Es usual
señalar a Nicolás Salmerón (en la imagen) como el
primer introductor del positivismo en el krausismo. En un prólogo a una obra del
krausista belga Guillaume Tiberghien (“Ensayo teórico e histórico sobre la
generación de los conocimientos humanos”), Salmerón y su discípulo Urbano
González Serrano exponen cuáles, a su juicio, deben ser principios que
constituyan la ciencia contemporánea, y la sintetizan en la ley de la evolución
(prestada del devenir hegeliano) y la relatividad del conocimiento. Pero, como
ambos tienen en cuenta que el positivismo más exacerbado es fácilmente
rebatible (o al menos, discutible), proponen ya la característica propia del
krausopositivismo, a saber, la complementariedad entre la experiencia y la
especulación.
Posteriormente
Salmerón señalará nuevamente la necesidad de esta unión beneficiosa en otras
obras. Así, apunta a este “concierto de la observación y la especulación que,
no en componendas de sincretismo artificial, mas en composición racional bajo
Principio, habrá de trasformar la ciencia” y, en el prólogo a “Filosofía y
Arte”, de Hermenegildo Giner, nos dice: “[cabe] afirmar la unidad de la ciencia
en el concepto que incide en el objeto, y cuya presencia real y eterna saca a
la luz y se hace íntima la conciencia racional del hombre. De esta suerte
llegará a resolverse la contradicción histórica entre el empirismo y el
idealismo, sin desconocer ni anular ninguno de ambos elementos esenciales para
la construcción científica”.
Este
camino es el que estás siguiendo los grandes pensadores del momento, nos dirá
Salmerón, hombres como Wundt, Spencer, Fechner o Hartmann, pues están
reconociendo “unos que del fondo de la experimentación brotan datos
especulativos, [y] afirmando los otros que la especulación no es abstracta ni
persigue entidades extrañas a la concreción de la realidad.
La
ciencia nueva que mejor expresa ese estado innovador del saber científico es,
afirma Salmerón, la psicología
fisiológica, puesto que es capaz de superar la “dualidad radical de cuerpo
y espíritu, lo inconsciente y la conciencia, la abstracta separación de lo
sensible y lo ideal”. La psicología clásica y tradicional queda arrinconada,
dado que no atiende más que a la mera reflexión especulativa del alma.
Francisco Giner de los Ríos, de quien hablaremos
extensamente en notas futuras, estuvo también influido por la positivación
científica, aunque siempre desde una actitud suave y en absoluta radical.
Básicamente en los ámbitos del derecho y la psicología fue en donde mejor se
notó esa apropiación, sobretodo en sus “Lecciones sumarias de Psicología”, de
1874, que tuvieron de base las obras de Krause, Tiberghien, Sanz del Río, etc.
Por su
parte, Urbano Gonzalez Serrano, el
mencionado discípulo de Salmerón, bebió ampliamente del positivismo a lo largo
de toda la pervivencia de éste en la vida intelectual española. Ya en su tesis
doctoral, de 1871 hay un rechazo casi total al idealismo krausista, y en los
debates del año 1875 en el Ateneo madrileño, incidió este autor en que el
positivismo encarna el espíritu del siglo y combate el exceso de idealismo y el
dogmatismo de la moderna filosofía. Pero el suyo no es un abrazo al positivismo
sin crítica; al contrario, de él rechazará, al menos en esos años, “su
radicalismo experimental, la afirmación de que la experiencia exterior sensible
es la única fuente de conocimiento y la reducción de la ciencia a una mera
fenomenología (Antonio Jiménez García, El
Krausismo y la Institución Libre de Enseñanza, Cincel, Madrid, 1985, obra
de la que nos valemos para esta nota).
En su
obra de 1884 Sociología científica,
González Serrano, aunque abraza muchos de los postulados del positivismo
científico, reprende a la ciencia sociológica, por dos motivos: primero, porque
trata de reducir a lo fisiológico y natural empíricamente conocido toda la
naturaleza social; por otro lado, porque sólo estudia el objeto social en ese
mismo aspecto. ¿Cómo superar esto? Pues mediante el recurso a la doble vía del
krausopositivismo: la especulación y la experiencia.
La
psicología es el campo en que más innova González Serrano. En su obra Psicología filosófica, de 1886, apunta a
la obvia necesidad de una observación fisiológica y la experimentación para un
correcto conocimiento de la realidad del alma. Pero, añade, que este no es el
único elemento de ese saber; en efecto, debe añadirse y combinarse con la
reflexión para que ambos puedan explicar el mecanismo psico-físico.
Por
tanto, en González Serrano hay aún, y en modo profundo, esa unión
krausopositivista clásica de razón y experiencia, pero encontramos una clara
tendencia, un decantarse hacia el terreno más propiamente científico,
fisiológico y psico-físico en este caso.
Manual Sales y Ferré es un ejemplo muy
ilustrativo de un cambio evolutivo de pensamiento intelectual, pues pasó desde
un krausismo tradicional, por así decir, a un krausopositivismo que después
derivó en un positivismo cientifista. Como base de los estudios sociológicos y
antropológicos establece el método científico-experimental, y sostendrá, yendo
mucho más lejos que sus compañeros, que no puede haber un conocimiento verdadero
de algo que no sea experimentalmente comprobable, una postura radical y muy
acorde con los principios del positivismo.
Sales y
Ferré defenderá su alegato del positivismo y su alejamiento de la actitud
armoniosa del krausopositivismo equiparando a aquel como un nuevo mundo, que
adviene finalmente, tras un viejo mundo de lo arbitrario, lo fantástico y lo
subjetivo; con el positivismo, por fin, llega “el mundo de lo real, de la ley,
de lo objetivo”.
La
sociología será la ciencia que se referirá a la vida humana concreta y social,
no la abstracta y general como hasta ahora se había hecho, y que modificará,
nos dice Sales y Ferré, los antiguos planteamientos de la filosofía de la
historia.
Por
último, y ya en una nueva generación, Julián
Besteiro propondrá, en su obra La
Psicofísica (1895), una síntesis entre el materialismo positivista y de
carácter práctico y la añeja metafísica krausista, en un intento de explicar
sistemáticamente la realidad.
***
En
resumen, y como nos dice Antonio Jiménez García, “la importancia del
krausopositivismo radica en haber sabido adaptarse a la evolución científica,
apoyándose en el positivismo y superando, por tanto, la metafísica
espiritualista heredada de Krause, pero, sobretodo, en haber coadyuvado a la
introducción de las ciencias sociales en España, que tuvieron en los autores
aquí mencionados a sus primeros expositores y divulgadores”.
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