"Intuitivamente, tenemos muy clara la diferencia entre creer y saber. Saber es algo «más» que simplemente creer, incluso que creer después de haber valorado la situación. Creer algo que es verdadero, después de haberlo valorado, nos aproxima al saber, pero no nos lo pone aún al alcance de la mano. Para llegar a saber, partiendo del creer, necesitamos alguna justificación racional de nuestro creer, pero no una justificación cualquiera. Si las razones por las que creemos no están bien conectadas con la verdad de lo que se cree, no podemos decir que «sabemos». El filósofo y lógico inglés Bertrand Russell, uno de los más grandes pensadores modernos y gran experto en problemas de la racionalidad, imaginaba el siguiente caso: Piero le pregunta a Pino: «¿Qué hora es?». Pino mira por la ventana y ve que el reloj del campanario señala las ocho. Le dice, pues, a Piero: «Son las ocho». Supongamos que en aquel momento sean realmente las ocho, pero que el reloj del campanario, sin saberlo Piero ni Pino, esté roto y esté señalando ininterrumpidamente las ocho desde hace un mes. ¿Podemos decir que Pino y Piero saben que son las ocho? ¡Desde luego que no! Y sin embargo creen algo que es verdad (porque, por casualidad, son precisamente las ocho) y tienen buenos y fundados motivos para creerlo (los relojes de los campanarios acostumbran a señalar la hora exacta). ¿Qué les falta para que podamos decir que poseen un conocimiento verdadero? ¿Por qué no nos atrevemos a decir que «saben» que son las ocho? Lo que falta, dicho a la llana, es la conexión precisa entre lo que creen y lo que es verdad. Lo que creen (que son las ocho) y lo que es verdad (son las ocho) coincide, pero sólo por un capricho del azar. Y creo que todos estamos de acuerdo en que el capricho no es una «cola» para pegar lo que creemos y lo que efectivamente es verdad. Una coincidencia afortunada no es suficiente para transformar en verdadero saber una creencia «acertada»".
Massimo Piattelli, "Las ganas de estudiar", Crítica, Barcelona, 1992.