Francisco Giner de los Ríos, como estamos viendo, era un hombre
práctico; estaba lejos de quererse limitar a un estudio o análisis meramente
teórico o de los fundamentos: él, y la ILE, pretendían reformar y modernizar la
vida española. Y, para entender mejor esa realidad, debía mirar hacia atrás,
hacia su historia.
La idea que el hombre se va formando de Dios cambia a lo largo de la
historia (y es coincidente con las distintas etapas de la evolución de la
humanidad). En primer lugar está el fetichismo, después llegó el cristianismo y
está por venir la época de la religión universal en que el hombre tomará mayor
conciencia de Dios, de sí mismo y de sus semejantes. Pero este progreso se
puede ver obstaculizado (o favorecido) por gobiernos, iglesias, etc.
Giner y los krausistas españoles tomaron una postura a medio camino,
por lo que se refiere a la historia, entre tradicionalistas (que aman y se
aferran a ella) y progresistas (que la niegan). Entendieron que la tradición es
valiosa, y que en ella hay aspectos que hay cabe tener muy en cuenta, pero no sienten apego por considerar que hay
sólo una tradición propiamente
española, y desde luego, no aceptan que ésa deba ser la católica romana, entre
otros motivos, porque sostienen que ha sido ella misma, precisamente, la
responsable del atraso y la decadencia de la sociedad de su tiempo.
En efecto, en la historia de España existe algo eterno y permanente
junto a formas históricas particulares que cabe desechar y superar. Para Giner,
la realidad histórica de nuestro país es ese mundo interior suyo, sus valores y
toda la variedad de sus manifestaciones espirituales. El pasado español que
ensalza Giner es el que persiste en su arte y su mística. Por lo que atañe al arte,
Giner muestra un gran respeto y entusiasmo. El arte se identifica con el
carácter perdurable de lo español. En referencia a la mística, en ella podemos
encontrar a los auténticos maestros que exhiben cuál es la verdadera alma
religiosa española, que no es otra que aquella que trata y logra de unirse a
Dios en contemplación. Es ésta mística la que destila la genuina religiosidad
de nuestro pueblo, afirma Giner, y no la dogmática católica-románica. Ésta, de
hecho, puso en marcha una labor de vigilancia, amenaza y en ocasiones
persecución contra los místicos.
El genio español, para Giner, profesa una religiosidad íntima, liberada
de dogmas y que evita las leyes ajenas y externas; por tanto, lo que pretendía
el fundador de la ILE era, sin más, un regreso al cristianismo puro y original,
independiente de cualquier limitación o influencia eclesial. La idea, pues, era
fundar una España de concordia entre todos los ciudadanos, cimentada sobre su
misticismo, su arte y su paisaje, para unir a todos los españoles en una obra
común, naturalista, laica y verdaderamente humana.
Acerca de la religión
En este ámbito, Francisco Giner de los Ríos se adscribe como seguidor
de la religión natural, pues ésta
viene garantizada por la razón, y para Giner, “el criterio o fuente de toda la
verdad es el testimonio de la conciencia garantizada por la razón” (Manuel
Suances, Historia de la Filosofía
Española Contemporánea, Síntesis, Madrid, 2010). Cualquier religión
positiva, por tanto, está al mismo nivel que las demás, lo que permite a cada
persona adherirse a una u otra, incluso cambiar entre ellas, en función de la
plausibilidad que le otorgue. El cristianismo, libre del autoritarismo excesivo
y del dogmatismo inútil y perjudicial, merece un respeto y una valoración
positivas, a juicio de Giner.
La religión se basará en una relación trascendente del hombre para con
Dios, creador de aquel. Por tanto, no se trata tanto de un conjunto de
prácticas como de una actitud, actitud que, a través de esa relación, impregna
la vida toda del hombre, elevándola hacia lo trascendente. La religión da un
sentido radical a la vida; por tanto, no se trata de algo denigrante, ni algo
alienante, ni un infantilismo a superar. Antes al contrario, la religión es
“una función permanente de la vida individual y social… es un modo personal de
vivir y de obrar” (Giner de los Ríos, Resumen
de la Filosofía del Derecho, Obras Completas, vol. XIV, p. 51).
Por tanto, si la religión es “una forma fundamental y total de la
vida”, para su condición de posibilidad es imprescindible la libertad de
conciencia, el ámbito en el que puede brotar la religiosidad, pues en un
espacio donde se imponen creencias esto no es posible.
Partiendo de esta libertad de conciencia, Giner defienda las que son
consecuencia de ella: la libertad en la educación religiosa, la elección o
cambio de confesionalidad, de culto, de manifestación, etc. Por ello, en la ILE
no había una confesionalidad particular, pero la religiosidad impregnaba la
Institución. La religión, afirmará Giner, “extiende, por todas partes, la paz,
la tolerancia, el amor solidario; despierta la unidad de todas las cosas y da a
éstas, aun las más humildes, un valor trascendental (Estudios sobre Educación, O. C., vol. VII, p. 28).
Según ello, Estado y Religión deberían poder coexistir sin problemas,
sin embargo, no es así. La libertad religiosa es básica para la unidad del
hombre, mas en la sociedad del siglo XIX, en la que vivió Giner, la iglesia
española estaba muy identificada, muy ligada al poder político, con el
resultado de que no era libre, ella misma, para vivir y enseñar la libertad.
Giner de los Ríos se vio obligado, como otros intelectuales liberales, a cortar
con dicha Iglesia (a la cual, sin duda, le vinculaban estrechos lazos),
precisamente por ello. Y la gran tragedia de la España religiosa, sostiene
nuestro autor, es que el misticismo, máxima seña de ese espíritu religioso
nuestro, con el que el krausismo conectaba tan íntimamente, haya sido
perseguido y ahogado por el dogmatismo romano. Ese genio religioso, “fogón de
libertad y creatividad, ha chocado con la estrechez del dogmatismo y el
autoritarismo del catolicismo oficial” (Suances, op. cit.).
Por este motivo, Francisco Giner de los Ríos fue duro, muy duro, con la
Iglesia Católica de su tiempo. Y lo fue con toda razón, pues a la sazón, por
desgracia, esa institución había dejado al margen los principios que la
animaban para arrimarse de tal modo al poder político que aquellos ya no fueron
los pilares que la sustentaban, sino el afán de nutrirse y aumentar su influjo
dogmático. Por ello, Giner incide en que “la religión no conoce partidos, y la
política no entiende, esto es, no debe entender, de profesiones de fe ni de
controversias dogmáticas”, en clara alusión al binomio Iglesia-Política
imperante en sus años. También por ello Giner sentenciaría con contundencia:
“los amigos del Catolicismo son enemigos de la libertad, y los amigos de la
libertad son enemigos del Catolicismo” (Giner de los Ríos, O. C. Estudios jurídicos y políticos, vol. V,
p. 296).
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