Para no perderse en el mundo y seguir anclada en la prisión
del cuerpo, el alma humana no debe olvidar su relación inicial con la tercera
hipóstasis, de modo que triunfe sobre las pasiones y consiga que la
racionalidad supere la irracionalidad que le es impuesta por el cuerpo
material.
Esta alma personal no comprende realmente la Inteligencia;
ésta no forma parte de aquella, sino que única está en nosotros, la poseemos,
cuando la empleamos. Utilizándola, nos permite superar el pensamiento meramente
discursivo, o racional, hasta alcanzar el intuitivo. La Inteligencia guía el
alma y libera al hombre de las pasiones, con lo que puede éste ascender hasta
reencontrarse con el Uno. Es un camino complejo que se configura en cuatro
partes:
1) Practicar el bien y la virtud, liberándose de las
pasiones viles.
2) Contemplar lo bello, proceso que nos permite dar el paso
entre observar la mera belleza sensorial y la incorpórea. Cuando amamos la
belleza, se nos manifiesta lo inteligible en la mera corporeidad, en lo
sensible, lo cual nos conduce a…
3)… descubrir lo verdadero, porque, en efecto, dicha
contemplación de lo bello nos dirige, en última instancia, al conocer lo
verdadero, que es la función última de la filosofía. La filosofía no es un mero
saber, sino una forma de vida que, correctamente orientada, permite contemplar
las ideas en sí.
4) Todos los pasos previos llevan, finalmente, al cuarto y
último, el privilegiado y de mayor perfección posible: el gozo del éxtasis,
esto es, anular la propia personalidad fusionándose con el Uno-Dios.
Analicemos ahora (seguimos aquí el epígrafe de Salvador Mas
dedicado a Plotino en su Historia de la
Filosofía Antigua, UNED, Madrid, 2006) la cuestión de la materia con mayor
detalle. Por descontado, la materia para Plotino es algo indeterminado, un
no-ser, un agotamiento de la potencia del Uno, algo así como la “tiniebla que nace al esfumarse en sus
últimos límites la luminosidad irradiada por una hoguera” (Enéidas, IV 3,
9); a continuación nos dice: “La materia no es ni Alma, ni Inteligencia, ni
vida, ni razón, ni límite, sino ausencia de límite; no es tampoco potencia,
porque ¿qué es lo que produce? Privada de estos caracteres, no puede llamársela
Ser y sería más justo considerarla no-ser (III 6, 7).
¿En
qué consiste, pues, la materia? No responde a lo que Empédocles llamó cuatro
elementos, ni esa mezcla de todo en todo que nos dijo Anaxágoras; carece de
cuerpo y no poseer magnitud ninguna (al contrario de lo que pensaban los
estoicos) y, lo que dijo Aristóteles al respecto, según el cual la materia es
‘sujeto de privación’, tampoco le parece a Plotino adecuado; sería, más bien,
privación absoluta, pura negatividad. Hay que recurrir a la descripción
negativa: la materia es ilimitada e indeterminada, negación de toda forma,
impasible e inactiva, indefinición pura y perenne relatividad. La materia,
pues, es como un fantasma, oscuro, sombrío, algo sin consistencia ninguna.
La
materia, en consecuencia, es un mal, por ser una privación, pero puesto que
dicha materia es al unísono no-ser y una infinita relatividad, entiende Plotino
que el mal, por sí mismo, no existe, sino que hay que entenderlo, concebirlo,
en relación con el bien. Aunque obviamente sabía de las penurias y carencias
del mundo (vicios, maldades, enfermedades, hambrunas, etc.), Plotino las vio
como parte del Todo, y como algo “bueno” en el sentido de que deben jugar un
papel para dicho Todo.
El mundo sensible tiene una doble cara. Toda vez que es
una imagen necesario del modelo divino y perfecto, y dado que participa de éste
modelo divino, el mundo sensible es algo bello y maravilloso. Plotino no
desprecia el mundo; reconoce su valor, aun reducido al mínimo: “Así que
la Razón Total se va aminorando a medida que se afana por acercarse a la
materia, y el producto nacido de ella es más deficiente. ¡Fíjate a que
distancia se encuentra el producto! Y, sin embargo, es una maravilla (III 3, 3, 30).
Sin embargo, por su otra cara el mundo sensible es
tenebroso, porque es producto de la materia. Su ‘maldad’, que la posee, no es
resultado de una cualidad devaluada, sino de carecer de toda cualidad. Tampoco
es una fuerza negativa enfrentada a una positiva, sino que por su propia
idiosincrasia es privación de todo lo positivo. Plotino compara la vileza de la
vida mundana, sensorial y biológica, con la múltiple y universal: “¿Habrá
alguien que viendo esta vida múltiple y universal, esta vida primera y única,
no la abrace con todo su amor y desprecie a la vez cualquier otra vida? Todas
las demás vidas, esas vidas que transcurren aquí abajo, no son más que vidas
pequeñas y oscuras; son viles y carecen de pureza, y, más aún, manchan toda
pureza. El que vuelva la vista hacia estas vidas no verá ya la vida pura, ni
vivirá tampoco esta vida inteligible que comprende en sí todas las vidas y en
la que nada hay que no viva
(VI, 7, 15, 3 y ss.).
Entonces, nos podríamos preguntarnos, ¿por qué hay mundo?,
¿por qué el Uno-Dios no decidió perseverar en su soledad? ¿Por qué, en
definitiva, hay multiplicidad si realmente sólo existe el Uno? Plotino acepta
la propuesta que da Platón en su Timeo,
según el cual la multiplicidad es consecuencia de la bondad infinita del
Demiurgo, pero intenta explicarlo de este modo: “El Bien mismo debe, pues,
permanecer fijo, mientras que todas las cosas [sensibles e inteligibles] deben volverse a él como el círculo al
centro del que parten los radios (17, 1, 24). Y de ese principio [el Uno]
van saliendo ya todas y cada una de las cosas […]. De él florecieron todas las cosas desarrollándose en una
multiplicidad dividida, siendo cada una de ellas portadora de una imagen de
dicha multiplicidad. Y, una vez venidas al mundo, una se puso en un sitio y
otra en otro; unas se quedaron cerca de la raíz [las ideas, lo inteligible] y otras [lo sensible, la materia] se alejaron más y más (III 3, 7, 10 y ss.). Quien genera,
contempla y estructura la materia es el Alma.
Y, ¿qué hay respecto al hombre? Desde la perspectiva
plotiniana, nosotros somos fundamentalmente alma pero, desde luego, también
poseemos un componente material. Nos dice Plotino: “¿Somos acaso ese alma o lo que
se aproxima a ella y es engendrada en el tiempo? Antes de nuestra generación
nosotros nos encontrábamos en esta alma, unas veces como hombres y otras veces
como dioses; éramos almas puras e inteligencias unidas a la totalidad del ser,
partes, por tanto, de un mundo inteligible, ni separadas, ni cortadas, sino
realmente pertenecientes a ese todo. Aun ahora no nos encontramos separados; a
ese hombre inteligible que éramos nosotros se ha acercado otro hombre que desea
existir y que nos ha encontrado. Porque no estábamos fuera del universo y de
ahí que nos haya envuelto, uniéndose a ese hombre inteligible que era entonces
cada uno de nosotros [...] Nos hemos convertido ya así en un
acoplamiento de dos hombres […]; en
ocasiones somos el hombre que se ha añadido últimamente, cuando el hombre
primero deja de actuar y, en cierto sentido, no está siquiera presente (VI
4, 14).
¿Somos, pues, dos hombres en uno? Plotino no hablaría de
“hombres” realmente, sino de dos almas, o, mejor aún (puesto que el alma es una
y simple), de dos tipos o potencias de alma. Pero, para él, hay tres, no sólo
dos. Por tanto, en nuestra alma persisten o cohabitan tres potencias. ¿Cuáles son?
La primera
potencia del alma es la que se une con la Inteligencia; la segunda potencia es nuestro pensamiento discursivo (punto medio
entre el mundo sensible y lo inteligible); por último, la tercera potencia es la que vivifica el cuerpo material.
Al principio nuestra alma se asociaba al Alma universal:
conocía intuitiva y simultáneamente todo el contenido presente en la
Inteligencia y, por medio de ella, descubrió el Bien mismo. Gozaba de un estado
de felicidad absoluta y perfecta. Pero, si es así, ¿por qué motivo el alma bajó
a los cuerpos, a la materia, a lo vil? Parece que responde a la infinita
potencia del Uno: el Alma universal difunde toda su potencia a través del Alma
del cosmos al universo en general; por lo tanto, a través de las almas
particulares llegará dicha potencia a todos los vivientes particulares, entre
los que cabe hallar al mismo hombre.
Pero hay dos culpas en el alma por haber bajado a lo
corpóreo. Por un lado el alma individual quiere particularizarse, poseerse,
evadirse del Alma universal; algo que Plotino entiende como un delito. La segunda culpa es más
relevante, pues la bajada del alma es consecuencia de una ley universal que
mueve a las almas particulares a unirse a sus cuerpos para cumplir funciones
cósmicas: lo cual es, por así decir, comprensible;
sin embargo, la segunda culpa es mucho más grave, y consta del olvido de sí
misma, de su procedencia, y de la sumisión a las exigencias corporales. No
puede haber peor mal que éste, toda vez que supone olvidarse del Uno-Dios.
Así, el alma individual se halla a medio camino entre los
dos extremos de la realidad: por un lado, observa hacia lo bajo, mediante un
movimiento instintivo y fatal; por otro, admira lo alto, lo elevado, y debe
dirigirse hacia ello por un acto de libertad que le libera finalmente de las
cadenas de lo corpóreo y sensible. Esta libertad, sin embargo, no es meramente
una elección personal, sino el realizar su propio destino, hallarse a uno mismo
y refundirse con el Absoluto. El hombre es él mismo cuando es libre y se
libera, desprendiéndose de todo aquello que le impida o obstaculice unirse con
el Absoluto.
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