Si
pretendemos, como hace Frege, diferenciar también en los enunciados el sentido
y la referencia, hay que atender al principio
de composicionalidad. En síntesis, lo que impone este principio es que el
sentido y la referencia de cualquier expresión compleja serán función del
sentido y la referencia de las expresiones que la componen (en los enunciados
más simples se reduce al sentido y referencia del nombre y del predicado).
Si
en un enunciado cambiamos una expresión por otra que posea la misma referencia
no cambiará, sin embargo, el valor de verdad
de aquel. El valor de verdad es la referencia de la oración. Si la oración es
verdadera, su referencia será lo verdadero; si falsa, lo falso. Los valores de
verdad son los objetos a que se
refieren las oraciones enunciativas.
Por
tanto, y teniendo esto muy en cuenta, todas las oraciones verdaderas designan
lo mismo, lo verdadero (y al revés, naturalmente: todas las falsas lo falso).
Decía Frege que “en la referencia del enunciado, todo lo singular desaparece.
Por tanto, para diferenciar un enunciado de otro con el mismo valor de verdad,
hay que atender al sentido que corresponde a ese enunciado”.
Entonces,
si cuando en un enunciado cambiamos una expresión por otra con idéntica
referencia, y ya sabemos que ese cambio no modifica su valor de verdad, ¿qué es
lo que cambia? Por supuesto, lo que se altera es el sentido, el pensamiento.
Esto es lo que distingue una oración de otras. Una oración tendrá sentido
siempre que esté bien construida tanto ella en conjunto como cada una de sus
partes. ¿Puede haber enunciados con sentido, pero sin referencia? Sí, los puede
haber, porque la predicación remite o se efectúa de un objeto (no de un
nombre). Pero, si el objeto referido es inexistente entonces no hay
predicación, y en tal caso no es posible darle valor de verdad al enunciado.
Los enunciados que hablan de objetos de ficción, pues, tienen sentido, pero no
referencia.
Bien,
hasta aquí lo que atañe a los enunciados simples. ¿Qué hay de las oraciones
compuestas? Si hacemos un doble análisis, lógico y gramatical, vemos que no
coinciden, porque su finalidad es obviamente distinta; el primero trata de
expresarse de modo que sea posible determinar la verdad o falsedad de un
enunciado.
En
las oraciones coordinadas, su referencia depende de la de las oraciones
componentes, tal y como obliga el principio de composicionalidad. Por tanto,
todo depende del valor de una función cuyos componentes son los valores de
verdad de las oraciones que lo componen.
En
las oraciones subordinadas, como era de esperar, el análisis lógico es más
problemático. Particularmente, en las subordinadas sustantivas no pueden
sustituirse éstas por otras con el mismo valor de verdad, como sucedía en las
coordinadas; en este caso, en efecto, se requiere que tengan el mismo sentido,
para conocer el valor de verdad de la oración completa.
Para
ir terminando con esta breve y algo difícil aproximación a la filosofía del
lenguaje de Gottlob Frege, añadamos algunas notas finales. Como nos dice
Eduardo Bustos (Filosofía del Lenguaje,
UNED, Madrid, 1999), “la teoría semántica de Frege es uno de los más claros
exponentes de las relaciones que unen a la lógica, la filosofía del lenguaje y
la ontología. En ella, se nos presenta una gran separación o división, que
distingue a las entidades en dos clases, que ya vimos: función y objeto; y
dentro de ellos, hallamos distintos elementos. En el primero: conceptos,
funciones monarias (es decir, lo verdadero o lo falso), etc.; en el segundo:
valores de verdad, objetos abstractos, etc.
Algunos
de estos objetos son objetivos, según Frege, y otros, en cambio, son
subjetivos. Por ejemplo, entendiendo que la representación es la imagen que la
mente se construye de un objeto (una silla, pongamos por caso), dicha
representación de objetos y conceptos
es subjetiva, y lo es porque para llegar a ella se parte de la experiencia, la
memoria o la percepción de cada uno de nosotros.
Por
otro lado, el sentido, el modo como nos referimos a los objetos, es objetivo.
Y, ¿por qué? Porque, nos dice Frege, pueden compartirlo muchos otros. Es lo que
se llama intersubjetividad. En palabras
de nuestro autor: el sentido “puede ser propiedad común de muchos y, por tanto,
no es parte o modo de la mente individual” (Sin embargo, podríamos preguntarnos
si la intersubjetividad es garantía de objetividad; una ilusión, una
alucinación podría bien ser experimentada por muchas mentes, podría convertirse
en un fenómeno intersubjetivo y, en cambio, carecer de total objetividad…). Sin
embargo, hay que reconocer que desde la perspectiva semántica no hay referencia
directa al objeto; todo lo más a lo que puede llegarse es a un saber parcial,
incompleto e intersubjetivo de la naturaleza.
El
pensamiento, sigue Frege, es el medio intersubjetivo por el cual llegamos a la
verdad o a la falsedad. Pero cabe diferenciar entre el acto de pensar y el
pensamiento mismo, que es el contenido de aquel.
Son
muy diversas las valoraciones que se han ido haciendo de la teoría de Frege, de
su ontología. Hay quienes lo vieron como nominalista, como platónico, seguidor
de Kant (o crítico de él), realista, racionalista, etc. Parece que, al menos,
se puede concebir a Frege como realista kantiano, así como platónico: realista,
toda vez que consideraba real un mundo exterior independiente al pensamiento;
kantiano, también, pues aceptaba la objetividad del conocimiento; y platónico,
porque admitía la existencia de objetos abstractos. Por el mismo motivo se le
puede considerar idealista.
La
honradez intelectual y su espíritu crítico para con su propio trabajo están
fuera de toda duda. Cuando ultimaba el segundo volumen de sus Leyes básicas de la aritmética, Bertrand
Russell, que había estado analizado muy interesado su trabajo, le escribió en
1902 que había cometido una obvia contradicción (después se llamaría a esto la paradoja de Russell); Frege admitió
el error, y su respuesta del 22 de junio escribió: “su descubrimiento de la
contradicción [paradoja] me produjo la mayor sorpresa, incluso, yo diría, la
mayor consternación, porque ha hecho tambalear los cimientos sobre los que yo
intentaba construir la aritmética. [...] Tengo que reflexionar nuevamente sobre
la cuestión. Es una cuestión muy seria desde que, con la pérdida de mi Regla V,
parece desvanecerse no sólo la fundamentación de mi aritmética, sino también la
única fundamentación posible de la aritmética. [...] El segundo volumen de mis
Grundgesetze está próximo a aparecer. No cabe duda de que tendré que añadir un
apéndice en donde su descubrimiento se tenga en cuenta”.
Lo
que esto provocaría, finalmente, sería el fracaso del programa logicista de
Frege. Sin embargo, sus investigaciones han constituido el punto de partida de
la lógica moderna y como señala Eduardo Bustos, “su aportación esencial en este
campo reside en haber situado los problemas ontológicos fuera del ámbito
especulativo de los grandes sistemas metafísicos y haberlos ligado a la
resolución de problemas concretos en el ámbito de la lógica y la semántica.
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