Si
queremos saber, nos dice Frege, qué relación guardan las categorías
lingüísticas (saturadas y no saturadas) con la realidad, ello sólo nos es
posible si atendemos a las nociones de sentido
y referencia.
Tomemos
un par de enunciados (llamados “de identidad”) como, por ejemplo, ‘a=a’ y
‘a=b’. En ellos, ‘a’ y ‘b’ (expresiones nominales) designan objetos y ‘=’ corresponde
a una expresión funcional incompleta. El enunciado ‘a=a’ sería analítico, pues
estaría vacío de información; el ‘a=b’, por su parte, sería sintético, pues
porta alguna información. ‘A=a’ es un enunciado a priori, puesto que no necesitamos recurrir a la experiencia para
determinarlo; ‘a=b’, sin embargo, es un enunciado a posteriori, pues puede
resultar que sea tanto verdadero como falso. Esto es en términos
epistemológicos, pero lo que Frege hizo fue tratar de diferenciar ambos tipos
de enunciados desde la perspectiva lógico-semántica. Vista así, la expresión
funcional ‘=’ ya no designa una relación entre objetos; tampoco se trata de una
relación entre signos. Con Frege, un signo tiene dos dimensiones: primera, la
realidad que simboliza, y segunda, la forma en que realiza esa simbolización.
Es decir, el enunciado ‘a=b’ lo que afirma es que dos expresiones de diferente sentido (‘a’, por un lado, ‘b’ por el
otro) refieren a un mismo objeto.
Resumiendo, entonces: que los enunciados o relaciones de identidad, como el
ejemplo ‘a=b’, liga sentidos de
expresiones, a las cuales les corresponde una misma referencia.
Las
expresiones nominales designan objetos definidos, y dos clases importantes de
ese tipo de expresiones son los sintagmas nominales determinados y los nombres
propios (aunque Frege clasifica a los primeros como “nombres propios, y a los
segundo como “auténticos nombres propios”). El sentido de un nombre propio es
fácilmente comprensible por cualquiera que entienda el lenguaje; comprendemos
el significado inmediatamente, en el caso de una expresión nominal gramatical.
Por
ejemplo, un hablante puede emplear la expresión nominal “el mediocentro del
Valencia C.F.” con sentido, con independencia de si la referencia a la que se
remite esa expresión existe, o si existe, sin llegar a conocerla. Por
consiguiente, como nos dice Eduardo Bustos (Filosofía
del Lenguaje, UNED, Madrid, 1999), “el sentido es independiente de la
referencia, y tiene que ver más con la forma en que está construida la
expresión que con su relación con la realidad”.
Esta
forma de ver las cosas, no está exenta de problemas. Lo ideal, nos decía Frege,
es que a un signo le correspondiera un sentido, y a éste una referencia. Pero,
en el lenguaje natural, a un signo no siempre le corresponde una referencia
(aunque, por su parte, sí es cierto que a un signo con referencia le
corresponde siempre un sentido, al
menos). Por consiguiente, que un signo tenga sentido es condición necesaria,
básica, pero no suficiente, para que posea igualmente una referencia.
En
el signo, a sus dos componentes les corresponden dos relaciones semióticas. Los signos expresan su sentido y designan su referencia. Como afirmaba
Frege, “cuando se emplean palabras de la manera habitual, aquello de lo que se
quiere hablar es de su referencia. Pero puede ser también que se quiera hablar
de las mismas palabras, o de su sentido”. Cabrá diferenciar, pues, un estilo
‘directo’, en el que las expresiones tienen su referencia normal (objetos,
etc.), y una ‘indirecta’, en que se habla del sentido, o en el que la
referencia es el sentido.
Las
expresiones funcionales predicativas
son las más importantes, y dan como valores los valores veritativos (lo
verdadero y lo falso). Por ejemplo: si decimos “tiene la superficie roja”, esta
expresión predicativa tiene como valor lo verdadero si se aplica al argumento
“Marte”, pero lo tendría falso, por ejemplo, si se aplica a “la Luna”. Frege
concibió las referencias de este tipo de expresiones como ‘conceptos’, es
decir, funciones de un solo argumento que, aplicadas a expresiones nominales,
determinan como valor la verdad o la falsedad. No hay que entender, por cierto,
los conceptos como ‘objetos’; si acaso, serán una ‘extensión’ del concepto,
pero no el concepto mismo.
Por
medio de una expresión nominal no podemos referirnos a conceptos, pues tales
expresiones sólo designan ‘objetos’, no conceptos. El concepto es la referencia
de la expresión predicativa, pero no se puede indicar, señalar o referir como
si se tratara de un objeto, pues no lo es en absoluto.
Esto
por lo que atañe a la referencia. Pero, sobre el sentido, Frege no quiso
“mojarse” y dilucidar el de las expresiones funcionales predicativas. Dado que,
desde la óptica lógica, lo verdaderamente importante es la referencia (y esto
es así porque, recordemos, sólo ella es clave relevante para determinar la
verdad del enunciado), Frege decidió renunciar a emitir juicio alguno sobre
aquel menester. De tal modo que su teoría de la identidad del concepto,
irremediablemente, quedó inconclusa.
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