22.12.19

La Academia Media: Arcesilao de Pitania


La Academia Antigua, cuyos notables miembros Espeusipo y Jenócrates tratamos en notas anteriores, tuvo también como escolarca a Polemón de Atenas, sucesor en el cargo de aquel último. Libertino y habitualmente borracho, Polemón cambió radicalmente su vida al conocer a Jenócrates, despreciando el dolor y viviendo en arreglo a la "naturaleza".



Hubo asimismo un discípulo de Polemón, Crantor de Soles, cuya obra Sobre el duelo fue una especie de "Consolación de la Filosofía" de la época antigua; Crates de Atenas, por su parte, fue el encargado de dirigir la escuela cuando Polemón falleció, y quedó constancia del aprecio que sentía por todos sus antecesores.



Aunque hay autores que encuadran a Arcesilao, nuestro personaje hoy, dentro de la Academia Nueva, nosotros recogemos la división de Diógenes Laercio y lo ubicamos en la Academia Media.



-Arcesilao de Pitania.



Fue el sucesor, a su vez, del propio Crates, en la Academia cuando murió este en el año 268 antes de Cristo. 



En aquella época convivían multitud de distintas orientaciones filosóficas, que cristalizaban en diversas escuelas: platónicas (la Academia), aristotélicas (el Liceo), la escéptica de Pirrón de Elis, el estoicismo y el epicureísmo. Arcesilao fue muy amigo de Pirrón, del que recogió abundantes influencias, pero aunque hay quienes quisieron ver una unidad entre ambas (la Academia Nueva y el escepticismo), Arcesilao siempre se vio y se definió cómo académico, y además hubo escépticos que llegaron a  despreciarle y hasta insultarle por sus ideas.



Arcesilao nació en el año 315 antes de Cristo, estudió Matemáticas y quedó prendado de la filosofía, admirando mucho a Teofrastro y Platón. Era notablemente rico y Diógenes Laercio dice de él que llevó una vida de placeres con cortesanas y disipaciones varias. Sin embargo, aunque en la época los filósofos solían ser pobres, Arcesilao no hacía gala de su fortuna sino que se mostraba muy generoso. Al parecer, era bastante guapo, y tenía dones oratorios muy relevantes.



Al contrario que muchos de sus contemporáneos o antecesores, Arcesilao no escribió nada. En él recobró vigor el olvidado arte de la dialéctica, y el dogmatismo platónico fue sustituido por la sana discusión, la cual llevaba a la conclusión de que la verdad no nos es posible alcanzarla (muy en la línea, naturalmente, del escepticismo). Sin embargo, este escepticismo no es ontológico, por así decir: Arcesilao seguramente no dudó de que existiera la verdad, una verdad en sí misma, que sin embargo no la podemos obtener por falta de capacidades. Por tanto, son nuestras limitaciones las que nos impiden llegar a la verdad, no au ausencia.



Arcesilao mantuvo una contundente discusión con la escuela estoica y con Zenón de Citio, en particular, en relación con el criterio para llegar (si es que se puede) a la verdad. Para Zenón dicho criterio estaba en las "representaciones comprensivas", es decir, aquellas en las que lo que es representado y lo que se representa están en armonía. En estas representaciones se basa el "asentimiento" del alma, a partir del cual es posible la "comprensión". Pero Arcesilao entendía que no había forma de diferenciar entre una representación comprensiva y otra que no lo es, porque los sentidos no brindan un punto de partida lo suficientemente sólido como para llevarnos a descubrir la verdad. Hay objetos sin existencia que nos producen igualmente impresiones claras y distintas en nuestra mente. En realidad, la representación comprensiva ni siquiera existe, de modo que no hay certeza ni ciencia posible. A lo sumo, el sabio (que es quien, supuestamente, alcanza aquellas representaciones), otorga un juicio, una opinión.



Pero si únicamente podemos alcanzar juicios, entonces la razón no sabe nada, y no nos es posible poseer un criterio de verdad. Ni la razón ni los sentidos, en efecto, ayudan para lograr este objetivo, puesto que no existen las representaciones evidentes sobre las que asentarnos. Un juicio no es más que una aproximación subjetiva y tosca a lo que pensamos que debe ser lo real o lo existente, por lo que solo cabe suspender el juicio, pues este no llegará jamás a ser la verdad. 



Sin embargo, ¿suspender el juicio no es equivalente a no aportar ni discurrir nada? Arcesilao reconocía que, para no estancarse, en lo mental o en las acciones, es necesario un "criterio de acción". Este criterio, pensaba, lo podemos entender como "lo razonable", entendiendo esto como una serie de acciones concordantes entre sí que forman un todo coherente y que se puede justificar. Hay, pues, que examinar los puntos a favor y en contra a la hora de realizar un acto, de modo que podamos dar razón a nosotros mismos y a los demás de por qué hemos obrado así.



Aquí radica, por tanto, una diferencia fundamental entre Arcesilao y los escépticos "clásicos": suspender el juicio (la epojé, que miles de años después recuperaría la fenomenología) no es equivalente a llegar a un punto de indiferencia o innacción. 



Los escépticos pirronianos solían mostrar desconfianza (cuando no abierto y duro desprecio) por las opiniones; pero los académicos como Arcesilao no llegaban a ese extremo, sino que las consideraban y, pese a rechazarlas, eran indulgentes con ellas. Era, así, una escuela más respetuosa y abierta, aun blandiendo su natural escepticismo.



Arcesilao murió en el año 240 antes de Cristo, aproximadamente. Sus sucesores al mando de la Academia fueron hombres de los que no sabemos casi nada, pero uno de ellos, Hegesino (o Hegesilao), fue el maestro del próximo escolarca de renombre, Carneades de Cirene, a quien conoceremos en la siguiente nota.

La "Generación del 98" en la Filosofía Española


Aunque solemos identificar a los escritores de la famosa "Generación del 98" española con la práctica literaria "pura", es decir, la creación de historias y personajes, no es menos cierto que muchos de ellos vivieron en una época de crisis (la llamada "crisis de fin de siglo", entre 1898 y 1905), un tiempo en el que empezó a replantearse lo que significaba ser "español", con el resultado de tensiones y búsquedas. Además, con el cambio de siglo España inició una modernización, largo tiempo esperada, sobretodo en los ámbitos culturales (ciencia, filosofía, literatura y política), más que en los propiamente sociales o económicos.



En este tiempo se suman, a los movimientos intelectuales vigentes, otros muchos (modernismo, novecentismo, casticismo, etc.). Su núcleo común es que son decididamente antipositivistas, es decir, tienen una postura contraria a (o de desconfianza ante) la ciencia, y mucho más abierta a lo espiritual y místico. Estas corrientes abonan el terreno para la llegada del vitalismo y el irracionalismo. Francia fue  el motor difusor del irracionalismo (en su vertiente "modernista"), en la que destacan la actitud de libertad y de innovación. 



El Modernismo español quiere traer consigo un replanteamiento de aspectos, valores y opiniones que se han considerado absolutas o indiscutibles, pero que son los causantes de abocar al país a la decadencia. Esta rebeldía se articula en tres ramas: rebeldía estética contra el naturalismo, filosófica contra el positivismo y rebeldía social contra la burguesía acomodada. Tales rebeldías cristalizan y subyacen a una fundamental: la metafísica, por cuanto cabe entender que el hombre no es, ni puede ser, Dios.



Los intelectuales modernistas quieren incorporar a España al "mundo moderno", por medio de una radical renovación del espíritu nacional. Y la mejor forma de expresar artísticamente esta ansia, subjetiva, romántica y lírica, es por medio de la poesía y en ensayo. 



Dentro de España el modernismo se encuentra con el casticismo, en donde el primero destaca por la preocupación estética, la renovación y el espíritu cosmopolita, mientras que el segundo siente más apego por la historia, la tradición y la religión dominante.



El modernismo religioso en España gozó de un ambiente favorable. Tanto los krausistas como el catolicismo liberal predicaban una religión humanitaria y carente de dogmas, universal y sin un el autoritarismo jerárquico tan propio de las religiones tradicionales. El modernismo religioso bebió de estas fuentes y recoge lo mejor de ellas: predominio del sentimiento, la conciencia, lo suprasensible, el agnosticismo (impensable en aquellas religiones del Libro) en cuanto a las realidades trascendentes, la tendencia subjetiva, etc.



Pero el anhel0, por parte de los intelectuales españoles, de poder unificar y conciliar la fe y la razón, la religión y la ciencia, quedó destruido cuando la autoridad eclesiástica consideró herético al el catolicismo liberal, del que derivaba el modernismo religioso, como hemos dicho. Si el catolicismo tradicional quiso parar los pies al liberal (y, por añadidura, al modernista) fue porque desarrollaba la autonomía de la conciencia, porque incidía en la separación del Estado y la Iglesia



Pero, ¿qué es la Generación del 98? Es un grupo de pensadores y escritores que vivieron en primera persona la crisis del 98, es decir, la pérdida de las últimas colonias de ultramar, que ponía el cierre definitivo al poder español más allá de la Península. Todos ellos compartían la necesidad de una renovación, de modernizar el país, de conectarse con las corrientes intelectuales europeas y de frenar la clara decadencia y abandono cultural en la sociedad española de la época. Parece que el corazón de este movimiento lo configuran Ángel Ganivet, Azorín, Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán, Antonio Machado, Ramiro de Maetzu y Miguel de Unamuno. Fueron pesimistas y mostraron su desencanto en general ante la democracia de la época (una democracia falsa y de turno de partidos sin el menor reflejo del interés real de la sociedad).



Desean todos, pese a las indudables diferencias y a la evidente heterogeneidad entre ellos, dar carpetazo al positivismo y renovar el arte, la ciencia y la religión. La belleza interesa a los modernistas del 98, no por ella misma, sino como medio de transformación de la realidad social y política y, por tanto, humana. La diferencia de estos hombres de la Generación del 98 con los otros, los "modernistas puristas", es que estos ansiaban una recuperación y revalorización de la literatura, pero sin entrar a juzgar el estado de decadencia del país en el que vivían; era como querer instalarse en un cierto 'academicismo', en su propia torre intelectual, y no interesarse por lo que les rodeaba. Pero la Generación del 98, si bien tenía el mismo gusto por el esteticismo y el idealismo, lo empleaban para vehicular su sensibilidad ante el problema de España. Quieren soluciones, y sostienen que estas vendrán por el conocimiento de la historia y por la lectura de los clásicos.



Pero aquí se manifiesta la intención lírica y subjetiva de estos literatos: no quieren investigar el mundo desde la sociología, sino a través de la observación histórica y literaria, que les conducirá hasta al lirismo y la ensoñación. No hay propuestas concretas (casi no pueda haberlas, se trata de escritores idealistas), y tratan de encontrar "dentro", en nosotros mismos, en nuestra vitalidad, la fuerza para culminar la España "ideal", como merece nuestra historia y tradición.
En la próxima nota veremos algunos de los principales representantes de la Generación del 98 y sus intereses particulares. A Miguel de Unamuno, por su parte, le dedicaremos una serie especial.



(Para esta nota nos hemos basado en las páginas de Historia de la Filosofía Española Contemporánea, de Manuel Suances, Síntesis, Madrid, 2010)