clase, la erradicación completa de todas las alienaciones que atenazan la vida humana, la identificación entre productor y producto, y la realidad de una igualdad entre trabajadores permitirá la desaparición del estado prehistórico en el que estaba sumido el ser humano y nos adentraremos en la etapa verdaderamente histórica de la Humanidad.

13.5.09

Libertad y determinismo

"Se puede decir que, si el postulado del determinismo es válido, entonces el futuro se podrá explicar en términos del pasado; y esto significa que, si uno conociese lo suficiente del pasado, sería capaz de predecir el futuro. Pero en ese caso, lo que acontecerá en el futuro, ya está decidido. ¿Y cómo se puede decir entonces que yo soy libre? Lo que va a pasar va a pasar, y nada de lo que yo haga podrá impedirlo. Si el determinismo está en lo cierto, yo soy el prisionero sin remedio del hado.

Pero, ¿qué se quiere decir al decir que el curso futuro de los acontecimientos está ya decidido? Si lo que se quiere decir es que alguna persona lo ha ordenado, entonces la proposición es falsa. Pero si lo único que se quiere decir es que, en principio, es posible deducirlo de una serie de hechos particulares del pasado, juntamente con las adecuadas leyes generales, entonces, aunque esto sea verdad, ello no implica, en último término, que yo sea el prisionero del hado, sin remedio. Ni siquiera implica que mis acciones no introduzcan ninguna diferencia respecto del futuro, porque ellas son causas, tanto como efectos; de manera que, si fuesen distintas, sus consecuencias serían también distintas. Lo que implica es que mi comportamiento puede ser predicho; pero decir que mi comportamiento puede ser predicho no es decir que yo esté actuando bajo constricción. En realidad es verdad que yo no puedo escapar a mi destino si se entiende que esto no significa sino que haré lo que haré. Pero esto es una tautología, exactamente lo mismo que es una tautología que va a pasar lo que va pasar. Y tautologías como éstas no prueban absolutamente nada acerca de la libertad de la voluntad
".

Alfred J. Ayer, "Ensayos filosóficos", Planeta-Agostini, Barcelona, 1986.

Diálogos de Platón (VI): "Gorgias"

Gorgias es el cuarto diálogo más extenso de toda la obra platónica. Con Gorgias se inicia el grupo de diálogos que se consideran " de ...