Con la llegada del siglo XIII hubo un incremento notable en el interés
por el estudio de la naturaleza. Desde el siglo previo, con la Escuela de Chartres (Francia), se había
considerado a la naturaleza como parte del ciclo creador divino, pero su
investigación recayó, más que en los filósofos, en los magos, alquimistas y
doctores de lo oculto. Sin embargo, gracias a la filosofía árabe y su difusión
de la cultura (matemáticas, astronomía, óptica, física, medicina…), el análisis
de la ciencia clásica llegó a los filósofos occidentales. Por otro lado, el
aristotelismo se convirtió en una justificación de aquellas ciencias y de las
investigaciones experimentales en que se basaban, rompiéndose el carácter
ocultista y devolviendo la ciencia a su lugar en el saber general de la
cultura.
Así, el
aristotélico san Alberto Magno se ocupó de problemas científicos, y los propios
agustinianos dedicaron esfuerzos y mucho tiempo en los campos de investigación
de cariz científico que se les abrían. En particular, y dentro de los
agustinianos, fueron los franciscanos de la Escuela de Oxford quienes
brindaron, ya en el mencionado siglo XIII, la más nutrida y variada aportación
a los estudios experimentales y científicos. El primero de ellos, más notable,
fue Roberto Grosseteste, a quien es fácil definir como el iniciador del nuevo
naturalismo en aquella universidad.
Es menester
reconocer, sin embargo, que el proceder científico y experimental de esos
tiempos aún no era “puro”, toda vez que seguía fuertemente impregnado de
elementos teológicos, místicos y mágicos. Pero resulta interesante desde la
óptica filosófica porque abrió una línea nueva de investigación y, por su misma
metodología, plantearon interrogantes sobre lo que nos estaba dado conocer
respecto al mundo natural, etc., así como porque esta nueva valoración de los
estudios científicos permitió generar una brecha en la antigua noción del mundo
aristotélica que había dominado la cultura medieval.
Si el exponente
más conspicuo del experimentalismo científico de la primera mitad del siglo
XIII fue Grosseteste, en la segunda descuella con luz propia Roger Bacon, discípulo de aquél.
-Vida y obras
Hay mucha
incertidumbre respecto a las fechas del nacimiento y muerte de Roger Bacon.
Parece sólo seguro que vino al mundo entre los años 1210 y 1214, cerca de la
localidad inglesa de Ilchester, y que la de su muerte se sitúa por lo menos en
1292, cuando compuso su obra Compendio de
los estudios teológicos. Pero no se supo más de él a partir de ese año, por
lo que desconocemos si vivió aún posteriormente.
A Bacon le
llamaron sus contemporáneos Doctor Mirabilis, (el ‘doctor admirable’).
Hizo sus estudios en Oxford, donde tuvo como maestro, según hemos dicho, a Roberto
Grosseteste. Fue también a París, permaneciendo desde 1244 a 1250,
aproximadamente. La admiración que profesaba a Grosseteste en Oxford tuvo su
paralelo en París, donde encontró a un tal Pedro Peregrino (nombre dado, al
parecer, porque participó en una cruzada) o Pierre de Maricourt, que estimuló a
Bacon para que atendiera a la ciencia experimental e hiciese sus preguntas a la
naturaleza misma, en lugar que conformarse con responderlas a priori obviando el recurso fundamental
de la experiencia. Bacon exaltó la figura de Pierre, diciendo de él que es
“maestro del arte experimental, el único entre los latinos capaz de entender
los más difíciles resultados de esta ciencia” (Opus tertium, 13). Parece
que se debe a Bacon la expresión, aparecida por vez primera en su obra, de
«ciencia experimental», como referida a un conjunto de saberes que no atañen a
la filosofía ni a la teología.
Este juicio tan
favorable a su maestro francés no estuvo acompañado por un trato semejante a
otros colegas. Sintió poco apego por los profesores de París (anotó que la Summa de Alejandro de Hales pesaba más
que un caballo, pero que era poco valiosa…), y criticó a los teólogos porque,
dijo, se introducen en la filosofía sabiendo más bien poco acerca de las
ciencias, y porque han sido muy considerados con Alejandro de Hales o con
Alberto Magno sin merecerlo realmente éstos (juicio éste último, seguramente,
injusto). Sí que admiró a Aristóteles, pero renegaba de las deficientes (a su
juicio) traducciones latinas. Hubiera querido, afirmó, poder quemarlas… No
obstante, fue uno de los primeros en el Occidente cristiano en poder leer y
posteriormente comentar las obras del Estagirita sobre filosofía natural,
física y metafísica, que habían sido
recientemente recuperadas.
Bacon se convirtió
en maestro de Teología, antes de regresar a Oxford hacia 1252. Ingresó en la
orden de los franciscanos por esta época, y en Oxford prosiguió como maestro
hasta 1257, cuando se vio obligado a dejar la enseñanza pública por provocar
sospechas en sus superiores. El Papa Clemente IV fue protector suyo, y llegó a
pedirle que le enviara su obra principal (el Opus Maius, del que hablaremos enseguida). Sin embargo, sus
opiniones no fueron muy bien vistas en círculos tradicionalistas, por lo que
fue perseguido en varias ocasiones y, finalmente, en 1278 se le obligó a ser
enclaustrado. Su doctrina fue condenada por el general de la orden de los
franciscanos, Jerónimo de Ascoli. Desconocemos cuánto tiempo estuvo cautivo
Bacon, pero lo último que se sabe de él, como hemos dicho, se remonta a 1292.
Parece probable que no viviera mucho más, dado que en esa época ya debía ser
octogenario.
Las obras
fundamentales de Roger Bacon son tres: el Opus Maius, el Opus Minus y el Opus tertium. De
ellas, sólo la primera se completó, y es muy posible que fuera enviada al Papa
Clemente IV. Las dos restantes se han conservado como simples esbozos. El Opus Maius (1267) es una especie de
enciclopedia compuesto de siete partes, que analiza temas diversos: las causas
de los errores, las relaciones entre filosofía y la teología, el lenguaje, las
matemáticas, la teoría de la perspectiva, el conocimiento experimental y la
ética. En ella, sostiene Bacon que para entender la Biblia es indispensable
estudiar el hebreo y el griego; también nos dice que la clave de todas las
ciencias es el estudio de las matemáticas (que comprende geometría, astronomía
y astrología). Junto con la experimentación, son las herramientas básicas para
comprender el mundo natural, pero también son instrumentos para la propia
teología, a quien puede servir la propia filosofía en la tarea de conversión de
los infieles.
Por su parte, el Opus
minus es un complemento del
Maius y contiene una exposición sobre la alquimia, además de más
aportaciones nuevas acerca de la teología y su vinculación con la ciencia y la
filosofía. Por último, el Opus tertium, hace un resumen de las dos obras previas y añade nuevas
disquisiciones.
Bacon quería
compilar y elaborar un plan gigantesco de enciclopedia de las ciencias. Las
ciencias filosóficas comprenden, según él, tres partes o grupos: las
matemáticas, la física y la moral. La gramática y la lógica, sin embargo, son a
juicio partes ‘accidentales’ de la filosofía. Hizo estudios de temáticas muy
diversas, pero sobretodo las que atañen a la física (la óptica, en concreto),
la astronomía, las matemáticas, la historia natural y la gramática hebrea y
griega. Pero Bacon se ocupó asimismo de problemas de ingeniería y construcción
e imaginó, en su De mirabilipotestate artis et naturae, constructos y
artefactos mecánicos singulares y maravillosos que profetizaba estaban por
llegar o que, en algunos casos, él mismo había podido construir.
Como escribe
Nicolás Abbagnano (Historia de la
Filosofía, Vol. 1. Ed. Hora, Barcelona, 1994), “la posición de Bacon en
todas sus obras es la de una resuelta libertad espiritual. Está convencido de
que la verdad no se revela sino a los hombres que la buscan; de que las
investigaciones deben sumarse e integrarse una con otra y que, en resumen, la
verdad es obra del tiempo”. Por tal motivo, si bien admite el valor
extraordinario de la obra de Aristóteles, sostiene que éste aún no ha logrado
penetrar del todo en los secretos del mundo natural. Al igual que “los sabios
de hoy ignoran muchas verdades que serán familiares a los estudiantes más
noveles de los tiempos futuros” (Ibid.,II, 13), Aristóteles tampoco
logró obtener la última palabra. Cabe, por tanto, proseguir la búsqueda y el
estudio.
Antes de analizar
sucintamente el Opus Maius de Bacon,
introduzcamos algunas precisiones más sobre su intención y pensamiento. Es
sabido que resulta básico en Bacon su insistencia en la experiencia para
descubrir el motor que mueve a la naturaleza; sin embargo, nos dice Ferrater
Mora (Diccionario de Filosofía,
Ariel, Barcelona, 1994) que “la intención principal [de las obras de
Bacon es ofrecer] una propuesta de reorganización de la sociedad a base de
colocar como fundamento de ella la sabiduría cristiana”. Todo giraría, pues, en
torno a ese ideal. Por otro lado, a veces se suele afirmar que la filosofía de
Roger Bacon es decididamente antiescolástica; extremo que no es exacto en
absoluto. Se trata, más bien, de un giro dentro de ella. La fe es ‘superior’
porque nuestras almas no logran un conocimiento completo por sí mismas, ni
suficiente ni exacto. Gracias a la influencia del entendimiento agente,
eliminamos una excesiva fe en la autoridad humana. De aquí que “aprender por la
propia experiencia no es negar la fe, sino todo lo contrario: destruir el velo
que se interpone entre lo que el alma, auxiliada por la gracia divina, es capaz
de hacer y lo que efectivamente hace bajo la superstición de las autoridades”
(Ferrater Mora, op. cit.).
La experiencia es clave, por tanto, en una doble vertiente:
internamente, como paso previo a la mística; externamente, como procedimiento
de conocimiento de la realidad natural. Y, añade Bacon, este conocimiento es el único que puede ofrecer resultados
positivos en nuestro estudio del mundo natural. En sus propias palabras, “la
autoridad no da el saber, sino sólo la credulidad... el razonamiento no puede
distinguir entre el sofisma y la demostración, a menos que efectúe la
conclusión por medio de la experiencia... Hay dos modos de conocer: por
argumento y por experimento; el argumento concluye y nos hace concluir la
cuestión, pero no elimina la duda”. (Opus
Maius). Pero, como nos recuerda Ferrater Mora, cabe diferenciar el concepto
de ‘experiencia’ en Bacon y en la actualidad, pues son distintos:
“…experimentar es para el maestro de Oxford poseer la técnica que permita
utilizar las fuerzas de la Naturaleza. De ahí la imagen del universo concebido como un conjunto de fuerzas ocultas y
mágicas, que el sabio debe estudiar y poder desencadenar voluntariamente”
(Ferrater Mora, op cit.).
Fabuloso aporte, de tal manera que te quedo muy agradecido.
ResponderEliminarEstas son las cosas que todo ser humano debiera estudiar, desgraciadamente, esta humanidad va cuesta abajo.
Saludos.