En esta nota (en tres partes) vamos a desarrollar someramente la
filosofía del lenguaje del inglés Bertrand Russell, una figura muy apreciada y
conocida dentro del mundo de la filosofía y las letras. Prodigioso escritor (no
en vano recibió el Premio Nobel de Literatura) tanto como ímprobo ensayista,
Russell fue muy famoso en su tiempo. Antes, sin embargo, de ocuparnos de su filosofía
analítica (de la que fue uno de sus fundadores), daremos unas pinceladas
biográficas.
Nació en 1872 en el seno de una familia de la aristocracia política,
estudió Matemáticas en Cambridge y pronto se interesó por la filosofía,
acercándose a posturas idealistas a las que, sin embargo, contrapuso el
conocimiento científico como el mejor posible y, pese a que su modo de
pensamiento fue variando a lo largo de su vida, siempre se mantuvo fiel a la
ciencia, el pluralismo y el antipsicologismo. Tras el rechazo de su idealismo
primerizo, abrazó un realismo platónico radical, y enunció el logicismo, es decir, la doctrina según
la cual la totalidad de la matemática pura es derivable deductivamente de
principios lógicos (algo a lo que, de forma similar, llegó Frege). Esto fue la
base de su imponente obra (escrita en colaboración con A. N. Whitehead) Principia Mathematica (1910-1913).
Russell, en 1916, fue destituido de Cambridge por motivos políticos, y
tuvo que sobrevivir escribiendo y dando conferencias. Los textos estrictamente
filosóficos (no los ensayos divulgativos) que Russell escribió a partir de 1919
han tenido una influencia menor que los previos a esa fecha, en parte porque
fue mayor la influencia en el pensamiento que el positivismo lógico y la filosofía
del lenguaje común, a los que Russell concedía que respetaran la lógica y la
ciencia, como es menester, pero a los que criticaba su agnosticismo metafísico.
Eso sí, por la filosofía del lenguaje común no albergaba el menor entusiasmo;
al contrario, era claramente hostil, y acusaba a sus seguidores de evitar
entender el mundo, la tarea a la que la filosofía se había dedicado durante
tantos siglos. De 1938 a 1944 vivió en Estados Unidos, donde escribió su
popular Historia de la Filosofía
Occidental, tiempo en el que su atención filosófica se centraba a la
epistemología. Las últimas décadas de Russell fueron de gran carga y entusiasmo
político y social. Murió casi centenario, a los 98 años.
Filosofía del lenguaje
La noción de Russell de la filosofía parte de un hecho importante: por
sí mismos, los análisis lingüísticos no tienen valor, carecen de utilidad si no
están orientados a resolver problemas lógicos o filosóficos sustantivos.
También conviene recordar que nuestro personaje no elaboró lo que puede llamarse
una filosofía propia del lenguaje (como sí hizo Wittgenstein, por ejemplo);
pero sí partió de la idea (como su colega alemán) de que por medio del análisis
de la estructura del lenguaje podemos conocer la de la realidad. Se puede decir
que Russell mantuvo dos tesis básicas en este campo: el realismo semántico y el principio
de aprendizaje por familiaridad.
La primera, el realismo semántico, implica que el significado de una
expresión es la entidad a la cual
sustituye. Russell defendió un realismo radical en sus inicios, aceptando que
todo a lo que puede hacerse referencia es un término que tiene ser (aunque no
necesariamente existencia), extremo que moderó más tarde.
La segunda tesis señala que para aprender el significado de una
expresión se debe conocer la entidad a que ésta sustituye, por lo que queda
clara la vinculación entre lingüística y realidad; es preciso tener un cierto
conocimiento de la realidad para poder captar el significado de una expresión.
En coherencia con su atomismo lógico, Russell postulaba que la realidad
se podía descompone en elementos últimos, a su vez no descomponibles, elementos
no físicos sino lógicos, los cuales no pueden analizarse mediante el
pensamiento. Estos brindarían los auténticos significados de las expresiones
nominales puras; los significados restantes (es decir, los compuestos) se
ensamblarían a partir de ellos.
Forma lógica
La finalidad de la filosofía debía ser analizar teóricamente las
preposiciones en sus constituyentes. Russell tenía mucho interés en esto, por
motivos lógicos (porque, suponía él, dicho análisis ayudaría a esclarecer
problemas de fundamentación formal) y filosóficos (había, sospechaba nuestro
pensador, sistemas filosóficos basados en análisis lógico-gramaticales
defectuosos, como por ejemplo la ontología leibniziana). Y advertía del
‘peligro’ de que su lógica no llevara a una nueva (y falsa) metafísica. Para
evitarlo, había que analizar correctamente la estructura lógica del lenguaje.
Bertrand Russell vio que el lenguaje ordinario es deficiente, por dos
motivos: porque no sirve para expresar de modo preciso el pensamiento y porque,
y aún más importante, es engañoso, ya que mueve a cometer errores y oculta su
estructura real. Estas carencias son léxicas (porque se trata de un lenguaje vago,
ambiguo y confundente), pero también semánticas, y por ello más graves: éstas
conducen a los errores filosóficos de bulto, que permiten sustentar sistemas
equivocados (como el monismo, nos dice Russell) y nos inducen a errores
categoriales, etc.
Por todo ello, repetimos, la tarea básica de la filosofía es analizar
el lenguaje para desvelar su estructura (lógica, se entiende). Es decir,
mostrar cómo el lenguaje se “corresponde” con la realidad, por medio del
análisis de la forma lógica del
enunciado. ¿En qué consiste ésta? ‘Simplemente’, es la estructura formal de las
relaciones entre sus componentes. El procedimiento para llegar a la forma
lógica de un enunciado es descomponerlo en sus elementos, sustituyendo éstos
por variables (individuales o predicativas). Se obtiene así un esquema
enunciativo en lenguaje lógico.
Pero, para ello, hay que saber qué es un componente genuino de un
enunciado (o una proposición). Russell dividió éstos en atómicos (no
descomponibles) y moleculares. Las primeras se diferencian porque representan
“hechos atómicos”, es decir, hechos que no es posible analizar lógicamente, y
porque son los elementos propios con los que se conforman las proposiciones
moleculares. Una proposición atómica estaría formada por uno o más argumentos y
un predicado que les aplica, caracterización que es muy similar a la que
sostenía Frege, excepto porque Russell no acepta que cualquier expresión
nominal sea un nombre en sentido lógico, con la consecuencia de que para él
muchos enunciados son complejos mientras que para Frege son simples.
2 comentarios:
me encanto esta informacion muy clara y precisa.
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