Si hay un hombre que encarna el retorno del hombre a sí
mismo, dejando atrás la esencia medieval para iniciar el cambio renacentista,
ese es Michel de Montaigne (1533-1592).
Nacido en el castillo de Montaigne, un pueblecito francés
cercano a Burdeos, Michel fue educado por su padre con un método pedagógico en
el que se excluía toda coacción y rigor. Siendo muy pequeño fue enviado a vivir
con gente pobre para que supiera y conociera lo que era la dura vida campesina.
No aprendió el francés hasta los ocho años, siendo el latín su lengua materna;
incluso los empleados del castillo tenían prohibido dirigirse al niño en
francés porque su padre deseaba que su hijo hablase el latín con toda
naturalidad. Gracias a la buena posición social y económica de su padre, Michel
pudo estudiar en el Collège de Guyenne de la ciudad francesa mencionada arriba.
Obtuvo el grado en Derecho y fue consejero del Parlamento de Burdeos (1557).
Sus trabajos como magistrado se prolongaron hasta 1566. Finalmente, a los 38
años, decidió retirarse a su castillo para dedicarse al estudio.
Naturalmente, el fruto de ese estudio y el análisis de sí
mismo, que es el auténtico interés de Montaigne (la "pintura del yo"),
cristaliza en sus monumentales Ensayos, título con el que se menciona por vez
primera este tipo de textos, y de los que Michel fue su creador. Su idea es
desnudarse, describirse sin máscaras ni artificios sino tal y como es. Sin
embargo, los primeros ensayos de su obra son simples recopilaciones de
sentencias y hechos procedentes de otros escritores, antiguos y modernos. Sería
con el avance de sus propias reflexiones y con el andar de las páginas con las
que la personalidad de Montaigne y su estilo irían poco a poco apareciendo. Cuando en 1580
publicó los dos primeros libros de su obra inició un viaje por Suiza, Alemania
e Italia, permaneciendo en la capital de este país todo el invierno. Al ser
nombrado alcalde de Burdeos tuvo que regresar a su país. En 1582 y 1588 se
publicaron sendas ampliaciones de los Ensayos, y Montaigne aún preparaba una
cuarta cuando le sobrevino la muerte, en septiembre de 1592.
Los Ensayos deben ser vistos no como pruebas o tentativas
sino como experiencias. La intención de su autor es recoger, en palabras de
Nicola Abbagnano, "las experiencias humanas expresadas en los escritos de
los autores antiguos y modernos y ponerlas a prueba en relación con sus propias
experiencias". La obra de Montaigne no es una filosofía sistemática
desarrollada en un cuerpo de doctrinas, sino un ejercicio de verdadero
filosofar: la meditación personal, dirigida a tratar todos los asuntos humanos,
y ese constante dialogar con los demás y la comparativa entre sus vivencias y
las propias del pensador francés forman el esqueleto de su proceder filosófico.
Siempre se ha dicho que Montaigne sigue el estoicismo y el
escepticismo, pasando del primero al segundo. Bien, es cierto, pero lo hace con
un ánimo de síntesis, de seleccionar lo mejor de ambas posturas para acabar
perfilando una orientación socrática, donde logra su equilibrio. Es decir, del
estoicismo comprende el estado de dependencia del hombre respecto a las cosas;
del escepticismo aprehende el modo para liberarse de esa dependencia, para que
a las cosas les demos su valor justo, pero no más que eso. En la torre de su
castilla se advertía el lema "¿qué sé yo?", en clara referencia a las
enseñanzas socráticas.
Hay que valorar el conocimiento sensible, el obtenido por
medio de los sentidos, en igual justa medida. Es importante, porque sin él no
seríamos más que una piedra. Pero el conocimiento sensible "carece de
cualquier criterio seguro para discernir las apariencias verdaderas de las
falsas".
En sus últimos Ensayos Montaigne se vuelve cada vez más
hacia sí mismo. El filosofar es ya un continuo experimentarse, como señala en
el tercer libro de su obra. La existencia en sí misma es un problema, un
problema abierto siempre y para siempre, que nunca concluye y que, por ello
mismo, debe estar siempre en autoanálisis constante. Este modo de filosofar,
que trata de dirigirse a la humanidad del yo, y que desde él comprende su
singularidad (y, por otro lado, la universalidad de la condición humana, para
todo ser humano, por sencilla y humilde que sea su vida), es el germen de la
filosofía moderna y, a juicio de Abbagnano, "el fruto más maduro del
Humanismo". Y es un proceder que seguirá, no mucho después, René Descartes
en su Discurso del Método.
Montaigne acepta el hombre como es, con sus vilezas y grandezas.
No puede uno elevase por encima de la humanidad, pues "no puede ver más
que con sus ojos ni sujetar nada que huya de ser su presa". El hombre, en
fin, debe tratar de ser, sin más, hombre. No tiene sentido plantearse y
fantasear acerca de una condición mejor y más alta de la que el hombre
realmente ya posee. Hay que aceptarnos, aunque ello no excluye el mejorarnos.
También hay que aceptar la muerte. "Quien teme sufrir, sufre ya por lo que
teme", nos dice Montaigne, de modo que quien enseñe a los hombres a morir,
les está enseñando igualmente a vivir. Llegará nuestra hora, para todos, y si
somos conscientes y lo aceptamos, llegado ese momento, aceptaremos perder la
vida sin queja. Y ese pensamiento y consciencia acerca de la muerte no vuelve
la vida más triste, sino más apreciable y gozosa: "A medida que la
posesión de la vida se hace más breve, hace falta que yo la haga más profunda y
plena". Aceptar la muerte supone y cataliza un impulso por vivir, y para
vivir mejor.
No hay mejor forma de terminar esta nota que por medio de
las palabras de Nicola Abbagnano, cuyas páginas dedicadas a Montaigne en su
Historia de la Filosofía (Volumen 2) hemos seguido aquí: "Si la primera
llamada a la conciencia de su subjetividad individual e histórica lleva al hombre,
en el Renacimiento, a la exaltación de su estado privilegiado, el profundizar
esta conciencia en su continuo experimentarse y ponerse a prueba, lo conduce al
reconocimiento de sus límites y a la lúcida aceptación de sí mismo. Montaigne
representa precisamente esta segunda fase del Humanismo renacentista; y a
través de esta segunda fase el Humanismo desemboca en la filosofía moderna y
abre camino a Descartes y a Pascal".
No hay comentarios:
Publicar un comentario