16.3.20

Avicena



Uno de los más grandes filósofos musulmanes, sobretodo por su recia y maravillosa labor de sistematización del pensamiento de su época, fue el egregio Avicena, conocido en su tiempo como Abd Allah ben al-Hasan ben Alí Ibn Sina (o Aven Sina para los hebreos), nacido en el año 980 en el Turquestán.

Niño precoz, estudió además del Corán, humanidades, matemáticas y filosofía. Pero también fue un médico muy notable, y trató a célebres príncipes desde muy joven. Aunque era muy poco modesto, parece que esa cierta arrogancia era merecida. Escribió un tratado de medicina (el "Canon") que está al mismo nivel de importancia que las obras de Galeno o Hipócrates. De hecho, su texto traducido al latín perduró en multitud de universidades europeas hasta 700 años después. Murió el año 1037, después de una vida llena de trabajo, escritos y, al parecer, una intensa vida llena de proezas sexuales.

Hay unos doscientos títulos atribuidos a Avicena. Hay varias enciclopedias ("La curación", por ejemplo), que comprende los saberes de Lógica, Metafísica, Psicología, Música, Astronomía, Matemáticas, etc. El último de sus libros importantes fue "Libro de los teoremas y los avisos"), muy útil para poder conocer cómo evolucionó su pensamiento.

Hay tres fuentes principales de la filosofía de Avicena: Aristóteles, Plotino y al-Farabí. En nuestro filósofo quedan conjugadas e integradas, por tanto, el aristotelismo, el neoplatonismo y las tendencias islámicas (filosóficas y religiosas). Algo que irá de perlas para el pensamiento cristiano posterior.

Avicena separa las ciencias en una suprema, o filosofía primera (la Metafísica), que estudia el ser, la sustancia y Dios; una ciencia media que estudia también el ser, pero aquel que, aunque existente en la materia, se le puede dar una existencia separada (la Matemática); y, finalmente, una ciencia inferior (o Física), que se encarga de aquellos seres realmente existentes y que sólo se relacionan con la materia.

El ser se manifiesta en las cosas sensibles, y a causa de ello es objeto indirecto de todo saber. La Metafísica se encarga de su estudio, y deja al margen cualquier aspecto accidental con el que el ser aparece en la naturaleza. A ese concepto de ser se puede llegar por intuición, en una anticipación bastante curiosa al cogito cartesiano. Si se piensa en un "yo creado" sosteniéndose en el vacío, puede reflexionar y pensar si su propia existencia está probada. Afirmará, sin duda, que existe... sin experimentar ninguna cosa exterior... ni sus manos, sus pies o lo íntimo de sus entrañas". 

El ser tiene varias formas de decirse. Avicena diferencia tres modos: el de las cosas reales, el de su representación (abstracta) y el del signo intencional. También hay que diferenciar entre el individuo concreto y el conocimiento del ente real. Y lo no existente lo podemos conocer sólo al concebirlo mentalmente, de modo que le atribuimos predicados que hacen referencia a alguna realidad, pero sin que se relacione con ningún objeto externo.

Suele decirse, por lo que atañe al problema medieval escolástico de la distinción entre esencia-existencia, que Avicena consideraba a la segunda como un accidente de la primera. Pero, en realidad, lo que afirmó es que, más allá de Dios, la existencia es un complemento, algo que acompaña de forma no-necesaria a las esencias. Ahora bien, la Creación es necesaria, puesto que si Dios es el ser-necesario, necesarios han de ser también sus atributos, y entre ellos, el más notable es el de Creador.

Las cosas son posibles. No siempre tienen la existencia. No siempre son necesarias; si lo son es por la acción de una de una causa exterior (Dios). Por tanto, a las cosas les puede faltar la existencia. Sin embargo, a Dios no, pues Éste es necesario per se, ya esencialmente existente, y en Él no hay la menor amalgama entre la existencia y la esencia.

Otro de los aspectos importantes que Avicena analizó es el del entendimiento, que constituye el sujeto de la más elevada actividad del alma humana. El "intelecto" se dice de muchos modos, al igual que el ser. Sería, para nuestro pensador, algo similar la salud mental o la lucidez, virtud que permite separar lo "bello de lo "feo", como el mismo Avicena comenta. También el entendimiento serían esos conocimientos universales que el hombre va adquiriendo, a través de la experiencia, y que brindan eficacia a la hora de decidir y actuar.

De entre todos los tipos de intelecto, el Agente es aquel que permite que el intelecto humano pase de la potencia al acto. Avicena establece una analogía con el Sol: "Lo mismo que el Sol es por sí visible y es a la vez causa de la visión, así el Intelecto Agente es por sí inteligible y además es causa de la intelección". Hay un entendimiento en potencia en cada hombre individual, pero sólo uno del tipo Agente para toda la especie, en forma separada o inteligente, y a la que Avicena, por extraño que parezca, hace corresponder a la "esfera de la Luna".

Para Avicena, el mal es privación en el nivel ontológico, tiene su correspondencia con la ignorancia en el ámbito del conocimiento, y con la flaqueza dentro del orden moral. Además, este mal se opone al bien, y puede ser causa de la destrucción del orden y la perfección a la que cada ser debe encaminarse. Nuestra acción puede que sea un bien para nosotros, pero quizá sea un mal en otro. En el mundo de la materia, en la "generación y corrupción", el mal es inevitable; para evitarlo, el ser humano debe hacer un gran esfuerzo racional. Pero lo que hace "malos" nuestros actos es lo "inadecuado" de nuestras decisiones. Todo dependerá, en última instancia, de lo acertada que esté nuestra razón a la hora de guiar nuestros actos; y esta debe ser guiada, para lograrlo en su máxima expresión, por la acción iluminadora del Intelecto Agente.

El ser humano tiende por naturaleza a vivir en sociedades, lugares en donde la vida humana logra su máxima eficacia. Pero no todas las personas han sido "iluminadas" del mismo modo, por lo que quienes poseen más conocimiento racional deben ir guiando a los que tienen menos. Se debe acatar una ley que vele por el orden y dé realización a los deseos y necesidades de cada uno. Esta Ley debe basarse en principios necesarios e inmutables, y para Avicena está claro que esta Ley debe corresponder al Corán. Ahora bien, este texto ofrece únicamente los principios generales de actuación; deben ser los gobernantes los que administren su aplicación en los distintos ámbitos prácticos de la sociedad. Todo gobierno, para ser legítimo, debe basarse siempre en la libre elección y consenso del pueblo. En caso contrario, es decir, si el poder se adquiere por la fuerza o el dinero, el pueblo (o cualquier ciudadano) puede (es más, debe) alzarse contra el tirano (y, llegado el caso, incluso matarle). Lo mismo sucede si el gobernante carece de la capacidad o el talante propio de alguien de su nivel, o si por sus decisiones lleva al desastre al pueblo. 

En resumen, lo que Avicena proporciona es un marco combinado de conocimiento natural y saber revelado (que será adoptado más tarde por la escolástica cristiana) por medio de la especulación racional. El fin de ello es demostrar que la razón y la revelación, aunque sigan caminos distintos, conducen a un mismo lugar y objetivo: a la misma verdad. 

(Nota: Para la realización de esta entrada nos hemos basado en la Historia de la Filosofía, de Juan Carlos García-Borrón, Volumen II)

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