En uno de los ensayos recogidos en su breve obra "Mente y materia", Erwin Schrödinger, físico alemán ganador del premio Nobel, plantea el 'dilema de la paradoja aritmética': aunque haya millones de sujetos diferentes y con distintas percepciones, el mundo es sólo uno.
¿Qué es el mundo? ¿Es mi visión de él la misma que la de otra persona? ¿Existe un mundo real que cabe distinguir de las imágenes que nos hacemos de él mediante nuestras percepciones? ¿Es muy diferente el mundo que percibimos del que en verdad es? Schrödinger parte de estas preguntas (que él, en último término, considera falsas, es decir, innecesarias) para resolver la paradoja aritmética. Y concluye que tan sólo hay dos soluciones: o bien consideramos que nuestras conciencias son como las mónadas de Leibniz, un mundo estanco y no comunicado con otros, o bien nos acercamos al otro extremos y abrazamos una concepción opuesta: la de que hay una gran Mente, una unificación de conciencias; aunque constatemos muchas y múltiples, en realidad hay sólo una mente. Esta idea fue sugerida lejos de Occidente, en las tierras de la India, y está contenida en los Upanishads.
Lo que lleva en parte a Schrödinger a interesarse por las experiencias místicas es el hecho de que a lo largo de las épocas y los pueblos las declaraciones de místicos (que de nada conocían a otros) confluyen hacia una sorprendente similitud; parece existir un sustrato común, un depósito de experiencias universal que implican algún nexo entre las diversas conciencias. Schrödinger insta a que Occidente absorba algo de esta doctrina, que haga suyo el conocimiento del sujeto, de la conciencia, aunque con la precaución de no dejar de lado el rigor lógico que caracteriza nuestro saber científico. El empeño del físico alemán es, según sus propias palabras, el siguiente: "Mi propósito es contribuir quizá a clarificar un camino para una futura asimilación de la doctrina de la identidad con nuestra propia visión del mundo científico, sin tener que pagar por ello una pérdida de sensatez y precisión lógica".
Schrödinger cree que no hay forma de saber si nuestra propia mente consciente (única, para mí) es el resultado de 'la integración de las conciencias de las células que forman nuestros cuerpos' o si es, a todo instante, 'su resultante última'. Y cita la obra de Charles Sherrington, un eminente médico británico, "Hombre versus naturaleza": "¿Hasta qué punto será la mente una colección de mentes perceptoras cuasi-independientes, muy integradas psíquicamente por la concurrencia temporal de la experiencia?...". A nivel biológico sí que se muestra una "democracia un millón de veces múltiple", manifestada como una entidad de focos de vida que actúan juntos, pero por lo que respecta a la mente es una situación bien distinta: "Una célula cerebro central no podría segurar a la reacción mental un carácter unificado", añade Sherrington. En todo caso, Sherrington también se ve abocado a una paradoja: en palabras de Schrödinger, "una mente basada aparentemente en muchas células vivas, o en una multiplicidad de cerebros".
Por lo tanto, nos encontramos ante dos paradojas: la de Schrödinger y la de Scherrington. ¿Cómo superarlas? Según el primero, sólo es posible mediante la adopción de la doctrina de la identidad oriental: llegar a considerar, pues, que todas las mentes y conciencias son una sola. Y para ella no tiene sentido el antes o después, sólo existe el ahora, que "incluye memorias y expectativas". ¿Ha existido siempre la mente, o el universo, hasta la aparición del hombre, no era más que un teatro vacío? O, en otras palabras, ¿tiene algún sentido un mundo "que nadie ha contemplado", un mundo "que ha existido durante muchos millones de años sin que ninguna mente haya tenido noticia de él?". Schrödinger continúa: "El mundo que se extiende por el espacio y en el tiempo no es sino una representación nuestra. La experiencia no nos ofrece el menor indicio sobre si hay algo detrás de ella".
Un poco más adelante, el físico considera lo siguiente: "La mente es, por un lado, el artista que ha producido el todo; sin embargo, en la obra terminada no es sino un accesorio insignificante que puede omitirse sin que por ello el efecto total pierda el menor mérito". Quizá, por lo tanto, si no hemos llegado aún a una comprensión plena del universo es porque nos resistimos a abandonar el escenario del teatro, porque nos resistimos a no jugar un papel importante en el propio Cosmos, a no jugar cualquier papel. Nuestra mente ha creado la imagen del universo, es su responsable, de modo que no puede introducirse en ella (¿puede el creador introducirse en lo creado sin que su creación, de alguna forma, deje de ser tal? ¿No sería entonces ya no una creación del creador, sino él mismo...? Y, por lo tanto, ¿en qué se diferenciarían?).
Para concluir, Schrödinger culmina su ensayo con estas reflexiones: "Lo más penoso es el absoluto silencio de nuestras investigaciones científicas con respecto a nuestras preguntas sobre el alcance y significado de la imagen global. Cuanto más atantamente la observamos, más absurda y sin sentido se nos antoja. El espectáculo que se desarrolla sólo adquiere sentido con respecto a la mente que la contempla. Pero lo que la ciencia nos dice de esta relación es evidentemente absurdo: como si la mente hubiese sido creada por esta imagen, que ahora está observando, y fuera a desaparecer con ella, cuando el sol finalmente se enfríe y la Tierra se haya convertirdo en un desierto de hielo y nieve".
El fin del Universo llevárá consigo la desaparición de la energía. Si la mente no es energía, sino algo más sutil, algo que no podemos definir con nuestros patrones de lenguaje (esto, como dice el propio Schrödinger, ya no es ciencia, sino religión...), ¿cabe que resista y permanezca más allá de él, que lo trascienda? Pero, por otra parte, si la mente es tan sólo un tipo de energía, aunque muy especial, la muerte del universo puede suponer la suya propia.
¿Cuál de las dos suposiciones es la correcta? ¿Prevalecerá la mente la muerte del Universo o será arrastrada con él?