Como
hemos ido señalando repetidamente en la serie de notas dedicadas a la
Institución Libre de Enseñanza, Franscisco Giner de los Ríos fue el alma mater de dicha organización. En cuatro
notas, la primera de las cuales es la presente, vamos a analizar la figura y el
pensamiento de este extraordinario personaje, motor y guía de infinidad de
discípulos, muchos de ellos célebres.
Nacido
en Ronda (Málaga) en 1839, empezó sus estudios universitarios en Barcelona,
donde se impregnó de la filosofía del sentido común; después iría a Granada,
donde recibiría la huella krausista de manos de Nicolás Salmerón y Francisco
Fernández González. En tierra granadinas obtuvo su bachiller en Filosofía y
Letras, así como la licenciatura en Derecho, y fue allí donde entró en contacto
estrecho con Julián Sanz del Río. De éste recibió Giner de los Ríos su moral
laica, que trataba de expandir la libertad de conciencia al máximo, una
filosofía sistemática (el krausismo, como vimos) y el interés por la
modernización cultural de España, imposible sin una educación innovadora.
1866
fue un año extraño para Giner de los Ríos. Nuestro personaje obtuvo la cátedra
de Filosofía del Derecho en la Universidad Central, pero muy pronto fue
destituido de la misma a consecuencia de los hechos ocurridos en la llamada
“primera cuestión universitaria”. Giner de los Ríos se solidarizó con aquellos
catedráticos, como Sanz del Río, Salmerón y Fernando de Castro, que habían sido
expulsados de sus respectivas cátedras por razones ajenas a su trabajo y valía;
en particular, tenían que ver dichas razones
con el influjo que los pensadores de corte krausista, como ellos, estaban
alcanzado entre la juventud de las facultades españolas. Sus ideas progresistas
y modernas, mal vistas en los ámbitos conservadores, les granjeó el rechazo
definitivo, y el único modo de acallar su influencia fue quitarles de los
puestos docentes. Por esa empatía de Giner de los Ríos para con sus compañeros,
él mismo fue depuesto de su cátedra.
Con
el Sexenio Revolucionario (1868-1874), todos recuperaron las mismas, pero en
1875 la restauración Alfonsina volvió por los fueros que en su día abrió Isabel
II, limitando la libertad de cátedra, cuando no directamente expulsando a los
catedráticos, como sucedió con Giner, Gumersindo de Azcárate y (de nuevo)
Salmerón. Esto, como vimos, constituye la “segunda cuestión universitaria”, que
se prolongaría hasta 1881 y en ese tiempo lejos de las aulas Giner ideó junto
con sus colegas la idea básica de la ILE, un centro de enseñanza libre e
independiente, aunque de carácter privado dado el desprecio del gobierno de
turno por el krausismo.
El
carácter de Giner de los Ríos era dialogante, atento. Sus costumbres era
austeras, pero gozaba del aprecio de todos por su equilibrio y su honestidad.
Sus discípulos, como nos dice Manuel Suances (Historia de la Filosofía Española Contemporánea, Síntesis, Madrid,
2010), “le llamaron ‘el santo laico’. Encarnaba el ideal ilustrado de
perfección humana: tolerancia, armonía, libertad, emancipación; su programa era
una ‘vida europea, racional, libre, bien equilibrada, propia de seres humanos’.
Y la meta que orientará su vida y la de la Institución será ‘entregar cada año
a la sociedad algunos hombres honrados, de instintos nobles, cultos,
instruidos’ ”.
Giner
de los Ríos, como muchos otros escritores y pensadores de la época, interesados
en llegar a la máxima cantidad de lectores, expone sus ideas en breves textos y
ensayos, comentarios y artículos en revista, etc. De este modo puede llegar a
un público mayor, con un tipo de escrito ágil y rápido de leer. Sus obras
completas, compiladas tras fallecer en 1915, ocuparán 20 volúmenes (publicadas
entre 1916 y 1937 por la editorial La Lectura, Madrid).
Giner
fue reacio a plasmar por escrito con toda la extensión habitual sus
pensamientos. Ya hemos comentado que prefería, antes que farragosos e
inacabables ensayos, piezas breves, píldoras escritas sustantivas, cortas,
directas. Pero el ánimo de popularizar o extender el ámbito al que llegaran sus
textos no obedecía sólo a una razón de hacerse entender por una mayoría; para
Giner, la ciencia y la filosofía son dinámicas, procesos inagotables en
continua transformación. Las soluciones temporales a un problema son
suplantadas, tarde o temprano, por otras. Giner no quería ese corsé para sus
pensamientos, el de la letra escrita, no quería, por así decir, inmortalizar en
un momento el fluir de las ideas que la mente va elaborando. Según sus
discípulos y gentes que lo conocieron de cercano, lo que realmente impresionaba
de él eran sus charlar orales, las conversaciones privadas en las que Giner
estimulaba y orientaba al oyente hacia los grandes temas con nuevas
perspectivas.
Hemos
de recordar que en Giner de los Ríos hay una serie de directrices krausistas
que inspiran toda su filosofía: armonía, cultivo de la ciencia y moralidad.
Pero, así vistas, las bases de su pensamiento se reducirían a eso, a un pensamiento, no a una acción. Y,
precisamente, si hay algo notable (o, directamente, extraordinario) en nuestro
personaje es su ímpetu en pro del cambio social y cultural. Es decir, Giner de
los Ríos es un realista práctico. Ello, sin embargo, no le priva de mantenerse
adherido al misticismo krausista; sino que, lo que ansía, es plasmarlo en la realidad
que le rodea. La armonía en el ser humano no debe limitarse al pensamiento o a
la vida espiritual; también, y sobretodo, cabe esperarse que la logre el hombre
particular en toda su completud, como cuerpo y como ser histórico.
Analizaremos sucintamente, en las tres notas siguiente de esta serie,
algunos de los puntos básicos de su pensamiento: antropología, pedagogía,
filosofía de la historia y religión.
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