Alcmeón intentó, asimismo, explicar el origen de los sentidos, pero sólo
disponemos de un vago e impreciso texto de Teofrasto que no nos aclara mucho lo
que debió pensar realmente Alcmeón: como nos dice Ángel Bernabé “parece que el
oído se explica a partir de la asunción del vacío (quizá identificado con aire)
en él, mientras que el olfato se concibe como un transporte directo de los
olores al cerebro por medio de aire respirado. La vista es una refracción en el
agua del ojo, si bien hay en ellos también fuego”. Sobre el tacto nada nos ha
llegado, quizá porque no lo estudió Alcmeón.
Señala
Jesús Mosterín que, quizás, “la aportación más importante de Alcmeón estriba en
su claro reconocimiento del cerebro como sede de la vida intelectual del humán
y como receptor último de las sensaciones visuales y auditivas”. Fue una idea
que aceptaron tanto Demócrito como Hipócrates, pero Aristóteles la rechazó, y
situó el centro de las sensaciones al corazón. Relacionado con ello hay otra
característica del pensamiento de nuestro autor: la de diferenciar claramente
entre sensación y pensamiento. Esto le diferenciaba de otros filósofos de su
tiempo, como por ejemplo Empédocles, por ejemplo, que no los separaba. Con ello
Alcmeón distinguía entre los hombres y los animales: los primeros sienten y
“comprenden”, pero los primeros sólo sienten. Por otro lado, erró en atribuir
al cerebro funciones que no le corresponden en absoluto, como la producción de
esperma; en efecto, es lo que nos dice Aecio en sus Opiniones de los filósofos, cuando recogió que Alcmeón sostenía que
la “simiente era una parte del cerebro”. También nos dijo nuestro filósofo,
sigue anotando Aecio, que “el sueño se produce por la retirada de la sangre a
las venas por las que fluye y que el despertar es una redifusión; la retirada
total es la muerte”.
Respecto
al alma, Alcmeón la considera inmortal. Emplea una analogía para justificarlo:
los cuerpos celestes deben ser inmortales, toda vez que siguen y completan sus
ciclos sin mermar ni envejecer, estando siempre en movimiento. Esta capacidad
de moverse autónomo se debe a la existencia en ellos de un alma, tesis que será posteriormente elaborada y desarrollada por
Platón en su Fedro (245c) así como en
las Leyes (895e).
Los
hombres, a diferencia de los astros, mueren. ¿Por qué? Porque, nos dice Alcmeón
en una oscura y sucinta frase, “no pueden unir el principio y el fin”. ¿Qué
significa esto? Posiblemente se pueda entender mejor, como nos explica Alberto
Bernabé, si asumimos que “unir el principio y el fin” es lo mismo que hacer un
movimiento circular, como el que realizan los cuerpos celestes. Sin embargo,
esa clase de movimientos está fuera del alcance de los humanos, pues no pueden
regresar a lo que fueron. Esta idea de unión entre el principio y el fin por
medio del círculo es muy heraclíteana, y Alcmeón traslada esta noción de tiempo
cíclico a la medicina: mantenerse vivo está supeditado a que todos los órganos
se acoplen en un continuo; rota esa relación, llega la muerte.
Hay
noticias, muy breves y escuetas, de otros intereses por parte de Alcmeón, como
por ejemplo teorías astronómicas, que aunque recogían sus propias impresiones
no parecen ser de excesiva originalidad. También estudió cuestiones
naturalistas sobre animales, como cuando afirmó que “los muslos son estériles
por la frialdad y levedad de su semen y que las mulas lo son porque el cuello
de la matriz no se les abre”. Apenas nos queda el testimonio de cierta cita
suya de carácter, por así decir, moral (“del enemigo es más fácil guardarse que
del amigo”). Es bastante evidente que Alcmeón debió meditar y escribir más
sobre estas cuestiones, pero casi nada más nos ha llegado.
Quizá no
haya mejor manera de sintetizar la figura de Alcmeón que como lo hace Alberto
Bernabé: “En suma, Alcmeón muestra una visión unitaria de la realidad como un
todo coherente en el que los procesos estásn interrelacionados y son análogos. Ejemplos
de esta actitud son su contraposición entre el movimiento dfe los astros y el
de la vida humana, la relación del crecimiento del vello juvenil y la formación
del semen con el florecimiento y el fruto de los árboles, o su concepción de la
salud como igualdad de poder de las fuerzas, frente al reinado de una sola, que
se manifiesta con un vocabulario (griego, isonomía
y monarquía) habitualmente utilizado
en política, con el que se asimila el equilibrio del cuerpo con el equilibrio
social de la ciudad. Un espíritu, pues, positivo, consciente de sus
limitaciones, pero al mismo tiempo abierto y totalizador. Su importancia para
la posteridad fue decisiva: influyó de forma muy notable sobre la escuela
hipocrática y sobre el propio Aristóteles […] que en muchos temas lo sigue de
cerca”.
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