Hijo
menor del secretario del Rey Luis XIII de Francia y de la hermana del virrey de
Canadá, el teólogo, filósofo y sacerdote Nicolás Malebranche nació en París en
1638 y murió en 1715. Un tutor privado fue el encargado de educar al “pequeño
Nicolás”, que siempre tuvo una salud delicada y, además, sufrió de escoliosis, exhibiendo
una espalda bastante encorvada. Cursó filosofía en el Collège de la Marche, donde ingresó a los 16 años, y más tarde en
la Soborna. Sus intereses principales en esa época fueron la oratoria, la
historia eclesiástica, la Biblia, la lingüística y la filosofía agustiniana. Cuando
tenía 22 años entró en la Congregación
del Oratorio, centro que había fundado el Cardenal de Bérulle medio siglo
antes. Malebranche se ordenó sacerdote en 1664.
Ese
mismo año de 1664 Malebranche leyó el Tratado
del Hombre, de René Descartes, y su interés se reorientó a la filosofía y
los estudios científicos de raíz cartesiana, a los que dedicaría toda una década.
Parece ser que vio, en el mecanicismo cartesiano, un modo de apuntalar o
reformular, gracias a las aportaciones de las ciencias y la filosofía moderna,
el espiritualismo de San Agustín, que a fin de cuentas era la corriente más
aceptada en el Oratorio. Precisamente a causa de ello, no concebía que hubiera
escisión ninguna entre la filosofía y la religión, sino que ambas constituían
medios válidos de llegar a la verdad. Las eventuales discrepancias que pudieran
surgir son producto de la imperfección del
hombre, caracterizada por el pecado original.
En
1699 se le eligió como miembro de la Academia de Ciencias francesa, en cuyo
seno iba a presentar Malebranche una memoria que recogía importantes
investigaciones acerca de la luz y los colores (los cuales explicaba como resultado
de la frecuencia de las vibraciones luminosas).
Su primera obra, titulada La búsqueda de la verdad (1674-1675) fue, si así podemos decirlo,
un best-seller filosófico, dado que tuvo un gran éxito en la época (conoció
cuatro reediciones en otros tantos años) y, lo que es más importante en un
ensayo, generó discusiones y cierta controversia, dentro de los círculos
teológicos. En un primer momento parece ser una obra que sistematizara y
adoptara el cartesianismo (no en vano acepta de éste muchos elementos: dualismo
pensamiento-extensión, la regla de la evidencia, buena parte de la teoría de
las pasiones…). Sin embargo, también se evidenció que objetaba a aquel ciertos
aspectos, corrigiendo, por ejemplo, tesis científicas, así como la teoría de
las ideas innatas y la teoría del conocimiento que Descartes había presentado.
Malebranche interpretó la cuestión de la relación
entre el cuerpo y el alma a su manera, siguiendo la postura ocasionalista que
ya habían introducido y desarrollado pensadores anteriores franceses. En primer
lugar, y en contra de la opinión cartesiana en materia gnoseológica (es decir,
la teoría del conocimiento, y aquí particularmente el saber que podemos
conseguir de las entidades), Malebranche sospecha que el alma no es mejor
conocida que el cuerpo; más bien al contrario, dado que la idea de conciencia
supone un sentimiento poco específico, poco claro, de lo que ella sea, mientras
que lo extenso aparece mucho mejor definido a partir de su misma idea. La idea
no es un modo del espíritu, dirá el francés, sino el objeto del pensamiento.
Pero, entonces, ¿qué es el conocimiento? Nuestro
filósofo negará las otras formas de conocer postuladas previamente. Rechazará,
así, las teorías escolástica, empírica y también la de las ideas innatas de
Descartes. El conocimiento es aprehender las esencias de los cuerpos directamente en Dios. Por ello,
siguiendo las tesis ocasionalistas, Malebranche sostiene que Dios fundamenta la
relación de los sentimientos con los movimientos de los órganos. Dios es el
motor del movimiento de la materia y, a través de impulsar los choques entre
los cuerpos, realiza su voluntad, causa universal de todas las cosas.
Malebranche no aceptó la física de Newton, basada en
fuerzas, porque sostenía que dotar de una fuerza real a los seres creados los
divinizaba. Por tanto, los cuerpos no pueden ser causas verdaderas de nada,
pero tampoco puede serlo el alma, si no está guiada e iluminada por Dios.
Abrazando, pues, el dualismo y el mecanicismo cartesiano, Malebranche se verá
abocado a examinar la cuestión básica de la relación
mente-cuerpo. Su respuesta, como sabemos, será el ocasionalismo.
Nuestro autor señalará que la unión del alma con
Dios es una relación más fundamental y estrecha que la de aquella con el cuerpo,
relación esta última por la que se habían interesado sobretodo los filósofos
paganos. Si los lazos que unen el alma a Dios se han debilitado ello obedece al
pecado original que, según Malebranche, ha afianzado la relación del alma con
el cuerpo. Es este exceso de, por así decir, apego el origen de todos los errores y las carencias humanas. Éste
será el principal interés de Malebranche: conocer las causas de los errores
humanos y tratar de evitarlos.
Pero, ¿cómo conseguirlo? Bien, no hay más que una solución, dirá Nicolás
Malebranche: fortalecer la unión del alma con Dios. Si la relación cuerpo-alma
es la responsable de los errores, cuanto más intensa y fuerte sea aquella, más
puro será el espíritu, más se acercará a Dios y, por tanto, estará menos sujeto
a fallos y equivocaciones. Como nos dice José Ferrater Mora, “el cuerpo es como
una pantalla que disipa las facultades del espíritu y le impide ver las cosas como
son; incita al espíritu a ver las cosas alejadas de Dios en vez de verlas desde
Dios mismo”. Ésta es la misión básica de La
búsqueda de la verdad, la obra primeriza de Malebranche. Nos dice éste, en dicha
obra: “El error es la causa de la miseria de los hombres; es el principio malo
que ha producido el mal en el mundo; es lo que ha hecho nacer en nuestra alma
todos los males que nos afligen, de modo que no debemos esperar salida y
verdadera dicha más que trabajando seriamente para evitarlo”.
Para lograrlo, cabe examinar atentamente los modos que tiene el alma de
percibir. Según el filósofo francés, son tres. Las conoceremos en la siguiente
nota dedicada a Nicolás Malebranche.
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