A raíz de una ligera (aunque demasiado corta...) discusión que he mantenido con un anónimo en el blog principal, acerca de lo que, en mi opinión, la gente está dispuesta a hacer con tal de mantener (y aumentar, si es posible) su nivel de vida, voy a incluir hoy unas ideas de Epicuro, del que ya he dicho algo en relación a la muerte hace unos días.
Aunque a Epicuro se le conoce como impulsor de una vida dominada por el placer (dijo que "el placer es el principio y fin de una vida feliz"), el hedonismo que propone este filósofo heleno no consiste en la búsqueda de placer a cualquier precio; "debemos renunciar a muchos placeres cuando de ellos se sigue un trastorno mayor". Epicuro, que defiende una existencia sin ligazón hacia nada (sea algo material, espiritual o humano), entiende que el placer tiene un lado "oscuro", porque la atracción por el placer puede suponer una atadura que es incompatible con la felicidad: cabe obsesionarse por hallar el placer, y entonces dejaríamos de ser libres e independientes.
El propio Epicuro, en una carta a su amigo Meneceo, describe perfectamente qué tipo de placer debe perseguirse en la vida para alcanzar la felicidad: "Cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos y de los crápulas, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce con jovencitos ni con mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, lo que proporciona una vida feliz; más bien es la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que llenan el alma de inquietud".
A continuación, Epicuro divide los placeres en tres grandes familias: los naturales necesarios, los naturales innecesarios y aquellos que ni son naturales ni necesarios. Epicuro recomienda seguir la siguiente "receta": los primeros han de satisfacerse siempre, los segundos han de limitarse, y los últimos evitarse. Un ejemplo de placer natural y necesario, todo aquel que es imprescindible para nuestra conservación como seres humanos, es comer cuando tenemos hambre, o beber si estamos sedientos, o descansar si tenemos los pies fatigados. Del segundo grupo Epicuro menciona los "excesos" de los placeres naturales: podrían ser beber demasiado, comer en abundancia o vestir de forma demasiado elegante (hoy lo traduciríamos por pasarse con el alcohol, atiborrarse de menjares exiquisitos, llevar trajes de marca, conducir coches caros, etc.). Por último, los placeres que no son ni naturales ni necesarios corresponden a aquellos que nacen de la avaricia y vanidad humana: entre ellos, el deseo de poder, de riqueza, de honor (ser bien visto por otros), etc.
Es obvio que estas ideas de Epicuro, además del hecho de que fueron meditadas hace 2.300 años, y por tanto, carecen de plena actualidad, son completamente subjetivas. Otros pensadores tuvieron relexiones distintas acerca del placer y de cuáles son más o menos adecuados. Y, sin embargo, encuentro cierta lógica en sus planteamientos, sin duda porque los comparto (a grandes rasgos, por supuesto). Es evidente que los placeres naturales y necesarios lo son porque si no los satisfaciéramos dejaríamos de existir. Pero, por otra parte, ¿no hay hoy en día un exceso de placeres banales, insustanciales, que sirven para darnos felicidad inmediata y efímera y después no ocasionan más que problemas?
Pienso especialmente en lo referente a la tecnología. Móviles, ordenadores, todo tipo de artilugios electrónicos que facilitan, solucionan, entretienen y excitan nuestra vida. ¿Podrían las personas vivir felices y a gustos consigo mismos sin todo ello? No digo que debamos hacerlo, sino si podríamos. ¿Puede alguien ser realmente feliz atado como está a un sinfín de medios tecnológicos, con los que vive casi cada hora de su vida? ¿Podríamos desecharlo todo sin sentir que perdemos algo? ¿Continuaríamos nuestras vidas con felicidad e integridad, los echaríamos de menos a los pocos minutos o simplemente sería imposible vivir sin ellos?
El apego actual por la vida ultra-cómoda y ultra-tecnológica quizá sea un modo de huir de la vida pobre y miserable que había en muchos países del primer mundo hace sólo unas décadas. Nadie quiere vivir en una completa y radical indigencia. Pero el extremo opuesto, el de la vida opulenta, ¿nos hace más humanos, nos permite mejorar como seres inteligentes que somos, sirve al objeto de una evolución hacia un mayor afecto por las personas y el mundo en el que vivimos?
Si es así, bien. Si no, ¿tiene algún valor dicha vida, más allá del placer (que Epicuro enseguida caracterizaría como no natural y no necesario) inmediato y caduco que genera?