27.4.07

Budismo; una breve introducción

Hace tiempo que deseaba postear algo sobre alguna de las sabidurías orientales (budismo, hinduísmo, confucianismo, doctrina de Zaratustra, etc.), ya que se trata de nuevas posturas ante el conocimiento y la vida que, sin duda, resultan muy atractivas por ofrecer una alternativa (no necesariamente incompatible, pese a sus extremas diferencias) a nuestros esquemas occidentales.

Hoy me atrae hablar del budismo. Ante todo aclarar que el budismo no es una religión; o, si se quiere, es algo más que ella. Porque nosotros entendemos como tal a un sistema de fe y adoración, sujeta a fidelidad hacia algún tipo de ser sobrenatural, en la que se afirma la existencia de un Dios creador del universo. El budismo, en cambio, carece de una figura divina a la que adorar, no hay culto alguno y rechaza la idea de un alma particular e individual. No se trata de una doctrina atea, sino que considera que es imposible demostrar si tal ente existe. Además, el budismo no aparta a la razón de su camino, sino que la abraza, puesto que pretende comprender las ideas sobre las que él mismo se basa. No cabe, pues, definirla como religión en el sentido convencional, aunque contiene aspectos religiosos, sin duda.

El budismo, en pocas palabras, podría considerarse como un sistema de salvación, pero no como el cristianismo, en el que la salvación juega el papel de liberadora de la esclavitud del pecado, sino salvación del sufrimiento que la propia vida conlleva. Y para ello no existe mejor procedimiento que la meditación, es decir, el dominio de los procesos mentales. Así, el budismo se convierte en un gran sistema de pensamiento religioso, psicológico y filosófico (pues también contiene, obviamente, gran número de reflexiones y abstracciones de dicha índole).

El corazón de la doctrina del Buddha (personaje histórico y líder religioso del budismo, uno de sus mayores reformadores) corresponde a las Cuatro Grandes Verdades, que iremos viendo en otros posts con mayor detalle. Este sistema era empleado, no como un canon religioso o una doctrina filosófica específica, sino más bien como método de cura, un proceso terapéutico que el sujeto debía seguir para terminar librándose de todo sufrimiento. El proceso, en analogía con las tácticas de la medicina de la época, consistía en los siguientes cuatro pasos: diagnosticar cuál era la enfermedad, reconocer su causa, establecer si es posible alguna curación y, por último, ofrecer el tratamiento más adecuado en aras de la curación. Aunque, por supuesto, estas técnicas no se aplicaban al cuerpo, sino al espíritu.

Tomando como raíz y aceptando que en esta vida todo es sufrimiento (Primera Noble Verdad), se inicia una búqueda de la causa de dicho sufrimiento, la cual termina estando conectada al deseo de vivir (Segunda Noble Verdad). La cura es factible siempre y cuando logremos deshacernos de la causa del sufrimiento, es decir, la sed o el deseo (Tercera Noble Verdad). Finalmente, prescribe la existencia de un camino hacia la salud, el llamado Noble Sendero Octúple (Cuarta Noble Verdad).

Aunque parezca todo muy confuso e inconexo lo comprenderemos mejor en próximos posts, cuando analicemos una a una cada Noble Verdad y obtengamos entonces una visión más completa de las enseñanzas budistas. De lo que no cabe duda es que para hacerlo hay que desarraigarse ligeramente de la forma de pensamiento puramente occidental, porque es necesario para un entendimiento pleno dejar atrás ciertos planteamientos. Para finalizar, concluiré con un cuadro (tomado del libro Sabidurías Orientales de la Antigüedad, de T. Román López, Alianza, 2004) que sintetiza las diferencias entre las actitudes y posturas ante el mundo y la vida de Occidente y Oriente:

Occidente / Budismo

Acción-reacción / Meditación-contemplación
Dualidad / No dualidad
Egocentrismo / Retracción del yo
Expresión oral / Apagarse en el silencio
Identificación / Observación
Información / Transformación
Mainifestación-forma / Vacuidad
Ser eterno e inmutable / Movimiento, constante devenir
Teoría / Práctica
Tiempo / Presente eterno
Imposición / No violencia

21.4.07

Séneca y la felicidad

El concepto de felicidad es sencillo de definir. El DRAE lo hace así: "Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien". ¿Cuál puede ser ese bien? Admite posibilidades muy variadas, claro está. Podemos sentirnos felices amando, en cuyo caso el bien sería el amor (aunque no por poseerlo, sino por compartirlo u ofrecerlo); quizá mediante el saber, el conocimiento del mundo y de nuestros semejantes, así como de nosotros mismos; quizá simplemente con un plato de comida caliente, ofrenda divina para algunos estómagos vacíos; o quién sabe si mediante una sonrisa, la instantánea transformación de un rostro generalmente apesadumbrado en uno alegre.

Séneca, filósofo nacido en Córdoba, tenía su propia definición de lo que es ser feliz. Séneca fue un estoico, y como tal, para alcanzar la felicidad evita todo tipo de pasiones, aquellos bienes que la diosa fortuna es capaz de darte o arrebatarte. Sus bienes, los que él y otros estoicos consideraban tales, eran los que estaban en ellos mismos, no más allá. Por lo tanto, nada externo les afectaba; esto tuvo sus consecuencias, bastante nefastas, como cuando uno de ellos perdió a sus hijos y su mujer y se mantuvo impasible, afirmando que "nada he perdido". Fue consistente con sus ideales estoicos, qué duda cabe, pero también pareció carecer de cierta humanidad y afecto para con aquellos que, es un suponer, algo debieron de significar en su vida.

En todo caso, hay una frase de Séneca que podría aplicarse perfectamente en nuestros tiempos, una sentencia acerca de lo que, tal vez, podría representar también la felicidad, en una sociedad en la que prima la mirada hacia el otro, hacia sus propios bienes, hacia lo que posee. Ésta es la mayor podredumbre de nuestra época: la de vivir en pos de lo que los demás tienen, infravalorando lo nuestro. El clímax de la envidia se observa hoy en cada calle, corrompiendo y angustiando mentes, pudriendo las vidas de las gentes porque no es suyo lo de aquellos otros.

Lo que le dijo Séneca a Lucilio, en una de sus cartas, es lo siguiente: "Considérate feliz cuando todo nazca para tí de tu interior, cuando al contemplar las cosas que los hombres arrebatan, codician y guardan con ahínco, no encuentres nada que desees conseguir".

¿Podremos, algún día, conseguirlo?

18.4.07

Escepticismo: la verdad es inalcanzable

En posts precedentes hemos visto algunas ideas de las principales escuelas helenísticas (Epicureismo, la escuela megárica, el estocismo), obviamente de forma muy superficial. Para ir completando, dentro de las limitaciones propias de este blog, nuestra visión de la filosofía helena, cabría decir unas palabras sobre los escépticos.

Hoy en día casi todos entendemos por escéptico aquel sujeto que, ante determinadas afirmaciones o ideas, se mantiene en un estado receloso y desconfiado, casi siempre debido a que no dispone de suficientes datos, argumentos o evidencias para aceptarlas o creerlas. No obstante, como cada uno de nosotros considera de forma distinta cuándo tiene suficientes pruebas para creer o aceptar tal o cual afirmación, hecho o idea, lo que para unos es evidente y cierto no lo es para otros (un caso obvio es delimitar lo bueno y lo malo, o lo justo e injusto, que en nuestra sociedad observamos a diario). Todos somos escépticos en algún momento y lugar, aunque no coincidamos en serlo ante situaciones específicas.

Pero, en su origen, escéptico significaba algo distinto, si bien no radicalmente diferente. Dicha palabra procede del verbo griego 'sképtomai', examinar, observar detenidamente, indagar. Aunque el escepticismo ya aparece en algunos pensadores presocráticos, como Heráclito, no conforma un sistema filosófico hasta Pirrón de Elis (360-270 antes de Cristo). La idea que sintetiza el escepticismo es la siguiente: el ser humano no tiene capacidad para alcanzar la verdad. La verdad puede existir o no; pero ello es indiferente, porque tanto en uno como otro caso nuestra especie está destinada a no conocerla jamás.

Escepticismo vendría a ser, pues, la postura de quien considera que la verdad es escurridiza, esquiva, y nos llega a confundir; lo que es verdad para unos no lo es para otros, por lo que no podemos afirmar nada con certeza absoluta, pues no disponemos de métodos para dilucidar entre qué es cierto y falso (no a nivel del lenguaje, sino de modo absoluto). Si todo se reduce a la mera opinión, si es vano llegar a cualquier conocimiento verídico, entonces lo más sabio es refugiarse en el silencio (afasia) y en la suspensión de todo juicio (epoché).

Los escépticos, para apoyar su tesis, han recurrido sobretodo a dos grandes argumentos:

1) Existe una enorme diversidad de opiniones humanas y los filósofos, muy a menudo, sostienen puntos de vista diamentralmente opuestos, a veces contradiciéndose y sin llegar jamás a una conclusión definitiva. Toda doctrina filosófica puede ser defendida por cualquier pensador, y nadie estará, según la óptica escéptica, en disposición de determinar su completa validez o invalidez. Incluso en nuestra vida diaria, y como ya hemos dicho, los hombres discuten desde perspectivas antagónicas, y todos ellos creen que su postura es la que lleva a la verdad.

2) El conocimiento que consideramos "seguro" e "irrefutable" es, sin embargo, relativo. Esto se entiende porque toda verdad expuesta y afirmada está imbuida en una época y cultura específicas, que acarrea una postura subjetiva ante el mundo y la realidad, repleta de tópicos y prejuicios, sean conscientes o no. Algo obvio y verdadero hace unas déacadas se convierte en rotundamente falso hoy. Y lo mismo sucede cuando analizamos diferentes culturas.

Dado que el fin de toda filosofía es, de una forma u otra (y fundamentalmente en el caso de las filosofías helenísticas, con marcado acento práctico) alcanzar la felicidad, el escepticismo sugiere que la única forma de arribar a ella es, no por medio del conocimiento/sabiduría, sino precisamente evitándola, renunciado en nuestro propósito de adquirirla. Y esto es porque sólo quien no tiene nada que discutir es feliz, al no verse implicado en la agitación que suponen las ideas y opiniones en continuo cambio.

El escepticismo de Pirrón es el más radical; es consecuencia de sus viajes por el mundo en compañía de Alejandro Magno en sus expediciones a Oriente, en las que observó una divergencia enorme entre las costumbres y creencias de los pueblos y culturas. No resulta extraño que Pirrón abrazara la idea de dudar de todo y suspender todo juicio si tenemos en cuenta el contrastre extremo que, tanto entonces como ahora, hay por lo que respecta a opiniones y certezas en dos pueblos tan distintos como Oriente y Occidente.

Arcesilao y Carneades fueron también filósofos escépticos, pero fueron más transigentes por cuanto admitieron que se podía salir de la duda constante y defender nuestras opiniones, las cuales, eso sí, son sólo probables. Así, únicamente podemos aspirar a conocer lo que es más plausible, lo que tiene más probabilidades de ser cierto, pero la verdad en sí misma, que ellos consideran como existente, no es alcanzable por nosotros. Este escepticismo más suave y abierto permitió romper algunas ataduras demasiado extremas que el pirronismo acataba, como el hecho de poder discutir entre hombres sobre cualquier asunto.

Uno entiende mucho más humano y más dichosa una vida tal que la propuesta por Pirrón que, como el propio Aristóteles comentó irónicamente, "parecía similar a la existencia de una planta".

10.4.07

Múltiples conciencias; un sólo mundo

En uno de los ensayos recogidos en su breve obra "Mente y materia", Erwin Schrödinger, físico alemán ganador del premio Nobel, plantea el 'dilema de la paradoja aritmética': aunque haya millones de sujetos diferentes y con distintas percepciones, el mundo es sólo uno.

¿Qué es el mundo? ¿Es mi visión de él la misma que la de otra persona? ¿Existe un mundo real que cabe distinguir de las imágenes que nos hacemos de él mediante nuestras percepciones? ¿Es muy diferente el mundo que percibimos del que en verdad es? Schrödinger parte de estas preguntas (que él, en último término, considera falsas, es decir, innecesarias) para resolver la paradoja aritmética. Y concluye que tan sólo hay dos soluciones: o bien consideramos que nuestras conciencias son como las mónadas de Leibniz, un mundo estanco y no comunicado con otros, o bien nos acercamos al otro extremos y abrazamos una concepción opuesta: la de que hay una gran Mente, una unificación de conciencias; aunque constatemos muchas y múltiples, en realidad hay sólo una mente. Esta idea fue sugerida lejos de Occidente, en las tierras de la India, y está contenida en los Upanishads.

Lo que lleva en parte a Schrödinger a interesarse por las experiencias místicas es el hecho de que a lo largo de las épocas y los pueblos las declaraciones de místicos (que de nada conocían a otros) confluyen hacia una sorprendente similitud; parece existir un sustrato común, un depósito de experiencias universal que implican algún nexo entre las diversas conciencias. Schrödinger insta a que Occidente absorba algo de esta doctrina, que haga suyo el conocimiento del sujeto, de la conciencia, aunque con la precaución de no dejar de lado el rigor lógico que caracteriza nuestro saber científico. El empeño del físico alemán es, según sus propias palabras, el siguiente: "Mi propósito es contribuir quizá a clarificar un camino para una futura asimilación de la doctrina de la identidad con nuestra propia visión del mundo científico, sin tener que pagar por ello una pérdida de sensatez y precisión lógica".

Schrödinger cree que no hay forma de saber si nuestra propia mente consciente (única, para mí) es el resultado de 'la integración de las conciencias de las células que forman nuestros cuerpos' o si es, a todo instante, 'su resultante última'. Y cita la obra de Charles Sherrington, un eminente médico británico, "Hombre versus naturaleza": "¿Hasta qué punto será la mente una colección de mentes perceptoras cuasi-independientes, muy integradas psíquicamente por la concurrencia temporal de la experiencia?...". A nivel biológico sí que se muestra una "democracia un millón de veces múltiple", manifestada como una entidad de focos de vida que actúan juntos, pero por lo que respecta a la mente es una situación bien distinta: "Una célula cerebro central no podría segurar a la reacción mental un carácter unificado", añade Sherrington. En todo caso, Sherrington también se ve abocado a una paradoja: en palabras de Schrödinger, "una mente basada aparentemente en muchas células vivas, o en una multiplicidad de cerebros".

Por lo tanto, nos encontramos ante dos paradojas: la de Schrödinger y la de Scherrington. ¿Cómo superarlas? Según el primero, sólo es posible mediante la adopción de la doctrina de la identidad oriental: llegar a considerar, pues, que todas las mentes y conciencias son una sola. Y para ella no tiene sentido el antes o después, sólo existe el ahora, que "incluye memorias y expectativas". ¿Ha existido siempre la mente, o el universo, hasta la aparición del hombre, no era más que un teatro vacío? O, en otras palabras, ¿tiene algún sentido un mundo "que nadie ha contemplado", un mundo "que ha existido durante muchos millones de años sin que ninguna mente haya tenido noticia de él?". Schrödinger continúa: "El mundo que se extiende por el espacio y en el tiempo no es sino una representación nuestra. La experiencia no nos ofrece el menor indicio sobre si hay algo detrás de ella".

Un poco más adelante, el físico considera lo siguiente: "La mente es, por un lado, el artista que ha producido el todo; sin embargo, en la obra terminada no es sino un accesorio insignificante que puede omitirse sin que por ello el efecto total pierda el menor mérito". Quizá, por lo tanto, si no hemos llegado aún a una comprensión plena del universo es porque nos resistimos a abandonar el escenario del teatro, porque nos resistimos a no jugar un papel importante en el propio Cosmos, a no jugar cualquier papel. Nuestra mente ha creado la imagen del universo, es su responsable, de modo que no puede introducirse en ella (¿puede el creador introducirse en lo creado sin que su creación, de alguna forma, deje de ser tal? ¿No sería entonces ya no una creación del creador, sino él mismo...? Y, por lo tanto, ¿en qué se diferenciarían?).

Para concluir, Schrödinger culmina su ensayo con estas reflexiones: "Lo más penoso es el absoluto silencio de nuestras investigaciones científicas con respecto a nuestras preguntas sobre el alcance y significado de la imagen global. Cuanto más atantamente la observamos, más absurda y sin sentido se nos antoja. El espectáculo que se desarrolla sólo adquiere sentido con respecto a la mente que la contempla. Pero lo que la ciencia nos dice de esta relación es evidentemente absurdo: como si la mente hubiese sido creada por esta imagen, que ahora está observando, y fuera a desaparecer con ella, cuando el sol finalmente se enfríe y la Tierra se haya convertirdo en un desierto de hielo y nieve".

El fin del Universo llevárá consigo la desaparición de la energía. Si la mente no es energía, sino algo más sutil, algo que no podemos definir con nuestros patrones de lenguaje (esto, como dice el propio Schrödinger, ya no es ciencia, sino religión...), ¿cabe que resista y permanezca más allá de él, que lo trascienda? Pero, por otra parte, si la mente es tan sólo un tipo de energía, aunque muy especial, la muerte del universo puede suponer la suya propia.

¿Cuál de las dos suposiciones es la correcta? ¿Prevalecerá la mente la muerte del Universo o será arrastrada con él?